Vida y Muerte en la Poesía de Miguel Hernández: Un Viaje a Través de sus Pasiones y Desgarros

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Vida y Muerte en la Poesía de Miguel Hernández

En las biografías dedicadas a Miguel Hernández, destaca Miguel Hernández: pasiones, cárcel y muerte de un poeta. La obra de Miguel refleja la dualidad esencial de la existencia: vida y muerte. Si la vida es una maquinaria de destrucción, sobrecoge el proceso vital que recorre la obra hernandiana. Sus primeros poemas muestran despreocupación y optimismo, un camino vital que contrasta con su obra. Este primer espacio poético se asemeja al de Jorge Guillén en Cántico, con su armonía esencial y su visión de un mundo bien hecho. Numerosos poemas rinden homenaje a la naturaleza, donde la belleza de lo vivo ofrece refugio al poeta para cantar los desdenes del amor. Miguel percibe la vida en cada elemento, sin apenas rastro de muerte, más allá de la anunciada por el crepúsculo.

El cariño arrebatador con el que contempla la naturaleza es conmovedor. La pena, en esta etapa previa a El rayo que no cesa y Perito en lunas, es más literaria que vivida. La muerte se presenta como un sentimiento real tras la pérdida de seres queridos y la experiencia de la guerra. La muerte de Lolo marca un punto de inflexión, inundando al poeta de melancolía. En Hernández, vida y muerte se entrelazan en una aventura dolorosa con un desenlace trágico. Su producción se llena de vitalismo trágico y presentimientos funestos. Vida y muerte configuran su visión del mundo, una discordia que escinde su yo. El amor mismo contiene una pulsión destructiva, cercana a la muerte, pero también es impulso vital hacia la procreación. La sangre, símbolo de vida que emana del corazón, representa también una fuerza descontrolada que puede destruir. En Miguel, la sangre es materia sagrada, y su obra cuestiona la propia existencia, fundiéndose con el estilo barroco y la muerte.

El Amor, la Herida y la Resignación

En El hombre acecha, el poeta entrega su ser por entero a la libertad. Vive con pasión cada sensación, especialmente el amor. Vida y muerte forman un entramado sensual y arrebatado. La negación del amor traerá consigo la muerte poética, llenando sus versos de rabia, dolor, hachazos y heridas. La muerte, recurrente en Miguel como en Quevedo, es tragedia en el primero y tragicomedia en el segundo. Las heridas, físicas (cuchillo, rayo, cornada) o espirituales (ausencia, desesperanza, pena), son constantes. La muerte se convierte en una vivencia cercana tras la pérdida de hermanas, su primogénito, amigos y conocidos. El tema del hijo muerto será una pena constante.

El hombre acecha marca un punto de inflexión hacia la introspección y el silencio. Su intimismo se puebla de una visión desalentadora ante tanta herida, muerte, rencor y odio. Tras la guerra, los poemas se oscurecen con el desengaño y la tristeza. En la cárcel, compone un diario de desolación, el Cancionero y romancero de ausencias, donde la crudeza de la verdad se manifiesta sin tapujos: la muerte de su primer hijo, la condena a muerte, la vida en prisión, la enfermedad y la soledad. La fuerza y rebeldía iniciales se resquebrajan, dando paso a la resignación. Los últimos poemas, llenos de ternura y melancolía, cierran el ciclo volviendo al amor como única salvación. Aparecen la amada, el hijo, la añoranza y la esperanza de inmortalidad. El amor da alas al poeta, mientras se cumplen los presentimientos de muerte que marcaron su trágico destino. Su obra es testimonio de una vida que convivió con la idea de la muerte desde sus inicios.

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