Ondas Revolucionarias del Siglo XIX: Liberalismo y Nacionalismo
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Las Revoluciones Liberales del Siglo XIX
La Revolución de 1820
Se centraron en el área mediterránea europea, específicamente en España, Nápoles y Grecia. La revolución fracasó debido a la intervención de las monarquías absolutas vecinas. Solo en Grecia, que se sublevó contra el Imperio turco, triunfó el movimiento, apoyado por Gran Bretaña, dando lugar a la independencia griega.
La Revolución de 1830
La oleada revolucionaria de 1830 tuvo mayor éxito que la anterior, ya que afectó a toda Europa. Las revoluciones de 1830 alteraron el panorama internacional heredado de 1815. Al oeste del Rin se crearon varias monarquías liberales moderadas. Al este, tres imperios: ruso, turco y austriaco, ejercían de vigilantes frente a los movimientos liberales y nacionales.
Las principales características de las revoluciones de 1830 respecto a las de 1820 fueron:
- El gran descontento social y económico de las clases populares.
- Movimiento democrático y republicano más radical.
Las Revoluciones de 1848: "La Primavera de los Pueblos"
La de 1848 fue la última de las tres grandes oleadas revolucionarias del siglo XIX, tras las de 1820 y 1830. Compartía con estas últimas su inspiración en los principios de la Revolución Francesa. En definitiva, las revoluciones de 1848 señalaron la apertura de un nuevo período histórico.
- Revolución democrática y de gran contenido social.
- Revolución de carácter nacionalista.
El Nacionalismo
Se pueden identificar dos tipos de nacionalismo:
Nacionalismo Progresista
Según la vertiente progresista, la revolución liberaba a los pueblos oprimidos por tiranías extranjeras. Esos pueblos debían apoyarse mutuamente para llevar a cabo sus respectivas liberaciones nacionales. Era subjetiva y voluntarista; cualquier comunidad podía convertirse en una nación si lo deseaba (derecho de autodeterminación). Del mismo modo, cualquier persona podía cambiar de nacionalidad con solo desearlo. Su figura más representativa fue Giuseppe Mazzini.
Nacionalismo Tradicionalista
Las naciones no se basaban en la voluntad de los pueblos, sino que se diferenciaban por rasgos culturales y geográficos. Por lo que si un alemán nacía alemán, moría alemán. Era todo de tipo objetivo y orgánico (la nación era un todo orgánico indisoluble). Destaca el alemán Fitche por defender esta teoría.
También se podían clasificar en:
Nacionalismos Integradores
Pretendían atraer a los ciudadanos hacia símbolos comunes con la finalidad de crear grandes estados, como EE.UU., Alemania e Italia.
Nacionalismos Desintegradores
Trataban de desestabilizar a grandes estados tradicionales desde áreas más reducidas, como Irlanda, Polonia y Serbia.