Góngora y el Teatro del Siglo XVII: Innovación y Espectáculo

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Obra de Góngora

Góngora fue un poeta respetado, temido, famoso en su tiempo y seguro de sí mismo que inventó un lenguaje poético brillante, culto y estilista: el culterano. Su poesía no pretende representar la realidad, sino transformarla mediante las metáforas en un mundo nuevo de belleza.

En general, la poesía de Góngora es esteticista porque es muy sensorial y logra la admiración del lector, ya que va dirigida a la inteligencia, pero pocas veces conmueve, puesto que no expresa sus sentimientos.

En su obra se distingue una poesía culta y otra cercana a la lírica tradicional, a menudo de tono burlesco.

La Poesía Culta

Desde sus inicios, Góngora escribe una poesía muy culta en sus sonetos, pero esta tendencia se intensifica a partir de 1609, cuando se retira a Córdoba desengañado del ambiente de la corte.

Entonces escribe sus grandes poemas cultos: la Fábula de Polifemo y Galatea y las Soledades, que despiertan reacciones opuestas entre el público y en los otros poetas, o una enorme admiración o un absoluto rechazo.

En ese momento empieza a hablarse del nuevo estilo de Góngora, el culteranismo, que se caracteriza por los siguientes rasgos:

  • Intensificación de los cultismos léxicos (émulo, cándido…) y sintácticos: hipérbaton, frase larga, oraciones subordinadas complicadas…
  • Acumulación de las metáforas embellecedoras (las aves son cítaras de pluma; el mar, campos de plata).
  • Abundancia de alusiones mitológicas y de juegos conceptistas.

La Fábula de Polifemo y Galatea

Es un extenso poema en octavas reales sobre un tema mitológico que aparece en Las Metamorfosis de Ovidio.

Narra la furia del monstruoso cíclope Polifemo, enamorado de la bella ninfa Galatea, cuando descubre los amores de la ninfa con el joven Acis.

Polifemo arroja una enorme roca que aplasta al joven, y su sangre derramada se convierte en una fuente que origina un río.

Como vemos, Góngora parte de un tema clásico; sin embargo, la novedad del poema estriba en el tratamiento del lenguaje: la creación de una lengua poética muy alejada de la común, que exige del lector un esfuerzo interpretativo y unos conocimientos mitológicos previos para descifrar las perífrasis o ciertas metáforas.

Las Soledades

Góngora proyectaba un extenso poema en cuatro partes, pero solo acabó la primera (de unos mil versos) y casi concluyó la segunda (de unos novecientos).

La Soledad primera trata de la historia de un joven náufrago que llega a una playa; allí lo acogen unos cabreros, con quienes comparte su forma de vida y con los que asiste a unas bodas campesinas.

En la Soledad segunda, el joven conoce a unos pescadores y pasa un tiempo con ellos, más tarde se describe la vida de unos cazadores…

En realidad, lo que menos interesa es el argumento, ya que se convierte en una excusa para elevar un canto a la naturaleza, a la vida sencilla y a los objetos humildes y cotidianos, que alcanzan una nueva belleza a través de las metáforas gongorinas. Los peces, las frutas y los utensilios de las mesas campesinas se convierten, por obra de la palabra poética gongorina, en hermosas y brillantes maravillas. Sorprende el contraste entre el tema (lo natural, sencillo y humilde) y la brillantez y riqueza del lenguaje.

El inicio de las Soledades muestra el estilo culterano al acumular en pocos versos un violento hipérbaton, una clara aliteración y un ritmo muy variado.

Los Romances y Letrillas

Representan la faceta tradicional de Góngora. En su época no se publicaron, sino que se transmitían cantados; más tarde, fueron recogidos en los Romanceros. Los romances gongorinos tratan sobre todos los temas: pastoriles, líricos, moriscos, mitológicos, de cautivos… A veces mezcla, en un romance, un tema clásico mitológico con un tono burlesco, como ocurre, por ejemplo, en la Fábula de Píramo y Tisbe.

En los romances y letrillas satíricos suele predominar el conceptismo, conciso e ingenioso.

Teatro del Siglo XVII

El teatro alcanza su plenitud y gran popularidad con dramaturgos como Lope de Vega y Calderón de la Barca. Destaca el éxito del teatro de los corrales que convive con el teatro religioso y el cortesano.

Teatro Religioso

Se manifiesta a través de los autos sacramentales, piezas breves en un acto, que presentaban personajes abstractos en forma de alegoría. Trataban del tema religioso de la eucaristía o comunión y presentaban conflicto entre el bien y el mal. El mal se personificaba con el demonio y se resolvía con un triunfo del bien. Se representaban enfrente de la Iglesia, al aire libre.

Teatro Cortesano

Se presentaba en los salones o jardines de los palacios. Durante el siglo XVII y, sobre todo, durante el reinado de Felipe IV, las innovaciones escenográficas permitieron unos efectos especiales espectaculares, como volar o hacer desaparecer a los personajes. Esto, junto a los lujos del decorado y la música, hacía que las obras lucieran espléndidas para deslumbrar al público cortesano.

Teatro de Corrales

El teatro popular alcanzó un gran éxito en el siglo XVII, tanto en España con Lope de Vega, Calderón de la Barca y otros autores. Las representaciones teatrales constituían verdaderos acontecimientos sociales, pues el teatro era el espectáculo más popular de la época.

Como vimos, los corrales eran patios descubiertos y rodeados de casas. En un extremo del patio solía situarse el escenario, sin decorados y muchas veces sin telón, o con una simple cortina. En el mismo patio se concentraba la mayoría del público popular. Ante el escenario había algunos bancos a los que se accedía pagando un suplemento, y detrás se situaban, de pie, los hombres del pueblo o mosqueteros, que mostraban de forma escandalosa su satisfacción o disgusto por la representación. Las mujeres y los hombres estaban separados, y al lugar reservado a las mujeres, zona elevada en el otro extremo del escenario, se lo llamaba humorísticamente la cazuela. Más tarde se construyeron galerías superiores para las mujeres.

Los nobles y las autoridades se situaban en los balcones y ventanas que daban al patio, los aposentos, que se alquilaban por temporadas. En un principio casi no había decorados, lo que permitía una gran libertad al autor para situar su obra en cualquier lugar; pero a la vez obligaba a que el texto supliera el decorado que faltaba con alusiones constantes, del tipo «ya estamos en el jardín» o «es de noche»... Más tarde, los corrales incorporaron decorados y recursos escénicos que originalmente solo se utilizaban en el teatro cortesano.

Las representaciones se hacían aprovechando la luz diurna, a primera hora de la tarde, y duraban varias horas. El espectáculo dejaba espacios vacíos para que el público no se impacientase o se marchase. Comenzaba con una loa: una representación en verso, y después se representaba el primer acto de la comedia. Terminado el primer acto, se escenificaba un entremés, una pieza breve, en general de tono humorístico. Tras el segundo acto, se interpretaban canciones o se hacía un baile, y al acabar el tercer acto, el espectáculo finalizaba con un sainete o un nuevo entremés.

Desde principios del siglo XVII, el éxito de la comedia traspasa las capas populares y Felipe III decide convertir uno de los patios de palacio en un corral para disfrutar de esas representaciones como lo hacía el pueblo.


Todas las obras que se representaban en los corrales eran conocidas en el nombre de comedias, fueran comedias con sentido estricto o dramas que mezclaban elementos trágicos y cómicos.
Así pues, la palabra comedia adquiere en esta época un significado más amplio que original.

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