Pueblos que invadieron el Imperio carolingio
Enviado por Programa Chuletas y clasificado en Historia
Escrito el en español con un tamaño de 12,37 KB
TEMA 4. EL FIN DEL MUNDO ANTIGUO. LA 1ª OLEADA DE INVASIONES. Siglos IV-V
Entre los siglos IV y VI, una serie de pueblos que durante mucho tiempo habían vivido junto a las fronteras del Imperio Romano —y con el cual muy a menudo habían establecido formas de convivencia o de alianza— migraron a su interior tras la irrupción en sus territorios de nuevas poblaciones provenientes de las estepas euroasiáticas, y también movidos por otros factores de naturaleza económica, política y militar. Sus migraciones llevaron a la desaparición del Imperio en Occidente y a la formación en sus antiguas posesiones occidentales de nuevos reinos, los Reinos Bárbaros de Occidente, de desigual fortuna.
3.1.- ¿QUIÉNES SON LOS BÁRBAROS?
Durante toda la época Tardo-Antigua, a lo largo de las fronteras septentrionales y orientales —el limes— del Imperio, se vivíó una situación de conflictividad endémica entre las guarniciones militares romanas y las gentes asentadas fuera de estas fronteras, los “Bárbaros”, expresión con la que se designaba a una gran diversidad de pueblos, con marcadas diferencias entre unos y otros, cuyo elemento en común era el de no ser Romanos. Se trataba de un término con fuertes connotaciones negativas, de origen onomatopéyico, que, primero en la Grecia Clásica, y más tarde en el mundo romano, indicaba en modo despreciativo a aquellos que no hablaban el griego o el latín si no otras lenguas consideradas ridículas e incomprensibles, representadas por la expresión “bar-bar”. Precisamente por este sentido despectivo que tuvo en su momento, la palabra Bárbaro sólo la podemos usar en la actualidad si la privamos de sus connotaciones originales, utilizándola, en un sentido historiográfico o “técnico”, para indicar a una galaxia de pueblos con una identidad étnica fluida, en construcción. Este uso concreto y específico ha sido sugerido por la más reciente historiografía con objeto también de contestar a las interpretaciones de sello nacionalista surgidas a partir del siglo XIX, especialmente en el ámbito alemán, donde, con relación a los pueblos germanos, se dio la vuelta al cliché negativo de “Bárbaros”. Efectivamente, los pensadores alemanes del Siglo XIX, ocupados en la construcción nacional alemana, consideraban a los Germanos como un pueblo único (volk) articulados en varias tribus (Stämme) a partir de los cuales habrían surgido los alemanes de su época. Hoy en día, en los inicios del Siglo XXI, esta hipótesis aparece como extremadamente reductiva, ya que las tribus bárbaras, fueran germanas o de otros orígenes (sármatas, escitas, hunos), no tenían una única identidad étnica o cultural, si no que, más bien, eran grupos bastante heterogéneos. Sólo muy lentamente, estas tribus consiguieron constituirse como pueblos, a través de un proceso histórico que ha sido definido como “etnogénesis”, es decir, la formación y la continua redefinición de identidades étnicas en función de elementos de naturaleza cultural.
3.2.- LA IRRUPCIÓN DE LOS BÁRBAROS EN LOS TERRITORIOS DEL Imperio
Si aceptamos la imagen de los pueblos bárbaros propuesta por los estudiosos de las etnogénesis, ya no podemos recurrir a las interpretaciones que describían las irrupciones en el territorio imperial como un choque imprevisto entre romanidad y mundo barbárico. Interpretaciones, especialmente de historiadores franceses o italianos, que se sintetizaban con el nombre de “invasiones bárbaras”, el cual subrayaba la regresión de la civilización causado por este impacto entre mundos diversos, mientras que los historiadores alemanes hablaban de “migraciones de pueblos” para poner en evidencia la aportación positiva de las tribus germánicas en el desarrollo de la historia europea.
Las relaciones entre Bárbaros y Romanos fueron bastante intensas al menos a partir del siglo II.
A partir del siglo III, fueron muchos los guerreros bárbaros contratados en el ejército romano, llegando incluso algunos a ocupar puestos importantes en la jefatura militar. El delicado equilibrio entre Romanos y Bárbaros entró en crisis a partir de la segunda mitad del siglo IV, con el debilitamiento político y económico del Imperio. En este nuevo contexto algunos pueblos bárbaros comenzaron a atravesar militarmente el limes, no ya, como había sido frecuente en ocasiones anteriores, para llevar a cabo incursiones de saqueo (razzias), si no para crear asentamientos estables. Fueron muchos los factores que determinaron este nuevo proceso. Entre ellos, que los Bárbaros eran conscientes de la vulnerabilidad de las defensas militares romanas en las fronteras, muchas de ellas dejadas en manos de soldados de origen bárbaro.
Además, los Bárbaros asentados a lo largo del limes, estaban siendo empujados por otras tribus que, procedentes de Oriente, migraban hacia Occidente a causa, sobre todo, de la irrupción de los Hunos, un amplio grupo de guerreros nómadas que provénían de las estepas de Asía central. Estos desplazamientos en cadena causados por la llegada de los Hunos, afectaron especialmente a los Godos, nombre con el que se englobaba a una serie de tribus nómadas que desde el siglo III se habían establecido en varios territorios entre el Danubio y el Mar negro. Estas tribus dieron lugar a dos grandes reagrupaciones: los Tervingios-Vesi, asentados más hacia Occidente, Visigodos y los Greutungios-Ostrogodos, acantonados más hacia Oriente y conocidos como Ostrogodos.
Fueron justamente los Visigodos los que dieron inicio a una nueva época en las relaciones entre Romanos y Bárbaros. Efectivamente, una vez obtenida la autorización del emperador Valente para cruzar la frontera y atravesar a la orilla derecha del Danubio, grupos de guerreros visigodos comenzaron a devastar las regiones de los Balcanes meridionales, hasta que el mismo emperador se vio obligado a afrontarlos con su ejército en campo abierto, cerca de la ciudad de Adriánópolis, en 378. Y aquí sucedíó lo impensable: el ejército imperial romano fue derrotado, muriendo el mismo emperador en la batalla. La derrota de Adriánópolis tuvo una enorme repercusión, provocando una nueva estrategia de contención frente a los Bárbaros. Los emperadores tomaron buena nota de que no podían bloquearlos militarmente, y adoptaron una política pragmática, utilizando dos viejas herramientas del aparato imperial reformadas para la ocasión, la hospitalitas y la foederatio
. El sistema de la hospitalitas prevéía la concesión de un tercio de las tierras (o de los impuestos recaudados) de una determinada regíón a los pueblos bárbaros que declaraban fidelidad al Imperio y proporcionaban un apoyo militar, aunque permaneciendo independientes. El sistema de la foederatio, prevéía una alianza en sentido estricto (foedus), a cambio de una compensación. Sin embargo, el intento de encuadrar a los pueblos bárbaros en el interior del Imperio no tuvo éxito. Los mismos Visigodos, que tras la batalla de Adriánópolis habían sido nombrados foederati de los emperadores de Oriente, al ver que los pactos no se cumplían, reiniciaron con sus incursiones devastadoras, siendo la más dramática la que en 410, al mando de su rey Alarico I, les llevó a saquear Roma, la capital del Imperio. Más tarde, muerto Alarico, abandonaron la península italiana y se dirigieron a la Galia, donde se asentaron, tras firmar un nuevo foedus, en Aquitania (suroeste de la Galia), a cambio de aplastar una serie de rebeliones internas y de someter a otros pueblos bárbaros que se habían establecido en Hispania.
Pocos años antes del saqueo de Roma, el Imperio había sido sacudido por otra onda migratoria. En el invierno del 406-407 la frontera que supónía el río Rin fue franqueada por numerosas tribus, en las que los guerreros iban acompañados por todo su pueblo; entre otros, cruzaron el Rin helado, Suevos, Vándalos, Alanos y Burgundios. Penetrando en los territorios de la Galia, estas tribus se enfrentaron con los Francos y los Alamanes, federados del Imperio, a los que se les había confiado la frontera renana. Mientras que los Burgundios consiguieron asentarse en la Galia centro-meridional, Vándalos, Suevos y Alanos fueron forzados por Francos y Alamanes a atravesar los Pirineos, asentándose en Hispania. Sin embargo, muy pronto los Visigodos, se enfrentaron con ellos, en primer lugar, como federados del Imperio, a cambio, como hemos visto, del acuerdo firmado en 418; en segundo lugar, un siglo más tarde, cuando ellos mismos fueron expulsados de gran parte de la Galia por los Francos (507) y se desplazaron definitivamente a la Península Ibérica. Mucho más organizados desde el punto de vista militar que el resto de los pueblos Bárbaros, los Visigodos consiguieron crear un dominio estable sobre gran parte de Hispania, exterminando a los Alanos, expulsando a los Vándalos al Norte de África, donde estos consiguieron crear un reino estable alrededor de Cartago, y arrinconando a los Suevos en la Gallaecia, en la cual estos últimos consiguieron crear un reino que, finalmente fue absorbido por el reino Visigodo de Toledo a finales del siglo VI.
A lo largo del siglo V, y ante la acuciante necesidad de defensa de otras provincias más centrales, el territorio más septentrional del Imperio, la Britannia, fue abandonada por el ejército romano a su propia suerte, sufriendo los ataques de los Pictos, ubicados en los territorios de la actual Escocia. Para intentar frenar estas razzias, los britanos favorecieron el desembarco en sus territorios de poblaciones germánicas con las cuales ya habían tenido contacto con anterioridad y a las que esperaban poder controlar dentro del marco de la foederatio, fracasando el sistema. Efectivamente, desde las costas de las actuales Dinamarca y Polonia septentrional, atravesaron el canal de la Mancha los Jutos, y los Anglos, y otras tribus al mando de los Sajones, asentados en la orilla Este del Rin. Tras numerosos desembarcos, desde mediados del siglo V y durante todo el siglo VI, arrinconaron a los Britanos en las penínsulas más occidentales de la isla (Cornualles, Gales), creando asentamientos estables.
A mediados del siglo V, las regiones de la Europa Central sufrieron nuevas y dramáticas incursiones protagonizadas por los Hunos, que finalmente habían llegado a las puertas de un ya maltrecho Imperio. Bajo el mando de Atila, alcanzaron Italia, deteniéndose en las cercanías de Roma. Del repentino freno del avance huno se le ha adjudicado el mérito al papa León I, fue la ingente cantidad de oro y bienes que el papa le ofrecíó lo que hizo desistir al soberano huno de la conquista de la “Ciudad Eterna”. Cuando en 476 el último emperador de Occidente, Rómulo, apodado por su joven edad “Augústulo”, fue depuesto y sustituido por Odoacro, un oficial mitad esciro mitad huno, los territorios occidentales del Imperio estaban casi completamente en manos de las tribus bárbaras. Odoacro era el jefe militar de un conglomerado multiétnico (del que tal vez sobresalían los hérulos) y, como otros jefes germanos, asumíó el título de rey (rex). Los emperadores de Oriente no se resignaron fácilmente ante esta situación, y pensaron que podrían recuperar Italia utilizando, de nuevo, el sistema de la foederatio, es decir, favoreciendo el asentamiento de una población aliada. De esta manera, el emperador Zenón acudíó a los Ostrogodos quienes, al mando de su rey Teodorico, irrumpieron a partir de 488 en la Península Itálica, arrasando el dominio de Odoacro.
Al final del siglo V, en lo que había sido la pars occidentalis del Imperio se habían afirmado una serie de reinos relativamente estables, que los historiadores suelen definir reinos romano-bárbaros, para subrayar que su carácterística más reséñable es su original fusión entre la tradición político-institucional romana y la organización social de los pueblos bárbaros.