Historia de la construcción naval en el Renacimiento

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En el Renacimiento los constructores de barcos se dieron cuenta de que la velocidad no dependía sólo del tamaño de las velas sino que era fundamental la forma y orientación de las mismas con respecto a la nave. Este principio daría lugar al galeón, barco de carga utilizado en los siglos XVI y XVII. Era un barco con una borda muy alta, dos o tres puentes, tres o cuatro mástiles, y un bauprés. Tenía dos palos, mayor y trinquete, y un bauprés, llevando velas cuadras, una cangreja y foques.

Derivada de éste surge la fragata, que lleva tres palos y dos puentes, y la corbeta, también con tres palos pero con un único puente. Dedicada al transporte aparece la goleta, que es un velero de dos palos con velas cangrejas, escandalosas y foques. Este tipo de barcos llegó a tener hasta cuatro o cinco palos a finales del siglo XIX en busca de rapidez en las rutas oceánicas. De la combinación de estas dos últimas embarcaciones surgen dos tipos de barcos, el bergantín-goleta, con un palo aparejado de bergantín y otro de goleta, y el bergantín-barca o bricbarca, que dispone además de un palo de mesana hacia la popa.

Hasta mediados del siglo XIX la construcción naval se había realizado en base a la experiencia, confiando a la suerte el construir un buen barco. Fue éste un barco muy veloz, llegando a desarrollar hasta 15 nudos. Además de estos barcos dedicados a las grandes navegaciones oceánicas existían otros de menor porte denominados bermudianos al proceder del archipiélago de las Bermudas, y cuya característica principal era la de tener una gran capacidad para navegar en contra del viento.

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