La fiebre bursátil de los felices años veinte

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Los felices años 20: La prosperidad americana


La crisis del 29 ocurríó después de unos años de una gran prosperidad económica en Estados Unidos: fue el período conocido como los “felices años veinte”. Esta expansión hizo que se produjera una enorme demanda durante la Primera Guerra Mundial así como en los años de la recuperación posbélica.
El papel de Estados Unidos como proveedor de mercancías y de capital aceleró el crecimiento de su producción industrial, que estuvo acompañado por un gran cambio en la estructura de su economía. Tras la guerra, el aumento de sus exportaciones permitíó que Estados Unidos penetrara en la mayoría de los mercados abastecidos hasta entonces por las potencias europeas. Esto generó un súperávit en su balanza comercial.
La expansión de la economía estadounidense fue posible gracias a una transformación productiva dominada por la innovación técnica y los cambios en la organización del trabajo que caracterizaron a la Segunda Revolución Industrial. Se produjo una gran renovación del sector energético, que comportó un gran incremento del uso de la electricidad y el petróleo. Se consolidaron nuevos sectores industriales cuya producción estimulaba la de otros sectores. Durante esos años se popularizó el uso del teléfono, del automóvil, la radio, la plancha, los frigoríficos…
El sector del automóvil fue el primero en aplicar la producción en serie mediante las cadenas de montaje. Sus efectos fueron muy positivos en los sectores que ya existían (hierro, acero, vidrio…) y en los nuevos sectores subsidiarios de esta industria (neumáticos, carburante…). También destacó la construcción de elevados rascacielos en las grandes ciudades (Nueva York, Chicago, Detroit, Los Ángeles…), cuyo crecimiento demográfico fue espectacular. Cabe destacar que todo esto ocurríó en medio de un proceso de concentración empresarial, resultado de la fuerte competencia para rebajar precios.

Como
consecuencia de esto, se produjo un aumento de la productividad, muy superior en casi todos los sectores industriales al de la economía europea, lo cual permitíó a la economía estadounidense reducir los costes de producción. Además, tuvo efectos muy positivos sobre el empleo, que a su vez hizo que aumentara la demanda y estimuló el crecimiento de la oferta.


En el período de la revolución de los consumidores se produjo un gran cambio en los sistemas de compraventa. Los establecimientos comerciales especializados y de reducidas dimensiones se enfrentaron a las cadenas de grandes almacenes (Sears, Woolworths…), que impusieron un nuevo método de venta. Además, la compra a plazos o a crédito hizo que muchas familias pudiesen aumentar sus comprar, lo cual incrementó la demanda de productos. El deseo de vender más dio pie a la publicidad y al marketing, que tuvieron un papel muy importante en la economía norteamericana. El aumento del consumo y la difusión de los nuevos sistemas de compraventa hicieron que se produjera una verdadera revolución de los consumidores. La confianza de gran parte de la población en que su situación futura sería todavía mejor hizo que el consumo creciera en una proporción superior al aumento de ingresos, lo cual provocó un gran endeudamiento de las familias.

No todos los grupos de población vieron mejorar su situación en la misma proporción. Los beneficios de las empresas y los dividendos de sus acciones crecieron a un ritmo muy elevado, pero el aumento de los salarios fue mucho menor. La mejora de la capacidad adquisitiva de los trabajadores no fue suficiente para absorber el aumento de la producción. En pocos años, la sobreproducción empezó a ser un problema para la economía estadounidense.

La agricultura fue el sector más perjudicado por la prosperidad de la década de 1920. Los productores agrarios, que se habían endeudado durante los años de la guerra para aumentar la producción, vieron cómo se reducían sus ingresos debido a la disminución de las exportaciones y de los precios a partir de 1922. Así, los precios industriales se mantuvieron por encima de los agrícolas, provocando la ruina de millones de agricultores que tuvieron que malvender sus tierras y emigrar a las ciudades.


Los felices años 20: La fiebre bursátil


La revolución de los consumidores vino acompañada de un aumento de las inversiones bursátiles. A partir de 1925, los beneficios empresariales tendieron a invertirse en circuitos de crédito y en la Bolsa.
Este auge bursátil fue el resultado de la buena situación de las empresas y sus favorables perspectivas de futuro, pero el alza de las cotizaciones dio paso a una burbuja especulativa: el aumento del valor de las acciones se producía por el convencimiento entre los inversores de que cuanto antes compraran, mayor sería la ganancia que obtendrían, resultado de la diferencia entre el precio de compra y el de venta (plusvalía bursátil). Este fenómeno forma parte de un mecanismo de psicología colectiva: ante la confianza de que las cotizaciones seguirían subiendo, ningún inversor quería ser el último en comprar, lo cual generó una gran demanda de valores bursátiles que hacía aumentar todavía más su cotización en el mercado.
El interés por la Bolsa llegó a los pequeños inversores, que pidieron préstamos para comprar acciones. Pensaron que podrían devolverlos vendiendo parte de las acciones, que a su vez eran adquiridas por otros pequeños inversores. Mientras el precio de las acciones se mantuvo alto, la euforia continuó y los préstamos pudieron devolverse sin problemas, aunque las cotizaciones dejaron de tener relación con los beneficios. El problema se inició en 1929 cuando el valor de las acciones empezó a descender.

¿Por qué quebró la bolsa de NY?


La primera manifestación de la crisis se inició cuando algunos inversores empezaron a poner sus acciones a la venta con la esperanza de obtener buenos beneficios. Frente a la masiva oferta de títulos, las cotizaciones comenzaron a bajar, provocando un efecto que hizo incrementar el número de acciones a la venta. La enorme oferta hizo que se desplomara el valor de las acciones, lo cual provocó el llamado “jueves negro” (24/10/1929). Ese día, el pánico se apoderó de los inversores y 13 millones de títulos fueron puestos a la venta sin encontrar comprador. Fue el crac de la Bolsa de Nueva York (quiebra súbita y rápida, se aplica al hundimiento de la cotización de las acciones de la Bolsa de Nueva York en 1929). Los bancos exigieron cancelar los préstamos para la compra de acciones, lo que dio lugar a un “martes negro” (29/10/1929).


La Gran Depresión: Causas


El hundimiento de la Bolsa de Nueva York llevó a una depresión económica que se extendíó a todos los sectores de la economía estadounidense y al resto de países capitalistas.

Una serie de factores transformaron la crisis bursátil en una recesión de una gravedad y duración desconocida hasta entonces. En primer lugar destaca la sobreproducción industrial, que era evidente antes del hundimiento de la Bolsa. Diversos indicadores de la actividad industrial muestran que el ritmo de crecimiento estaba desacelerándose en Estados Unidos con anterioridad a 1929. Por tanto, la economía hubiera entrado en recesión sin el desplome bursátil.

En segundo lugar, la crisis de liquidez (falta de recursos monetarios para hacer frente al pago de las deudas) contribuyó a que se expandiera la crisis. La caída de las acciones generó una cadena de impagos y provocó el cierre de muchas industrias y entidades bancarias. Además, el hecho de necesitar liquidez forzó la retirada de inversores en Europa y la cancelación de muchos créditos a países exportadores de alimentos. Además, el deseo de vender a cualquier precio los bienes ya producidos aceleró el descenso de los precios (deflación).

En tercer lugar, la caída del consumo provocada por el paro y el pensamiento de que la economía iba a empeorar agravó la situación. Varias causas influyeron en el descenso del consumo: la disminución de la capacidad adquisitiva de los que habían invertido en bolsa, el temor a ser despedido del trabajo, la caída de los precios agrarios, el endeudamiento provocado por la adquisición de bienes de consumo duraderos (lavadoras, coches…), y la convicción de que en el futuro se podrían comprar bienes más baratos.

La Gran Depresión:

La crisis bancaria e industrial

Los caminos a la recuperación económica: La propuesta keynesiana

Con el objetivo de recuperar la actividad económica, algunos gobiernos pusieron en práctica medidas consideradas muy heterodoxas en aquel momento. Por su lado, un economista inglés, J.M. Keynes, realizó un diagnóstico adecuado de lo que estaba sucediendo u propuso soluciones para superar las dificultades.

La población insistía en ajustar a la baja los salarios como única solución para que la producción aumentara, pero Keynes indicó que esta medida era errónea y defendíó que la crisis no era pasajera y que la recuperación no surgiría espontáneamente si los gobiernos no actuaban a su favor. Keynes argumentó que el principal problema de la crisis de 1929 era la falta de demanda ante la caída de la inversión. Sin demanda, los empresarios no tenían incentivos para aumentar la producción y, a través de ella, el empleo. Ante el derrumbe de la inversión privada, propónía que el Estado incrementase el gasto público, fundamentalmente en actividades como obras públicas, que emplean a muchos trabajadores.

El gasto del Estado generaría déficit público y destacaría el multiplicador keynesiano: planteamiento del economista Keynes según el cual el aumento del gasto público, transformado en salarios y bienes, generaba una nueva demanda, conocida como multiplicador keynesiano, en sectores económicos diversos.). Así, al ampliarse la producción total, el Estado podría incrementar los ingresos por impuestos y reducir, o incluso anular a medio plazo, el déficit público inicial.

Se necesitaba potenciar el consumo, y Keynes defendíó la mejora de las condiciones salariales para aumentar la capacidad adquisitiva de la clase obrera. Argumentó que la prosperidad dependía teorías económicas en vigor desde hacía más de un siglo, y argumentó que la prosperidad dependía de la inversión y el consumo y no del ahorro. Afirmó que el papel de los capitalistas era invertir y el de los trabajadores, consumir.


Los caminos a la recuperación económica: New Deal


El intento de recuperación asociado a las teorías de Keynes es el denominado New Deal, un plan económico para superar la crisis y detener sus efectos sociales, puesto en práctica por el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt tras su victoria electoral en el año 1932. Sin embargo, su programa era muy contradictorio ya que propónía aumentar la intervención del Estado y reducir el déficit público recortando gastos.

Las medidas más importantes del new Deal eran luchar contra el descenso de los precios (deflación), creando organismos para regular la producción y los precios. A partir de la Ley de Ajuste Agrario se creó el Agricultural Adjustment Administrarion con el fin de reducir la producción agraria y recuperar los precios.

La


Ley Nacional de Recuperación Industrial creó dos organismos oficiales: el National Recovery Administrarion para fomentar los acuerdos de precios entre empresas y evitar su reducción y el Public Works Administration para promover grandes proyectos de infraestructuras que redujesen el desempleo y aumentasen la demanda. Dentro de este proyecto surgíó el Tennesse Valley Authority, que construyó grandes presas hidroeléctricas en una de las zonas más deprimidas de Estados Unidos.

Roosevelt establecíó un control estatal sobre los bancos para asegurar su solidez financiera, al mismo tiempo que creó un seguro federal para garantizar las cuentas de los pequeños inversores en caso de quiebra bancaria. También se formó una comisión de valores y cambio. Finalmente, para favorecer las exportaciones, se impulsó una política monetarista, que devaluó el dólar en más de un 40% en 1934.

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