Evolución de la Educación Femenina en España (1868-1990): Avances y Retrocesos

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Educación de la Mujer

(1990) Mujer y Educación en España (1868-1975) - Universidad de Santiago

.: Nuevos Horizontes Culturales: La Evolución de la Educación de la Mujer en España 1868-1990

En la España del siglo XIX, la educación de la mujer es un tema que suscita muy poco interés hasta la Revolución de 1868. A partir de la Gloriosa, sin embargo, se extiende cada vez más la conciencia de la importancia de la educación de la mujer y van apareciendo tanto iniciativas privadas como reformas en el sistema de instrucción pública encaminadas a satisfacer lo que se percibe como creciente necesidad social. Me voy a concentrar en tres momentos que son hitos en la evolución de las ideas sobre cómo debía ser la educación de la mujer:

  • El sexenio revolucionario
  • Las reformas de Albareda de 1881-1882 y el Congreso Pedagógico de 1882
  • El Congreso Pedagógico de 1892

La Revolución de 1868, en otros países, había servido de motor a los avances en la educación femenina: una economía floreciente basada en la industrialización y una sociedad burguesa desarrollada con nuevas necesidades tecnológicas y culturales.

La ideología educativa que domina durante el largo periodo de gobiernos moderados conservadores que va desde 1844 hasta 1868 tampoco favorece la educación de la mujer.

El sistema de educación pública fue, pues, principalmente instrumento de socialización, medio de inculcar en cada persona los valores y actitudes propias de su clase y sexo en una sociedad jerárquica. Consideraba axiomático que la función social de la mujer era la de esposa y madre y que para desempeñar bien este papel necesitaba sobre todo los valores morales y sentimentales, ángel de hogar, su cometido era crear para su familia un oasis de amor y virtud, refugio privado adonde podía escaparse su marido del mando público de la política y los negocios en que tenía que moverse.

La oferta de instrucción femenina era limitada: en la escuela pública primaria la niña podía aspirar solo a aprender a leer, escribir, sumar, labores y doctrina religiosa y ahí terminaban sus horizontes culturales. Las hijas de las familias más acomodadas solían educarse en casa con una institutriz y/o en los colegios privados, la mayoría de los cuales pertenecían a órdenes religiosas.

Primera Etapa

La suficiencia de la educación tradicional no empezó a cuestionarse seriamente hasta después de la Revolución de 1868, iniciativas de don Fernando de Castro, apoyadas por intelectuales asociados con el krausismo. Los krausistas veían a la educación femenina como parte integral de su proyecto modernizador para España.

Lo importante era que los partidarios intransigentes de la rueca y la aguja se batían en retirada ante los argumentos de que la educación de la mujer era la solución a lo que se percibía como crisis en la familia española; todavía no estaba preparada para propuestas más radicales.

Segunda Etapa

La llegada al poder en 1881 de los liberales de Sagasti y la asunción de la cartera de Fomento por don José Luis de Albareda abrió una nueva etapa de la evolución de educación de la mujer, tanto en los asuntos a debatir como en las reformas en prácticas. La primera reforma de Albareda en la enseñanza de la mujer fue el Real Decreto de 17 de marzo de 1882 que encomendó las escuelas de párvulos exclusivamente a las mujeres, creó un Patronato General de Escuelas de Párvulos.

El segundo decreto de 13 de agosto del mismo año reformó la Escuela Normal Central de Maestras. Los institucionistas esperaban convertir la Escuela en centro catalizador para la instrucción femenina, de donde saldrían maestras que llevarían los nuevos métodos pedagógicos a todas las provincias.

El gobierno proveyó el apoyo material para la implantación de la reforma y pronto la Escuela Normal Central tuvo un nuevo local y un material pedagógico verdaderamente impresionante.

Las reformas de Albareda representan un avance muy importante en el concepto de lo que debía ser la cultura femenina y cuáles eran las responsabilidades del Estado en relación con esta.

Así, las reformas no solo ampliaron sus posibilidades profesionales dentro del magisterio, carrera tradicionalmente abierta a la mujer.

Entretanto, el número de mujeres que estudiaban en Institutos y en la Universidad, aunque muy pequeño, iba aumentando poco a poco.

Pese a estos indicios de una tendencia prometedora, en general, todos estaban de acuerdo en que la educación de la mujer en España estaba en un estado de fatal abandono, y que era de suma importancia mejorarla. Para la mayoría el alcance de esta mejora era bastante limitado; con machacante monotonía y mucha retórica barata se repetía que había que educarla esencialmente para ser esposa y madre y que, por lo tanto, lo que más le hacía falta era educación y no instrucción.

De las cuatro mujeres que intervinieron en el Congreso, sólo doña Adela Riquelme de Trechuelo insistía en que la inteligencia de la mujer era igual que la del hombre y que la mujer con aptitudes suficientes tenía el derecho a puestos que habían sido patrimonio del hombre.

Las reformas de Albareda tuvieron corta vida, siendo derogadas por dos decretos del ultramontano Alejandro Pidal y Mon, Ministro de Fomento en el nuevo gobierno conservador de Cánovas que subió al poder en enero de 1884. Aunque las reformas de Pidal iban a ser pronto derogadas a su vez (Real Decreto de 11 de agosto de 1887) al volver los liberales al poder.

El primer decreto (1 de julio de 1884) suprimió tácticamente el nuevo curso teórico-práctico para las aspirantes al magisterio de párvulos, abolió el derecho exclusivo de las mujeres a regir las escuelas de párvulos y suprimió el Patronato de las Escuelas de Párvulos, encomendado el cuidado general de éstas a la Junta de Señoras que auxiliaba el gobierno en los servicios de Beneficencia. El segundo decreto (3 de septiembre de 1884) sobre la Escuela Normal Central de Maestras suprimió el grado normal, disminuyó la duración de los estudios y redujo el programa argumentado que más importantes eran “el sólido saber y la experiencia profesional” que “la extensión de los conocimientos”. La tendencia general, pues, era reducir los horizontes culturales y profesionales de la mujer.

Aunque los decretos de Pidal representaban un retroceso para la educación de la mujer, el tiempo no había pasado en vano. Si Severo Catalina, antecesor ideológico de Pidal, en vísperas de la Revolución de 1868 había dispuesto entregar la formación de las maestras a las congregaciones religiosas.

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