El Reinado de Isabel II (1833-1868)
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Política interior
Regencia de María Cristina (1833-1840).
Durante la Regencia de María Cristina se sentaron las bases del Estado liberal en España. Se promulgó la Constitución de 1837, de carácter progresista, y se llevaron a cabo importantes reformas, como la desamortización de Mendizábal.
Regencia de Espartero (1840-1843).
La Regencia de Espartero estuvo marcada por la inestabilidad política y social. Se produjo un levantamiento carlista en el País Vasco y Navarra, y se sucedieron las conspiraciones y pronunciamientos militares. En 1843, Espartero fue derrocado por un golpe de Estado.
Década Moderada (1844-1854).
La Década Moderada se caracterizó por el predominio político del Partido Moderado, liderado por Narváez. Se promulgó la Constitución de 1845, de carácter conservador, y se llevó a cabo una política centralista y autoritaria.
Aspectos destacables de la Década Moderada:
Política de obras públicas. El objetivo era facilitar el desarrollo industrial y urbano con la urgente reparación de los antiguos caminos y la construcción de nuevas comunicaciones e infraestructuras. Tuvo especial importancia durante el gobierno de Bravo Murillo (1851-1853). Podemos destacar la Ley de ferrocarriles, la de puertos, la canalización de las aguas del río Lozoya para abastecer a Madrid (Canal de Isabel II) y el Canal de Castilla.
La cuestión foral. El sistema constitucional y la concepción centralista del Estado chocaba de frente con el mantenimiento de los privilegios forales del País Vasco y Navarra. A pesar de ello a los moderados les convenía también atraerse a sectores significativos del carlismo y acabar con el problema latente; por esta razón se llegó a una solución de compromiso que acoplaba ambos sistemas con el real decreto de julio de 1844. Se proponía la pervivencia de los ayuntamientos forales y las juntas generales vasca y navarra, pero el sistema de aduanas se trasladaba a los Pirineos dependiendo del Estado
El bienio progresista (1854-1856).
La situación de crisis económica de los últimos años de la Década Moderada, la corrupción en la política económica y financiera y la dureza de la política del Gobierno generó un clima de malestar en amplios sectores liberales, incluidos muchos políticos moderados, radicalizando a su vez la oposición al ejecutivo. Es el único momento en que los progresistas acceden a formar gobierno y lo conseguirán, siguiendo la costumbre inaugurada durante el reinado de Fernando VII, mediante un pronunciamiento militar, dado que el sistema electoral censitario y manipulado impedía el acceso al poder de los Progresistas, conocido como la Vicalvarada.
Los protagonistas fueron los generales moderados O’Donnell, Dulce y Ros de Olano el 28 de junio de 1854 en Vicálvaro, donde se produjo una batalla contra las tropas del Gobierno de incierto resultado.
Los sublevados firmaron El Manifiesto de Manzanares en el que reclamaban una serie de reformas que les permitieron conseguir el apoyo de los Progresistas, a los que se sumaron el partido Demócrata y los Republicanos. El panorama se completa con levantamientos en las principales ciudades protagonizados por las clases populares. Por lo tanto lo que empezó siendo un alzamiento militar moderado terminó siendo un movimiento popular y progresista.
Ante esta situación el Gobierno dimitió y la reina entregó el poder a Espartero, que había regresado del exilio, que lo compartiría con O’Donnell y restauraría la Constitución de 1837.
Se elaboró una nueva constitución progresista que no llegó a promulgarse y se iniciaron políticas encaminadas a aumentar la participación y libertades ciudadanas.
En lo referente a las reformas progresistas merece mencionar:
Ley de Desamortización de Madoz (1856)que permitió la subasta pública de bienes de la Iglesia, Estado y ayuntamientos.
Ley General de Ferrocarriles (1855)por la que el Estado se convertía en el principal propulsor de la construcción de tendidos ferroviarios.
Ley de Bancos y Sociedades de Crédito (1856), fundamental para organizar un sistema bancario moderno y canalizar las grandes inversiones de capital extranjero que llegaba al país. Aparece El Banco de España (Antiguo Banco de San Fernando) como único con capacidad para emitir moneda.
El bienio se caracterizó por los sucesivos cambios de gobierno a causa de la difícil convivencia entre progresistas (encabezados por Espartero) y Unionistas (encabezados por O’Donnell).
El bienio finaliza cuando O’Donnell deja de apoyar a Espartero y crea una nueva vía política, la Unión Liberal, que nace como partido de centro con intención de salvar las diferencias entre moderados y progresistas.
O’Donnell fue el que puso fin al periodo que él había iniciado con un nuevo golpe de fuerza aprovechando los motines que en varias ciudades había provocado la carestía de alimentos La epidemia de cólera (1854),. Fueron sofocados con energía para restablecer el orden público y suprimidas las Milicias Nacionales. Espartero se negó a esta represión y dimitió; quedando la reina como árbitro de la situación encargó a O’Donnell formar gobierno. Este volvió a poner en vigor la Constitución de 1845.
El final del reinado (1856-1868).
Se caracterizó por la alternancia en el poder del partido moderado de Narváez (1856-1858) y la Unión Liberal de O’Donnell (1858-1863), que gobiernan con la restaurada constitución de 1845. Este reparto del poder dejaba fuera de juego político tanto a los progresistas como al Partido Demócrata, que desde 1849 se había escindido como ala izquierda del progresismo teniendo como puntos principales de su programa el sufragio universal y la intervención del Estado en el campo de la asistencia social.
Destaca el llamado Gobierno largo de O’Donnell (1858-1863). Se conoce con este sobrenombre por la excepcionalidad de su duración frente a los efímeros gobiernos que se sucedieron durante el reinado de Isabel II. Este gobierno proporcionó orden público, prosperidad económica y una política exterior de prestigio. El gobierno de la Unión Liberal buscaba encontrar un término medio entre inmovilismo y revolución, para ellos llevó a cabo algunas reformas, como la de la Constitución de 1845 ampliando el sufragio e iniciando una muy tímida descentralización.
Se reactiva la participación de España en la política internacional buscando un prestigio perdido. Ejemplos de ello son las intervenciones militares en Marruecos, Sudamérica e incluso en Indochina. En la mayor parte de los casos no pasaron de ser aventuras militares que contentaron a los militares y acompañaron la euforia que en este momento de bonanza económica vivía el país. Estas expediciones no hicieron sino confirmar la débil posición internacional de España a expensas de nuestros aliados franceses e ingleses.
Entre 1863 y 1868 se suceden gobiernos conservadores apoyados por una Isabel II cada vez más desprestigiada y cuyo único objetivo claro es el mantenimiento del poder a base de medidas represivas. A la crisis política se sumó la mala situación económica a partir de 1866 y el descontento social.
Progresistas y demócratas, imposibilitados de acceder al gobierno en virtud de una ley electoral que aseguraba la continuidad en el poder del partido moderado, terminaron firmando el pacto de Ostende que rechazaba el régimen isabelino y se comprometía a la convocatoria de unas cortes constituyentes. Además las grandes figuras de la era isabelina, O´Donnell y Narváez, fallecen en 1867 y 1868 respectivamente. El nuevo líder de la Unión Liberal, el general Serrano se une a los conspiradores sumándose al pacto de Ostende y la reina se queda ya sin su último apoyo.
El 19 de septiembre de 1868, se inicia en Cádiz un pronunciamiento militar de la mano del almirante Topete, secundado por los generales Serrano y Prim y las Juntas Revolucionarias. Al grito de “España con honra” y “Abajo los Borbones”, la revolución conocida como “La Gloriosa” triunfó, dando paso a un nuevo liberalismo. Días después