La influencia de la cultura en la expresión emocional

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Podemos comenzar la reflexión a partir del conocimiento del hombre, el cual se encuentra conectado con el mundo en una red continua de emociones, donde se ve afectado por los acontecimientos. La emoción encarna para el sentido común un refugio de individualidad. Sin embargo, tenemos que ser conscientes que esa individualidad está siempre condicionada por el producto de un entorno social caracterizado de sentido y valores.

También debemos reconocer su gran diversidad en la forma de expresarse, es la sucesión de consecuencias, las cuales son inconcebibles fuera de un aprendizaje, donde la formación en la sensibilidad se ve influenciada por la cultura y el contexto particular.

La emoción se encuentra cargada de un tono afectivo, la emoción no tiene realidad en sí misma, si no es el significado dado en una comunidad en la que se traduce en forma de cambios fisiológicos y psicológicos. Es un reflejo donde la cultura afectiva impregna su relación con el mundo. Es por tanto una emanación social relacionada con las circunstancias morales precisas y con la sensibilidad particular de lo individual, en donde se la atribuyen significados acordes a la cultura donde se reproduce esa emoción.

La afectividad es el impacto del valor personal que atribuimos a esa emoción que se enfrenta a un contexto tal y como es experimentado por el individuo. No debemos olvidar el carácter socialmente construido de los estados afectivos.

La emoción no es un estado fijo e inmutable, sino que es un matiz afectivo que se extiende por todo el comportamiento, que no cesa de cambiar, cada vez que la relación con el mundo se transforma, que los interlocutores cambian o que el individuo modifica su análisis de la situación.

La experiencia afectiva no tiene un solo tono, a menudo es mixta, por ejemplo, sentirnos heridos y culpables al mismo tiempo. La emoción con frecuencia es una mezcla difícil de comprender, cuya intensidad no deja de cambiar y de traducirse más o menos fielmente en la actitud de la persona. Cambian constantemente dependiendo de la actitud del individuo frente a una situación. Por tanto resaltamos la gran importancia sobre el conocimiento de la inteligencia emocional, la cual nos ayuda a reconocer correctamente nuestras emociones y saber gestionarlas, además de actuar de saber interpretar las emociones de otros.

Las emociones no se pueden traducir de un contexto social y cultural a otros, ya que en cada cultura existen interpretaciones diferentes al significado de una misma emoción. Una persona no puede “expresar” la alegría, sino que es un hombre alegre en determinadas circunstancias, con un estilo propio y su singularidad. La alegría no está en él como una materialidad, sino como una intensidad afectiva que se encuentra en constante cambio.

En muchas ocasiones, la vida afectiva no se maneja y a veces va en contra de tu voluntad, a pesar de que siempre responde a una actividad cognitiva ligada a la interpretación del individuo de la situación en la que se encuentra. Participan también en su aparición elementos inconscientes, pero permite a veces cierto control. Ya que las emociones siguen lógicas personales y sociales, tienen su razón de ser y se encuentran impregnadas de significado. No hay proceso cognitivo sin que se ponga en marcha un juego emocional y viceversa, es decir, se crea un diálogo entre la interioridad más profunda, el deseo y la persona. Por tanto, como educadores sociales necesitamos guiar a esa persona para que pueda darle un cauce a la emoción, con el fin de abrir una red de posibilidades, las cuales tienen que tener relación entre el sentido dado y su resolución.

El individuo interpreta las situaciones a través de su sistema de conocimiento y valores, por tanto la afectividad desplegada es el resultado. Como educadores sociales debemos resaltar el papel activo del individuo ante las emociones que vive, ya que el significado que le atribuye establecerá la emoción experimentada. De un razonamiento a otro, la emoción cambia radicalmente de forma, por ello, una interpretación errónea de la situación puede inducir a una profunda angustia creada por el propio individuo. “La emoción es una modalidad del sentido”

Por tanto, para que una emoción sea sentida, percibida y expresada por el individuo debe pertenecer a una u otra forma del repertorio cultural del grupo al que pertenece. Las emociones son modos de afiliación a una comunidad social, una forma de reconocerse y poder comunicarnos juntos, bajo un fondo emocional próximo.

Las sociedades inducen a una expresión obligatoria de los sentimientos. Todas las expresiones colectivas y simultáneas con valor moral y con la fuerza obligada de los sentimientos del individuo son signos de expresiones asimiladas, es decir, un lenguaje.

La expresividad de los miembros de una misma sociedad se inscribe en un sistema abierto de significados, valores, ritualidades y vocabulario, ofreciendo a los actores un marco de interpretación de lo que experimentan y perciben de las actitudes de los demás. Por ello como educadores sociales antes de intervenir con cualquier persona debemos conocer correctamente el lenguaje por el que se rige esa expresión de la emoción, para así poder intervenir de la forma más adecuada y realizar una correcta interpretación.

Contamos con que la persona afectada tiene siempre la capacidad de controlar sus sentimientos y de disfrazarlos con señales que da a ver a los demás. Destacamos la importancia de los principios del análisis del interaccionismo simbólico (necesidad de deducir los comportamientos de los otros según los signos que nos deja ver).

Como educadores sociales debemos reconocer que las diferencias de las culturas afectivas se caracterizan por la existencia de emociones o sentimientos que no son fácilmente traducibles a otros idiomas sin que con lleven errores de interpretación. Cada estado afectivo es parte de un conjunto de significados y valores de los que depende, de los que no puede desprenderse sin perder su sentido.

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