El misterio de Dios y la Trinidad: Revelación y Encarnación

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El misterio De Dios

El recorrido bíblico nos ha hecho llegar a descubrir que cuando se habla de misterio la escritura está haciendo referencia al mismo Dios. El contenido del misterio es la salvación de Dios en la historia realizada por Jesucristo y dado a conocer por el Espíritu. Hemos de compaginar la grandeza del misterio que el hombre no puede alcanzar por sus propias fuerzas con la accesibilidad del misterio gracias a la revelación divina. Así, Dios es misterio, en primer lugar por lo que él es en sí mismo y en segundo lugar porque está más allá de nuestra realidad y conocimiento limitado. La definición de misterio no viene dada por la razón humana, sino por la realidad divina. El misterio de Dios va más allá de la comprensión de la razón humana y de la expresión del hombre, se nos escapa totalmente porque él es excelso y ante el Todopoderoso el hombre no puede hacer otra cosa que manifestar su propia limitación. Pero que Dios sea un misterio no quiere decir que es inalcanzable. Él ha querido acercarse y darse a conocer y nos ha dado la capacidad y posibilidad de alcanzarlo, solo por la revelación acogida por la fe podemos conocer y participar de la vida divina. El misterio de Dios es un misterio de amor ya que Dios es amor. El amor divino es algo difícil de entender y de medir pues es pura donación gratuita.

El misterio de la Trinidad

Si algo tenemos claro es que si Dios es misterio, la Trinidad lo es aún más. Además, el misterio de Dios cristiano es aún más grande que el de otras religiones monoteístas porque no solo se trata de un Dios sino también de un ser que es trino. Al igual que el misterio de Dios, el misterio de la Trinidad es inaccesible a nuestra razón y solo lo podemos entender cuando Dios lo revela en el Nuevo Testamento cuando envía a su Hijo por medio del Espíritu Santo. Gracias a la fe podemos entender el misterio de la Santísima Trinidad aunque a la mente humana le cuesta entender que el Hijo se ha generado por el Padre pero no siendo inferior a él sino que son iguales. Por lo tanto, aunque la Trinidad sea un misterio no debemos olvidar que es el centro de la vida cristiana porque el Padre diseñó este plan de salvación enviando al Hijo a través del Espíritu Santo para que podamos alcanzar la salvación.

La revelación divina

La revelación es la autocomunicación de Dios que, movido por el amor, usa para unirse a los hombres. En la revelación encontramos las siguientes características:
  • Es un don gratuito que establece Dios para crear una alianza con los hombres.
  • El motivo de la revelación es el amor divino.
  • La revelación se da en la historia y es progresiva.
  • El fin de esta revelación es la salvación de la humanidad.
  • La revelación consta de etapas para que el hombre asuma el proceso y pueda acogerla.
  • La revelación se realiza a través de la mediación de Jesucristo.

El Hijo es enviado en la Encarnación

La Encarnación se trata de una obra de la Trinidad, una acción conjunta de las tres personas divinas. El Padre envía al Hijo y el Espíritu Santo desciende sobre María. El Padre actúa en la Encarnación enviando al Hijo de Dios, que tiene claro que ha sido enviado por el Padre. Jesús tiene claro que su vida depende de quien lo ha enviado, por eso dice que quien lo recibe a él recibe al que lo ha enviado y el que lo rechaza, rechaza al que lo envió. La finalidad del envío de Jesucristo al mundo es alcanzar la vida eterna, y el motivo de este envío es el amor hacia los hombres. El Hijo es enviado por el Padre, pero es el Hijo quien se encarna y no el Padre ni el Espíritu Santo. San Juan en sus evangelios dice “el Verbo se hizo carne“, por lo tanto vemos que es el Verbo de Dios quien asume la naturaleza humana y quien comparte esta naturaleza con los hombres.
El Hijo se encarna libremente y siendo obediente a lo que le manda el Padre, que es quien lo ha enviado. Por lo que en este acto de obediencia Jesús cumple la voluntad del Padre como dice Juan “porque no he bajado para hacer mi voluntad sino la del que me ha enviado”. El Espíritu Santo actúa en la Encarnación de dos maneras: fecunda el seno de la Virgen María y santifica la humanidad del Hijo de Dios.
El Espíritu desciende sobre María y no sobre Jesús.

La Trinidad y el misterio de la cruz

El misterio pascual de Jesucristo es el momento más importante de la revelación de la Trinidad. En este momento de la cruz, en la entrega interviene la Trinidad, primero el Padre que entrega a su Hijo, después el Hijo que acepta esta entrega por obediencia y se ofrece voluntariamente a la cruz, y por último el Espíritu Santo que lo conduce a esta entrega. En esta entrega podemos ver la mayor comunión de amor que hay entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pues el Padre está tan unido al Hijo que se entrega junto a él, y a su vez Jesucristo en la cruz envía el Espíritu Santo entregándolo al morir. (Jn 19, 30)
En la Encarnación el Padre hace un signo de entrega a los hombres enviando a su Hijo, que toma sentido en su muerte ya que fue enviado al mundo y entregado a la muerte por nosotros. Aquí podemos ver la mayor muestra de amor de Dios hacia los hombres, que no se ha entregado todo, incluso a su propio Hijo para que podamos estar unidos a él permanentemente en su amor. Ante esta iniciativa del Padre de entregar a su Hijo, éste responde aceptando los designios de su Padre, así la entrega del Hijo es fruto de la obediencia al Padre en un acto de total libertad.
El Espíritu Santo aparece en este misterio de la cruz como sujeto de la acción de entrega (lo entrega), y más tarde como objeto principal de esta entrega (es entregado).
En este misterio de la cruz podemos ver el aparente abandono del Padre cuando Jesús grita “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Estas palabras las dice Jesús en nombre de toda la humanidad pecadora al tomar todos nuestros pecados. Al igual que hemos visto el amor del Padre al entregar a su Hijo por nosotros también podemos ver el amor del Hijo que se entrega a esta cruz para nuestra salvación, por eso decimos que en la cruz está la salvación de los hombres.

La Trinidad en la Resurrección de Jesús

La resurrección de Jesús completa el misterio pascual conformado por la pasión y muerte de Jesucristo. En la resurrección podemos ver de manera más clara la acción de las tres personas divinas. El Hijo de Dios resucitado entre los muertos por la acción del Padre y el poder del Espíritu Santo. El Padre resucita al Hijo mostrándole este poder como respuesta al sacrificio ofrecido en obediencia a él, haciendo de este una nueva creación. El Hijo realiza su propia resurrección gracias al poder divino ya que este poder solo le es otorgado gracias a que le viene del Padre. El Espíritu Santo es el elemento que hace posible la resurrección del Hijo ordenada por el Padre ya que esta resurrección se realiza en virtud del Espíritu Santo que es fuerza de vida. Por lo tanto el agente principal es el Padre que resucita a su Hijo con el poder del Espíritu Santo constituyéndole Hijo en poder y Señor.

Principales herejías trinitarias

Las herejías trinitarias parten del intento de explicitación del misterio de Dios pero terminan por separarse de la doctrina de la fe. Podemos destacar como principales herejías trinitarias el monarquianismo y el subordinacionismo. El monarquianismo acentúa tanto la unidad divina que termina reduciendo a Dios a una sola persona que es el Padre. Dentro de esta herejía hay dos tipos:
  • El adopcionismo afirma que para defender la unidad de Dios no es posible afirmar la divinidad de Jesucristo ya que consideran a Jesús como un mero hombre.
  • El modalismo considera que las personas divinas que conocemos son diferentes modos en los que Dios se manifiesta, por lo que Dios tiene tres modos distintos de manifestación (el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo).
El subordinacionismo considera que el Hijo y el Espíritu Santo son seres inferiores al Padre, por lo que podría decirse que solo hay un solo Dios y las otras dos figuras son “semi Dioses”.

San Agustín

San Agustín es el primer autor que escribe un gran tratado sobre la Trinidad para que podamos comprender mejor el misterio trinitario. En la primera parte de su obra trata la unidad de Dios y la Trinidad de personas (una esencia o sustancia y tres personas). Las relaciones en Dios muestran que las tres personas son relativas entre sí y estas relaciones no son accidentales pero tampoco sustanciales, ya que además de predicar según la sustancia también se ha de predicar según la relación. Las relaciones divinas constitutivas son: la paternidad, la filiación, la expiración, que vienen dadas por relación de oposición. El fin de estas relaciones son las procesiones en las que podemos distinguir dos: el Hijo procede del Padre y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.
San Agustín describe los distintos nombres que da a cada persona: al Padre también lo llama principio e ingénito; al Hijo lo llama Verbo e imagen; y al Espíritu Santo lo llama don y amor.
En la segunda parte de su obra San Agustín trata la analogía psicológica para explicar el misterio trinitario con comparaciones. Parte de que el alma es creada a imagen de Dios y en ella podemos encontrar algunas imágenes de la dignidad como son la mente haciendo referencia al Padre, la inteligencia refiriéndose a su Hijo, y el amor como don del Espíritu Santo.

Las misiones divinas

Misión significa envío y en la Trinidad hay dos misiones que son los envíos del Hijo y del Espíritu Santo hechos por el Padre. Ambas misiones son distintas y a su vez inseparables. La primera misión es la del Hijo que es enviado por el Padre al mundo en la Encarnación, y la segunda es la del don del Espíritu Santo enviado por el Padre y el Hijo resucitado en Pentecostés.

Las apropiaciones

Hablamos de apropiación cuando a una persona de la Trinidad se le asigna una acción que le corresponde a Dios en cuanto a su esencia común siendo común a los tres personas divinas. Las apropiaciones paradigmáticas son las del Creador al Padre, Redentor al Hijo y Santificador al Espíritu Santo: se apropia al Padre el ser Creador, porque él es el principio y origen de todo. Al Hijo se le apropia el ser Redentor porque fue quien murió y resucitó por nosotros. El Espíritu Santo se le atribuye el ser Santificador, por ser el amor de Dios que se derrama hacia nosotros.

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