La prosa de principios de siglo: ensayos y narraciones

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La prosa de principios de siglo

La prosa es cada vez menos el vehículo de narraciones en sentido clásico, las fronteras genéricas empiezan a ser difusas. La prosa ensayística sirve de cauce a las inquietudes sociales y existenciales de los nuevos escritores. Aparece el término intelectual, que es como se le llama al escritor que tiene una importante función político-social, entre estos se incluyen los de orientación socialista y anarquista, y los regeneracionistas, que pretenden dar respuesta a la situación de crisis de la sociedad española finisecular. Es característico en ellos la utilización de metáforas biológicas que hablan de España como cuerpo enfermo o cadáver que es preciso regenerar, resucitar o remediar. Para ello harán falta medicinas (metáfora que simboliza las reformas) o incluso la intervención de un cirujano de hierro (un dictador). Un autor muy representativo de esta corriente crítica fue Joaquín Costa, a medio camino entre esta y la literatura decadente de fin de siglo está Ángel Ganivet. Un autor representativo del socialismo fue Ramiro de Maetzu y un partidario, en un principio, de las ideas anarquistas, que más tarde se convirtió en diputado del Partido Conservador fue Azorín.

Características de la prosa

Las obras de este último autor se caracterizan por el individualismo escéptico, un acusado intelectualismo y una visión literaturizada de la vida, en ambiente de resignación melancólica, angustia ante el paso del tiempo y profundo hastío vital. Estilísticamente, su prosa es muy significativa, por que significó una ruptura absoluta con la estética realista. Casi se puede hablar de una disolución de la novela tradicional por la ausencia de hilo narrativo, la disgregación estructural, la tendencia al intelectualismo… Se trata de un discurso fragmentario, rasgo que se relaciona con el deseo azoriniano de anular el tiempo y la acción. Por lo tanto predomina lo descriptivo sobre lo discursivo. La de Azorín es una prosa sencilla en la que predominan los períodos sintácticos breves, las fronteras entre narración y ensayo quedan desdibujadas. Entre sus ensayos también los encontramos de crítica literaria. La prosa de principios de siglo se enriqueció al dar cabida a lo ensayístico, a lo aforísico, a la descripción paisajística, al lirismo intimista y también a la narración propiamente dicha. Se puede hablar de una prosa impresionista que hace uso de la “pincelada rápida” que evoca lo descrito y la tendencia a lo inconcluso, a lo fragmentario, a lo no definitivo. La realidad aparece diluida en un trasfondo de las experiencias subjetivas o de los problemas de conciencia. En las obras de estos autores aparecen temas comunes como el voluntarismo frente a la abulia, pasión frente a la inteligencia, problemas de personalidad, frustraciones eróticas, críticas sociales diversas… Las novelas se pueblan, así, de protagonistas abúlicos, insatisfechos e inadaptados; y, a su lado, como contrapeso y como probable consecuencia del influjo de las ideas de Nietzsche, abundan los personajes en los que predomina la voluntad y la acción: aventureros, arrogantes, amantes del peligro. Se advierte cierta continuación con el Naturalismo. Así ocurre en uno de los autores más leídos de la época, Vicente Blasco Ibáñez. La continuidad entre el Naturalismo radical, actitudes políticas revolucionarias, bohemia y Modernismo es aún más clara en escritores como Alejandro Sawa o en los autores de la novela galante o erótica: Felipe Trigo, Eduardo Zamorais, Antonio de Hoyos y Vinent, etc.

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