La alternancia en el poder: Bipartidismo y Caciquismo

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2. La alternancia en el poder
2.1. Bipartidismo y turno pacífico
El sistema polí tico de la Restauración se basaba en la existencia de dos grandes partidos, el conservador y el liberal, que coincidí an ideoló gicamente en lo fundamental, pero asumí an de manera consensuada dos papeles complementarios.
Ambos partidos, el conservador y el liberal, defendí an la monarquí a, la Constitució n, la propiedad privada y la consolidació n del Estado liberal, unitario y centralista. Ambos eran partidos de minorí as, de notables, que contaban con perió dicos, centros y comité s distribuidos por el territorio españ ol. La extracció n social de las fuerzas de ambos partidos era bastante homogé nea y se nutrí a bá sicamente de las é lites econó micas y de la clase media acomodada, aunque era mayor el nú mero de terratenientes entre los conservadores y el de profesionales entre los liberales.
El Partido Liberal-Conservador se organizó alrededor de su líder, Antonio Cá novas del Castillo, y aglutinó a los sectores má s conservadores y tradicionales de la sociedad ( l a excepción de los carlistas y los integristas má s radicales). El Partido Liberal-Fusionista tení a como principal dirigente a Prá xedes Mateo Sagasta y reunió a antiguos progresistas, unionistas y algunos ex republicanos moderados.
En cuanto a su actuació n polí tica, las diferencias entre los partidos eran mí nimas. Los conservadores se mostraban má s proclives al inmovilismo polí tico y a la defensa de la Iglesia y del orden social, mientras los liberales estaban má s inclinados a un reformismo de cará cter má s progresista y laico. Pero, en la prá ctica, la actuació n de ambos partidos en el poder no diferí a mucho, al existir un acuerdo tá cito de no promulgar nunca una ley que forzase al otro partido a derogarla cuando regresase al gobierno.
Para el ejercicio del gobierno se contemplaba el turno pací fico o alternancia regular en el poder entre las dos grandes opciones diná sticas, cuyo objeto era asegurar la estabilidad institucional mediante la participació n en el poder de las dos familias del liberalismo. El turno en el poder quedaba garantizado porque el sistema electoral invertí a los té rminos propios del sistema parlamentario, en el que la fuerza mayoritaria en un proceso electoral recibe del monarca el encargo de gobernar. De este modo, cuando el partido en el gobierno sufrí a un proceso de desgaste polí tico y perdí a la confianza de las Cortes, el monarca llamaba al jefe del partido de la oposició n a formar gobierno. Entonces, el nuevo jefe de gabinete convocaba elecciones con el objetivo de construirse una mayorí a parlamentaria suficiente para ejercer el poder de manera estable. El fraude en los resultados y los mecanismos caciquiles aseguraban que estas elecciones fuesen siempre favorables al gobierno que las convocaba.


2.2. La manipulación electoral y el caciquismo
La alternancia en el gobierno fue posible gracias a ur sistema electoral corrupto y manipulador que no dudaba en comprar votos, falsificar actas y utilizar prácticas coercitivas sobre el electorado, valiéndose de la influencia y del poder económico de determinados individuos sobre la sociedad (caciquismo). La adulteración del voto se logró mediante el restablecimiento del sufragio censitario, el trato más favorable a los distritos rurales frente a los urbanos y, sobre todo, por la manipulación y las trampas electorales.
El control del proceso electoral se ejercía a partir de dos instituciones: el ministro de la Gobernación y los caciques locales. Este ministro era, de hecho, quien elaboraba la lista de los candidatos que deberían ser elegidos (encasillado) y quien nombraba los diputados ajenos a la circunscripción, los llamados ?cuneros?. Los gobernadores civiles transmitían la lista de los candidatos ?ministeriales? a los alcaldes y caciques y todo el aparato administrativo se ponía a su servicio para garantizar su elección.
Todo un conjunto de trampas electorales ayudaba a conseguir este objetivo: es lo que se conoce como el pucherazo, es decir, la sistemática adulteración de los resultados electorales. Así, para conseguir la elección del candidato gubernamental, no se dudaba en falsificar el censo (incluyendo a personas muertas o impidiendo votar a las vivas), manipular las actas electorales, ejercer la compra de votos y amenazar al electorado con coacciones de todo tipo (impedir la propaganda de la oposición e intimidar a sus simpatizantes o no dejar actuar a los interventores, etc.).
Además del falseamiento electoral, el sistema se sustentaba en el caciquismo. Los caciques eran individuos o familias que, por su poder económico o por sus influencias políticas, controlaban una determinada circunscripción electoral. El caciquismo era más evidente en las zonas rurales, donde una buena parte de la población estaba supeditada a los intereses de los caciques, quienes, gracias al control de los ayuntamientos, hacían informes y certificados personales, controlaban el sorteo de las quintas, proponían el reparto de las contribuciones, podían resolver o complicar los trámites burocráticos y administrativos y proporcionaban puestos de trabajo. Así, los caciques se permitieron ejercer actividades discriminatorias y con sus ?favores? agradecían la fidelidad electoral y el respeto a sus intereses.
Todas estas prácticas fraudulentas se apoyaban en la abstención de una buena parte de la población, cuya apatía electoral se explica tanto por no sentirse representada como por el desencanto de las fuerzas de la oposición en participar en el proceso electoral. En general, la participación electoral no superó el 20% en casi todo el período de la Restauración.

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