El tema del doble en rayuela de cortazar

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Julio CORTÁZAR: HACIA UN NUEVO CONCEPTO DE NOVELA

Cortázar, uno de los maestros del cuento latinoamericano, plantea ensayar nuevos caminos para la novela, llegando a crear un relato (o antinovela) no sustentado en sus soportes tradicionales.

Nacido en Bruselas en 1914, Julio Cortázar vivíó desde niño en Argentina, si bien posteriormente se trasladó a París, ciudad que adquiere tremendo protagonismo en Rayuela. 1963 va a ser el año de publicación de esta novela, ambicioso pero logrado intento de crear una experiencia novelística total, equiparable al Quijote, Fortunata y Jacinta o la misma Biblia. Es una obra de madurez, dado que Cortázar contaba ya con cincuenta años.

Presencia (1938), publicado con el seudónimo de Julio Denis es un librito de poemas, siendo Los reyes (1949) su segunda obra. Pero su talento de narrador y su dotación para el cuento se reconocieron con Bestiario (1951), obra publicada a sus treinta y siete años, a la que seguirían libros de relatos cortos excelentes como Final de juego (1956), Las armas secretas (1959), o Historias de cronopios y famas (1962).

La obra de Cortázar continúa abriendo horizontes para la narrativa hispanoamericana, dejando al margen la corriente realista, traicionando ese apego a lo cotidiano carácterístico de la novela indigenista o política. Así, Cortázar pertenece por derecho propio al tan cacareado boom de la literatura hispanoamericana, cuyas carácterísticas han sido perfectamente definidas por Andrés Amorós:

-Asimilación natural de las técnicas renovadoras de la novela contemporánea.

-Profundización en las raíces del mundo hispanoamericano.

-La fantasía creadora no se opone al Realismo, sino que lo potencia.

-Intento de conducir con una sola mano dos caballos: el estético y el político.


Rayuela es juego, broma y metafísica. Llanto a la par que carcajada. Seriedad e intrascendencia. Es (o pretende ser) la gran novela en la que el autor, con la connivencia del lector (que jamás debe ser pasivo), interroga al mundo, a lo real, cuestionando lo evidente, lo asimilado, lo aceptado y convenido.

La trama principal comienza en París, donde Horacio Oliveira (su “protagonista”) vive con la Maga y frecuenta una serie de amigos que forman un club de intelectuales con los que conversa y escucha música (el jazz va a tener una gran importancia. En uno de los momentos más emotivos del texto, Rocamadour, el hijo de la Maga,


muere, y Horacio Oliveira, en crisis permanente, se separará de la Maga y viajará a Buenos Aires, donde se rencontrará con Gekrepten, su antigua novia, y con sus amigos Traveler y Talita, con los que trabajará en un circo, en primer lugar y, ya al final dela novela, en un manicomio.

Así las cosas, Rayuela evidencia el concepto de pluralidad de lecturas(al inicio...), la novela de Cortázar propone desde el comienzo más de una lectura. Desde el inicio, el escritor juega con el lector, le invita a que contribuya a dotar de sentido a su creación. Cortázar aborrece del lector acostumbrado a un canon de lectura. Para él, el lector debe ser activo, contribuir a arrojar luz sobre las sombras del texto, otorgar orden a lo caótico.

Las páginas prescindibles de leer resultan indispensables para que la novela se convierta en un texto que teoriza acerca del concepto de novela; una narración metaliteraria que reflexiona acerca de su propio proceso de escritura. Así las cosas, la sombra de André Gide parece planear sobre la novela de Cortázar.

Pero en Rayuela hay otros senderos que se introducen, con fines exploratorios, en ámbitos propios de la metafísica. Para Cortázar, la razón no sirve para captar la verdadera vida. Rayuela plantea la ineficacia del cartesianismo. La razón, sustentada en la palabra (concepto cuestionado en la novela), supone desviación de lo vivido, traición de lo sentido. Cortázar habla de lógica, como si la locura integrara tan razonable concepto. Se sirve además el autor de dos personajes antagónicos: la Maga y Oliveira. El lenguaje, como se dice explícitamente en muchas partes del libro, nos engaña prácticamente a cada palabra que decimos.

Oliveira es un orgulloso y angustiado intelectual al que fascinan las sinrazones de la Maga, mujer sencilla y vitalista que llegará por intuición y experiencia a lo que Oliveira llega (o tan solo acaricia) por reflexión. Oliveira piensa, la Maga vive:


Oliveira encarna al intelectual que “vive” a través del libro. Su relación con la cultura, es de amor-odio. La Maga, como se dice en la novela, “no era capaz de creer en los nombres, tenía que apoyar el dedo sobre algo y sólo entonces lo admitía”. Sin embargo, Oliveira es preso de las palabras, sustento de cultura, a las que denomina “perras negras”. Este concepto, perras negras, continúa esa línea de crítica a la razón; pues Rayuela desarrolla una espléndida reflexión sobre el lenguaje.

El escritor desconfía de su principal instrumento de labor, al que encuentra engañoso y desgastado. Pero, paradójicamente, utiliza de la lengua para cuestionar la lengua. En palabras de Cortázar: el hecho de que el lenguaje es una herencia recibida, una herencia pasiva en la que él no ha tenido ninguna intervención.

La literatura es palabra, por lo que Cortázar, a través de sus personajes, critica las convenciones literarias, la topología (temática y estética) de la tradición literaria. Pero, como sabiamente indica Andrés Amorós, “Rayuela tiene algo, inevitablemente, del pez que se muerde la cola: literatura que intenta ser más que la literatura, pero que, en definitiva, no puede seguir siendo otra cosa que literatura. Esa es la ambición y esos son los límites de la novela.”

En esta reformulación del concepto de novela, Cortázar aboga por una estructura abierta, que escape de estructuras tradicionales, planes preconcebidos. En efecto, cuando el lector se sumerge en la lectura de Rayuela tiene la sensación de asistir a una falta de armónía, de orden y concierto, de ahí quizás la importancia que el jazz adquiere como temática, como lugar común de la conversación de Oliveira y sus compañeros. También relacionará fácilmente el lector la novela de Cortázar con la “nouvelle vague” cinematográfica, con los experimentales procedimientos aperturistas, asistemáticos, libres, ajenos al clasicismo narrativo, de Claude Chabrol, Agnès Varda y, sobre todo, Jean-Luc Godard.


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