La Vida Moral de los Cristianos: Ley Natural, Mandamientos y Libertad

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La Vida Moral de los Cristianos

La Ley Natural y Mandamientos de la Ley de Dios

La ley natural es la luz de la inteligencia puesta en nosotros por Dios; por ella conocemos lo que es preciso hacer y lo que es preciso evitar. La Ley Natural está inscrita en la conciencia de toda la humanidad, para discernir el bien del mal. Todas las personas tenemos comportamientos y tomamos decisiones de carácter moral. La Iglesia acepta la Ley Natural.

Los diez mandamientos (el decálogo), representa un ejemplo típico de esta ‘ley natural’ universal.

Los Mandamientos

Los mandamientos tienen una “unidad intrínseca”. No consiste en cumplir unos y olvidar otros. Todos son importantes porque todos son necesarios. Estos forman parte de la “revelación de Dios” (Ley positiva); pero a su vez se pueden conocer por la conciencia natural inscrita en el alma de cada persona (Ley natural). Los diez mandamientos no son para “reprimir” sino para dar libertad y sentido pleno.

Los Mandamientos de la ‘Ley de Dios’ son diez: Los tres primeros referidos a Dios y los siete restantes referidos a la humanidad.

  1. Amarás a Dios sobre todas las cosas.
  2. No tomarás el nombre de Dios en vano.
  3. Santificarás las fiestas.
  4. Honrarás a tu padre y a tu madre.
  5. No matarás.
  6. No cometerás actos impuros.
  7. No robarás.
  8. No darás falso testimonio ni mentirás.

Los Mandamientos de Dios y las Bienaventuranzas

Los cristianos seguimos a Jesucristo, y sus ‘bienaventuranzas’. Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos. Es una"propuesta de felicida" Es una nueva forma de entender la vida, de estar en el mundo, de valorar las cosas, de ver a las personas. Jesús no las “recibe” de Dios, sino que él las proclama en nombre de Dios.

La Libertad de los Cristianos

La libertad es el poder, radicado en la razón y en la voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. La libertad es en el hombre una fuerza de crecimiento y de maduración en la verdad y la bondad. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza.

Hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien último que es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre el bien y el mal, y por tanto, de crecer en perfección o de flaquear y pecar. La libertad caracteriza los actos propiamente humanos. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito o de demérito. En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a la esclavitud del pecado. Por su Cruz gloriosa, Cristo obtuvo la salvación para todos los hombres. Los rescató del pecado que los tenía sometidos a esclavitud. “Para ser libres nos liberó Cristo”.

Necesidad de la Vida Moral

La fe cristiana conlleva una vida moral. Los cristianos aceptamos y obedecemos los diez mandamientos de la Ley de Dios, que son una propuesta de vida moral y social y son imprescindibles para discernir el bien del mal. La ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira. La ley natural, obra maravillosa del Creador, proporciona los fundamentos sólidos sobre los que el hombre puede construir el edificio de las normas morales que guían sus decisiones.

La perfección del bien moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad, sino también por su “corazón”. En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal.

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