Historia de Roma: de la fundación al fin del Imperio

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Introducción a Roma

Según la leyenda, Roma fue fundada en 753 a.n.e. por los gemelos Rómulo y Remo. La ciudad expulsa al último de sus reyes y se constituye en una República oligárquica en manos de la minoría terrateniente de los patricios. El período republicano dota a Roma de la mayor parte de sus instituciones políticas y religiosas, y desde el siglo III a.n.e. se convierte en la ciudad dominante de la Península Itálica, teniendo bajo su dominio al resto de los pueblos, sea como aliados o como sometidos.

Expansión y consolidación

El impulso expansionista de la República romana se verá fuertemente reforzado en su lucha contra la otra gran potencia del mediterráneo: Cartago. La victoria romana en las guerras púnicas convierte a la república del Lacio en la dueña del mediterráneo occidental. La expansión continuará hasta convertir el mediterráneo en el “mare nostrum.”

El Imperio Romano

En el siglo I a.n.e, Roma controla un enorme territorio desde Hispania hasta Asia Menor, pero por otro lado, el régimen republicano se encuentra en profunda crisis. Es la época de las guerras civiles, en la que aparecen poderes personales cada vez más fuertes y que sólo concluyen con la constitución del principado de Octavio César Augusto (27 a.n.e.-14 d.n.e.), origen del Imperio.

Época imperial

Los dos primeros siglos de nuestra era son los de plenitud: se alcanza la máxima expansión, y triunfa el fenómeno de la romanización. Los pueblos conquistados asumen progresivamente la cultura romana, su arte y su literatura. Muchas de las máximas realizaciones del mundo romano corresponden a esta etapa, en la que se suceden diversas dinastías imperiales:

  • Dinastía julio-claudia (14-68): Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Galba.
  • Dinastía flavia (69-96): Vespasiano, Tito, Domiciano. Emperadores adoptivos (96-192): Destacan Trajano, Adriano y Marco Aurelio.
  • Dinastía de los Severos (193-235): Septimio Severo, Caracalla, Heliogábalo...
Crisis y caída del Imperio

El siglo III es conocido por la anarquía militar provocada por las continuas sublevaciones de los ejércitos de las provincias, que aclaman a su general como emperador. Pone fin a esta situación Diocleciano (284-305), que reorganiza el imperio convirtiéndolo en una monarquía absoluta bajo un emperador divinizado. Desaparecen las últimas reliquias republicanas: los ciudadanos pasan a ser súbditos. Sus sucesores darán paso a un cambio de gran trascendencia: con Constantino se legaliza el cristianismo (313), que pasa a ser religión oficial con Teodosio (391). Pero a su muerte, sus hijos se dividen el Imperio; nacen el Imperio de Oriente (con capital en Constantinopla o Bizancio), y el de Occidente (Rávena). Este último será invadido por los pueblos germánicos y desaparecerá definitivamente en 476.

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