Self creativo adler

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Alfred Adler postula una única pulsión o fuerza motivacional detrás de todos nuestros comportamientos y experiencias. Con el tiempo, su teoría se fue transformando en una más madura, pasando a llamarse a este instinto, afán de perfeccionismo. Constituye ese deseo de desarrollar al máximo nuestros potenciales con el fin de llegar cada vez más a nuestro ideal. Es, tal y como ustedes podrán observar, muy similar a la idea más popular de actualización del self.

La cuestión es que perfección e ideal son palabras problemáticas. Por un lado son metas muy positivas, de hecho,¿no deberíamos de perseguir todos un ideal?. Sin embargo, en psicología, estas palabras suenan a connotación negativa. La perfección y los ideales son, por definición, cosas que nunca alcanzaremos. De hecho, muchas personas viven triste y dolorosamente tratando de ser perfectas. Como sabrán, otros autores como Karen Horney y Carl Rogers, enfatizan este problema. Adler también habla de ello, pero concibe este tipo negativo de idealismo como una perversión de una concepción bastante más positiva. Luego volveremos sobre el particular.

El afán de perfección no fue la primera frase que utilizó Adler para designar a esta fuerza motivacional. Recordemos que su frase original fue la pulsión agresiva, la cual surge cuando se frustran otras pulsiones como la necesidad de comer, de satisfacer nuestras necesidades sexuales, de hacer cosas o de ser amados. Sería más apropiado el nombre de pulsión asertiva, dado que consideramos la agresión como física y negativa. Pero fue precisamente esta idea de la pulsión agresiva la que motivó los primeros roces con Freud.
Era evidente que éste último tenía miedo de que su pulsión sexual fuese relegada a un segundo plano dentro de la teoría psicoanalítica. A pesar de las reticencias de Freud, él mismo habló de algo muy parecido mucho más tarde en su vida:
La pulsión de muerte.

Otra palabra que Adler utilizó para referirse a esta motivación básica fue la de compensación o afán de superación. Dado que todos tenemos problemas, inferioridades de una u otra forma, conflictos, etc.; sobre todo en sus primeros escritos, Adler creía que podemos lograr nuestras personalidades en tanto podamos (o no) compensar o superar estos problemas. Esta idea se mantiene inmutable a lo largo de su teoría, pero tiende a ser rechazada como etiqueta, por la sencilla razón de que parece que lo que hace que seamos personas son nuestros problemas.

Una de las frases más tempranas de Adler fue la protesta masculina. Él observaba algo bastante obvio en su cultura (y de ninguna manera ausente de la nuestra): los chicos estaban situados en una posición más ventajosa que las chicas. Los chicos deseaban, a veces de forma desesperada, que fuesen considerados como fuertes, agresivos o en control (masculinos) y no débiles, pasivos o dependientes (femeninos). Por supuesto, el tema es que los hombres son de alguna manera básicamente mejores que las mujeres. Después de todo, ellos tienen el poder, la educación y aparentemente el talento y la motivación necesarios para hacer grandes cosas y las mujeres no.

Todavía hoy podemos escuchar a algunas personas mayores comentando esto cuando se refieren a los chicos y chicas pequeños. Si un niño demanda o grita buscando hacer lo que quiere (¡protesta masculina!), entonces es un niño que reacciona de forma natural (o normal). Si la niña pequeña es callada y tímida, está fomentando su feminidad. Si esto ocurre con un chico, es motivo de preocupación, ya que el niño parece afeminado o puede terminar en mariquita. Y si nos encontramos con niñas asertivas que buscan hacer lo que creen, son marimachos y ya se buscará la manera de que abandone esa postura.

Pero Adler no creía que la asertividad masculina y su éxito en el mundo fuesen debido a una cierta superioridad innata. Creía más bien que los niños son educados para lograr una asertividad en la vida y las niñas son alejadas de este planteamiento. No obstante, tanto los niños como las niñas vienen al mundo con la misma capacidad de protesta. Dado que muchas personas malinterpretan a Adler al respecto, constriñen el uso de la frase.

La última frase que usó antes de plantear su afán de perfeccionismo, fue afán de superioridad. El uso de esta frase delata una de sus raíces filosóficas de sus ideas: Friederich Nietzsche desarrolló una filosofía que consideraba a la voluntad de poder el motivo básico de la vida humana. Aunque el afán de superioridad se refiere al deseo de ser mejor, incluye también la idea de que queremos ser mejores que otros, más que mejores en nosotros mismos. Más tarde, Adler intentó utilizar el término más en referencia a afanes más insanos o neuróticos

Otto Rank (1884-1939)otorgó un papel clave a la voluntad, con lo que soslayaba la participación exclusiva del inconsciente en el gobierno de la conducta. La voluntad fue definida como una organización positiva y orientadora que, a la vez integra y usa al sí-mismo de forma creativa, controlando e inhibiendo las pulsiones instintivas (Rank, 1936a, 158). En todo caso, Rank fue impreciso cuando se valíó de tal concepto, lo que ocasiónó cierta confusión, pues mientras por un lado la concibió como un impulso al servicio del yo, por otro la juzgó como un impulso del yo (Yalom, 1980).

Los conceptos nucleares rankianos fueron establecidos en el ensayo Técnica del psicoanálisis, cuya primera edición, compuesta por tres volúMenes, tenía como títulos respectivos La situación analítica ilustrada desde la técnica de la interpretación de los sueños (Rank, 1926), La reacción analítica en sus aspectos constructivos (Rank, 1929) y El psicoanálisis (Rank, 1931), obra que vio parcialmente la luz en lengua inglesa en 1936 con el título de Terapia de la voluntad, en cuyo prefacio se justifica la omisión del primer volumen dada la fidelidad del mismo al marco teórico freudiano, lo que no sucede en los dos restantes (Taft, 1935).

Implicaciones del modelo rankiano para el proceso terapéutico

La terapia, desde la concepción rankiana, constituye un encuentro humano tecnificado donde dos voluntades pugnan por imponerse una a la otra. Esto, que acontece en la fase inicial del proceso terapéutico, deberá ser paulatinamente modificado, para que así el paciente desarrolle una voluntad positiva, logro previo a la instauración de la voluntad creativa, genuina meta de la intervención. En ello, la porción consciente del analizado adquiere un gran protagonismo, al dar primacía a la voluntad sobre los determinantes inconscientes de la conducta. En tal marco, la intervención rankiana también supone concebir la relación transferencial de forma distinta a la técnica convencional clásica, al focalizar el trabajo terapéutico en las conflictivas presentes del sujeto y no en el pasado infantil.

El rechazo de Rank del inconsciente lo llevó a afirmar que conforma una entidad semejante a Dios y que exime al sujeto de sus responsabilidades y decisiones.

En cuanto al terapeuta, dice Rank (1936a), debe actuar con la mayor neutralidad posible, esto es, como un yo auxiliar del sujeto, al proyectar éste sobre él amor y fuerza, genuinos representantes psíquicos de los progenitores, resultando crucial tal labor para poner orden en el caos interno del paciente. En tal línea, para solventar los conflictos intrapsíquicos, el sujeto deberá renunciar a todos los modelos parentales, lo que le exigirá separarse emocionalmente del pasado, dando así paso al renacer de una nueva identidad ego-sintónica, caracterizada por la adopción de un papel activo frente a su destino, abandonando así el pasivo rol infantil del pasado. Todo ello se reflejará en la dinámica interna del proceso terapéutico, donde la creciente conducta participativa del paciente no habrá de percibirse como una resistencia de éste (Rank, 1936b), sino como una mayor aceptación de su self, tarea donde el insight cognitivo resultará insuficiente, debiendo forzosamente acompañarse de las oportunas vivencias emocionales. Este trabajo requerirá juzgar de forma distinta al yo, instancia psíquica cuyos ingredientes conscientes el terapeuta habrá de trabajar y fortalecer, lo que incidirá en el cambio progresivo de la dinámica intrapsíquica del paciente.

Desde esta óptica, el paciente será considerado un individuo sufriente y no un sujeto a merced de sus pulsiones, de ahí, por ejemplo, que Rank opte por la expresión temor a la muerte en lugar de pulsión de muerte, cuya génesis sitúa en el acto del nacimiento, primigenia vivencia que aboca en el proceso de individuación, que desencadena un profundo temor a la vida, frente al que el sujeto responderá alineándose bien al lado del Tánatos, que conduce a la disolución del ego, bien del Eros, que lleva a la reintegración de la totalidad perdida. Pues bien, una parcela que ilustra el profundo sentimiento de incompletud y desesperanza que arrastra el neurótico está en la interacción clínica, donde experienciará el doloroso conflicto de la individuación en la ruptura del vínculo que establezca con su analista (Rank, 1936a). El neurótico, haciendo uso de la identificación, buscará en el analista sus impulsos de vida, su voluntad creativa, debiendo éste asumir el desprecio puntual que siente hacia su analizado, procurando reconciliar al paciente con su yo escindido. Lo paradójico en tal labor es la marcada resistencia que expresa el neurótico, lo que explica dado su profundo temor al cambio, ya que esto no sólo lo coloca al lado de la vida, sino también más cerca de la muerte, lo que le aterroriza (Rank, 1936a).

Paulatinamente, el analista tiene que ir dejando de ser un yo auxiliar del individuo, colocando a éste en contacto con la realidad, de la que el neurótico no se sirve, al erigirse en creador de un entorno vital distinto. Tal forzado encuentro con la realidad exigirá la aceptación del sujeto con sus limitaciones y su inestabilidad emocional, ardua tarea donde deberá sopesar cuidadosamente los deseos personales con las demandas sociales.

De la veracidad de tal proceder terapéutico dio testimonio Mary Plowden, ex-paciente de Rank, que, en una entrevista realizada en 1979, le confesaba a Lieberman la gran energía que Rank irradiaba, a quien le había oído proferir que él no curaba la neurosis, sino que se servía de ella, tornando el proceso terapéutico en un viaje excitante para ambos participantes (Lieberman, 1980-1981).

Aspectos evolutivos en la aportación rankiana

Los aspectos evolutivos implicados en el concepto de voluntad fueron abordados por Rank en 1932, cuando vio la luz su ensayo Educación moderna, de cuyo capítulo tres, publicado en 1968 en la Revista de la Asociación O. Rank (JORA), nos servimos para ilustrar sus ideas nucleares. Advierte aquí sobre la profunda brecha que separa la educación parental de la que el niño recibe en la escuela, juzgando ambas prototipos de la pugna que enfrenta la voluntad negativa, representada mediante la enculturación, de la que tiene lugar en el entorno educativo, donde a su vez el infante padece un conflicto similar, al oponerse los dictados del docente al aprendizaje con otros (socialización).

En otro plano, señala el craso error de Freud y Adler al concebir la voluntad como un impulso vinculado a la sexualidad o a la tendencia compensatoria de los sujetos al sentimiento de inferioridad. Y es que Rank juzga la voluntad como un impulso positivo colocado al servicio del yo, dado el gobierno que ejerce sobre las pulsiones del sujeto, al contrario que la emoción, a la que concibe como un impulso negativo que bloquea al individuo.

Esta última idea, sin embargo, no encaja con el papel que Rank (1968) confiere a las emociones, a las que divide en aquellas que unifican la vida afectiva del sujeto (v. G., la sumisión y la culpa) de aquellas que la trastocan (v. G., ira y orgullo), lo que parece cuestionar el carácter negativo de las mismas.

Acerca del curso que seguirán tales emociones, alude a la voluntad negativa que el niño desplegará en los primeros años, dadas las restricciones parentales a las que se ve sometido, señalando que se le debe ayudar a forjar una voluntad positiva (desear lo que uno debe) y a adquirir una voluntad creativa (obtener lo que uno desea).

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