Imperialismo y Colonialismo en el siglo XIX

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Imperialismo: Civilizar o dominar?

El interés económico y de prestigio político que motivó la expansión colonial se revistió de argumentos humanitarios. Los europeos, creyendo superiores, se sintieron llamados a imponer su orden y cultura. Así, defendieron que la metrópoli enviaba soldados para pacificar las luchas internas, médicos para curar, técnicos para enseñar los nuevos métodos de producción, maestros para educar y misioneros para salvar sus almas. Sin embargo, no todos defendieron la colonización. En las metrópolis, algunos intelectuales, religiosos y políticos se opusieron a las ansias de enriquecimiento y poder que motivaban la carrera colonial. También en las colonias se alzaron voces de denuncia de la explotación de la mano de obra nativa y de la concepción racista que se escondía tras la misión civilizadora.

El colonialismo, inicio de una globalización?

La segunda revolución industrial estuvo provocada por una serie de innovaciones tecnológicas y energéticas que comportaron nuevas formas de producir y el cambio de las relaciones económicas y políticas entre los países. El crecimiento de las potencias industriales impulsó la conquista de territorios fuera de España en busca de materias primas y nuevos mercados. La lucha por la supremacía política y económica llevó a un reparto del mundo como forma de mantener o aumentar el propio poder frente a las competidoras. La colonización de extensos territorios de África y Asia supuso la explotación de sus recursos naturales, transformó la vida indígena y conllevó un notable proceso de aculturación.

La Rusia Zarista

Un territorio inmenso

A finales del siglo XIX, el imperio ruso era aparentemente poderoso. Se extendía sobre un territorio inmenso de casi 22 millones de km2 y tenía una población de 170 millones de habitantes. Este extenso imperio se había formado en los últimos 200 años, en el este, sobre las tierras asiáticas y en el oeste, a costa de los pueblos de la Europa oriental y de una parte del desmembrado imperio turco. Su fuerza era solo aparente porque presentaba enormes desequilibrios. Grandes zonas del imperio estaban casi deshabitadas, la población se concentraba en el oeste, su economía era esencialmente rural y arcaica, y estaba constituido por un mosaico de nacionalidades, lenguas y religiones.

La autocracia zarista

Rusia era un gran imperio tradicional, que, a finales del siglo XIX, mantenía una monarquía absoluta en la que el zar tenía un poder autocrático que provenía de Dios. Gobernaba por decreto y nadie, ni ninguna institución podía controlar ese poder. Para ejercer su dominio, el zar se sustentaba en 4 grandes instituciones: una enorme administración con una poderosa burocracia, un ejército dirigido por la nobleza, una policía que se encargaba de mantener el orden público, y la iglesia ortodoxa, que tenía gran influencia en la población y que bendecía al zar y a la sociedad estamental.

Una sociedad tradicional

En Rusia existía una poderosa aristocracia, que poseía inmensos territorios en los que se mantenía una estructura rural y señorial, al margen de las transformaciones europeas. La miseria de la población humilde y la riqueza de los poderosos era mayor todavía en otros países europeos. La servidumbre personal estaba vigente, los campesinos no podían abandonar las tierras y eran vendidos con ellas. Cultivaban las parcelas cedidas por los señores en régimen de comunidad y debían pagar censos en trabajo y en metálico. Existían algunos medianos propietarios agrícolas más acomodados, pero eran la minoría. La miseria provocaba miles de muertos y revueltas en el campo. Con la llegada al poder del zar Alejandro II y ante la grave situación económica, se iniciaron una serie de reformas en la administración, en la enseñanza y en el ejército.

Las reformas de Alejandro II

La reforma más importante de Alejandro II fue la abolición de la servidumbre. Sin embargo, los campesinos quedaron decepcionados porque, aunque se les permitía comprar tierras, para la mayoría esto era imposible. Solo los más acomodados se lo pudieron permitir y compraron tierras de campesinos pobres, lo cual originó una nueva burguesía rural. Mientras, otros muchos campesinos cayeron en la miseria y tuvieron que emigrar a las ciudades en busca de trabajo. Alejandro II también impulsó la industrialización del imperio y la construcción del ferrocarril, un medio de transporte indispensable para comunicar un territorio tan extenso. Pero el capital interior, en manos de la aristocracia rural, no estaba demasiado interesado en la industria. De este modo, se recurrió a las inversiones extranjeras que procedían esencialmente de Francia, Bélgica, Inglaterra y Alemania. Esto provocó una rápida industrialización, concentrada en determinadas zonas de Rusia. El asesinato de Alejandro II a manos de revolucionarios paralizó las reformas y supuso un retorno a las formas autoritarias tradicionales. En esas circunstancias, las doctrinas revolucionarias arraigaron profundamente entre parte del campesinado y del incipiente proletariado.

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