Noción duda y certeza Descartes

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1er Fragmento

Resumen

Este fragmento comienza en “Desde hace mucho tiempo…” y termina en “…las  ilusiones de mis sueños”. Pertenece al Discurso del método, de Descartes.
Al principio de este fragmento nos habla de la moral: piensa que los seres humanos nos dejamos llevar por opiniones inciertas, costumbres heredadas por tradición. Sin embargo, no se conforma y elige investigar sobre el conocimiento de la Verdad. Dado que todo lo que percibía como verdadero hasta el momento era incierto, decide que el camino hasta llegar a la Verdad es dudar de todo lo que le rodea. Sólo aquellos que sometan a juicio los criterios que consideran inciertos pueden llegar a conocerla. De esta forma, pretende conocer si algo de lo que había en su creencia era cierto. En primer lugar, duda de sus sentidos, pues en ocasiones reflejan una realidad distorsionada, y nos engañan. En segundo lugar, duda de todas aquellas demostraciones inducidas por su razón y las rechaza, aduciendo que pueden ser deducciones llevadas al error por la razón (“El geniecillo maligno”). Y, por último, duda de sus sueños, pues nuestras representaciones en ellos son indistinguibles de las representaciones del mundo exterior en estado de vigilia. Así, Descartes plantea una duda metódica sobre todo aquello que le rodea, sobre la realidad entera.

Nociones: “Duda y certeza”

Las dos nociones presentes en el fragmento son la duda y la certeza.
Descartes utilizará la duda metódica como instrumento para la búsqueda de la Verdad. No es una duda escéptica, que pone en entredicho cualquier verdad e incluso niega la validez del conocimiento, sino una herramienta metodológica, es decir, un método de acercamiento a la Verdad. En griego, la palabra “método” tenía como significado “camino hacia” que, en este caso, conduce hacia la verdad. Esta duda metódica recorre tres pasos:
Primero, duda de sus sentidos, pues pueden mostrarnos una percepción engañosa de la realidad; segundo, duda de su razón, aduciendo que poseemos un “geniecillo maligno” que nos induce al error; y tercero, duda tanto de sus sueños como del estado de vigilia (cuando permaneces despierto).

Sin embargo, la certeza es un estado subjetivo que lleva a afirmar a un sujeto algo como verdadero. Por ejemplo, si yo estoy cierto de que Dios existe, al menos para mí, tengo la total seguridad de que existe y afirmo eso como verdadero. Es una certeza, pues sólo vale para mí y para aquellas personas que lo comparten. La verdad, en cambio, es la afirmación de algo como tal para todos. Tiene que ser objetiva, o por lo menos, intersubjetiva –compartida con los sujetos que la conocen–.

Pero Descartes no diferenciaba entre verdad y certeza, pues para él eran lo mismo: lo que un alma piensa como verdadero, ha de ser común a todos. De ahí que Descartes sea racionalista: confía en la razón humana, que vale para todos y para sí mismo. Todos tenemos una y la misma razón.

Síntesis teórica o doctrinal: “El cogito y el criterio de verdad”

El objetivo de Descartes era descubrir un conocimiento seguro, estable, que se sitúe más allá de toda duda razonable. La cultura filosófico-científica contemporánea no lo garantizaba, ni en la tradición aristotélico-escolástica, todavía vigente y dominante en la enseñanza de su tiempo, ni en la revitalización naturalista desarrollada en el Renacimiento. Ésta última planteaba dramáticamente si el hombre era capaz de alcanzar un conocimiento cierto y estable de la realidad del mundo exterior por medio de su capacidad natural. Así, Descartes, que admiraba las matemáticas “por la certeza y evidencia de sus razonamientos”, adquiríó pronto el convencimiento de que todo conocimiento debía regirse por el procedimiento de la matemática. La matemática es un sistema axiomático que requiere de unos primeros principios verdaderos    –axiomas– de los que se deduzca el resto del sistema teórico. En base a ello, el interés que mueve al filósofo es encontrar un principio absolutamente garantizado e inmune a toda duda, una primera verdad de la que resultara imposible dudar por su claridad y distinción.

Entendemos por claridad aquello que no puede ser confundido con ninguna otra cosa, sea cual sea el grado de semejanza que guarden entre ellas, y por distinción, aquello de lo que conocemos con claridad los elementos que la componen.

Esta primera verdad sería el punto de partida en la edificación ordenada y matemática del saber, de acuerdo con unas reglas sencillas que Descartes derivaba de la práctica de los geómetras. Este es el origen del método cartesiano, que consiste en unas reglas ciertas gracias a las cuales nadie tomará como verdadero lo falso y llegará al conocimiento de todo lo que sea capaz de conocer –de forma gradual y continua–. En el Discurso del método (1637), al que pertenece el fragmento comentado, expone este método, que consta de cuatro reglas:

  • 1ª regla: evidencia


    . Está directamente conectada con la duda, pues dice que no aceptará “como verdadero nada que no sea evidente” para su razón, es decir, nada que no esté seguro de que lo es. En definitiva, no aceptará ninguna idea que no sea clara y distinta a la vez.

  • 2ª regla: análisis

    . Cualquier duda compleja ha de ser descompuesta en sus partes mínimas o simples. Así, será posible comprobar la claridad y distinción de esas partes mínimas.

  • 3ª regla: síntesis

    . Una vez aplicada la segunda regla, y que se ha descompuesto, por tanto, el problema, obtenemos las ideas simples y las volvemos a recomponer por medio de la síntesis.

  • 4ª regla: enumeración o recuento

    . Con todo reunido, revisamos el proceso hasta estar seguros de no omitir ni añadir nada.

El objetivo es, por tanto, un saber seguro y cierto construido por nuestra razón en el que podemos confiar más allá de toda duda. En la búsqueda de esa verdad primera indudable que exige la primera regla de la evidencia, Descartes utilizará la duda metódica.

En primer lugar, Descartes –coincidiendo con los escépticos– duda de los sentidos, ya que nos engañan y, por tanto, no se puede confiar en ellos como fuente de conocimiento seguro y objetivo, por lo que se rechazan. El tacto, el gusto, la vista, el oído o el olfato nos proporcionan noticias de la realidad que, más tarde, descubrimos que son falsas. En segundo lugar, pone en duda la razón.
¿No habrá un “geniecillo maligno” que nos lleve a equivocarnos? ¿No habrá una deficiencia torpe en ella que nos induzca al error? Sabe que la razón humana es limitada y piensa que hay algo en ella que provoca nuestros errores. Y, en tercer lugar, duda de los sueños y la vigilia, siendo ambas indivisibles pues, ¿quién nos dice que cuando soñamos no estamos en realidad despiertos, y viceversa? Descartes asume, por tanto, la crítica escéptica de la sensación que lo rodea y concluye cuestionando el mundo exterior de objetos corpóreos y las ciencias que de él tratan –física, astronomía y medicina–.

Pero llegados a este punto, concluyendo que tanto los sentidos como la razón, los sueños y la vigilia nos engañan y, por tanto, se rechazan, llega el conocimiento de que existe una primera verdad evidente e indubitable: “Cogito, ergo sum” – “Pienso, luego existo”.
Mientras estoy pensando, me aseguro de que existo. Esta primera verdad tiene dos consecuencias:
La primera es preguntarnos ¿qué soy yo? Yo soy una sustancia, es decir, “una cosa que existe en forma tal que no tiene necesidad sino de sí misma para existir”, o lo que es lo mismo: un alma que realiza todas las actividades intelectuales. “Si fallor, sum” – “Si me equivoco, existo”. Y la segunda contiene el criterio de verdad, que a su vez se divide en dos:
claridad          ­–aquella idea que no puede ser confundida con ninguna otra sea cuando sea el grado de semejanza que haya entre ellas– y distinción –aquella idea de la que conocemos con la misma claridad los elementos que la componen–.

En definitiva, la aplicación de la primera regla del método ­–la evidencia– nos ha llevado a la primera verdad: “Pienso, luego existo”. A partir del cogito, entendido como una captación intuitiva e inmediata de la verdad, Descartes procederá a construir su filosofía –verdadera– como una secuencia de intuiciones evidentes.

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