Pensamiento Estético de Coleridge y Blanco White: Romanticismo y Crítica Literaria
Coleridge
Coleridge está considerado como una de las grandes figuras de la crítica inglesa. Sin embargo, sus detractores apuntan con frecuencia los préstamos e incluso los plagios de las fuentes alemanas. Vamos a tratar uno de los pilares del pensamiento de Coleridge, el pensamiento organicista, procedente de Schelling y Schlegel, que se convierte en el eje de su estética.
Este pensamiento consiste en considerar el ciclo vital de un organismo como paradigma fundamental para enjuiciar la historia literaria. Se llega así al reconocimiento de que, como en los organismos vivos, las condiciones temporales, geográficas y culturales influyen poderosamente en las obras literarias y, por tanto, éstas no pueden ser juzgadas de acuerdo con un patrón universal. Así, los textos clásicos empiezan a ser estudiados no como modelos de perfección intemporal, sino como frutos de su época. Otro tanto ocurrirá con aquellas obras que han transgredido la férrea normativa clasicista, que son en realidad las que mejor salen paradas con este nuevo planteamiento, pues dejan de ser enjuiciadas a partir del canon establecido por la literatura grecolatina, como es el caso de la obra de Shakespeare, Lope o Calderón.
Coleridge adoptó además la tesis de Schelling y Henrik Steffens sobre la gran cadena del ser, en la que se define la vida a partir del principio de la reconciliación de fuerzas contrarias. Esta idea se convertirá en otro de los ejes de su teoría estética, ya que de aquí deriva su crítica sobre el teatro shakespereano que responde a la gran ley de la naturaleza de que los opuestos tienden a atraerse. Es la ley natural la que determina en Shakespeare la mezcla de lo trágico y lo cómico, del estilo elevado y el humilde, y de personajes de muy distinta extracción social, que tanto había disgustado a la crítica clasicista. El símil con una planta nos ayudará a comprender la posición de Coleridge: una planta que crece libremente, sin ningún control, respeta sin embargo las leyes de la naturaleza. Igual ocurriría con Shakespeare, que rechazó las reglas artificiales del clasicismo, pero escribió de acuerdo a la ley natural de la conciliación de contrarios.
Fruto también de esa ansiada conjunción de fuerzas contrarias es la célebre distinción de Coleridge entre imaginación y fantasía. La imaginación es una facultad armonizadora con poder creador, mientras que la fantasía, propia de la literatura clásica, es una simple potencia de la memoria, una facultad asociativa que enlaza cosas muy distantes entre sí para congregarlas en una unidad.
Blanco White
Este autor es un ardoroso promotor del romanticismo a la inglesa, gracias a su entusiasta labor de difusión de las obras de Wordsworth y Walter Scott desde las páginas de sus Variedades o Mensajero de Londres.
Las fuentes de Blanco son, en efecto, fundamentalmente inglesas: Coleridge, Byron, Wordsworth, etc.; pero también destacan las fuentes clásicas del romanticismo alemán.
En 1824, Blanco, muy interesado por la literatura española medieval, tradujo un cuento de El Conde Lucanor en una revista inglesa. También le interesa la literatura árabe, por lo que no duda en recordar con agrado los cuentos de Las Mil y una Noches. Reconoce, sin embargo, que la afición de los españoles a obras escritas en estilo oriental y llenas de ficciones de encantos y de seres sobrenaturales abrió en mal hora la puerta a mil extravagancias en multitud de libros de caballerías. Prefiere la mitología religiosa moderna a la grecolatina y además concede a la poesía el valor de transformar en placenteros los monstruos que la imaginación pueda crear.
Por otra parte, su enjuiciamiento del cuento de don Juan Manuel y de su modelo oriental supone un ataque contundente a la teoría clasicista, ya que convierte en relativas las nociones de tiempo y de espacio, nociones que, según Blanco, sólo son productos de nuestra mente.
Comentó también otras obras medievales como La Celestina. Entre los méritos que halla en la obra, destacan su valor histórico como testimonio de la época, la viveza de colorido y exactitud de dibujo en los cuadros de costumbres y una gran maestría en la descripción de los personajes, sobre todo al relatar los afectos del corazón. El final trágico también es otro mérito, ya que provoca un fuerte contraste entre la anterior escena amorosa y la muerte de Calisto.
Blanco opina que la naturalidad, la imaginación y la naturalidad de nuestra literatura medieval se perdieron en la época moderna, y achaca esta pérdida al absolutismo monárquico, a la Inquisición y a la influencia extranjera.
Entre 1839 y 1840 publicó cuatro artículos dedicados exclusivamente a Shakespeare. La veneración que Blanco sentía por el teatro shakespereano iba creciendo con los años y no estuvo exenta de algunas objeciones, sobre todo por el ampuloso estilo de la época isabelina. En estos artículos, Blanco ensalza el genio y la capacidad imaginativa de Shakespeare.