El Pensamiento Cartesiano: Duda Metódica, Sustancias y Ciencia

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Rasgos Generales del Pensamiento de Descartes

  1. Intento deliberado por romper con el pasado (crítica al aristotelismo y a la escolástica):
  2. No confiar en la autoridad de ningún filósofo anterior. Sólo confiar en la propia razón.
  3. No confundir lo que es claro y evidente con lo que son tan solo conjeturas más o menos probables. Sólo hay una clase de conocimiento: el conocimiento cierto.
  4. Utilizar ideas claras y distintas, y rechazar todos aquellos términos que carezcan de un significado claro.
  5. La desconfianza en la autoridad, la duda sobre todo saber establecido, no tiene por objeto eliminar las verdades anteriores, ni caer en el escepticismo. Por el contrario, le interesa establecer un sistema de verdades según el orden impuesto por las exigencias de la razón misma.
  6. Su ideal de filosofía era el de un sistema de verdades fundamentales evidentes por sí mismas, ordenadas de tal modo que la mente pase de estas verdades fundamentales a otras verdades evidentes implicadas por las primeras (método deductivo). Ese ideal le fue sugerido en gran parte por las matemáticas.
  7. Confianza ilimitada en las posibilidades del entendimiento humano para alcanzar las verdades absolutas: Dios, el alma humana y el mundo como totalidad (dogmatismo racionalista).

El Método

Las Operaciones Fundamentales de la Mente

Las operaciones fundamentales son dos: la intuición y la deducción. “La intuición es la concepción libre de dudas, de una mente atenta y no nublada, que brota de la luz de la sola razón”. Sería pues una actividad puramente intelectual, un ver intelectual tan claro y distinto que no deja lugar a la duda. La deducción se describe como “toda inferencia necesaria a partir de otros hechos que son conocidos con certeza”.
Ahora bien, intuición y deducción no son reglas. El método consiste en reglas para emplear correctamente esas dos operaciones mentales. Esas reglas se nos ofrecen en las obras: “Reglas para la dirección del espíritu” y en el “Discurso del método”.

Las Reglas del Método

En la segunda parte de su obra “El Discurso del Método”, resume en cuatro reglas el método de su nueva filosofía. La primera se refiere a la intuición, las otras tres a la deducción.

a) 1ª regla: No aceptar como verdadero sino lo que es evidente.

«La primera era no admitir jamás como verdadera cosa alguna que no la conociese evidentemente como tal; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención y no comprender en mis juicios nada más que lo que se presentase tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviese ninguna ocasión para dudar de ello». Este precepto se denomina a menudo regla de la evidencia, y en realidad se reduce a lo siguiente: no aceptar como verdadero sino lo que es evidente.

Si Descartes se limitara a rechazar el principio de autoridad, esto no sería nada nuevo. Pero tiene una concepción particular de la evidencia: consiste en la intuición intelectual de una idea clara y distinta, se caracteriza por la indubitabilidad y excluye toda posibilidad de error. Examinemos un poco cada uno de estos puntos.

En las Regulae, la intuición se define del modo siguiente: «Entiendo por intuición, no el testimonio variable de los sentidos, ni los juicios engañadores de la imaginación, sino la concepción de un espíritu sano y atento, tan fácil y distinta que no quede duda alguna acerca de lo que comprendemos; o bien, lo que es lo mismo, la concepción no dudosa que nace en un espíritu sano y atento de la sola luz de la razón. Así, cada uno puede ver por intuición que existe, que piensa, que un triángulo se limita con tres líneas». La intuición es de orden intelectual, nace de la sola luz de la razón.

El objeto de la intuición es la idea clara y distinta. Una idea es clara cuando se distinguen todos sus elementos; es distinta cuando no se puede confundir con ninguna otra. El tipo de idea clara y distinta es la naturaleza simple, pues siendo simple, es conocida toda entera desde el instante en que es comprendida. Una naturaleza simple puede ser una esencia (como la del triángulo) un hecho (como el pensamiento), una existencia (como la del yo) o una relación (como la igualdad).

La evidencia tiene como propiedad el que no se puede dudar de ella. Las dos nociones (evidencia e indubitabilidad) son intercambiables, y reconoceremos que poseemos una evidencia por el hecho de que no podemos ponerla en duda. Por otra parte, la evidencia es necesariamente verdadera. El error sólo es posible si el espíritu juzga sin tener la intuición del objeto, en virtud no de la evidencia, sino de los prejuicios. La "prevención" consiste precisamente en tener acerca de una cosa una idea preconcebida, y la "precipitación", en juzgar antes de haber examinado la cosa con todo el cuidado posible.

Ahora bien: la mayor parte de nuestras ideas son complejas: sólo existe un pequeño número de ideas simples. Por tanto, hay que encontrar una manera de reducirlas a ideas simples. Es lo que pretenden las otras tres reglas del método: análisis, síntesis y enumeración.

b) 2ª regla: El análisis.

«La segunda, dividir cada una de las dificultades que voy a examinar en tantas partes como sea posible y necesario para resolverlas mejor». El análisis no consiste sólo en la descomposición de una idea compleja en sus elementos simples, por un procedimiento mental análogo al análisis químico de un cuerpo. Es también, y más profundamente, un procedimiento que resuelve lo desconocido a lo conocido y se remonta a los principios de los que depende.

c) 3ª regla: La síntesis.

«La tercera, conducir por orden mis pensamientos, empezando por los objetos más sencillos y más fáciles de conocer, para subir gradualmente hasta el conocimiento de los más complejos, y suponiendo incluso orden entre aquellos que no se parecen naturalmente el uno al otro». La síntesis es el complemento obligado del análisis. Consiste en reconstruir lo complejo partiendo de lo simple, o en deducir una consecuencia partiendo de los principios. Es la misma deducción.

Los términos importantes aquí son "orden" y "grado", muy característicos del espíritu cartesiano. El orden es lógico: es el orden según el cual las verdades dependen unas de otras. En matemáticas, los teoremas se siguen lógicamente, se encadenan de tal modo que no puede demostrarse uno sin haber establecido antes aquellos de los que depende. A los ojos de Descartes, la necesidad del orden es tal, para el rigor del pensamiento, que hay que suponer orden aún donde no lo hay. El orden es una exigencia a priori de la ciencia, porque la ciencia sólo puede ser de tipo matemático.

Lo mismo sucede con la idea de grado. Está tomada en su sentido matemático, como en las expresiones "ecuación de primer grado, de segundo grado...". Porque, para Descartes, ningún objeto de conocimiento es por naturaleza más oscuro que otro: sólo es más complejo, está más lejos de los principios evidentes. Los grados del saber no son, pues, ciencias específicamente diferentes, sino etapas de una misma ciencia.

d) 4ª regla: Enumeración.

«Y la última, hacer siempre enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que estuviese seguro de no omitir nada». La deducción consiste en pasar de un término a otro. Este paso sólo es riguroso si se hace «por un movimiento continuo y no interrumpido en ninguna parte del pensamiento». Porque debe tenerse no solamente la intuición de cada término, sino al mismo tiempo la del vínculo que lo une al precedente y al siguiente. Cuanto más rápido es el movimiento del espíritu, tanto mejor elimina toda intervención de la memoria que es fuente de error. En el límite se obtendría una visión global del objeto complejo, de toda la cadena de verdades. De este modo se vuelve a la primera regla: la deducción parte de la intuición y vuelve a ella; a fin de cuentas no es más que una intuición desarrollada.

Las Naturalezas Simples y las Ideas Innatas

a) Las naturalezas simples

Las “naturalezas simples” son los últimos elementos a los que llega el proceso del análisis (2ª regla del método), y que son conocidos en ideas claras y distintas (intuición). Y son también los materiales últimos o puntos de partida de la inferencia deductiva (3ª regla del método). Se dice que figura, extensión, movimiento, forman un grupo de naturalezas simples materiales, en el sentido de que solamente se encuentran en los cuerpos. Pero también hay un grupo de naturalezas simples intelectuales o espirituales, como el querer, el pensar y el dudar. Además, hay un grupo de naturalezas simples que son comunes a las cosas materiales y espirituales, como la existencia, la unidad, la duración.

b) Las ideas innatas

El conocimiento de las naturalezas simples, así como todo conocimiento científico es conocimiento de ideas innatas, o conocimiento por medio de ideas innatas. Las ideas innatas son, para Descartes, formas de pensamiento a priori que no se distinguen realmente de la facultad de pensar. Un axioma tal como “cosas que son iguales a una misma cosa, son iguales entre sí”, o la misma idea de Dios, no están presentes en la mente, desde el principio, como objetos de pensamiento; pero están virtualmente presentes, en el sentido de que, por razón de su constitución innata, la mente piensa en esas maneras.

La Duda Metódica

La clave del método se encuentra, pues, en la evidencia. Todo es cuestión de empezar, como el matemático, por rechazar todo aquello que no sea evidente, «no aceptar como verdadera ninguna cosa que no lo sea». ¿Cómo encontrar esas "ideas simples", indubitables? ¿Cómo estar seguros de la evidencia? El primer propósito de Descartes consiste en encontrar un punto de partida: una verdad tan inmediatamente evidente, «tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no sean capaces de conmoverla». El camino para alcanzar la respuesta consiste en «rechazar como absolutamente falso todo aquello en que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de ver si, después de hecho esto, no quedaría en mi creencia algo que fuera enteramente indudable».

Se trata, pues, de dudar de todos los conocimientos que hasta el presente hayamos podido adquirir. ¿No es cierto que los sentidos nos engañan a veces? ¿No podría ocurrir que nos engañasen siempre? ¿Y no podemos decir lo mismo de nuestra razón? ¿No podría ser todo como un sueño del que todavía no hemos despertado? Y, por si estos motivos no fuesen suficientes para que la duda sea universal, Descartes propone aún la hipótesis del "genio maligno", «de extremado poder e inteligencia, que pone todo su empeño en inducirme a error». Parece, pues, que nada puede quedar al margen de la duda.

Descartes deja bien sentado, sin embargo, que la duda es metódica, y no escéptica: los escépticos dudan por dudar. La duda cartesiana, en cambio, es sólo provisional; es el camino para salir de la duda, es un medio para alcanzar la evidencia. La duda desaparecerá cuando encontremos algo de lo que no se pueda dudar, que es lo que estamos buscando.

La Moral Provisional

Y aunque hay motivos sobrados para que la duda sea universal, para que afecte a todo cuanto podemos conocer, sin embargo hay algo que debe quedar fuera: la moral. La moral, por definición, es puramente práctica, no teórica. No busca la verdad, sino el bien. No se aplica al conocimiento, sino a la acción. En la tercera parte del Discurso, Descartes propone una serie de normas morales que han de seguirse mientras la inteligencia esté sumida en la duda: «con el objeto de que no permaneciese vacilante en mis acciones mientras la razón me obligase a serlo en mis juicios, y que no dejase de vivir desde ese momento lo más felizmente que pudiese, configuré una moral provisional». La reduce a cuatro reglas:

  1. Ajustarse a las leyes y costumbres del país.
  2. Actuar con resolución, aunque las acciones no sean correctas.
  3. Practicar el autodominio para aceptar el destino o los hechos y acontecimientos.
  4. Emplear toda la vida en el cultivo de la razón.

El Recorrido de la Duda Hasta Llegar a la Primera Verdad

a) Las falacias de los sentidos

Cabe dudar del testimonio de los sentidos; pero reconocer la poca fiabilidad de los sentidos no nos permite dudar de la existencia de las cosas que percibimos. Dudamos de lo que captamos de las cosas pero no de la existencia misma de las cosas. ¿Y si en realidad lo que captamos como existencia real de las cosas no fuese más que un sueño, y la realidad aquello que nos representamos cuando dormimos?

b) La imposibilidad de distinguir la vigilia del sueño

Nos permite dudar de la existencia de las cosas y del mundo, sin embargo no parece afectar a ciertas verdades, como las matemáticas, que siempre son evidentemente verdaderas estemos despiertos o dormidos.

c) La duda “hiperbólica”

Hecha posible por la hipótesis ficticia del “genio maligno” equivale a suponer que el entendimiento es de tal naturaleza que se equivoca necesariamente y siempre cuando piensa captar la verdad. Esta posibilidad nos permite dudar incluso de aquellas verdades, como las matemáticas, que despiertos o dormidos se nos presentan claramente evidentes.

d) La primera verdad

Si yo pienso que el mundo existe, tal vez me equivoque en cuanto a que el mundo existe, pero no cabe error en cuanto a que yo lo pienso; igualmente, puedo dudar de todo menos de que yo dudo. Mi existencia, pues, como sujeto que piensa (que duda, que se equivoca, etc.), está exenta de todo error posible y de toda duda posible. Descartes lo expresa con su célebre: pienso luego existo.

e) El criterio de verdad

La existencia del sujeto pensante no es solamente la primera verdad y la primera certeza: es también el prototipo de toda verdad y de toda certeza. ¿Por qué mi existencia como sujeto pensante es absolutamente indubitable? Porque la percibo con toda claridad y distinción. De aquí deduce Descartes su criterio de certeza: todo cuanto perciba con igual claridad y distinción será verdadero y, por tanto, podré afirmarlo con inquebrantable certeza. Sin embargo, la “duda hiperbólica” o posibilidad de un genio maligno que nos engañe, si bien no resiste al “cogito”, sí se mantiene ante su afirmación como criterio para reconocer la verdad de las demás cosas (claridad y distinción). Por ello es necesario demostrar la existencia de un Dios, que por ser infinitamente perfecto y bueno, al crearme, fue necesariamente incapaz de haberme dotado de una naturaleza que me engañe.

Las Tres Sustancias

El Yo (Res Cogitans)

Sin embargo el análisis del "cogito" debe proporcionarnos algo más que un criterio de certeza. La primera intuición intelectual, que sirve de punto de partida para toda la nueva filosofía, ha de enseñarnos algo más.
En efecto, todavía en la cuarta parte del Discurso, después de aceptar la evidencia del "cogito" como el «primer principio de la filosofía que andaba buscando», Descartes prosigue su análisis examinando qué es el yo que se descubre en el "cogito": «Conocí que yo era una sustancia cuya esencia y naturaleza toda es pensar, y que no necesita para ser de lugar alguno, ni depende de cosa alguna material». El mundo, el propio cuerpo, están aún sometidos a la duda: no sabemos aún con seguridad nada de ellos. En cuanto al yo, queda reducido a razón, a pensamiento, de tal forma que tal vez «si cesase por completo de pensar, cesara al propio tiempo por completo de existir». El yo es pensamiento puro, es una "res cogitans", una sustancia pensante. Y de momento no podemos saber nada más acerca del hombre: la existencia del alma se vuelve más evidente, más fácil de conocer que la del cuerpo.

Dios (Res Infinita)

«A continuación, reflexionando sobre el hecho de que dudaba y que, por consiguiente, mi ser no era del todo perfecto, pues advertía claramente que era mayor perfección conocer que dudar, traté de indagar dónde había aprendido a pensar en algo más perfecto de lo que yo era, y conocí con evidencia que debía ser de alguna naturaleza que fuese, en efecto, más perfecta».

Siguiendo el orden en que el pensamiento percibe las verdades, tras la investigación del sujeto del conocimiento, Descartes pasa a demostrar la existencia de Dios, primer objeto del conocimiento. Para ello, parte de nuevo del hecho de la duda: si dudo, soy imperfecto. Pero al mismo tiempo, sé que tengo la idea de perfección. Tal idea no puede salir de mí mismo, luego la ha debido poner en mí alguien que sea en sí mismo más perfecto que yo.

Descartes presenta otras dos pruebas de la existencia de Dios (otra basada en la idea de perfección, y el argumento ontológico) que conviene leer en la parte cuarta del Discurso del Método. Y es que la existencia de Dios tiene una función considerable en la metafísica cartesiana: Dios no puede engañar, pues el engaño procede siempre de algún defecto. De ello se sigue que la luz natural del espíritu es recta, no viciada o perversa, puesto que es creada por Dios.

Solo ahora queda definitivamente fundado el criterio de certeza: no es posible que me equivoque en las cosas que me parecen evidentes porque el error provendría de Dios. La veracidad divina garantiza, pues, el valor de las ideas claras y distintas: lo que concibo claramente es tal como me lo presento. El error no puede tener otra causa que nuestra imperfección, es decir, la falta de claridad en nuestras ideas o la precipitación en nuestros juicios.

El Mundo (Res Extensa)

Ya no nos queda más que demostrar o deducir la existencia del mundo material, del cual, de momento, aún hay que dudar.

Aparte del yo y de Dios (Res cogitans y res infinita), tenemos también ideas sobre las realidades materiales externas, ideas que formamos a partir de sensaciones. Ya antes se dijo que nuestras sensaciones podrían todas ellas ser engañosas. Y sin embargo, sentimos una inclinación natural a pensar que nuestras ideas sobre el mundo material proceden efectivamente del exterior. Si tal inclinación es natural y Dios es creador de nuestra naturaleza, hay que eliminar la dificultad: Dios no puede engañarnos. Por tanto, nuestras sensaciones han de ser válidas, y han de ser reales los cuerpos que las producen: «hemos de admitir que existen objetos corpóreos».

Ahora bien: la esencia de las cosas materiales no puede ser otra que la extensión geométrica. En efecto, las cualidades sensibles son oscuras y confusas, en tanto que la extensión la concebimos «muy clara y distintamente». Así, podemos imaginar la extensión sin cualidades sensibles, pero no podemos pensar estas cualidades sin la extensión.

En resumen, sabemos que los cuerpos existen porque Dios no puede engañarnos (conocemos con certeza su existencia); y sabemos que su naturaleza consiste en extensión porque es la única idea clara y distinta que de ellos tenemos (conocemos con certeza también su esencia). Queda pues caracterizada la realidad externa como "res extensa" (y, en consecuencia, la física reducida a geometría, como a continuación veremos).

La Ciencia Natural

Descartes se ocupa, en la quinta parte del Discurso, de sentar las bases de esa nueva ciencia que pretendía construir. No pudo llevar a la práctica completamente su ideal: por ejemplo, la biología, aunque dedicó algún tiempo a su estudio, no parecía fácilmente sometible al método deductivo. Y la moral no tuvo tiempo de redactarla, aunque en distintos escritos quedan señaladas las líneas maestras que permitirían construirla científicamente.
Aunque la parte más importante es, sin lugar a dudas, la metafísica, vamos a señalar brevemente los rasgos principales de la ciencia natural, por cuanto, como aplicación del método, tiene también significación filosófica.

La Física

Con relación a la física, ya hemos visto que Descartes ha reducido la naturaleza de los cuerpos a mera extensión en el espacio. A partir de esta idea clara y distinta y según el método matemático es como debe desarrollarse esta ciencia.

Si los cuerpos no son más que extensión, la materia es infinita, ya que lo único que podría limitarla es el espacio vacío; pero espacio-vacío es una noción contradictoria (es extensión inextensa).

Algo más complicado resulta el problema del movimiento. De entrada, el único movimiento posible es el movimiento local, ya que los cambios sustanciales o cualitativos son imposibles en un universo de pura extensión. Aún así, la idea de extensión no implica la de movimiento. Luego el movimiento no es una propiedad de los cuerpos: todo movimiento es extrínseco al móvil (en franca oposición a la física aristotélica). La única causa posible del movimiento es Dios.

A partir de este momento, la deducción de las leyes y propiedades de los cuerpos se simplifica, pues «del hecho de que Dios no está de ningún modo sometido a cambio y actúa siempre de la misma manera, podemos llegar al conocimiento de ciertas reglas a las que llamo leyes de la naturaleza».
De entre esas leyes, podemos subrayar dos:

  1. La ley de la conservación de la cantidad de movimiento: Dios «conserva ahora en el universo, por su concurso ordinario, tanto movimiento y tanto reposo como puso en el mismo al crearlo».
  2. Principio de inercia: «Todos los cuerpos que están en movimiento continúan moviéndose hasta que su movimiento sea detenido por otros cuerpos».

Otras leyes formuladas por Descartes se demostraron erróneas poco tiempo después, y Newton daría una explicación más razonable del principio de inercia. La física deductiva de Descartes duró poco, sustituida por la física experimental. Con todo, su concepción mecanicista del universo -Dios como motor de una máquina que, una vez puesta en movimiento, da razón por sí misma de todo lo que en ella ocurre- tuvo amplio eco en la ciencia posterior.

La Psicología

Los seres vivos presentan un caso especial dentro de la naturaleza. Por una parte, tienen cuerpo; y por otra, tienen automovimiento (al menos así los describía la psicología clásica). Además, en el caso de los animales, tienen incluso conocimiento sensible. Ahora bien: habiendo dividido la naturaleza en dos tipos de sustancias inequívocamente distintas, el dilema es inevitable: ¿son sustancias extensas o pensantes? Y la respuesta es igualmente clara: no pueden ser sino sustancias extensas. Su automovimiento es explicado por Descartes diciendo que es la propia naturaleza quien actúa en ellos: «es la naturaleza la que obra en ellos de acuerdo con la disposición de sus órganos, así como un reloj que está compuesto solamente con ruedas y pesas puede dar las horas y medir el tiempo más correctamente que nosotros, con toda nuestra sabiduría». En definitiva, los animales y las plantas no son más que máquinas.

Todavía más difícil resulta explicar al hombre. Toda la antropología cartesiana descansa sobre la distinción del cuerpo y el alma. Pero también es evidente la unidad del hombre. «No me parece que el espíritu humano sea capaz de concebir distintamente y a la vez la distinción del alma y el cuerpo y su unión; porque para ello es necesario concebirlos como una sola cosa y a la vez concebirlos como dos, lo cual es contradictorio». La unidad del hombre es, pues, un hecho irracional, es lo que en lenguaje moderno se llamaría un misterio. Los racionalistas posteriores (Malebranche, Spinoza y Leibniz) tratarán de solucionar este problema, y sacarán así las consecuencias del cartesianismo.

El objetivo último del pensamiento de Descartes al afirmar que alma y cuerpo, pensamiento y extensión, constituyen substancias distintas, es salvaguardar la autonomía del alma respecto de la materia. La ciencia clásica (cuya concepción de la materia comparte Descartes) imponía una concepción mecanicista y determinista del mundo material, en el cual no queda lugar para la libertad. La libertad - y con ella el conjunto de los valores espirituales defendidos por Descartes - solamente podía salvaguardarse sustrayendo el alma del mundo de la necesidad mecanicista, y esto, a su vez, exigía situarla como una esfera de la realidad autónoma e independiente de la materia.

La Moral Definitiva

La metafísica y la ciencia cartesianas estaban orientadas hacia fines prácticos; aunque en sí mismas estas ciencias no lo sean, constituyen la base para alcanzar la sabiduría más perfecta que el hombre puede lograr y que consiste en el dominio de la naturaleza («maîtres et possesseurs de la nature») y de sí mismo. Desde este punto de vista, la Ética es concebida como la ciencia suprema porque supone el perfecto conocimiento de las demás ciencias y porque «es el último grado de sabiduría».

Ya hemos hablado de la moral provisional (tercera parte del Discurso). También hemos dicho ya que Descartes no llegó a dar una forma terminada a su moral definitiva. En una serie de cartas a la princesa Isabel quedan esbozados sus rasgos principales. En definitiva, viene a ser una reformulación de la moral provisional: la cuarta regla desaparece y la primera es sustituida por otra más adecuada:

  1. Poner todo el empeño en conocer en cada caso lo que ha de hacerse o evitarse; es decir, aplicar los principios de la nueva ciencia a las situaciones concretas.
  2. Que el hombre «tenga una firme y constante resolución de ejecutar todo lo que su razón le aconseje, sin que sus pasiones o apetitos le desvíen de ello; y creo que la virtud consiste en la firmeza de esa resolución».

No desear lo imposible y no arrepentirse de los propios errores (el error no es culpable).

La aplicación de estos principios constituye la más perfecta sabiduría, y conduce a «tener el propio espíritu contento y satisfecho».

La felicidad sobrenatural depende de la Gracia, pues está reservada a los predestinados. En cambio la felicidad natural sólo depende del hombre mismo. «El libre arbitrio (...) nos hace de algún modo semejantes a Dios, y parece eximirnos de estarle sujetos». La libertad no es otra cosa que el autodominio: sentirse dueño de sí mismo, y, gracias a la ciencia, dueño de la naturaleza. El fin último es objetivo (igual para todos los hombres) pero inmanente: no hay que depender de otro para ser feliz. Ser feliz es ejercitar la propia libertad hasta lograr ser independientes incluso de Dios.

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