Francisco de zurbaran biografía resumida

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¡Escribe tu texto aquí!(Fuente de Cantos, Badajoz, 1598-Madrid, 1664). Pintor español, hijo de un acomodado negociante vasco establecido en Extremadura desde 1582. Entre los años 1614 y 1617 aprendíó la pintura en Sevilla con el poco conocido pintor Pedro Díaz de Villanueva. En este periodo tendría ocasión de conocer a Pacheco y Herrera, maestros famosos, y de establecer contactos con sus coetáneos Velázquez y Cano, aprendices como él en la Sevilla de la época. Al cabo de unos años de aprendizaje, seguramente más fecundos en diversas enseñanzas de lo que se ha venido considerando, Zurbarán volvíó a su provincia natal sin someterse al examen gremial sevillano. Este último hecho le será reprochado posteriormente. Se establecíó en Llerena durante once años (1617-1628), donde se casó dos veces y fue padre muy joven. Zurbarán recibía encargos de la ciudad de Llerena y de diversos conventos e iglesias de Extremadura. Desgraciadamente se han perdido casi todas las obras de su primera etapa, pero la existencia de un taller en Llerena demuestra una actividad ya considerable. En 1626 los dominicos sevillanos de San Pablo contrataron a Zurbarán para pintar una serie importante de cuadros pero mal remunerada. Poco después, los mercedarios calzados de la Casa Grande de Sevilla le propusieron un sueldo tres veces superior para un encargo de ­semejante magnitud. Del conjunto de San Pablo se conservan el espléndido Crucificado (Art Institute of ­Chicago), primera obra fechada en 1627, y tres magníficas figuras completas de los padres de la Iglesia (Museo de Bellas Artes de Sevilla). En dos escenas de la Vida de santo Domingo (iglesia de la Magdalena, Sevilla), como en varios cuadros del importante ciclo de la Merced Calzada, se advierte la participación de diversos asistentes. Sin embargo, el portentoso San Serapio (1628, Wadsworth Atheneum, Hartford), indudablemente autógrafo, revela las cualidades propias del joven maestro: sorprendente plasticidad de las formas, armónía de las tonalidades y sabia distribución de las luces. El Museo del Prado conserva dos de las más bellas escenas de la vida de san
Pedro Nolasco, mientras que el resto se halla disperso en museos y colecciones del mundo entero. En 1629, por insólita proposición del Consejo Municipal, Zurbarán se instala definitivamente en Sevilla. En dicha fecha pinta cuatro lienzos importantes para el colegio franciscano de San Buenaventura (Musée du Louvre, París, y Gemäldegalerie Alte Meister, Dresde). Empieza entonces para el pintor extremeño el decenio más prestigioso de su carrera. La fuerza expresiva de su pincelada, añadida a su obediencia a la hora de satisfacer los deseos de sus comitentes, lo convierten en el mejor intérprete de la Reforma católica del siglo de oro español. Recibe encargos de todas las órdenes religiosas presentes en Andalucía y Extremadura. Pinta para los jesuitas (Visión del beato Alonso Rodríguez, 1630, Real Academia de San Fernando, Madrid), para los dominicos (Apoteosis de santo Tomás de Aquino, 1631, Museo de Bellas Artes de Sevilla) y también para los conventos sevillanos de los carmelitas, los trinitarios y los mercedarios descalzos. El éxito de Zurbarán culminó en 1634 con una invitación de la corte, quizá sugerida por Velázquez, para participar en la decoración del salón grande del Buen Retiro. Allí pintó Zurbarán los diez «Trabajos de Hércules» para las sobreventanas y dos grandes lienzos de batallas. Once de dichas pin­turas se conservan en el Museo del Prado. De retorno a Sevilla, el maestro extremeño siguió trabajando para sus comitentes monásticos. Casi todas las pinturas de dos impresionantes series, probablemente las mejores de su producción, se han conservado. El conjunto de la cartuja de Jerez de la Frontera se halla disperso entre varios museos (Metro­politan Museum of Art, Nueva York; Museo Nacional de Poznan, Polonia; Museo de Cádiz). Los cuatro grandes lienzos del retablo mayor (AnunciaciónAdoración de lospastores, 1638, Circuncisión, 1639, y Ado­ración de los Reyes, todos en el ­Musée de Peinture et de Sculpture, Grenoble) son de una solemnidad casi litúrgica. El cromatismo resplandeciente de la indumentaria y la perfección técnica de estos lienzos pertenecen a lo mejor de su obra. De la misma calidad es la serie del monasterio de Guadalupe, único encargo importante del pintor conservado in situ. Los ocho grandes cuadros de la sacristía, pintados en Sevilla en las mismas fechas (1638-1639), representan episodios poco conocidos de la vida de los monjes jerónimos, Misa del padre Cabañuelas, Aparición del Cristo al padre Salmerón, Fray Gonzalo de Illescas escribiendo, etc. En la capilla adyacente, tres episodios de la vida de san Jerónimo están pintados hacia 1645, con un estilo tenebrista que revela la fuerte influencia de Ribera. A partir de 1640, los grandes encargos van ­disminuyendo mientras que se desarrolla el mercado americano. En 1644, Zurbarán pinta, con colaboración de su obrador, un retablo para la colegiata de Zafra, y en 1655, los tres célebres lienzos apaisados de la sacristía de la cartuja sevillana de Santa María de las Cuevas (Museo de Bellas Artes de Sevilla). A mediados del siglo, Sevilla sufríó una profunda depresión económica. Una gran epidemia de peste golpeó la ciudad en 1649, reduciendo considerablemente su población. Su hijo y colaborador, Juan, muere de este «mal de contagio». Francisco de Zurbarán aumentó entonces la producción de su obrador con seriesde fundadores de órdenes, de santas vírgenes o de césares para el Nuevo Mundo. En 1658, probablemente movido por las dificultades del mercado sevillano, se trasladó a Madrid donde pronto vinieron a instalarse su mujer y la única hija sobreviviente de este tercer matrimonio. En su última época hallamos varias obras aisladas, a menudo firmadas, que no pertenecen a ningún conjunto. Se trata de lienzos de devoción privada de pequeño tamaño y ejecución refinada. Se advierte entonces una evolución de su estilo, de modelado más suave y aterciopelado. El viejo pintor tuvo al parecer una buena clientela privada pero su salud decayó pronto (su última obra firmada es de 1662), y fallecíó en 1664 después de una larga enfermedad que empobrecíó a su familia. Sin embargo, no llegó a vivir en la miseria como se ha repetido demasiadas veces. En su testamento no se encuentra deuda alguna y deja unos muebles lujosos, aunque el resto de sus posesiones en Madrid sean más bien modestas. Zurbarán es, por supuesto, el gran pintor de la vida monástica que él expresa con un Realismo candoroso, y una extrema sencillez. Nadie como él ha sabido traducir con tanta precisión y exactitud los diversos hábitos conventuales. Sus retratos de monjes son de una veracidad impresionante y con escasos elementos sabe expresar los más intensos éxtasis místicos. Excluye toda grandilocuencia y toda teatralidad, incluso podemos hallar algo de torpeza en el momento de resolver los problemas técnicos de la perspectiva geométrica. Tampoco le interesan los escorzos ni la sugerencia de espacios ilusionistas a la italiana. Sus composiciones severas, rigurosamente ordenadas, alcanzan un nivel excepcional de emoción piadosa. Con respecto al tenebrismo, Zurbarán lo practicó sobre todo en su primera época sevillana, no solo en sus conocidas series monásticas sino también en obras de devoción privada. Nadie le supera en la manera de expresar la ternura y el candor de los niños santos: virgencitas en éxtasis, inmaculadas muy jovencitas, niños de la espina o santas adolescentes, son otros aspectos encantadores de su talento. Su técnica excepcional para representar los valores táctiles de las telas y de los objetos hace de él un bodegonista de muy alto nivel. Bajo su pincel, los objetos sencillos alcanzan una trascendencia poética sublime (Bodegón, 1633, Norton Simón Foundation, Pasadena). Su sobriedad, la fuerza expresiva y la plasticidad de sus figuras, añadidas a sus evidentes dotes de colorista, lo sitúan en la cumbre de los maestros españoles del siglo de oro. Quizás es de todos ellos el que más conmueve nuestra sensibilidad moderna.

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