Literatura infantil
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HISTORIA DE LA LITERATURA INFANTIL EN ESPAÑA.
2.1. De la Edad Media al Siglo XVII: Inicios del libro
En esta época eran pocos los adultos y niños que tenían acceso a los libros y la lectura. Leer era un privilegio. La cultura se hallaba recluida en palacios y monasterios, y los pocos libros a los que se tenía acceso estaban marcados por un gran didactismo que pretendía inculcar buenas costumbres y creencias religiosas. Es de suponer que en esta época los niños oirían con gusto poesías, cuentos y cuentos tradicionales que no estaban, en principio, pensados para el público infantil.
En un estadio tan primitivo de la literatura no es de extrañar que niños y adultos escucharan las mismas cosas y tuvieran las mismas lecturas, como las Cantigas de Alfonso X el Sabio (1252-1284), o un siglo más tarde El Conde Lucanor o Libro de Patronio (1335), del infante don Juan Manuel, colección de cincuenta apólogos dirigida a niños y adultos. Este mismo autor escribió el Libro de los estados o libro del infante, también de tipo didáctico.
Los escasos libros para niños que existían en esta época eran abecedarios, silabarios, bestiarios o catones (los libros llenos de sentencias que seguían a los abecedarios) que contenían normas de comportamiento social y religioso.
La influencia del mundo antiguo oriental dominó gran parte de la Edad Media. Ramón Llull (1232-1316) compuso el Llibre de les besties, y, pensando en los niños, un Ars puerilis dedicado a la educación de la infancia.
Como una muestra más de la preocupación por lo pedagógico y la intención moral que dominaba en esta época, se pueden citar los Proverbios del marqués de Santillana que escribió por encargo del rey Juan II para su hijo.
La invención de la imprenta puso en manos de los niños libros que hasta ese momento sólo se conocían por versiones orales. Uno de los primeros que se editó en España fue el Isopete historiado, en el año 1489. Se trataba de una traducción al castellano de las fábulas de Esopo, con grabados en madera. En la misma imprenta, la de Juan Hurus en Zaragoza, se editó en 1493 una versión del Calila e Dimna, el Exemplario contra los engaños y peligros del mundo, que avisa en su prólogo que se trata de un libro tanto para adultos como para los niños.
Numerosas cartillas y abecedarios debieron de imprimirse en esta época, así como adaptaciones de los libros sagrados, como el Antiguo Testamento para los niños, de Hans Holbein (1549).
El descubrimiento del mundo antiguo sacó a la luz numerosas fábulas de la Antigüedad, y junto a traducciones de Esopo aparecieron nuevos creadores: en España, Sebastián Mey, Fabulario de cuentos antiguos y nuevos (1613), que reúne una colección de 57 fábulas y cuentos que terminan con un dístico moralizador, y en Francia Jean de la Fontaine, autor de las Fábulas (1688). En Alemania se edita en 1658 el Orbis Sensualium Pictus, del monje y pedagogo Comenio. Este libro en imágenes se considera revolucionario dentro de la literatura infantil. Se publicó en cuatro idiomas, latín, alemán, italiano y francés y cada palabra llevaba su correspondiente dibujo. Se trata de un libro de concepción muy moderna que defiende la coeducación y el jardín de infancia.
2.2. El siglo XVIII: La literatura para niños. Orígenes.
Los filósofos y pensadores de la época comenzaron a considerar que el niño necesitaba su propia literatura, por supuesto con fines didácticos, y en España Tomás de Iriarte (1750-1791) escribió unas Fábulas literarias (1782) por encargo del ministro Floridablanca, y Félix Mª Samaniego (1745-1801) publicó sus Fábulas (1781).
En Europa, ¿qué pasaba?
Charles Perrault (1628-1703) publicó en Francia sus Cuentos del pasado (1697), en los que reúne algunos relatos populares franceses. Estos cuentos, que subtitula Cuentos de mamá Oca, recogen relatos populares franceses y también la tradición de leyendas célticas y narraciones italianas. Piel de asno, Pulgarcito, El gato con botas, La Cenicienta y Caperucita Roja aparecen en esta obra y al final de cada uno añade una moraleja. Con estos cuentos maravillosos Perrault introdujo y consagró el mundo de las hadas en la literatura infantil. Siguiendo las huellas de Perrault, Madame DAulnoy (1650-1705) escribió cuentos como El pájaro azul o El príncipe jabalí.
Madame Leprince de Beaumont (1711-1780) escribió más tarde El almacén de los niños (1757), un volumen con diversos contenidos en el que se incluye una de las narraciones más hermosas de la literatura fantástica, La bella y la bestia.
Pero las narraciones que realmente triunfaron en toda Europa fueron las de Las mil y una noches, que se tradujeron al francés en once tomos entre 1704 y 1717. En 1745, John Newbery abrió en Londres la primera librería y editorial para niños, La Biblia y el Sol, y editaron gran número de obras. En 1751 lanzó la primera revista infantil del mundo: The Lilliputian Magazine. En España, la primera revista infantil se publicó en 1798: La Gaceta de los Niños.
En Inglaterra aparecieron dos libros de gran trascendencia: el Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe (1679-1731) y Los viajes de Gulliver (1726), de Jonathan Swift (1667-1745).
La intensa actividad intelectual del siglo XVIII benefició también al niño, ya que a partir de este momento, y gracias al pensador francés Jean-Jacques Rousseau, se dejó bien claro en su Emilio (1762) que la mente de un niño no es como la de un adulto en miniatura, sino que debe ser considerada según características propias.
2.3. El siglo XIX: El descubrimiento del niño.
A comienzos del siglo XIX, el Romanticismo y su exaltación del individuo favorecieron el auge de la fantasía.
Numerosos autores buscaron en la literatura popular su fuente de inspiración y rastrearon en los lugares más remotos de sus respectivos países antiguas leyendas que recuperaron para los niños. Así surgieron a principios de este siglo grandes escritores que se convertirían con el paso de los años en clásicos de la literatura infantil.
Jacob y Wilhelm Grimm, escribieron sus Cuentos para la infancia y el hogar (1812-1822), en los que aparecen personajes que se harían famosos en todo el mundo: Pulgarcito, Barba Azul, Blancanieves… o Cenicienta y Caperucita, que ya se conocían en la versión de Perrault del siglo anterior.
Hans Christian Andersen fue el gran continuador de la labor de los hermanos Grimm. Sus Cuentos para niños (1835) gozaron de un éxito impresionante, y no dejó, durante toda su vida, de publicar cuentos en los que conjugaba su sensibilidad para tratar los sentimientos de los más variados personajes -La sirenita, El patito feo, El soldadito de plomo, La vendedora de fósforos y tantos otros- con la más alta calidad literaria.
España se incorporó algo más tarde a esta corriente de literatura popular. Cecilia Böhl de Faber, más conocida por su seudónimo de Fernán Caballero (1796-1877), es una de las primeras personas que se preocupa por la literatura infantil en este país. Recogió el folclore infantil y leyendas y cuentos populares y los fue publicando en un periódico para niños. En 1874 publicó la colección completa con el título Cuentos, oraciones, adivinanzas y refranes populares e infantiles. Alentado por Fernán Caballero, el padre Coloma (1851-1915) publicó la colección de cuentos para niños Lecturas recreativas (1884); entre ellos se encuentra el famoso Ratón Pérez, que se inspira en la leyenda popular. También escribió una novela histórica muy didáctica e idealizada, dirigida a los niños, Jeromín, sobre la infancia de don Juan de Austria y que supuso una manera nueva de contar la historia con fines claramente didácticos.
En 1876 se creó la editorial de Saturnino Calleja, de fundamental trascendencia para la literatura infantil española. Calleja editó casi todo lo que se escribía para los niños en el mundo: son los famosos Cuentos de Calleja, en colores, con ilustraciones y a precios muy asequibles. Divulgó los cuentos de Las mil y una noches, Los viajes de Gulliver o Las aventuras de Robinson Crusoe, entre otros muchos libros famosos.
Además contó con los mejores ilustradores y autores de la época, como Salvador Bartolozzi.
La ávida respuesta de los niños a mitos y cuentos de hadas hizo suponer que sus mentes poseían una ilimitada capacidad de imaginación y que podían pasar sin ninguna dificultad de la realidad a la fantasía. Edward Lear, el iniciador del nonsense o literatura del absurdo, fue uno de los primeros autores en apreciarlo. Pero la suprema combinación de fantasía y humor la aportó en Europa Lewis Carrol en su Alicia en el país de las maravillas (1865). La popularidad de esta obra se debe a que bajo su fantasía late una profunda percepción psicológica unida a una lógica que sólo un matemático como Carrol, que fuera a la vez un gran escritor, podría utilizar de forma tan atractiva.
Oscar Wilde continuó la tradición romántica de los cuentos de hadas con sus obras El príncipe feliz, El gigante egoísta y El ruiseñor y la rosa, entre otros. En la segunda mitad del siglo XIX se afianzó la novela de viajes y aventuras al aparecer los grandes cultivadores de este género. Robert Louis Stevenson (1850-1887) escribe La isla del tesoro (1883), que se convertiría con el tiempo en un clásico de marinos y piratas. Rudyard Kipling (1865-1936) publicó El libro de la selva (1894), la historia de un niño indio criado en la selva entre animales salvajes, que ha tenido un éxito inmenso. Jules Verne (1828-1905) inicia sus novelas científicas que adelantan el futuro: El viaje de la Tierra a la Luna, Veinte mil leguas de viaje submarino o Viaje al centro de la Tierra.
De este modo, el siglo XIX, que había comenzado su andadura poniendo al alcance de los niños un mundo mágico poblado de duendes, hadas, fantasmas y brujas, terminó ofreciéndoles una literatura que se beneficia e incluso anticipa los adelantos científicos de la época.
En los Estados Unidos Mark Twain (1835-1910) publicó Las aventuras de Tom Sawyer (1876), que narra las travesuras de un niño corriente, que se aleja mucho de la imagen de niño modelo que preconizaba la literatura infantil hasta este momento.
E. T. A. Hoffmann (1776-1822) escribió Cuentos fantásticos en los que lo extraordinario se une a lo maravilloso como en El cascanueces o El cántaro de oro.
Otro de los grandes protagonistas de la literatura infantil universal aparece también por esas fechas, Pinocho (1883), del escritor italiano Carlo Collodi (1826-1890), un muñeco de madera que termina convirtiéndose en un niño de carne y hueso, como símbolo de la evolución hacia la toma de conciencia por parte del niño. Collodi
consiguió un personaje atractivo y universal que adelantaba las nuevas tendencias de la literatura infantil del siglo XX.
- Fernán Caballero y la obra periódica
¿Quién era?
Es el seudónimo de la escritora Cecilia Böhl de Faber y Larrea.Nació en Morges, Cantón de Vaud, Suiza, el 24 de diciembre de 1796.
Murió en Sevilla, el 7 de abril de 1877.
Hija del cónsul Juan Nicolás Böhl de Faber y Frasquita Larrea, que también escribía utilizando el seudónimo de Corina.
Sus primeros años los vivió en Alemania, regresando con su familia a Cádiz en 1813 (con 17 años).
Contrajo matrimonio 3 veces:
1816. Con el capitán de infantería Antonio Planelles y Bardaxí, con el que vivió en Puerto Rico. Al enviudar, se vuelve a Alemania y vive con su abuela.
1822. Con Francisco Ruiz de Arco, marqué de Arco Hermoso. Lo conoce en El Puerto de Santa María y vivirán en Sevilla. Enviuda en 1835.
1837. Con Antonio Arrom de Ayala, enfermo de tisis y con graves problemas económicos, que le llevaron a suicidarse en 1863.
Al enviudar, quedó en la pobreza y los duques de Montpensier y la reina Isabel II la protegieron y le brindaron una vivienda en el Alcázar de Sevilla.
La revolución de 1868 la obliga a mudarse.
Personalidad:
Poseía una gran cultura, fruto de la educación que recibe.
Dominaba el francés y el alemán.
Conocía perfectamente la literatura europea y todo lo que pasaba en el mundo.
Muy española y aficionada a todo lo español.
Introductora del realismo en la novela:
Su obra La Gaviota se considera en la Historia de la Literatura Española la obra que rompe con el Romanticismo imperante e introduce el Realismo en España.
La Gaviota (1849):
Es una novela de costumbres.
Presenta de forma realista conductas humanas, a través de la historia de triunfo y desgracia de una joven dotada de una bellísima voz, Gaviota, que logra un éxito rotundo en los escenarios de Madrid y Sevilla y se enamora de un torero que muere en la plaza.
Su apoyo a determinadas opciones religiosas (catolicismo tradicional), morales (condena del amor-pasión y del adulterio), políticas (visión irrisoria de los políticos liberales) y de clase (sublimación de la conducta de los nobles) le valió la crítica negativa de ciertos intelectuales cuyos prejuicios ideológicos primaron sobre la calidad artística del texto.
Otras obras literarias:
La familia de Alvareda, 1849.
La hija del Sol, 1851.
La flor de las ruinas.
Callar en vida y perdonar en muerte.
Clemencia (1852).
Lágrimas (1853).
Etc.
Obras infantiles:
Desde pequeña, por amigos de sus padres, vivió Cecilia en un ambiente pedagógico.
En sus cartas íntimas, confiesa su amor por los niños.
Siente especial predilección por la mitología.
Escribía con un lenguaje de frases cortas y sencillas.
Escribía artículos y cuentos en periódicos como La Educación Pintoresca.
También destacan sus adivinanzas, aleluyas y chistes.
Cuentan que siempre llevaba en la mano el Catecismo del Padre Astete y la cartilla de enseñar a leer.
Dos ejemplos de sus cuentos:
El zurrón que cantaba
El pan
Recopilaciones:
Cuentos, oraciones y adivinanzas y refranes populares e infantiles (1874).
Cuentos y poesías populares (1887).
Fernán Caballero desempeña en España la misma misión que los hermanos Grimm en Alemania: Recoger cuentos patrios conservados en la tradición oral para luego referírselos a los niños.
- El padre Coloma
Luis Coloma nació el 9 de enero de 1851 en Jerez de la Frontera (Cádiz), hijo del afamado médico jerezano don Ramón Coloma Garcés y doña Concepción Roldán.
El padre Coloma fue hijo de un célebre médico. A los doce años entró en la Escuela Naval preparatoria de San Fernando (1863), pero lo dejó y se licenció en Derecho en la Universidad de Sevilla coincidiendo con la trascendental revolución de 1868, hacia la cual el joven jerezano mantuvo una actitud hostil que reflejaría en sus escritos. Luego se trasladó a Madrid, donde empezó a frecuentar tertulias elegantes. No llegó a ejercer la profesión de abogado, sino que se dedicó a colaborar en distintos periódicos defendiendo la Restauración de los Borbones.
Una grave herida en el pecho en 1872, cuando limpiaba un revólver, afianzó su decisión de dedicarse al sacerdocio en la Compañía de Jesús y marchó a Francia con la orden de hacer allí el noviciado; ingresó en 1873 en el seminario de Poyanne; al año siguiente era ordenado dentro de la Compañía de Jesús; en total pasó tres años en Francia. De vuelta a España se le destinó a tareas educativas en centros de Sevilla, Galicia, Murcia y Madrid. No por ello abandonó el periodismo y se consagró por entero a la literatura. Pasó del costumbrismo y los relatos cortos de sus Lecturas recreativas (1887) a la sátira social de la novela Pequeñeces (1891), que se considera su obra maestra. El Heraldo de Madrid abrió un concurso de opiniones sobre Pequeñeces y durante quince días estuvo publicando críticas y erróneas interpretaciones que molestaron al autor y a la Compañía y le impulsaron a cultivar desde entonces temas menos polémicos. A favor del autor se declaró doña Emilia Pardo Bazán en su revista Nuevo Teatro Crítico, alabando el realismo naturalista de su texto pero censurando el integrismo de su autor.
Siguieron luego Retratos de antaño (1895), una serie de evocaciones históricas, entre 1895 y 1896 la primera parte de Boy, que no logró continuación; La reina mártir (1898), biografía novelada de María Estuardo; Jeromín, (1902), novela histórica sobre Don Juan de Austria, que contó durante el franquismo con una adaptación cinematográfica a cargo de Luís Lucia; El marqués de Mora (1903), etc. Interesantes son asimismo sus Recuerdos de Fernán Caballero, una autora a la que Coloma imitó en
un principio. El clérigo liberal José Ferrándiz lo acusó de mala gramática y de haberse convertido en uno más en los salones de la nobleza que tanto detestaba:
Lo dedicaron a servir a la Compañía precisamente entre la aristocracia. Él personifica el tipo del jesuita enfermo de profesión, que por estar siempre delicado, le sientan mejor las comidas de los magnates que la del refectorio conventual; necesita cuidados, reposo, atmósfera tibia y aguas termales, esto sin falta. A Coloma podríamos llamarle el jesuita de los balnearios distinguidos. En Madrid no hace vida conventual; un duque le cede habitación y le pone mesa en su palacio; allí está regalado a lo príncipe: entra, sale, recibe a sus relaciones, come fuera, si lo invitan, y vuelve a la hora que se le antoja.
Luis Coloma entró en la Real Academia de la Lengua Española en 1908 y falleció en 1915.
En cuanto a su obra, el padre Coloma dejó una Obra completa distribuida en 19 volúmenes (Madrid: Editorial Razón y Fe, 1942) y constituida por 2 novelas, 41 relatos cortos, 6 biografías históricas, un discurso académico y dos libros religiosos.
A finales del siglo XIX, desde Palacio le pidieron al padre Coloma que escribiera un cuento cuando a Alfonso XIII, que entonces tenía 8 años, se le cayó un diente. Al jesuita se le ocurrió la historia del Ratoncito Pérez protagonizada por el rey Bubi, que era como la Reina Doña María Cristina llamaba a su hijo, el futuro Alfonso XIII. Actualmente, el ratoncito Pérez es un personaje de leyenda muy popular entre los niños españoles e hispanoamericanos y en 2006 fue llevada al cine.
- Editorial Calleja
Saturnino Calleja Fernández nació en Burgos en 1853, aunque su estirpe familiar era originaria de Quintanadueñas, localidad integrada actualmente en el municipio de Alfoz de Quintanadueñas. Su padre, Fernando Calleja Santos, fundó en 1876 un negocio de librería y encuadernación, en la calle de la Paz, en Madrid, que fue comprado por Saturnino, en 1879, y que este convirtió en la Editorial Calleja, que llegó a ser la más popular en España, en Hispanoamérica y en Filipinas. En 1899, la Editorial Calleja publicó 3.400.000 volúmenes.
Saturnino Calleja realizó dos importantes novedades en el mundo editorial de la época: publicó grandes tiradas de los libros y cuentos (con muy pequeño margen de beneficio, con lo que abarató mucho los precios) e ilustró profusamente todos ellos con dibujos de los mejores artistas, logrando así unos cuentos atractivos y al alcance de los
bolsillos de menor poder adquisitivo, acostumbrando a leer, con ello, a varias generaciones de niños.
Por otra parte, los libros de pedagogía eran entonces escasos, malos y caros. Calleja editó otros, basados en las más modernas tendencias pedagógicas europeas, los llenó de bonitas ilustraciones (su gran lema era "Todo por la ilustración del niño") y los repartió (a veces a costa de su bolsillo) por las entonces paupérrimas Escuelas de los pueblos de España.
Los maestros españoles estaban menospreciados (triste la frase "Pasar más hambre que un Maestro de Escuela"). Saturnino Calleja fundó y dirigió la revista La Ilustración de España, en cuya cabecera decía: "Periódico consagrado a la defensa de los intereses del Magisterio Español"; su primer número salió a la calle en junio de 1884. Aquella revista iba acompañada por el boletín El Heraldo del Magisterio, con los mismos fines y las mismas firmas. También creó la Asociación Nacional del Magisterio Español y organizó la Asamblea Nacional de Maestros. Con todo ello se convirtió en el líder indiscutible de los maestros españoles. En 1888, La Ilustración de España cambia de director y propietario y se define como "periódico ilustrado de Literatura, Ciencias, Artes y Modas".
La Editorial Calleja publicó del orden de los 3.000 títulos, no solo de cuentos, sino también libros texto y libros de Pedagogía (muchos de estos escritos por el propio Calleja), así como literatura clásica (varias ediciones del Quijote, la primera edición completa de Platero y yo, etc.), diccionarios como el Diccionario manual de la lengua española ilustrado con millares de grabados, mapas geográficos, retratos de hombres célebres y láminas enciclopédicas), atlas, libros de medicina, higiene, derecho, baile, cocina etc.
Es muy conocido por su colección de cuentos económicos, baratísimos, al alcance de todos los bolsillos infantiles que tuvieran 5 y 10 céntimos. De esto deriva la expresión "¡Tienes más cuento que Calleja!". Los elementos folclóricos eran tratados con ciertos tonos instructivos y ejemplificadores, además de resaltar en ellos las notas de un curioso casticismo hispánico que los hacía prácticamente inconfundibles. Sobrenadaba una fina ironía y un juego descarado con anacronismos y actitudes disparatadas que asaltaban cada cierto tiempo. Unos cuantos fueron compuestos por el propio Saturnino Calleja; la mayoría fue elaborada por escritores anónimos asalariados, algunos de ellos importantes; se desconoce la relación exacta porque los archivos de la editorial desaparecieron en la Guerra Civil. Solamente se conoce con seguridad a José
Muñoz Escámez, que elaboró un centenar recogido posteriormente en el volumen Azul Celeste (1902); Juan Ramón Jiménez trabajó en su juventud en la editorial y Jesús Sánchez Tena escribió e ilustró cuentos para la editorial. Entre 1915 y 1928, los Cuentos de Calleja llegaron a alcanzar sus máximas notas de originalidad, buen gusto y carácter innovador, bajo la dirección artística de Salvador Bartolozzi. La editorial Calleja también publicaba la colección Perla, más lujosa. Los cuentecitos de Calleja fueron la lectura de todos los niños que vivieron en las primeras décadas del siglo XX. Eran cuentos con letra pequeña, con algunas ilustraciones en blanco y negro y con un contenido divertido; su lectura era amena, rápida. Gracias a Calleja, los niños españoles conocieron a Hans Christian Andersen, a los hermanos Grimm, Los viajes de Gulliver, Las mil y una noches y toda una serie de versiones de autores españoles.
De invención suya es el final de innumerables cuentos de habla hispana: "...y fueron felices y comieron perdices, y a mí no me dieron porque no