Sindicalismo y conflictividad obrera en España (siglo XX)

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Sindicalismo y conflictividad obrera

La expansión del sindicalismo

En las primeras décadas del siglo XX, el obrerismo organizado experimentó un aumento significativo de militantes sindicales, y las viejas federaciones de oficio fueron dejando paso a un nuevo sindicalismo de masas. Sin embargo, el sindicalismo obrero influyó poco en la vida política española. Tan solo en las zonas industrializadas, como Madrid, Barcelona, Asturias y el País Vasco, el número de obreros afiliados era superior al 20%, mientras que en el conjunto de España no llegaba al 5%.

El sindicalismo de base socialista, representado por la UGT, tuvo un crecimiento estable y su afiliación aumentó de 33.000 miembros, en 1902, a 119.000, en 1914, y a 240.000, en 1921. Ello fue debido fundamentalmente a la ausencia de una adscripción ideológica rígida, motivada por la intención de atraerse a los trabajadores que, sin ser militantes socialistas, rechazasen el anarquismo y su radical actitud en la lucha sindical. Su incidencia era mayor en Madrid y en el norte de España.

El nuevo siglo comenzó con un intenso ciclo de agitaciones obreras, que tuvieron una fase de ascenso hasta 1911 y, a continuación, un moderado descenso hasta 1917. La mayor incidencia del movimiento huelguístico tuvo lugar en Cataluña (donde se registró una cuarta parte de todas las huelgas del territorio español), seguida de Valencia, Andalucía, Asturias, Castilla, el País Vasco y Madrid. En 1902 tuvo lugar una huelga general en Barcelona, que se extendió a las comarcas industriales de Cataluña. En 1903 hubo huelgas en las zonas mineras de Vizcaya y Rio Tinto, que se repitieron en 1906 en Asturias y Bilbao.

En 1911 tuvo lugar un intento de huelga general revolucionaria en muchos puntos de España. La mayoría de estos conflictos tenían en común la voluntad de oponerse a la pérdida de capacidad adquisitiva de los obreros y al deterioro de las condiciones de trabajo. También se reclamaban la jornada laboral de ocho horas y el reconocimiento de los sindicatos y de su capacidad de negociación colectiva.

La fundación de la CNT

El impulso del anarquismo resultó muy importante en Cataluña, y sobre todo en Barcelona, donde sociedades obreras y sindicatos autónomos de inspiración anarquista crearon, en 1907, Solidaridad Obrera, una federación de asociaciones obreras de carácter apolítico, reivindicativo y favorable a la lucha revolucionaria.

Solidaridad Obrera contó con prensa propia, Tierra y Libertad y Solidaridad Obrera, y, en 1910, impulsó la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT).

El nuevo sindicato nació con el objetivo de extenderse por toda España y consiguió consolidarse como hegemónico en Cataluña, logrando también una fuerte implantación en Andalucía y Valencia.

La CNT se definía como revolucionaria y presentaba una ideología basada en tres presupuestos básicos:

  • La independencia del proletariado respecto a la burguesía y a sus instituciones (el Estado), por lo que se declaraba totalmente apolítico.
  • La necesidad de la unidad sindical de los trabajadores.
  • La voluntad de derribar al capitalismo, a través de la expropiación de los capitalistas.

La acción revolucionaria debería llevarse a cabo mediante huelgas y boicots hasta proceder a la huelga general revolucionaria. Sus líderes más representativos fueron Salvador Seguí, Ángel Pestaña y Joan Peiró. La evolución de la CNT sufrió notables altibajos; a un período expansivo le seguía otro de represión y clandestinidad, como sucedió en 1911, cuando, después de la huelga general de septiembre, el sindicato estuvo prohibido hasta 1914.

Legislación social y cultura obrera

La legislación laboral comenzó a tomar cuerpo a partir de 1900, conforme a la línea de reformismo social iniciada a finales del siglo anterior. Los diferentes gobiernos promulgaron leyes y reglamentos para regular la jornada de trabajo y las condiciones laborales, pero a menudo estas medidas fueron tímidas y de escaso cumplimiento. Esto último fue el resultado de la inexistencia de una inspección de trabajo realmente eficaz y de unos tribunales (magistraturas laborales) que pudiesen condenar a los infractores.

Frente a la indiferencia de las autoridades por la educación y el desarrollo cultural de los trabajadores, las organizaciones obreras empezaron a tomar conciencia de la necesidad de difundir la educación en su propio colectivo. Estaban convencidas de que, sin el cimiento de la cultura y la transformación de las conciencias, no podría llevarse a cabo la revolución y el cambio radical de la sociedad. Así, la educación y la cultura se convirtieron en instrumentos de liberación de la clase obrera y en una de las vías para la futura sociedad igualitaria.

Así fue como se impulsó la fundación de Ateneos Obreros por parte de los sectores más conscientes del proletariado. Se trataba de lugares de encuentro y reunión, donde se organizaban actividades de carácter lúdico además de muchas otras de carácter educativo: conferencias, clases de alfabetización, fomento de la lectura a través de las bibliotecas, etc. En los medios anarquistas surgieron propuestas educativas renovadoras, entre las que cabe destacar la Escuela Moderna creada por Francisco Ferrer y Guardia. Por su parte, el PSOE impulsó la creación de la Escuela Nueva, en 1911, y promovió el establecimiento de Casas del Pueblo (la de Madrid se fundó en 1908).

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