El Legado Científico Femenino y la Lucha Contra la Discriminación
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Lise Meitner y Otto Hahn
Kungälv, al sur de Suecia. En diciembre de 1938, Lise Meitner se instaló en Estocolmo, mientras que su sobrino Otto trabajaba en Copenhague con Niels Bohr. La cercanía de la costa sueca permitió la huida de muchos judíos y fugitivos daneses durante la guerra. Entre ellos, el propio Bohr, en 1943.
Mujeres en el mundo de la física
Lise Meitner y Otto Hahn en el laboratorio del Instituto de Berlín. Lise pudo trabajar en este instituto de 1912 a 1938 gracias a que era una institución privada, pero su categoría científica nunca fue reconocida totalmente. A pesar de que en la fotografía parece una simple ayudante a la espera de las órdenes de su mentor, lo cierto es que ella había sido la fundadora del equipo que investigaba acerca de los elementos transuránicos. La especialidad de Meitner era la física, mientras que Hahn era químico.
Marie Curie y la Radioactividad
Pierre Curie y Marie Sklodowska-Curie, trabajando en su laboratorio. Marie fue una pionera del estudio de la radioactividad, y también la primera persona en recibir dos Premios Nobel: el de Física en 1903, junto con su marido, y el de Química —ya viuda— en 1911. Su hija, Irene Joliot-Curie, también obtuvo este premio en 1935. La radioactividad es un fenómeno descubierto por Becquerel en 1896 que apasionaba al mundo científico a principios de siglo: algunos elementos, como el uranio, tienen la propiedad de emitir energía en forma de radiaciones. Éstas son capaces de impresionar placas fotográficas, atravesar cuerpos opacos o ionizar gases. Los Curie fueron pioneros en su estudio y descubridores de varios elementos radioactivos, como el torio, el radio y el polonio.
Max Planck y la Teoría Cuántica
Max Planck descubrió que la energía en la naturaleza no varía de forma continua, sino en paquetes indivisibles, es decir, de forma discreta. Es como si para obtener un caudal determinado no dispusiéramos de un chorro, sino tan solo de agua envasada en botellas. Podríamos obtener cualquier cantidad que multiplicara el volumen de la botella por un número entero, pero no cantidades intermedias. A esa cantidad mínima de energía la llamó cuanto, y calculó empíricamente una constante que sirve para determinarla: la constante de Planck.
El Sufragio Femenino
La lucha por el sufragio femenino fue lenta y difícil, pues se enfrentaba a prejuicios sociales y a teorías pseudocientíficas que postulaban la inferioridad de la mujer. Tras la Primera Guerra Mundial, el sufragio femenino dejó de ser una rareza, y las mujeres obtuvieron ese derecho en Alemania y Austria. Los vencedores fueron más tacaños. Al principio, las británicas solo podían votar si poseían ciertas propiedades y a partir de los 30 años, edad a la que se suponía alcanzarían la madurez intelectual equivalente a la de un varón de 21. Las francesas quedaron excluidas del sufragio.
Cambios Sociales y Científicos
La incómoda vestimenta que luce en la fotografía Lise Meitner a su llegada a Berlín, en 1907, contrasta con la modelo de una publicación de modas dos décadas después (The Spirella Magazine, 1928). En la caricatura se compara la elegancia y comodidad de la mujer moderna con los trajes abultados y anticuados de épocas pasadas, cuya finalidad parecía ser ocultar y deformar el cuerpo femenino, al tiempo que le restaban movilidad.
El fresco de La Academia de Atenas, de Rafael, que decora las estancias del Vaticano, refleja el respeto que el pensamiento de los griegos —en especial de Platón y Aristóteles— gozaba en el Renacimiento. Un siglo después, Galileo criticaría en sus Diálogos sobre los dos grandes sistemas del mundo el principio de autoridad, es decir, la idea de que un científico debía hacer más caso de las opiniones de los antiguos, o de la Biblia, que de lo que le demostrara la experiencia. Era el punto de partida del método científico.
Avances en Biología
Las ideas misóginas acerca de la reproducción predominaron en la ciencia durante largo tiempo. La idea de que la semilla del ser humano procedía solo del varón, por ejemplo, siguió vigente hasta que en 1827 el biólogo Karl Ernst von Baer demostró que las hembras de los mamíferos poseen óvulos y que, por lo tanto, participan en el proceso de fecundación en igual medida que los machos. El óvulo es el gameto femenino, como el espermatozoide es el gameto masculino. Ambos aportan su información genética al cigoto en el momento de la concepción.
Broca considera inferior a la mujer. Fue un convencido de la antropometría, es decir, la ciencia de las medidas del cuerpo humano. Efectuó medidas de las distintas partes de la anatomía humana, en especial de las cabezas, lo que dio origen a una subdisciplina, la craneología.
Sexo y Género
El sexo es un concepto biológico: la especie humana, como otras, se divide en dos grupos con papeles reproductivos distintos (masculino y femenino).
El género es una construcción sociocultural. Cada civilización atribuye a cada género una serie de roles sociales diferentes, que determinan todos los aspectos de su vida.
Los Alquimistas y la Química
Los alquimistas intentaban transmutar la materia. Gracias a una piedra filosofal —una especie de elixir, polvo o roca—, sería posible convertir un metal en oro. Pero en los talleres de los alquimistas también se hacían experimentos, se descubrían nuevos materiales y se encontraban pócimas farmacológicas. Los experimentos alquímicos son considerados hoy como la prehistoria de la química.
Mendeleiev y la Tabla Periódica
Mendeleiev, químico ruso, publicó una tabla de todos los elementos conocidos hasta entonces, basándose en la hipótesis de que las propiedades de los elementos son función periódica de sus números atómicos, es decir, se repiten a intervalos regulares. Eso permitía predecir ciertas propiedades de elementos aún no encontrados.
Hoy, la tabla periódica de los elementos está organizada en columnas verticales llamadas familias, que agrupan elementos de propiedades semejantes. En líneas horizontales, o periodos, se colocan los elementos siguiendo el orden creciente de su número atómico.
El Antisemitismo y la Noche de los Cristales Rotos
9 de noviembre de 1938, hordas nazis salieron a la calle para castigar a los judíos. Sinagogas y comercios ardieron, muchos hogares fueron violados. Miles de personas fueron arrestadas, y se sucedieron por todo el Reich asesinatos instigados por las autoridades. Los restos de escaparates sirvieron para dar nombre a aquella noche triste, la de los Cristales rotos. Los periódicos se llenaron de fotos de gentes con cara asustada, portando carteles que denunciaban su crimen: haber nacido judíos. El Tercer Reich iniciaba así, públicamente, su camino hacia el exterminio de la población judía europea.
En ocasiones, con motivo de epidemias o conflictos sociales, el odio del populacho se dirigía contra los judíos, como la que ensangrentó la Península Ibérica a partir de 1391, y que obligó a muchos judíos a bautizarse para salvar la vida. Pero la conversión solo agravó el problema. Muchos cristianos viejos acusaban a los conversos —con razón o sin ella— de conservar en secreto su fe. Eso dio lugar a que precisamente en España naciera un concepto que se aproximaba a lo que a partir del siglo XIX se llamaría claramente antisemitismo, es decir, racismo antijudío. La idea era que los judíos conversos llevaban en su sangre su pecado. Por eso se hablaba de limpieza de sangre —muchas universidades o cargos públicos estaban vedados a los descendientes de judíos— y de cristianos nuevos o marranos como términos despreciativos. La Inquisición española se creó precisamente para perseguirlos.
La obra de un escritor británico nacionalizado alemán, H. S. Chamberlain, contribuyó a popularizar el antisemitismo, gracias al barniz pseudocientífico que utilizó. Muy conocido en Alemania gracias a su matrimonio con una hija de Wagner, Chamberlain fue una influencia decisiva en la ideología de Hitler. Según Chamberlain, la historia se resumía en una lucha a muerte entre una raza superior, creativa —la aria, representada en su versión más pura por los alemanes— y otra parásita y destructiva, la raza semita: los judíos. Nada original era de origen judío. Ni siquiera el cristianismo: los judíos se lo habían robado a los persas arios. Chamberlain tranquilizaba a muchos de sus lectores, cristianos racistas, que estaban tan turbados por el carácter indeleble de la raza judía. Según él, el propio Jesús tenía sangre aria… ¡gracias a que su verdadero padre había sido un legionario romano!