Formato o campo visual de la obra de arte las meninas de velazquez

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4.- Fuentes y obras mitológicas. Como la de los Cuatro Ríos y el Tritón y escultura de bulto redondo “Apolo y Dafne” ejemplo inigualable de la captación del movimiento y de la conquista del espacio circundante.

Por su parte, la escultura barroca española refleja a la perfección algunas de las carácterísticas principales de este estilo artístico, pero está también vinculada estrechamente a la realidad social e ideológica del Siglo XVII español. Entre las tipologías que se esculpen destacan:

1.- Imaginería y pasos procesionales, en la línea que la Contrarreforma les otorga frente al rechazo protestante. Los pasos pueden ser figuras individuales o en grupo, al estar pensadas para ser vistas en la calle tienen una enorme teatralidad y carácter narrativo.

2.- Retablos. Siguen la tipología renacentista pero con mayor profusión decorativa y mayor modalidad serán las llamadas imágenes de vestir, con ropas auténticas.

En la primera mitad del Siglo XVII destacan en la producción escultórica dos escuelas, la castellana y la andaluza:

a- la escuela castellana con Gregorio Fernández en Valladolid. Recibe encargos de todo el país y destaca por: 1- extraordinario Realismo, 2- ropajes ampulosos, llenos de claroscuro de influencia flamenca, 3- importancia de la policromía, 4- creación de nuevas tipologías como el “Cristo yacente” o el “Cristo atado a la columna”. Destacan pasos procesionales como “La Piedad” y “el Descendimiento”.

b- la escuela andaluza con dos focos: Sevilla con Martínez Montañés y Granada con Alonso Cano y Pedro de Mena. En el s XVII destacará en Murcia Salzillo. Martínez Montañés será apodado el Dios de la madera y destacan sus cristos crucificados. Alonso Cano crea obras de gran delicadeza y tiene un gusto por las figuras de menor tamaño como sus idealizadas Inmaculadas. Pedro de Mena, su discípulo, crea la sillería de la catedral de Málaga y nuevas tipologías como “La Magdalena penintente” y el “Ecce homo”. Salzillo en Murcia será un importante belenista y creador de pasos procesionales

LA RONDA DE NOCHE. 1642. REMBRANDT. Óleo sobre lienzo, siglo XVIII. Rijkmuseum de Amsterdam.

Estamos ante un óleo sobre lienzo de Rembrandt que es una de sus más célebres composiciones, y un ejemplo sobresaliente de pintura barroca del foco holandés . El Barroco, cuyo nombre tuvo en un primer momento un matiz peyorativo será el arte que servirá durante el s XVII tanto a la Contrarreforma católica y a las monarquías absolutas, como a la Reforma protestante de los países del Norte de Europa.

Debido a que la obra estaba bastante oscurecida por sucias capas de barniz, fue erróneamente denominada Ronda de noche, aunque título original era: La Compañía del capitán Frans Banning

Pasando al análisis formal e iconográfico, el tema es el retrato de grupo de una compañía de milicianos para la sociedad de arcabuceros de la ciudad, género típico en la Holanda del Siglo XVII. A Rembrandt le tocó retratar a18 miembros de la compañía del capitán Banning Cocq, cuyos nombres figuran en el escudo que está en la parte superior.

El artista no se ajusta a las convenciones del género. Los personajes no aparecen retratados en fila y en posiciones estáticas, sino en pleno movimiento, en el momento en que el grupo de milicianos, comandados por un capitán y un teniente, van a salir a hacer la ronda por las calles de la ciudad de Amsterdam. El mismo capitán indica la dirección del avance con su brazo en escorzo. Los personajes emergen de la oscuridad y avanzan hacia un primer plano iluminado. Detrás de los oficiales vemos a los soldados en distintas actividades: cargando las armas, descargándolas, limpiándolas, tocando el timbal... En medio de semejante agitación, una figura femenina, aparentemente una niña, lujosamente vestida, irrumpe en la escena con un gallo (mascota de la corporación) colgado a la cintura. También podemos distinguir entre los personajes un autorretrato del artista, aunque sólo aparece una parte pequeña de su rostro.

La composición aparentemente desordenada, está, sin embargo, construida de un modo racional con un eje horizontal formado por una serie de per-sonajes en el fondo y en lo alto, que dejan en primer plano a las dos figuras principales. Las diagonales de la larga lanza y del asta de la bandera se cruzan en el centro luminoso de la escena.

La fuente de luz está fuera del cuadro y entra por la parte superior izquierda iluminando selectivamente la escena: la chica con el gallo, los personajes centrales y los rostros casi frontales de los demás protagonistas. Directamente asociado a la luz está el color, aplicado en pinceladas densas, casi con relieve. Destacan los tonos cálidos de las tierras y los ocres, además del rojo del echarpe del protagonista y de la ropa del soldado situado a su derecha. Es espléndido el amarillo oro del lujoso traje que luce el lugarteniente, amarillo que se repite en las ropas de la niña.

Como conclusión diremos que esta obra representa magníficamente algunas de las carácterísticas de la pintura de Rembrandt como, el extraordinario manejo de la luz con espléndidos dorados sobre fondo oscuro, sus composiciones en movimiento y el gusto por el retrato. En este sentido recordar que el autor realizó también numerosos autorretratos y pinturas sobre miembros de su familia. En 1975 fue objeto de una agresión y se ha sometido a un largo proceso de restauración. Dadas las grandes dimensiones de la obra, tuvo que

habilitar un lugar especial en su casa para poder realizarla. El hecho representado parece ser un acontecimiento verídico.

Las Meninas o La familia. 1656. Óleo sobre lienzo. Museo del Prado, Madrid


Introducción.

Pasando al análisis formal e iconográfico, la escena se sitúa en el taller que el pintor tenía en el Alcázar, una amplia habitación con varias ventanas y cuadros. Aparece en el centro de pie, la infanta Margarita, a la edad de cinco años, mirando a sus padres o al espectador. A ambos lados, sus doncellas, llamadas “meninas”. A la izquierda, arrodillada, doña Agustina Sarmiento que ofrece a la niña un búcaro de barro rojo y a la derecha levemente inclinada en señal de respeto doña Isabel de Velasco. Junto a ella una enana macrocéfala, Maribárbola, y el enano Nícolás de Pertusato con el pie sobre un perro grande y apacible. También dirige su mirada hacia el espectador un hombre vestido de negro apenas abocetado, un guardadamas a quien habla una mujer vestida de dueña, tal vez Marcela de Ulloa, guarda menor de damas, que se encuentran en segundo plano.

Al fondo se abre una puerta que da a una escalera muy luminosa en la que destaca la figura de un hombre vestido de negro, con capa, sombrero en una mano y que con la otra aparta una cortina. Es José Nieto Velázquez, aposentador real. Junto a la puerta, un espejo de ancho marco negro refleja las imágenes del rey Felipe IV y la reina Mariana de Austria bajo una cortina o dosel como las que emplea el pintor en sus retratos oficiales. Este recurso espacial, típicamente Barroco, establece un punto de referencia tras los propios espectadores que quedan así incluidos en el desarrollo de la escena. La parte izquierda está ocupada por el dorso de un enorme lienzo ante el que se encuentra el artista mirando hacia nosotros. En la mano derecha lleva el pincel y en la izquierda, con la que sostiene también un tiento, la paleta. El pintor va vestido de negro, con mangas acuchilladas de seda blanca y la cruz roja de la Orden de Santiago añadida, según la tradición por el propio rey. Velázquez no está pintando, sino en actitud de pensar y mirando al frente.

El argumento del cuadro es la irrupción de la infanta Margarita en el taller donde Velázquez pinta probablemente un retrato de los reyes. Las miradas de algunos personajes se dirigen hacia el espectador situado frente al cuadro. La obra pese a su aparente claridad esconde, sin embargo, un gran número de enigmas que han dado lugar a múltiples y complejas interpretaciones para encontrar la auténtica esencia de su significado.

En cuanto a la composición, el cuadro se divide en dos zonas, la mitad superior de la escena está ocupada por las ventanas y los enormes cuadros del fondo, mientras la mitad inferior es donde se desarrolla la escena y se sitúan todos los personajes.

Velázquez combina magistralmente el uso de la perspectiva lineal y aérea para crear una auténtica sensación de profundidad espacial. Revela un dominio absoluto de la perspectiva aérea al captar magistralmente el aire existente entre los cuerpos, lo que dota a la obra de una apariencia de realidad verdaderamente sorprendente. La luz incide sobre los personajes de primer plano y envuelve en la penumbra a los que están detrás, cuyos contornos aparecen desdibujados. En el centro de la composición Velázquez crea un foco de luz intensa con el que transmite una gran sensación de veracidad. En cuanto a los colores, los grises, negros y ocres contrastan con los rosas carmesíes de algunos detalles de la infanta y las meninas. El tratamiento de las calidades es magnífico como se observa en los contrastes entre el pelaje del mastín, las ricas telas de las damas, o el búcaro que se ofrece a la infanta.

En la obra hay además una clara alusión a uno de los temas que más preocuparon a los pintores del Siglo de Oro: la defensa de la nobleza de la pintura frente a la artesanía y los oficios manuales. La actividad del pintor es idear, inventar, encarnar una idea, siendo la ejecución de la obra algo secundario. En esta actitud pensante se autorretrata Velázquez, en ese momento creador que es el que enaltece al artista.

Como conclusión podemos decir que esta escena es una de los hitos de la pintura, para algunos críticos ninguna obra que veamos después podrá hacernos olvidarla. En ella Velázquez ha alcanzado su madurez como pintor como se demuestra en la perfección del dibujo, la composición el dominio de la perspectiva y el color. Hemos de recordar por último que el autor tiene otros cuadros de temática mitológica como “La Fragua de Vulcano” o “Las hilanderas”, abundantes retratos con el del Conde Duque de Olivares o enanos de la corte y de temática religiosa como su famoso Cristo.


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