El hombre feliz es el que vive bien y obra bien, porque virtualmente hemos definido la felicidad como una especie de vida dichosa y de conducta recta

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Felicidad como fin último.

El bien supremo o fin final que perseguimos es aquel que no se busca para alcanzar otra cosa, sino que es apetecible siempre por sí mismo y jamás por otra cosa. Parece que éste es la felicidad;
Ya que la escogemos siempre por encima de todo; es decir, por sí misma y jamás por otra cosa (a diferencia del honor, la riqueza y el placer, que se escogen deseando encontrar en ellas la felicidad). El bien autosuficiente es aquel que por sí solo torna amable la vida, y tal bien es la felicidad ( Cfr. Ar. Eth. Nic.1097a 15-20).

Los bienes se distribuyen en tres clases: los exteriores, los del alma y los del cuerpo; los del alma son los bienes de máxima propiedad. Ya que la felicidad consiste en las acciones y operaciones del alma, lo cual concuerda con que el hombre feliz es el que vive bien y obra bien. A grandes rasgos la felicidad es una especie de vida dichosa y de conducta recta (Cfr. Ar. Eth. Nic. 1098b 15-20)

Aristóteles considera que el bien es una operación, la más propia del hombre y no una posesión de un bien externo o una operación de las facultades superiores. En esto se está descartando el que la felicidad sea la riqueza, el placer, etcétera. Dicho en palabras de este filósofo: El bien humano resulta ser una actividad del alma según su perfección; y si hay varias perfecciones, según la mejor y más perfecta, y todo esto es una vida completa (Ar. Eth. Nic. 1098ª 16-18).

Carácterísticas del fin último.

Las realidades hacia las cuales tiende la actividad humana tienen un valor moral objetivo propio. Hay un bien y un mal objetivos, que existen independientemente del querer (o la voluntad) personal o social, y se imponen al sujeto humano como actos que debe realizar o evitar. Hablamos no de un mal metafísico (de las cosas) sino de un mal moral (de los actos).
El bien moral es aquello que nos permite perfeccionar nuestra naturaleza, y en definitiva conseguir nuestro fin último; y el mal moral es lo que nos aparta de esta perfección, del fin último de nuestra naturaleza.
Por lo tanto, un acto es bueno o malo objetivamente según convenga o no con el fin último de nuestra naturaleza. Este fin último es querido por sí, y todo lo demás se subordina al mismo a título de medio. El hombre (todos los hombres) no puede sino tener un único fin último; todos los demás fines que perseguimos deben convertirse en medios del mismo para ser calificados de morales. Si un acto sirve como medio para alcanzar o cumplir este fin, es un acto bueno y el objeto elegido es un bien; de lo contrario es un acto malo, porque elige un mal moral. Así, si tomamos "amar" como el fin último del ser humano (o un medio supremo que necesariamente nos encamina hacia el mismo), podríamos decir -como lo hizo San Agustín- "ama y haz lo que quieras". Aquí debemos descartar como incorrecto el pensamiento maquiavélico de que "el fin justifica los medios", porque no hay medio malos que nos conduzcan a un fin bueno. Por ejemplo, si dañamos a otro semejante con métodos ilícitos para impedir que el mismo cometa un acto que concebimos como malo, fallamos con ese fin último que nos impone las leyes de nuestra conducta, y por lo tanto ese acto no puede ser juzgado como bueno.

¿Qué tipo de actividad? ¿Cómo se consigue? ¿Por qué es una actividad y no un hábito?.

La felicidad no es un hábito, ya que de serlo se verían todas las rutinas cómo cepillarse los dientes, dormir, etc. Por lo tanto podríamos decir que la felicidad es una actividad.

Nos encontramos con dos tipos de actividad, unas que son necesarias y se escogen por causa de otros y otras que son deseables por sí mismos.

La felicidad entonces no necesita de nada sino que se basa en si misma.

La vida feliz es la que es conforme a la virtud, vida de esfuerzo serio y no de juego.

La felicidad no está en la diversión ya que fuera absurdo que esta fuera el fin del hombre. Todas las cosas son elegidas por causas de otros excepto la felicidad que es ella misma el fin. La felicidad perfecta radica en la contemplación intelectual.



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