La sorprendente fuga del capitán Cuéllar y el punto de vista de un periodista

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UNIT 31

La sorprendente fuga del capitán Cuéllar

En 1588, la formidable formación en media luna de la 'Armada Invencible' fue desbaratada por los cañoneros ingleses, el combate y las tormentas. Se decidió que la derrotada Armada volviera a España bordeando Escocia e Irlanda en estricta formación. El barco del capitán Cuéllar se adelantó al resto de la Armada para reparar algunos daños sufridos durante la batalla. El capitán fue acusado de romper la formación y convocado a bordo del buque insignia. Allí fue juzgado y sentenciado a muerte. Recurrido el proceso, la sentencia no se llevó a cabo y volvemos a tener noticias suyas cuando su barco fue empujado por fuertes vientos hasta las costas irlandesas donde naufragó. La mayoría de sus compañeros se ahogaron, siendo el caso más patético el de Don Diego Enríquez quien, cargado con pesadas monedas, que estaban cosidas a sus ropas, fue arrastrado bajo las aguas. Cuéllar, aunque no sabía nadar, fue arrojado a la orilla. Escapó tierra adentro en donde una anciana irlandesa le dio leche, y a duras penas evitó ser capturado por los soldados ingleses que ejecutaban a cuantos supervivientes encontraban. Días después él y otros supervivientes volvieron a toda prisa a la costa donde otro barco español había venido a recogerles. Cuéllar se retrasó a causa de una herida en una pierna y llegó cuando el barco ya se había ido. Sin embargo, unos días más tarde ese mismo barco naufragó en un lugar más alejado de la costa irlandesa y todos los que se hallaban a bordo se ahogaron. Una vez más Cuéllar volvió a dirigirse hacia el interior, siendo acogido por un cacique irlandés. Fueron rodeados por soldados ingleses pero se salvaron gracias a la táctica de Cuéllar. A Cuéllar le ofrecieron en matrimonio la hermana del cacique, pero, interesado en regresar a España, partió hacia la costa de Irlanda del Norte. Escapando a duras penas de las tropas inglesas en varias ocasiones, recibió ayuda del obispo católico de Derry, siendo llevado en barco hasta Escocia. Desde allí se comisionó un barco para llevarle a los territorios españoles de los Países Bajos. Al llegar, este barco se hundió también y, evitando ahogarse y a las tropas flamencas antiespañolas, consiguió llegar a salvo a Flandes. Su vívido relato de estos notables sucesos fue enviado a España y se guarda actualmente en el Archivo Histórico de Simancas.

UNIT 32

El punto de vista de un periodista

La pena capital es un tema que se presta a una amplia controversia. Algunos están a favor de ella basándose en que es un factor de disuasión y un control social sobre la violencia. Otros -entre ellos criminólogos y agentes de policía- creen que la certeza de la identificación del culpable es más relevante que la dureza del castigo cuando se trata de prevenir la delincuencia. En los Estados Unidos, según las estadísticas, el número anual de ejecuciones disminuyó de 155 durante los años 1930-34 a 26 entre 1961 y 1965. En Pennsylvania, en la primavera de 1995, tuvo lugar la primera ejecución que se producía en aquel estado en más de tres décadas. La técnica que se utilizó para poner fin a la vida de Keith Zettlemoyer fue una inyección letal. Esto parecía bastante más humano que los métodos tradicionales utilizados en los tiempos modernos, como la horca, la silla eléctrica, o la cámara de gas.

Howard Altman escribió un artículo que apareció en el 'Philadelphia City Paper' y estas son algunas de las ideas que el periodista expuso: 'No creo en la pena de muerte. No sirve como fuerza disuasoria ni es un castigo que pueda justificarse. Admito que podría verlo de otro modo si la víctima fuese alguien que me fuera muy querido, pero no he tenido que pasar por esa tragedia, lo cual me proporciona el lujo moral de oponerme a las ejecuciones. Pero eso no significa que no hubiera ido a ver morir a Zettlemoyer. Esto parece morboso, lo sé; una contradicción, incluso una hipocresía. Pero, si me hubiera organizado a tiempo, si hubiese tomado las medidas necesarias para estar en el sorteo como representante de los medios de comunicación social, lo habría hecho. Y, de haber sido seleccionado, hubiera ido a verlo. O, al menos, creo que habría ido a verlo. ¿Por qué? Esto lo discutí con mi jefe. Él me dijo que no habría nada que ver.'

A diferencia de la silla eléctrica, una inyección letal es algo aterradoramente apacible. Pero esa no era la cuestión para el periodista. Él pensaba que probablemente le habría dado náuseas, con independencia de cómo se liquidaba a aquel hombre. Sin embargo, también señalaba que el estar allí, el ser testigo de un acontecimiento histórico, el palpar, oler y andar por el lugar de la ejecución, se habría convertido en parte de su experiencia y de su recuerdo. Y llegó incluso a admitir que el poder escribir sobre ello era purificador, saludable y satisfactorio.

No obstante, la idea de una inyección letal para poner fin a la vida de un ser humano no es nueva. Está documentado que en la ley rabínica, por ejemplo, las ejecuciones se llevaban a cabo de la forma más humana posible. Al condenado se le daba un estupefaciente antes de morir. Y, para mostrar su compasión, los jueces estaban obligados a ayunar el día de la ejecución.

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