La poesía es un arma cargada de futuro métrica

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TEMA 9: LA POESÍA ESPAÑOLA DESDE 1939 HASTA 1970


Cuando estalló la guerra, la literatura estaba viviendo una etapa de esplendor, especialmente en la poesía, que llevó a hablar de una segunda Edad de Oro: aún continuaban publicando sus obras los autores de las generaciones del 98 y del 14; estaban en la etapa de máxima creación los del 27, y ya comenzaban a hacerse oír los jóvenes de lo que luego se llamó generación del 36.

Los 40



La guerra, en un primer momento convirtió la poesía en un “arte urgente” de un exaltado tono épico o épico-lírico, poesía de guerra, en defensa del bando propio. Y una vez terminada, con la muerte de algunos (Lorca) vino la inevitable ruptura: el exilio (J. Ramón Jiménez, León Felipe, L. Cernuda, J. Guillén...) y la censura.
Entre los que se quedaron se produjo una lógica “unidad normativa”, es decir, una poesía de maneras neoclásicas y tradicionales (el soneto y la metáfora) que trataba temas considerados desde siempre como “poéticos” (amorosos, religiosos, patrióticos). Es una poesía en la que se nos da una visión de España imperial y religiosa, pero que en último extremo resulta retórica y hueca, en cualquier caso, ajena a las circunstancias concretas del momento y carente de toda crítica social.
Es lo que D. Alonso llamó “poesía arraigada” y que se desarrolló en torno a revistas de título evocador de esplendores pasados, tales como Escorial y Garcilaso, cuyos componentes se consideraban a sí mismos Juventud creadora (García Nieto, Luis Rosales, Leopoldo Panero...).
Esta visión poética convive con otra que reacciona frente a los excesos formalistas del grupo anterior, utilizando un lenguaje directo y cotidiano que rompe las barreras del llamado “lenguaje poético”. En la métrica se prefieren los versos libres y versículos para expresar el malestar existencialista del hombre del momento y una incipiente atención por lo social. El tema religioso adquiere aquí un tono existencial lleno de invocaciones a un Dios silencioso sobre las razones del sufrimiento humano. “Menos perfección y más gritos”, proclamaba Victoriano Crémer.
Este grupo se desarrolla en torno a revistas de provincias, como la leonesa Espadaña, y a autores como Victoriano Crémer o Eugenio de Nora. Es lo que Dámaso Alonso llamará “poesía desarraigada”. No obstante, estas divisiones no dejan de ser esquemas pedagógicos, porque en la realidad, poetas de una u otra tendencia alternaban sus publicaciones en unas u otras revistas, además de en otras publicaciones, tales como la colección Adonais (que tuvo en la poesía un papel semejante al Nadal en la novela).
Por su parte, dos autores consagrados de la generación anterior que habían permanecido en España después de la guerra, publican en al año 1944, fecha también del primer número de Espadaña, dos títulos de referencia para el desarrollo que iba a tener la poesía en años sucesivos: Hijos de la ira de D. Alonso y Sombra del paraíso de V.Aleixandre.

Los 50


La más carácterística de los 50 va a ser la llamada poesía social. Es una poesía que se siente comprometida con la situación social y política del país, que denuncia y pretende transformar la sociedad, que se dirige a la inmensa mayoría, sacrificando, si es necesario, el lenguaje más específicamente poético. En una frase: La poesía social supone un desarrollo del tema y la intención sobre la estética.
Los temas más carácterísticos son los relacionados con España: su historia, paisaje, gentes y mitos; la Guerra Civil y sus secuelas; la denuncia de la situación social y política, fundamentalmente, la falta de libertad, la alienación y la injusticia; la esperanza de conquistar un mundo mejor; la propia poesía y su función, que es precisamente esta, la denuncia y la transformación de la sociedad. Como dice el título de un famoso poema de esta época de Gabriel Celaya «La poesía es un arma cargada de futuro».
La estética es deliberadamente sencilla, vulgar, prosaica (teniendo en esto como antecedentes a Alberti, Neruda o León Felipe). El esteticismo puro se considera una frivolidad impropia de momentos históricos decisivos. Se emplea pues la reiteración de esquemas sintácticos y léxicos. Y en la métrica, el abandono de las estrofas elaboradas y su sustitución por formas menos rigurosas como el verso libre o la asonancia.
El tono es, con frecuencia, narrativo, colectivo y muchas veces exhortativo; de ahí la abundancia de imperativos, de la segunda persona, vocativos, interrogaciones, primera persona plural...
Fecha clave de esta poesía es el año 1955 en el que se publican los Cantos iberos de G. Celaya y Pido la paz y la palabra de Blas de Otero. Además de los citados, se suele incluir en esta lista a V. Gaos, R. Morales y, sobre todo, al recientemente fallecido, José Hierro, si bien en él lo “social” no es sino la transformación en colectivas, porque afectan a grupos humanos, de sus vivencias personales, lo que se puede considerar como un intimismo testimonial.
Quizá el poeta español más significativo de todo este periodo sea Blas de Otero, porque a través de su figura se puede hacer un repaso general a la evolución de la poesía española a partir de la Guerra Civil.
Comienza con una primera etapa dentro de lo que antes hemos denominado poesía “desarraigada”. En Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia, más tarde reunidos en el acrónimo Ancia, expresa sus dudas religiosas y existenciales con un estilo desgarrado y violento dentro, sin embargo, de formas clásicas, como el soneto.
En su etapa social se dirige “a la inmensa mayoría” con títulos como Pido la paz y la palabra, En castellano o Que trata de España. Su poesía adquiere un tono de testimonio y denuncia, a través del verso libre e imágenes violentas y expresivas.
Su tercera etapa es de un cierto desengaño para centrarse en la creación y renovación poética sin olvidar su constante denuncia social y política.

Los 60

Con los cambios sociales y económicos (es la época del desarrollo industrial, del comienzo del turismo, de una incipiente “apertura”...) y un cierto desengaño por la falta de resultados prácticos de la poesía social, que no ha conseguido cambiar nada, (a lo que habrá que añadir los excesos del estalinismo que por aquella época se iban conociendo o intuyendo), la nueva generación poética considera que la poesía supone una manera específica de tratar el lenguaje. En realidad, más que una nueva generación, esta etapa es una evolución de la etapa anterior. De hecho a este grupo se le suele conocer generalmente como “generación del 50”. Y ya hemos visto cómo hacia aquí evolucionan autores, en su momento considerados dentro de la poesía social, como Gabriel Celaya, Blas de Otero o José Hierro.
Por lo tanto, se caracteriza esta etapa por la aspiración a conseguir un nuevo lenguaje poético, una voluntad de estilo. Emplean pues, un lenguaje depurado, aunque con un tono cercano, coloquial, austero. En cuanto a la métrica, es carácterística la ausencia de estrofismo y de rima, y el predominio del endecasílabo.
Desaparece la creencia en la eficacia política de la poesía, que pasa a ser considerada sobre todo un instrumento de conocimiento a partir de una experiencia individual. La temática, pues, se hace intimista, se centra en la experiencia personal: la infancia perdida, la juventud rota, la amistad, la iniciación del amor, recuerdos de familia... No se renuncia a adquirir compromisos con el mundo real y a una actitud crítica ante los problemas más concretos, sociales o políticos, pero la gravedad de los temas se relativiza a través de una visión en la que predominan el humor, la ironía o el escepticismo. Son autores significativos de este grupo Ángel González (Palabra sobre palabra), Claudio Rodríguez (Don de la ebriedad), J.A. Valente (como los tres anteriores, premio Adonais), el llamado grupo de Barcelona, J.A. Goitisolo, Gil de Biedma, Carlos Barral...

Los 70

Comienza esta época con la publicación de una antología que hizo fortuna: Nueve novísimos de J. Mª. Castellet. El hecho de que sean nueve los poetas obedecíó a un simple juego fónico: su semejanza con “nuevo” o “novísimo”. La propia selección de los nombres (Pere Gimferrer, Ana Mª Moix, Vicente M. Foix, M. Vázquez Montalbán, A. Martínez Sarrión, J. Mª. Álvarez, Félix de Azúa, G. Carnero y Leopoldo Mª Panero) fue un tanto aleatoria. Importaba, sobre todo, un deseo de ruptura, de novedad, de abrir nuevos caminos. De hecho, algunos de esos autores aún no habían publicado poesía y ya eran antologados. Y, sin embargo, la selección resultó acertada, si bien alguno de los antologados ha desviado luego su producción hacia otros géneros (el caso más evidente es el de Vázquez Montalbán, más conocido hoy como articulista o novelista). A partir de este momento la falta de perspectiva histórica hace más y más difícil la clasificación de grupos poéticos con carácterísticas generales; los nombres de autores se multiplican y no se tiene todavía la seguridad de quiénes entre ellos van a permanecer así que pasen cinco años tan sólo. Se asiste actualmente a una proliferación de antologías, a imitación de la ya vista, cuyo acierto en la selección sólo podrá ser valorado pasado un cierto tiempo.

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