Prometeo Encadenado: El Castigo de un Dios por la Humanidad

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PROMETEO ENCADENADO


FUERZA


Estamos llegando al suelo de una tierra lejana, en la frontera escita, lugar desierto no hollado nunca por seres humanos. Así que, Hefesto, ya debes ocuparte de las órdenes que te dio tu padre: sujetar fuertemente en estas altas y escarpadas rocas a este bandolero mediante los irrompibles grilletes de unas fuertes cadenas de acero. Porque tu flor, el fulgor del fuego de donde nacen todas las artes, la robó y la entregó a los mortales. Preciso es que pague por este delito su pena a los dioses, para que aprenda a soportar el poder absoluto de Zeus y abandone su propensión a amar a los seres humanos.

HEFESTO


Fuerza y Violencia, la orden que a ambos Zeus os diera llega a su fin y ya nada os detiene. Pero yo carezco de audacia para encadenar con violencia a una deidad que es mi pariente a este precipicio tempestuoso. No obstante, es forzoso de todo punto que yo tenga arrojo para realizarlo, que es grave el andar remiso en cumplir las órdenes de mi padre.
¡Oh tú, muy inteligente hijo de Temis -autora de buenos consejos-, aunque ni tú ni yo lo queramos, voy a clavarte con cadenas de bronce imposibles de desatar a esta roca alejada de los seres humanos, donde ni voz ni figura mortal podrás ver, sino que, abrasado por la brillante llama del sol, cambiarás la ñor de tu piel! Placentero será para ti, cuando la noche cubra la luz con su manto de estrellas y que el sol evapore el rocío del amanecer. Pero siempre te consumirá el dolor del tormento de continuo presente, pues aún no ha nacido el que ha de librarte.
¡Esto has sacado de tu inclinación a la humanidad! Sí. Eres un dios que, sin encogerte ante la cólera de los demás dioses, has dado a los seres humanos honores, traspasando los límites de la justicia. Por eso montarás guardia en esta roca desagradable, siempre de pie, sin dormir, sin doblar la rodilla. Muchos lamentos y muchos gemidos proferirás inútilmente, que es inexorable el corazón de Zeus y riguroso todo el que empieza a ejercer el poder.

FUERZA


¡Vamos! ¿Por qué tardas y te apiadas en vano? ¿Por qué no aborreces al dios más odiado por todos los dioses, al que entregó a los mortales tu privilegio?

HEFESTO


Tiene mucha fuerza el parentesco al que se une el trato amistoso.

FUERZA


Estoy de acuerdo. ¿Pero de qué modo será posible desobedecer las órdenes de tu padre? ¿No temes más eso?

HEFESTO


¡Siempre has sido un ser despiadado y falto de escrúpulos!

FUERZA


Porque no tiene ningún remedio llorar por éste. No te esfuerces tú en vano en lo que no produce ningún provecho.

HEFESTO


¡Ay, oficio mío!, ¡cuánto te odio!

FUERZA


¿Por qué lo odias? Porque, en resumen, tu oficio no tiene la culpa de tu pena actual.

HEFESTO


Con todo, hubiera debido tocarle a otro cualquiera.

FUERZA


Todo es molesto, salvo imperar sobre los dioses, porque no hay nadie realmente libre, excepto Zeus.

HEFESTO


Lo sé. Nada tengo que objetar a eso.

FUERZA


Date prisa, entonces, en encadenarlo, para que tu padre no vea que andas reacio.

HEFESTO


Ya puede ver la cadena en mis manos.

FUERZA


Cuando le hayas atado los brazos, dale al martillo con toda tu fuerza y déjalo clavado a las rocas.

HEFESTO


Mi tarea, y no en balde, llega a su fin.

FUERZA


Golpea con más fuerza. Apriétalo bien. No lo dejes flojo por ningún lado, pues es astuto para hallar salida incluso cuando es imposible.

HEFESTO


Este codo ha quedado sujeto de modo que es imposible que se desate.

FUERZA


Ahora, asegura este otro también, para que aprenda que a pesar de ser sabio es más torpe que Zeus.

HEFESTO


Nadie podría hacerme con justicia reproches, excepto éste.

FUERZA


Ahora, con fuerza, clávale el pecho de parte a parte con la fiera mandíbula de una cuña de acero.

HEFESTO


¡Ay, Prometeo, gimo por tus penas!

FUERZA


¿Andas vacilando y profieres gemidos por un enemigo de Zeus? ¡Ten cuidado, no sea que un día gimas por ti mismo!

HEFESTO


Tienes a la vista un espectáculo penoso de ver.

FUERZA


Lo que veo es que éste está teniendo su merecido. ¡Vamos! Colócale un cincho en torno a los flancos.

HEFESTO


Forzoso es hacerlo. ¡No me instigues tanto!

FUERZA


¡Te instigaré y, además de eso, te azuzaré! ¡Baja ahora aquí! ¡Sujétale las piernas con fuerza con unas anillas!

HEFESTO


Ya está hecho este trabajo sin demasiado esfuerzo.

FUERZA


Golpea ahora con fuerza esos grilletes bien apretados, que es muy severo el juez de tus trabajos.

HEFESTO


Conforme a tu figura, habla tu lengua.

FUERZA


Tú ablándate; pero no me reproches ni la firmeza ni lo áspero de mi carácter.

HEFESTO


Vámonos, que ya tiene entre redes sus miembros.

FUERZA


Obra aquí ahora con insolencia. Roba a los dioses sus privilegios y entrégaselos a seres efímeros. ¿Qué sufrimiento de éstos te pueden quitar los mortales? Prometeo te llaman los dioses, pero usan un nombre que no te cuadra, ya que careces de previsión para ver de qué modo te librarás tú solo de este artificio.

PROMETEO


¡Oh divino éter y vientos de rápidas alas, fuentes de los ríos, abundante sonrisa de las olas marinas! ¡Y tú, tierra, madre universal! ¡También invoco al disco del sol, que todo lo ve! ¡Ved qué sufrimientos padezco -¡yo, que soy un dios!- impuestos por las deidades! ¡Mirad con qué clase de ultrajes desgarradores he de luchar penosamente por un tiempo de infinitos años! ¡Tal es la infame condena que inventó contra mí el nuevo jefe de los felices! ¡Ay, ay! ¡Me lamento por el presente y futuro dolor! ¿De qué modo algún día debe surgir el fin de estas penas? ¿Pero qué digo? Sé de antemano con exactitud todo el futuro, y ningún daño me llegará que no haya previsto. Debo soportar del modo más fácil que pueda el destino que tengo asignado, porque conozco que es invencible la fuerza del Hado. Pero no me es posible ni callar ni dejar de callar este infortunio, pues -¡desgraciado de mí!- por haber facilitado un privilegio a los mortales, estoy bajo el yugo de estas cadenas.
Sí. Dentro de una caña robé la recóndita fuente del no fuego que se ha revelado como maestro de todas las artes y un gran recurso para los mortales. Y por esta falta sufro el castigo de estar aherrojado mediante cadenas a cielo abierto.
¡Ah, ahí! ¿Qué rumor, qué perfume invisible ha llegado volando hasta mí? ¿Viene de un dios, de un mortal o de un ser mixto de ambos, que ha llegado hasta el peñascal del fin del mundo? ¿Viene a contemplar mis penas o qué es lo que quiere? ¡Vedme aquí encadenado: a un dios desdichado enemigo de Zeus! Me he concitado la aversión de todos los dioses que tienen acceso al palacio de Zeus por mi amor excesivo a los mortales.
¡Ay, ay! ¿Qué aleteo de aves estoy escuchando cerca de mí? Hay en el aire un suave silbo de batir de alas. ¡Horror me causa cuanto se me acerca!

CORO


Estrofa 1.a


Nada temas, porque es amiga esta bandada que, rivalizando en ligereza de vuelo. Ileso a este peñasco, luego de persuadir a duras penas el corazón de nuestro padre. Nos han traído las auras veloces. El eco de golpe sobre el acero penetró en el fondo de mi caverna y disipó la gravedad de mi pudor, así que, descalza, me puse en camino en mi carro alado.

PROMETEO


¡Ay, ay, ay, ay! Nacidas de Tetis, la muy fecunda, hijas de Océano cuya insomne corriente gira incesante abrazando en círculo la tierra entera, ved. Contemplad con qué cadenas sujeto a la cima rocosa de este precipicio. He de hacer una guardia que no excitaría la envidia de nadie.

Antístrofa 1.a


CORO


Viéndote estoy, Prometeo, y una niebla medrosa preñada de lágrimas ha nublado mis ojos al ver marcarse tu cuerpo en la roca con ese ultraje de estar atado con nudos de acero. Sí; nuevos pilotos tienen el poder en el Olimpo; y con nuevas leyes, sin someterse a regla ninguna. Zeus domina y, a los colosos de antaño, ahora él los va destruyendo.

PROMETEO


¡Ojalá que él me hubiera arrojado bajo la tierra, más hondo que el Hades que acoge a los muertos al Tártaro sin salida, luego de haberme atado de modo feroz con lazos que no se pudieran soltar, para que ningún dios ni otro ser alguno hubiera gozado con este espectáculo! Ahora, en cambio, sufro -¡ay de mi desgraciado!- ser un cuerpo a merced del viento, ¡una irrisión para mis enemigos!

Estrofa 2.a


CORO


¿Qué dios tendrá un corazón tan insensible que disfrute con esto? ¿Quién no comparte la indignación por tus desgracias, aparte de Zeus? Su rencor incesante ha hecho inflexible su mente y somete a su arbitrio a la estirpe de Urano, y no acabará hasta que sacie su corazón o hasta que alguien con mano astuta le arrebate su imperio inexpugnable.

PROMETEO


Pues bien, todavía, aunque yo esté sufriendo infamante tortura preso en estos potentes lazos, va a necesitarme el rey de los dioses, para que yo le revele no un nuevo proyecto en virtud del cual será despojado de cetro y honores. Mas ni siquiera con los ensalmos dulcemente armoniosos de Persuasión me ablandará, ni por horror de sus duras conminaciones voy a denunciarlo antes de que él consienta en soltarme de estas feroces cadenas y en sufrir el castigo por este ultraje.

Antístrofa 2.a


CORO


Tú, siempre audaz, en nada cedes, incluso en medio de amargos dolores; antes, al contrario, usas un lenguaje demasiado libre. Penetrante miedo ha sobresaltado mi corazón. Temo por tu suerte y me pregunto de qué modo un día debes llegar a puerto seguro para ver el fin de estas penas, pues el hijo de Crono tiene un carácter inaccesible y un corazón inexorable.

PROMETEO


Sé que es duro y que dispone a su capricho de la justicia. No obstante, algún día mitigará sus decisiones, cuando se sienta ultrajado de esa manera. Y cuando haya calmado su crudo rencor, llegará presuroso a la amistad y alianza conmigo, que también estaré pronto a ello.

CORIFEO


Revélanos todo y danos a conocer por qué delito te apresó Zeus y así te maltrata deshonrosa y amargamente. Cuéntanoslo, a menos que con tu relato recibas alguna molestia.

PROMETEO


Incluso decirlo me es doloroso, pero callar es un dolor, una desgracia, de todas formas. Tan pronto empezaron a airarse los dioses y a levantarse entre ellos discordia -porque los unos querían derrocar a Crono de su poder, con el fin de que Zeus reinara, mientras que otros, por el contrario, ponían su interés en que nunca Zeus tuviera imperio sobre los dioses-, en ese momento yo decidí convencer de lo mejor a los Titanes, a los hijos de Urano y de Tierra, pero no pude. Con su forma de pensar violenta despreciaron mis sutiles recursos, y creyeron que por la fuerza sin dificultad se harían los amos. Pero mi madre -Temis y Tierra, única forma con muchos nombres-, no una vez sola había predicho de qué manera se cumpliría el porvenir: que no debíamos vencer por la fuerza ni con violencia a quienes se nos enfrentaran, sino con engaño.
Cuando con mis palabras yo les expuse tal predicación no se dignaron siquiera considerarlo. Me pareció entonces que, en esas circunstancias, era lo mejor tomar a mi madre como aliada y de grado ponerme de parte de Zeus, que lo deseaba; y, por mis consejos, el tenebroso, profundo abismo del Tártaro cubre al viejo Crono y a sus aliados. Y después que el rey de los dioses obtuvo de mí tal beneficio, me ha recompensado con este castigo cruel. Sí, en cierto modo ése es un mal de la tiranía: no confiar en los propios amigos.
Lo que preguntáis, la causa por qué me atormenta, os la aclararé. Tan pronto como él se sentó en el trono que fue de su padre, inmediatamente distribuyó entre las distintas deidades diferentes fueros, y así organizó su imperio en categorías, pero no tuvo para nada en cuenta a los infelices mortales; antes, al contrario, quería aniquilar por completo a esa raza y crear otra nueva. Nadie se opuso a ese designio, excepto yo. Yo fui el atrevido que libré a los mortales de ser aniquilados y bajar al Hades. Por ello, estoy sometido a estos sufrimientos, dolorosos de padecer, compasibles cuando se ven. Yo, que tuve compasión de hombres, no fui hallado digno de alcanzarla yo mismo, sino que sin piedad de este modo soy corregido, un espectáculo que para Zeus es infamante.

CORIFEO


Prometeo, tendría de hierro el corazón y él mismo estaría hecho de piedra quien por tus penas no compartiera contigo su indignación. No hubiera querido yo verlas, pues cuando las vi el corazón se me partió.

PROMETEO


Sí. Inspiro piedad a mis amigos sólo de verme.

CORIFEO


¿Fuiste acaso aún más lejos?

PROMETEO


Sí. Hice que los mortales dejaran de andar pensando en la muerte antes de tiempo.

CORIFEO


¿Qué medicina hallaste para esa enfermedad?

PROMETEO


Puse en ellos ciegas esperanzas.

CORIFEO


¡Gran beneficio regalaste con ello a los mortales!

PROMETEO


Y además de esto les concedí el fuego.

CORIFEO


¿Y tienen ahora la roja llama del fuego los seres efímeros?

PROMETEO


Gracias a él aprenderán numerosas artes.

CORIFEO


Por esos delitos, Zeus...

PROMETEO


...me martiriza y en modo alguno afloja mis males.

CORIFEO


¿No se ha fijado con antelación el punto en que ha de acabar tu tormento?

PROMETEO


No hay ningún otro, sino cuando a Zeus le parezca bien.

CORIFEO


¿Y cómo va a parecerle bien? ¿Qué esperanza hay de ello? ¿No ves que faltaste? Pero no es de placer para mí decir que faltaste, y para ti es doloroso. Dejemos eso. Busca alguna liberación de la prueba que sufres.

PROMETEO


Es cosa fácil para el que está libre de penas aconsejar y hacer reflexiones a los que sufren. Bien sabía yo todo eso. De grado, de grado falté. No voy a negarlo. Por ayudar a los mortales, encontré para mí sufrimientos. Sin embargo, no me imaginaba que habría de consumirme en este roquedal escarpado, en esta desierta cima rocosa.
No lloréis mis presentes dolores. Bajad al suelo y escuchad los infortunios que se aproximan reptando hacia mí, para que os enteréis de todo hasta el fin. Convencíos y hacedme caso: sufrid con quien sufre en este momento, pues esto es así: el sufrimiento va errante y se aferra unas veces a uno y otras a otro.

CORO


Prometeo, nos has animado a lo que nosotros queríamos; así que ahora con pie ligero abandonamos este veloz carro y el santo éter, ruta de aves, para posarme en esta tierra que espanto produce, pues tengo deseo de oír tus penas punto por punto.

OCÉANO


Llego junto a ti, Prometeo, tras haber alcanzado el final de un largo camino, conduciendo con mi pensamiento, sin necesidad siquiera de bridas, este ave de rápidas alas. Sufro contigo, sábelo bien, por tu infortunio, pues el parentesco -así lo creo- me fuerza a ello. Y, aparte la estirpe común, no existe nadie de cuyo lado yo me pudiera antes que de ti. Vas a saber que esto es verdad y que no existe en mí la intención de hablarte con vanas lisonjas. Vamos, indícame en qué te debo ayudar. Nunca dirás que tienes un amigo más constante que Océano.

PROMETEO


¡Vamos! ¿Qué es esto? ¿También vienes tú a ser espectador de mis penas? ¿Cómo osaste dejar la corriente que lleva tu nombre y las grutas techadas de piedra, para venir a esta región madre del hierro? ¿Has venido a contemplar mi infortunio y a indignarte conmigo por mis males? ¡Ve el espectáculo!: ¡aquí está el amigo de Zeus, el que le ayudó a instaurar su reinado! ¡Mira en qué clase de sufrimientos me estoy consumiendo por su voluntad!

OCÉANO


Ya lo estoy viendo, Prometeo y, aunque eres astuto, quiero aconsejarte lo mejor para ti. Toma conciencia de quién eres tú y ajusta tu forma de ser a nuevas maneras, pues, entre los dioses hay también un rey nuevo. Si sigues así, profiriendo ásperas y punzantes palabras, quizás, aunque tenga lejos su sede, más alto que tú, Zeus te oiga, con la consecuencia de que la tortura ahora presente de tus dolores podrá parecerte que es un juego de niños. Vamos, infeliz, depon la cólera que ahora tienes y ponte a buscar la liberación de estos sufrimientos. Quizá te parezca que digo antiguallas. Sin embargo, Prometeo, penas de esa clase suelen ser el fruto de una lengua en exceso altanera. Nunca, hasta la fecha, has sido humilde, ni tampoco cedes ante la desgracia, sino que quieres agregar otros nuevos a los males presentes. Usa de mí como de un maestro y no des coces contra el aguijón. Mira que el monarca es severo y que ejerce el poder sin necesidad de rendirle cuentas a nadie. Ahora me voy e intentaré liberarte, si puedo, de estos trabajos. Permanece tranquilo y procura hablar sin excesiva falta de mesura.

PROMETEO


Te envidio por estar tú exento de culpa. Ya que no osaste participar en todo conmigo, déjalo ahora y no te preocupes. De todas formas no vas a persuadirlo. No se deja convencer fácilmente. Mira bien que no sufras tú mismo algún daño por este viaje.

OCÉANO


Eres mucho mejor para hacer entrar en razón a la gente que se acerca a ti que a ti mismo. Lo advierto en los hechos y no en las palabras. Ya que estoy en camino de hacerlo, no te opongas a ello. Presumo -sí-, presumo de que Zeus ha de concederme esta gracia de suerte que pueda librarte de estos trabajos.

PROMETEO


Te alabo en eso y jamás dejaré de alabarte, porque no te falta buena voluntad. Pero no te esfuerces, porque vas a tomarte molestias en vano sin ninguna utilidad para mí, si a esforzarte por mí te dispones. Antes, al contrario, tranquilízate y mantente alejado de este asunto. Ya que yo estoy sumido en el infortunio, no por esto voy a querer para otros muchos que les alcancen sufrimientos como los míos. No, desde luego. Ya me atormentan bastante las desdichas de mi hermano Atlante que, por las regiones occidentales, permanece en pie sosteniendo sobre sus hombros la columna existente entre el cielo y la tierra, trabajo no fácil de soportar.
También sentí compasión cuando vi subyugado por la violencia al fogoso Tifón, hijo de Tierra, destructor monstruoso de cien cabezas, habitante de grutas cilicias. Se había enfrentado a todos los dioses, silbando terror con sus horrendas quijadas. Brillaba en sus ojos el fulgor de una mirada aterradora, como si fuera a aniquilar con su violencia la realeza de Zeus. Pero le alcanzó el dardo de Zeus que siempre está alerta, el rayo que baja a la tierra exhalando fuego, y lo abatió terriblemente de sus jactancias de lengua altanera, pues, herido en las mismas entrañas, fue aniquilada por el rayo su fuerza y el quedo reducido a cenizas. Y por ahora, como algo inútil que se ha tirado, yace cerca de un estrecho marino, aprisionado en el fondo del Etna, en tanto que Hefesto, instalado en sus más altas cumbres, se dedica a la forja del hierro. De allí algún día reventarán ríos de fuego que devorarán con quijadas feroces los llanos campos de Sicilia, productora de excelentes frutos. ¡Tal será la cólera que hará hervir Tifón con los rayos ardientes de una terrible tempestad que exhalará a pesar de estar ya carbonizado por el rayo Zeus!
No eres tú inexperto ni necesitas que yo sea tu maestro. Ponte ya a salvo como sabes hacerlo, que yo agotaré mi presente infortunio hasta que la mente de Zeus abandone su ira.

OCÉANO


¿No sabes, Prometeo, que para un temple enfermo los únicos médicos son las palabras?

PROMETEO


Eso es así, si en el momento oportuno alguien procura apaciguar su corazón, en lugar de intentar desinflarlo cuando está hinchado por la pasión.

OCÉANO


¿Ves acaso que exista algún daño en poner entusiasmo y arrojarse a ello? Explícamelo.

PROMETEO


¡Vano trabajo y frívola simplicidad!

OCÉANO


Déjame que enferme de esa dolencia que es muy ventajoso tener sensatez y parecer que no se tiene.

PROMETEO


Va a parecer que esa falta es cosa mía.

OCÉANO


Tus palabras me envían por las claras a mi casa de nuevo.

PROMETEO


Sí. No vaya a ser que esos lamentos tuyos por mí te hagan caer en enemistad.

OCÉANO


¿Con quién hace poco que ocupa el trono todopoderoso?

PROMETEO


Guárdate, no sea que un día el corazón de ése se irrite contigo.

OCÉANO


Prometeo, tu desgracia me da una lección.

PROMETEO


¡Márchate! ¡Vete! ¡Pon a salvo tu actual forma de pensar!

OCÉANO


Me has dado esos gritos cuando ya estoy marchándome, pues mi ave cuadrúpeda roza ya con sus alas el liso camino del aire y pronto en su establo doblará con gusto las patas para descansar.

CORO


Estrofa 1.a


Lloro por ti, Prometeo, por tu funesto infortunio, y el llanto que cae de mis ojos es un río de lágrimas que con su húmeda fuente empapa mis tiernas mejillas. En estos sucesos lamentables, gobernando con sus propias leyes, muestra Zeus su poder arrogante a los dioses de antaño.

Antístrofa 1.a


Resuena ya la tierra entera llena de gemidos y gimen por el magnífico honor tuyo y el de tus parientes que tanto prestigio gozó antiguamente. Y cuantos mortales habitan el suelo vecino de la sacra Asia sufren con los lastimeros sufrimientos tuyos.

Estrofa 2.a


Y las vírgenes que habitan la tierra de Cólquide, intrépidas en el combate, y las hordas de Escitia que ocupan la más remota región de la tierra en torno del lago Meótide.

Antístrofa 2.a


Y la flor belicosa de Arabia, y los que habitan cerca del Cáucaso, una ciudad sobre altura escarpada, devastador ejército que ruge atacando con agudas lanzas.

Estrofa 3.a


[Solo vi antes a otro dios vencido con la opresión de lazos de acero, cuando vi en tormento al titán Atlante, que continuamente llora el eminente poder, pleno de fuerza, que le impuso aguantar sobre sus hombros la esfera celeste.]

Antístrofa 3.a


Gime al romper la ola marina, gime el fondo del mar, muge debajo el hondón del reino de Hades, y las fuentes fluviales de puras corrientes gimen un dolor que inspira piedad.

PROMETEO


No penséis que callo por orgullo o por arrogancia. Mi corazón se desgarra en la angustia al verme ultrajado con ignominia. Sin embargo, ¿quién sino yo definió enteramente las prerrogativas a esos dioses nuevos? Pero lo callo, pues también vosotras sois sabedoras de lo que yo podría deciros.
Pero oídme las penas que había entre los hombres y cómo a ellos, que anteriormente no estaban provistos de entendimiento, los transformé en seres dotados de inteligencia y en señores de sus afectos. Hablaré, aunque no tenga reproche alguno que hacer a los hombres. Sólo pretendo explicar la benevolencia que había en lo que les di.
En un principio, aunque tenían visión, nada veían, y, a pesar de que oían, no oían nada, sino que, igual que fantasmas de un sueño, durante su vida dilatada, todo lo iban amasando al azar. No conocían las casas de adobes cocidos al sol, ni tampoco el trabajo de la madera, sino que habitaban bajo la tierra, como las ágiles hormigas, en el fondo de grutas sin sol.
No tenían ninguna señal para saber que era el invierno, ni de la florida primavera, ni para poner en seguro los frutos del fértil estío. Todo lo hacían sin conocimiento, hasta que yo les enseñé los ortos y ocasos de las estrellas, cosa difícil de conocer. También el número, destacada invención, descubrí para ellos, y la unión de las letras en la escritura, donde se encierra la memoria de todo, artesana que es madre de las Musas. Uncí el primero en el yugo a las bestias que se someten a la collera y a las personas, con el fin de que sustituyeran a los mortales en los trabajos más fatigosos y enganché al carro el caballo obediente a la brida, lujoso ornato de la opulencia. Y los carros de los navegantes que, dotados con alas de lino, surcan errantes el mar, ningún otro que yo los inventó.
Y después de haber inventado tales artificios -¡desgraciado de mí!- para los mortales, personalmente no tengo invención con la que me libre del presente tormento.

CORIFEO


Has sufrido un daño humillante que te ha llevado a perder el control de tu mente y a extraviarte. Como un mal médico que cae enfermo, te descorazonas, y así no puedes averiguar con qué remedio podrías curarte.

PROMETEO


Más te extrañarás si oyes lo que falta: qué artes y recursos imaginé. Lo principal: si uno caía enfermo, no tenía ninguna defensa, alguna cosa que pudiera comer, untarse o beber, sino que por falta de medicina, se iban extenuando, hasta que yo les mostré las mixturas de los remedios curativos con los que ahuyentan toda dolencia. Clasifiqué las muchas formas de adivinación y fui el primero en discernir la parte de cada sueño que ha de ocurrir en la realidad.
Les di a conocer los sonidos que encierran presagios de difícil interpretación y los pronósticos contenidos en los encuentros por los caminos. Definí con exactitud el vuelo de las aves rapaces: cuáles son favorables por naturaleza y cuáles siniestros; qué clase de vida tiene cada una, cuáles son sus hábitos, sus amores y compañías, la tersura de sus entrañas y qué color debe tener la bilis para que sea grata a los dioses, y la varia belleza del lóbulo hepático.
Encaminé a los mortales a un arte en el que es difícil formular presagios, cuando puse al fuego los miembros cubiertos de grasa y el largo lomo. Hice que vieran con claridad las señales que encierran las llamas, que antes estaban sin luz para ellos. Tal fue mi obra.
Bajo la tierra hay metales útiles que estaban ocultos para los hombres: el cobre, el hierro, la plata y el oro. ¿Quién podría decir que los descubrió antes que yo? Nadie -bien lo sé-, a menos que quiera decir falsedades.
En resumen, apréndelo todo en breves palabras: los mortales han recibido todas las artes de Prometeo.

CORIFEO


No ayudes a los mortales más allá de la justa medida y no te despreocupes de ti cuando estás sumido en el infortunio. Porque abrigo la buena esperanza de que tú, una vez libre de estas cadenas, vas a tener un poder que en nada va a ser menor que el de Zeus.

PROMETEO


La Moira, que todo lo lleva a su fin, no ha decretado todavía que eso se cumpla de esa manera, sino que tras desgarrarme en mil dolores y calamidades, escape entonces de estas cadenas. El arte es, con mucho, más débil que Necesidad.

CORIFEO


¿Y quién dirige el rumbo de Necesidad?

PROMETEO


Las Moiras triformes y las Erinis, que nada olvidan.

CORIFEO


¿Entonces, es Zeus más débil que ellas?

PROMETEO


Así es, desde luego. Él no podría esquivar su destino.

CORIFEO


¿Pues qué destino es el de Zeus sino el tener siempre el poder?

PROMETEO


No lo puedes saber todavía. No insistas en ello.

CORIFEO


¿Es, quizás, un secreto augusto lo que estás ocultando?

PROMETEO


Hablad de otro asunto. De ninguna manera es ocasión de anunciar ése, sino que al máximo hay que ocultarlo, pues, si lo guardo, escaparé de estas infames cadenas y calamidades.

CORO


Estrofa 1.a


¡Nunca Zeus que todo lo rige ponga su fuerza como adversaria de mi voluntad, ni yo me duerma en acercarme a los dioses con santos festines en los que se ofrecen sacrificios de bueyes junto a la corriente inagotable de mi padre! Ni alegue a pecar de palabra, sino que este deseo permanezca en mí siempre y nunca se borre. ¡Dulce cosa vivir larga vida abrigando animosa esperanza, fortaleciendo nuestro corazón de radiante aliento! Pero yo me estremezco de verte desgarrado por mis sufrimientos... ¡sin temblar ante Zeus! Por lo tanto, Prometeo, colmas a los mortales de esos honores.

Antístrofa 2.a


Amigo, ¿de qué modo puede ser agradecido Korai? Dímelo: ¿dónde podría hallar para ti un socorro? ¿Es posible una ayuda de seres efímeros? ¡No te fijaste en la endeblez carente de fuerza, como un sueño, a que está encadenada la ciega raza de los humanos! La voluntad de los mortales violará el plan armonioso de Zeus.

Antístrofa 3.a


Lo he aprendido al contemplar. Prometeo, tu suerte funesta. Un cántico muy diferente ha venido volando hasta mí: aquel himeneo que estuve cantando cerca del baño y de tu lecho por tu matrimonio, cuando, como esposa, condujiste al lecho nupcial a Hesíone, hija del mismo padre que yo, tras convencerla con tus regalos de pretendiente.
(Entra Io con cuernos de vaca.)

Io


¿Qué tierra es ésta? ¿Qué raza hay aquí? ¿Quién diré que es éste que estoy viendo expuesto al rigor de las tempestades en frenos de rocas? ¿En castigo de qué falta pereces? Indícame en qué lugar de la tierra me he extraviado yo -¡desgraciada!-.
(Io hace movimientos de desasosiego.)
¡Ay, pena, pena! De nuevo -¡infeliz!- me pica un tábano, espectro de Argo, hijo de la Tierra. ¿Ah, Tierra, aléjalo! Siento miedo de ver al boyero de innúmeros ojos. Con mirada pérfida camina, y ni muerto lo oculta la tierra, sino que, saliendo de entre los muertos, me persigue -¡infeliz!- y me hace caminar errante y hambrienta por la arena de la orilla del mar.

Estrofa 1.a


Al compás de la flauta sonora ajustada con cera suena un canto que incita al sueño. ¿Adónde me lleva este errabundo correr por tierras lejanas? ¿En qué, hijo de Crono, en qué me hallaste culpable para uncirme al yugo de estos dolores -¡ay, ay!- y atormentas así a esta infeliz enajenada por el terror con que me incita el tábano?
Abrasadme en el fuego, sepúltame en la tierra o entrégame de pasto a los monstruos del mar. No rechaces, Señor, mis plegarias. Ya me ha fatigado en exceso este andar errante corriendo errabunda por múltiples tierras. Y, sin embargo, no puedo llegar a saber cómo evitar estos dolores. ¿Oyes la voz de la doncella portadora de cuernos de vaca?

PROMETEO


¿Cómo no voy a oír a la joven hostigada del tábano, a la hija de Ínaco, a la que inflama de amor el alma de Zeus y que ahora, odiada por Hera, se fatiga a la fuerza en carreras sin fin?

Antístrofa 1.a


Io


¿De dónde sabes tú el nombre de mi padre que acabas de decir? Dile a esta triste quién eres tú, oh infortunado, que has saludado con tanto acierto a esta desdichada y has aludido a esta dolencia enviada por una deidad que me consume punzándome con el aguijón que me obliga a vagar corriendo sin rumbo?
¡Ay, ay de mí! He venido impulsada por la tortura del hambre a que me someten mis continuos brincos. Víctima soy del rencoroso designio de Hera. ¿Quiénes hay en el mundo que sufran lo mismo que yo? ¡Vamos, indícame con claridad lo que me espera aún padecer! ¿Qué remedio hay, qué medicina de mi enfermedad? Dímelo, si lo sabes. Grita y explícaselo a esta triste y errante doncella.

PROMETEO


Te diré claramente todo lo que tú desees saber, sin andar entretejiendo enigmas, sino con palabras sencillas, como es justo que hablen los amigos. Estás viendo a Prometeo, el que dio a los mortales el fuego.

Io


¡Oh tú, el que te mostraste a los mortales como universal benefactor, infeliz Prometeo, ¿en castigo de qué sufres esto?

PROMETEO


Hace un momento he renunciado a liberar mis trabajos.

Io


¿No podrías hacerme un favor?

PROMETEO


Di lo que quieras. Puedes enterarte de todo por mí.

Io


Dime quién te ató a ese precipicio.

PROMETEO


La decisión de Zeus y la mano de Hefesto.

Io


¿Por qué clase de faltas estás cumpliendo pena?

PROMETEO


Sólo con eso que te he explicado, ya he dicho bastante.

Io


Además de eso, muéstrame la terminación de mi andar errante. ¿Cuál será ese momento para esta infeliz?

PROMETEO


No saberlo es mejor para ti que saberlo.

Io


Insisto. No me ocultes lo que debo sufrir.

PROMETEO


¡Pero si yo no intento negarte ese favor!

Io


¿Por qué, entonces, demoras anunciármelo todo?

PROMETEO


No existe inconveniente alguno, sólo que temo conturbar tu ánimo.

Io


No te preocupes tú por más tiempo de mí en lo que es mi gusto.

PROMETEO


Puesto que así lo deseas, yo debo hablar. Escúchame.

CORIFEO


Todavía no. Concédeme también a mí una parte en ese placer. Procuremos saber antes que nada la dolencia de ésta y que ella misma cuente su funesto infortunio. El resto de sus penas, enséñalas tú.

PROMETEO


Asunto tuyo es, Io, el conceder tal favor a éstas. Por muchas razones y, en primer lugar, por ser hermanas de quien es tu padre. Porque vale la pena de gastar el tiempo en llorar y quejarse del propio infortunio, cuando uno espera que hará llorar con él a quienes lo escuchan.

Io


Sé que no debo dejar de obedeceros. Con claro relato vais a saber cuanto deseáis. Sin embargo, siento vergüenza hasta de contar de dónde -¡infeliz!- me sobrevino repentinamente la tormenta enviada por una deidad y la pérdida de mi forma humana. Sí; de continuo frecuentaban mi alcoba de virgen visiones nocturnas que me seducían con dulces palabras: «¡Oh muy dichosa doncella, ¿por qué sigues virgen tan largo tiempo, cuando te es posible lograr la óptima boda? Sí; Zeus ha sido encendido por el dardo de tu deseo y quiere gozar contigo de Cipris. No desdeñes tú, niña, el lecho de Zeus, sino sal al prado de alta hierba de Lerna, a las manadas y establos de vacas propiedad de tu padre, para que la mirada de Zeus halle satisfacción de su deseo.» Por tales sueños era acuciada -¡infeliz de mí!- todas las noches, hasta que me atreví a revelar a mi padre los ensueños que por la noche me frecuentaban. Él envió entonces mensajeros frecuentes a consultar los oráculos de Dodona y Delfos, para informarse de qué había que hacer o decir para obrar de modo grato a los dioses, pero regresaban anunciando ambiguos, confusos oráculos que habían sido dichos en forma de difícil interpretación. Por fin llegó a Ínaco un oráculo claro que abiertamente le hacía saber y le exigía que me echase fuera de mi casa y mi patria, para que en libertad vagara yo hasta el último confín de la tierra, si él no quería que el ardiente rayo de Zeus viniera a aniquilar a toda su raza. Obediente a tales vaticinios de Loxias, mal de su grado y contra mi propio deseo, me expulsó de mi casa y me la cerró. El freno de Zeus le obligaba a hacer esto a la fuerza. Inmediatamente cambiaron mi forma y mi mente, y con estos cuernos que veis, picada por un tábano de agudo aguijón, me dirigí con frenéticos saltos a la fresca corriente de Cernea y a la fuente de Lerna. Un boyero nacido de la tierra, Argo, cuyo talante carece de moderación, me acompañaba vigilando mis pasos con sus múltiples ojos. De improviso, repentina muerte le privó de vivir, pero yo sigo errante, de tierra en tierra, herida del tábano, impulsada por látigo divino. Ya oyes lo ocurrido. Si tú puedes decir lo que resta de mis trabajos, indícamelo. No me confortes con palabras falsas por haber sentido compasión de mí, pues aseguro que amañar las palabras es el vicio más vergonzoso.

CORO


¡Deja, deja, aparta! ¡Ay! ¡Nunca, nunca hubiera dicho que un tan extraño relato llegase a mi oído, que dejaran helada mi alma con su aguijón de doble filo sufrimientos, torpezas y horrores tan insoportables y penosos de ver! ¡Ay, ay! ¡Qué triste destino! ¡Qué triste destino! ¡Me estremezco de ver la situación de Io!

PROMETEO


Temprano -¡sí!- te pones a gemir y te llenas de miedo. Aguarda a conocer también lo que le queda que sufrir.

CORIFEO


Habla, enséñamelo. A los que están enfermos les resulta grato conocer previamente con claridad el dolor que aún les aguarda.

PROMETEO


Tu anterior petición la obtuvisteis de mí sin ocultad, pues antes sentíais deseos de informaros del propio relato de su infortunio. Ahora, lo que falta, la clase de sufrimientos que ha de soportar esta joven de parte de Hera.
Y tú, hija de Ínaco, guarda mis palabras en tu corazón para que te enteres del fin de tu viaje.
En primer lugar, vuélvete desde aquí hacia la salida de sol y recorre campos que no están arados. Llegarás a los nómadas escitas, que habitan bajo techos trenzados, sustentados en carros de buenas ruedas, armados con arcos de larga alcance. No te acerques a ellos, sino atraviesa el país, cegando tus pasos a las rocas costeras donde rompe el mar, donde viven los calibos, artífices del hierro, de los que tú debes guardarte, pues están salvajes y no son accesibles a los extranjeros.
Luego llegarás al río Híbnites -no es falso su nombre-. No intentes atravesarlo, pues no es fácil de atiesar antes de llegar al mismo Cáucaso, la más alta montaña: donde desahoga su furor el no desalentado falda del monte. Preciso es que pases sobre las cimas vecinas ya de las estrellas, y bajes al camino que se dirige a Media, donde llegarás al ejército de las Amazonas que alimentan contra los varones y que habitan en las proximidades del Termodonte, donde es sudoso el áspero quijada de la boca del Ponto, huésped hostil para los marineros. Ellas te enseñarán el camino, y muy de su grado. Llegarás después al istmo cimérico, a las mismas angostas puertas del lago, y, luego que lo hayas dejado atrás con decisión, debes atravesar el estrecho del lago Meótide. De tu paso por él siempre se hará entre los hombres mención destacada: se llamará Bósforo. Cuando hayas dejado el suelo de Europa, llegarás al continente de Asia.
¿No os parece que el tirano de las deidades es por igual en todo violento? Sí. Ese dios, por el capricho de unirse con esta mortal, le ha impuesto este caminar de continuo errante. Amargo es, muchacha, el pretendiente de boda que te ha tocado, pues el relato que ahora has oído, no pienses que está en su preludio siquiera.

Io


¡Ay de mí! ¡Ay! ¡Ay de mí!

PROMETEO


De nuevo has gritado y estás mugiendo profundamente. ¿Qué, entonces, harás cuando te enteres de las desgracias que aún te quedan?

CORIFEO


¿Le vas acaso a decir algo que le falta a sus sufrimientos?

PROMETEO


Un piélago tempestuoso de funestas calamidades.

Io


¿Qué ventaja, entonces, tengo en vivir? ¿Por qué no me he arrojado al momento desde esta roca escarpada, para que al haberme estrellado en el suelo me hubiera librado de todas mis penas? ¡Sí! ¡Mejor es morir de una vez que sufrir con deshonra a lo largo de todos los días!

PROMETEO


Difícilmente, entonces, soportarías mis dolores, cuando es precisamente no morir mi destino. Eso sería una liberación de mis sufrimientos. Pero por ahora no existe término fijado a mis males, hasta que caiga Zeus de su tiranía.

Io


¿Es, entonces, posible que Zeus caiga de su poder?

PROMETEO


Gozarías -creo- de ver tal suceso.

Io


¿Cómo no, si sufro miserias por culpa de Zeus?

PROMETEO


En ese caso puedes alegrarte, convencida de que eso es así.

Io


¿Quién lo despojará de su cetro tiránico?

PROMETEO


Él mismo, por la vanidad de sus decisiones.

Io


¿De qué manera? Indícamelo, si no hay daño en ello.

PROMETEO


Celebrará una boda tal, que algún día la deplorará.

Io


¿Con una diosa o con una mortal? Cuéntamelo, si puede decirse.

PROMETEO


¿Por qué me preguntas con quién? No puede decirse en voz alta.

Io


¿Tal vez su esposa lo va a echar del trono?

PROMETEO


Sí. Va a parir un hijo más fuerte que el padre.

Io


¿Y no puede apartar de sí ese infortunio?

PROMETEO


No por cierto. Solamente yo lo puedo librar, una vez libre de estas cadenas.

Io


¿Y quién va a soltarte, si Zeus se opone?

PROMETEO


Preciso es que sea uno de tus descendientes.

Io


¿Cómo has dicho? ¿Qué un hijo mío te va a liberar de tus sufrimientos?

PROMETEO


El tercero en generación después de otras...

Io


El oráculo ése de fácil interpretación...

PROMETEO


No andes buscando conocer a fondo tus propios pesares.

Io


No me prives de una venía que previamente me habías ofrecido.

PROMETEO


De entre dos relatos te concederé el don.

Io


¿Qué dos relatos? Explícamelo y concédeme a mí.

PROMETEO


Te lo concedo. Elige, pues, entre que te diga con claridad lo que resta de tus sufrimientos o el que ha de liberarme de mis cadenas. Decídete a hacer uno de esos favores a ésta y el otro a mí. No nos juzgues indignas de tu información. Dile a ésta lo que aún le queda de su andar errante, y dime a mí quién te soltará, pues eso deseo.

PROMETEO


Puesto que tanto lo deseáis, no voy a oponerme a deciros todo cuanto me preguntáis. A ti primero, Io, voy a decirte tu vagar agitado en extremo. Grábalo en las tablillas de tu memoria que hay en tu corazón: hayas atravesado la corriente que hace de límite de ambos continentes, dirígete hacia la llameante salida del sol. Atraviesa el estruendo del mar hasta que hayas llegado a la llanura de las Gorgonas, en Cistene, donde habitan las Fórcides, tres viejas doncellas con figura de cisne que tienen un ojo y un diente para las tres. Ni el sol con sus rayos las mira jamás, ni de noche la luna. Cerca de ellas hay tres hermanas aladas, con cabellera de serpientes. Son las Gorgonas, odiadas por los mortales, pues no hay mortal que, si las mira, conserve el aliento. Tal es la advertencia que te hago.
Escucha otro terrible espectáculo: guárdate de los grifos, perros de Zeus no ladradores y de afilado hocico, y del ejército de los arimaspos, que tienen un solo ojo y van a caballo, que habitan junto al curso del río Plutón de aurífera corriente. No te acerques a ellos.
Llegarás a una tierra lejana, a una raza negra que habita junto a las fuentes del sol, donde se encuentra el río Etíope. Sigue pegada a su ribera hasta que llegues a donde empieza la catarata, allí donde el Nilo, desde los montes de Biblo, impulsa su saludable, sacra corriente. Él te guiará hasta la tierra triangular llamada Nilotis, donde está decretada por el destino para ti, Io, y para tus hijos la fundación de una nueva colonia.
¿No te parece que esto es para ti oscuro o difícil de hallar su camino? Vuelve a preguntar y entérate con claridad. Tengo más tiempo del que quisiera.

CORIFEO


Si puedes aún decirle algo de lo que le falta de su funesto vagar o lo has omitido, dilo. Pero, si lo has dicho todo, haznos ahora el favor que pedimos.

PROMETEO


Ésta ya ha oído el final de su viaje. Y para que sepa que no me escucha en vano, le diré las muchas penas que ha padecido antes de que aquí hubiera llegado. Así le daré una garantía de mis palabras.
Omitiré la mayor parte de cuanto yo pudiera decirle e iré derecho al término de su andar errante. Sí. Cuando llegaste a la llanura de Molosia y cerca de Dodona, situada en lo alto de un monte, donde existe un oráculo y una sede de Zeus, en la Tesprótide, y un prodigio increíble: unas encinas parlantes, que claramente y sin ninguna clase de enigmas te saludaron como a la que va a ser la ilustre esposa de Zeus.
¿Te halaga algo eso?
Desde allí, acosada del tábano, recorriste el camino que hay junto a la costa hasta el inmenso golfo de Rea. Desde allí estás sacudida por la tormenta de una carrera en sentido contrario. El fondo de ese mar -sábelo bien- en tiempos futuros se llamará Jonio, recuerdo de tu viaje para los mortales.
Signos son éstos de que mi mente ve más allá de lo manifiesto.
El resto a vosotros y a ésta, a la vez, os lo voy a decir, siguiendo el hilo de mi primer relato. Hay una ciudad -Canobo-, la última de ese país, junto a la misma boca y afluentes del Nilo. Allí exactamente te dejará Zeus encinta, rozándote con su mano sin inspirarte temor alguno, con sólo tocarte. De aquí recibirá el nombre la descendencia de Zeus que parirás: el negro Épafo, que cosechará cuantos frutos produce la tierra que riega el Nilo de ancha corriente. La quinta generación a partir de él, constituida por cincuenta doncellas, regresará a Argos mal de su grado, huyendo de la boda consanguínea con sus primos hermanos. Ellos, con la mente ofuscada por el deseo, lo mismo que halcones que ya no están lejos de unas palomas, llegarán con el fin de dar caza a unas bodas cuya caza está prohibida; pero la deidad rehusará concederles sus cuerpos, y el país de Pelasgo los recibirá vencidos por un Ares que mata por medio de mujeres con una audacia que monta la guardia durante la noche. Sí. Cada esposa a cada marido privará de la vida, tiñendo la daga de doble filo en el degüello. ¡Tales bodas conceda Cipris a mis enemigos! Pero a una de las niñas la ablandará el deseo y evitará que dé muerte a su esposo. Plaqueará su voluntad y, ante la opción de estas dos denominaciones, preferirá ser llamada cobarde en vez de asesina. Esta, al engendrar, dará origen a un linaje regio que reinará en Argos. Se necesita un largo discurso para exponer esto con exactitud. Lo cierto es que de ella procederá un audaz descendiente célebre por su arco, que va a liberarme de estos sufrimientos. Tal es el oráculo que mi madre me reveló, la que en edad muy antigua nació, la titánide Temis. Pero como y dónde ocurrirá, eso necesita de largo discurso para decirlo y nada vas tú a ganar en saberlo.

Io


¡Dolor! ¡Ay, dolor! De nuevo me abrasa por dentro una convulsión y delirios enloquecedores, y me punza la flecha del tábano no forjada a fuego. El corazón golpea de miedo en mi pecho. La vista me da vueltas y más vueltas. Bajo el influjo de una furiosa ráfaga de rabia, me salgo del camino. Ya no tengo dominio de mi lengua, y mis vagas palabras van chocando al azar contra las olas de la odiosa ceguera de mi mente.
(Io sale de escena precipitadamente.)

CORO


Estrofa


Sabio -sí-, sabio era quien el primero sopesó en su mente y expresó con la lengua que emparentar con arreglo a su clase social es mucho mejor y, cuando uno trabaja con las manos, no apasionarse por boda con quien vive en molicie debido a su riqueza o está lleno de orgullo por su estirpe.

Antístrofa


¡Jamás, jamás, oh Moiras... el lecho de Zeus me veáis compartir, ni me acerque a un esposo de los que del cielo proceden! Porque me espanto de la doncellez rebelde al amor, cuando veo a Io consumida en esas dolorosas carreras errantes que le impone la fiera.

Epodo


A mí, cuando mi boda sea con un igual, de por sí no me inspira miedo; pero temo que con amor me miren los inevitables ojos de deidades más poderosas. Es ésa una guerra a la que no puede responderse con guerra, un camino de muchas salidas en el que tú no tienes ninguna y no sé qué sería de mí, pues no veo cómo podría esquivar la astucia de Zeus.

PROMETEO


La verdad es que Zeus, aunque ahora sea arrogante de espíritu, en el futuro va a ser humilde, según la boda que se dispone a celebrar, que lo arrojará de su tiranía y de su trono en el olvido. En ese momento se cumplirá plenamente la maldición que imprecó antaño su padre Crono, al ser derrocado de su antiguo trono. No existe dios que pueda mostrarle con claridad escapatoria de tales penas, excepto yo. Yo sí que lo sé y de qué manera. Así, que siga sentado haciendo alarde de sus ruidos aéreos y, confiado, siga blandiendo en sus manos el dardo que exhala fuego, pues nada de eso le bastará para impedirle caer con un fracaso ignominioso e insorportable. Tal es el rival que él mismo ahora se está preparando, prodigio invencible en extremo que hallará una llama más poderosa que el rayo y un fuerte estruendo que supere al trueno, la que destrozará la violencia marina que hace a la tierra temblar, el tridente, esa lanza de Posidón. Y cuando tropiece con esa desgracia, aprenderá cuánto va de mandar a servir.

CORIFEO


Ese fracaso que estás prediciendo en contra de Zeus es, precisamente, lo que tú deseas.

PROMETEO


Estoy diciendo lo que va a cumplirse, además de que yo lo quiero.

CORIFEO


¿Hay que esperar que alguien venga a ser el amo de Zeus?

PROMETEO


Sí. Tendrá trabajos más penosos que estos para su cuello.

CORIFEO


¿Cómo no sientes miedo de proferir tales palabras?

PROMETEO


¿Qué podría temer, si mi destino es no morir?

CORIFEO


Pero él podría procurarte un trabajo más doloroso aún que éste.

PROMETEO


¡Que lo haga! ¡Todo lo espero!

CORIFEO


Pero son sabios quienes respetan a Adrastea.

PROMETEO


Honra tú, ruega, halaga al que tiene el poder en cada momento, que a mí Zeus me importa menos que nada. Que actúe, que ejerza el poder a su gusto este corto tiempo, que no por mucho va a estar a la cabeza de los dioses.
Pero aquí veo al que es mensajero de Zeus, al servidor del nuevo tirano. Sin duda ha venido a dar alguna noticia.
(Entra Hermes.)

HERMES


A ti, al sabio, al que en dureza supera al más duro, al que faltó contra los dioses al entregar sus honores a los efímeros, al ladrón del fuego me estoy dirigiendo. Ha mandado el padre que digas cuál es esa boda de que te jactas por la que él va a ser derrocado de su poder. Y en esto, nada de enigmas, sino cosa por cosa explícalo. Y no me obligues a un nuevo viaje. Ya estás viendo que Zeus no se ablanda con gente como tú.

PROMETEO


Solemne en verdad y lleno de arrogancia es tu discurso, como corresponde a quien es servidor de los dioses. Jóvenes sois que acabáis de estrenar el poder y os creéis que habitáis en alcázares que os hacen inmunes a todo dolor. ¿No he visto yo a dos tiranos caer de ellos? Y a un tercero veré, el que ahora es el amo, de la manera más ignominiosa y muy pronto. ¿Te parece que yo tengo miedo y que estoy temblando de los nuevos dioses? ¡Lejos de mí eso sí, completamente! Así que date prisa en volver por el camino que has traído, pues no voy a enterarte de nada de cuanto me preguntas.

HERMES


Ten en cuenta que ya, antes de ahora, con desplantes así, te amarraste tú mismo a estos sufrimientos.

PROMETEO


Sábelo bien: no cambiaría yo mi desgracia por tu servilismo.

HERMES


Tengo la impresión de que es preferible ser servidor a esta roca que ser el fiel mensajero del padre Zeus.

PROMETEO


¡Así hay que ultrajar a quienes te ultrajan!

HERMES


Parece que presumes de tu situación.

PROMETEO


¿Que presumo? ¡Ojalá viera yo presumir de este modo a mis enemigos! ¡Y entre ellos a ti, te aseguro!

HERMES


¿También a mí me atribuyes parte de culpa en tu desgracia?

PROMETEO


En una palabra: odio a cuantos dioses me maltratan injustamente después de haber recibido de mí beneficios.

HERMES


Al oírte advierto que tú eres víctima de no leve locura.

PROMETEO


Deseo estar loco, si locura es aborrecer a mis enemigos.

HERMES


Serías inaguantable, si el éxito te acompañara.

PROMETEO


¡Ay de mí!

HERMES


Esa expresión no la sabe Zeus.

PROMETEO


Todo lo enseña el transcurso del tiempo.

HERMES


Y, sin embargo, tú todavía no has aprendido a ser prudente.

PROMETEO


Es verdad: no hubiera debido hablarte por ser tú un criado.

HERMES


Tengo la impresión de que nada vas a decir de lo que mi padre desea.

PROMETEO


¡Claro! ¡Como estoy en deuda con él, debería pagarle con mi gratitud!

HERMES


Te has mofado sin duda de mí, como de un chiquillo.

PROMETEO


¿Y no eres un niño e, incluso, aún más inocente que un niño, si estás esperando enterarte de algo por mí?
No existe tortura ni recurso alguno con el que Zeus pueda obligarme a descubrir eso antes que me quiten estas oprobiosas cadenas. Ante esto, ¡que precipite sobre mí la llama que reduce a cenizas, que todo el universo confunda y trastorne entre una tempestad de blancas alas de nieve y truenos subterráneos! Porque nada de eso me va a doblegar hasta el punto que llegue a decirle por quién debe ser derrocado de su tiranía.

HERMES


Mira, entonces, si eso te sirve de algo.

PROMETEO


Tiempo ha que lo he visto y lo he decidido.

HERMES


Ten valor, pobre loco, ten valor una vez de pensar con cordura ante tus actuales dolores.

PROMETEO


Me molestas en vano. Es igual que si pretendieras aquietar las olas. Jamás se te ocurra que yo, por temor a un decreto de Zeus, voy a afeminar mi temperamento y a suplicar al que tanto odio, volviendo hacia arriba mis manos con una mujer, que me libere de estas cadenas. Estoy muy lejos de ello.

HERMES


Me parece que por mucho que hable voy a hablar sin ningún resultado, pues con mis súplicas nada te moderas ni tampoco te ablandas. Muerdes el bocado lo mismo que un potro bajo el yugo por primera vez. Te resistes y luchas contra las riendas, pero pones toda tu fuerza en un ardid débil, pues la terquedad del que no piensa acertadamente, por sí misma carece de fuerza. Si no haces caso de mis palabras, mira qué tempestad y triple oleada de males inevitables se te viene encima. En primer lugar, va a hacer pedazos mi padre este escarpado precipicio sirviéndose del trueno y la llama del rayo, y tu cuerpo quedará enterrado: un abrazo de piedra te acogerá. Cuando hayas cumplido un largo trecho de tiempo, tú volverás de nuevo a la luz. Entonces, el perro alado de Zeus, águila sanguinaria, con voracidad hará de tu cuerpo un enorme jirón; y día tras día vendrá -comensal no invitado- a devorar tu negro hígado. No esperes el fin de este suplicio hasta que aparezca una deidad que sea tu sucesor en estos trabajos y esté dispuesto a descender al lóbrego Hades y a los sombríos abismos del Tártaro. Reflexiona, pues, que no es una fanfarronada que no responda a la realidad. Antes, al contrario, lo que yo te he dicho ha sido dicho con una muy perfecta exactitud, que la boca de Zeus no sabe mentir, sino que se cumple siempre su palabra. Tú míralo bien y reflexiona. No pienses que la obstinación es alguna vez mejor que el sabio consejo.

CORIFEO


No nos parece que diga Hermes algo inoportuno, ya que te ordena que abandones tu testarudez y procures hallar una sabia cordura. Hazle caso,abia cordura. Hazle caso, que es
vergonzoso para un sabio errar.
1040 PROMETEO. - Me ha gritado éste noticias que ya sabia
yo. No es un deshonor que un enemigo sea maltratado
por sus enemigos. Por tanto, ¡que contra mi se precipite
1045 el tirabuzón 51 de doble filo del fuego! ¡Que con el trueno
se conmueva el éter y con la furia de feroces vientos
haga el huracán temblar a la tierra con sus propias raices
desde sus cimientos! ¡Que les olas del mar con áspero
estruendo borren los celestes caminos de las estrellas!
¡Que arroje a lo alto mi cuerpo y en los inflexibles torbelli- 1050
nos de la ineluctable necesidad lo precipite en el Tártaro
tenebroso! Haga cuanto haga, no va a matarme.
HERMES. - Verdad es que decisiones y palabras tales 1055
sólo es posible oírlas de locos, pues ¿qué le falta a la súpli-
ca de éste para ser la de un loco? En qué se modera su
furia? Así que vosotras, las que con él compartís el dolor
por sus sufrimientos, marchaos de este lugar con prontitud 1000
a algún otro sitio, no vaya a ser que turbe vuestra mente
el inexorable mugido del trueno.
CORO. - Dime otra cosa y aconséjame lo que también
pueda convencerme. Sí. Esa frase que has destacado en 1065
tu perorata es intolerable. ¿Cómo se te ocurre incitarme
a realizar una vileza? Con él quiero sufrir lo que haga fal-
ta, pues he aprendido a odiar a los traidores y no hay
peste que aborrezca más que ésa. 1070
HERMES. - En ese caso, recordad lo que yo os anun-
cio, y cuando seáis alcanzadas por el infortunio, nada le
reprochéis a vuestra mala suerte, ni digáis jamás que os
arrojó Zeus de improviso en un sufrimiento -no, por 1075
cierto-, sino vosotras a vosotras mismas, pues sabedoras
de ello y no de repente ni por sorpresa, vais a ser apresa-
das por vuestra falta de reflexión en las inextricables redes
de Ate.
(Sale de escena Hermes. Tiembla la tierra y
se oyen ruidos subterráneos.)
1080 PROMETEO. - Ya no son palabras, sino realidad: la tie-
rra ha temblado. Brama en sus entrañas el eco del trueno.
Brilla el ardiente zig-zag del relámpago. Arremolinan el pol-
1085 vo los torbellinos. Salta entrechocándose el huracanado ím-
petu de todos los vientos, desencadenando una conmoción
de vendavales encontrados. Se han confundido el cielo y
el mar. ¡Tal es la violencia de Zeus que contra mí avanza
deforma visible, intentando aterrorizarme! ¡Oh Majestad
de mi madre! ¡Oh firmamento que haces que vaya girando
la luz común a todas las gentes, ya ves qué impiedad estoy
padeciendo!
(Entre truenos y relámpagos desaparecen Pro-
meteo y el Coro.)

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