Estructura económica y social de Venezuela 1830 y 1936

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  • El rey y las Cortes, como instituciones fundamentales legitimadas por la historia. Dentro de su pragmatismo, Cánovas concebía España como resultado de la experiencia histórica y no como un concepto abstracto surgido de la Voluntad General (contrato social)
    .

  • El bipartidismo, que supónía la alternancia en el poder. Cánovas configuró su propio partido, el Partido Conservador, y organizó el de la oposición, con la colaboración de Sagasta, quien fundó el Partido Liberal. Ambos partidos eran dinásticos (defensores de la monarquía borbónica) y de cuadros (integrados solo por dirigentes políticos, sin base de afiliados, que aspiraban a representar el espectro más amplio posible de ideologías afines al sistema)
    . Quedaron excluidos los carlistas, por anticonstitucionales, y los republicanos, por antimonárquicos. Los primeros quedaron desarticulados, pero no extinguidos, tras perder la tercera guerra carlista (1872-1876); los republicanos tomaron la vía conspirativa del pronunciamiento.

  • Una Constitución moderada y flexible, con un articulado poco preciso, que establecía la soberanía compartida del rey con las Cortes y aumentaba las prerrogativas del rey, quien manténía el poder ejecutivo, intervénía en el legislativo y limitaba el poder de las Cortes bicamerales. Los senadores eran vitalicios, por derecho propio o por designación del rey, o elegidos por un censo restringido a los mayores contribuyentes y las Corporaciones del Estado. Y aunque el Congreso era electivo, el sistema electoral lo definirían los partidos en el poder (en 1878, el P. Conservador restauró el voto censitario, hasta 1890, cuando los liberales restablecieron el sufragio universal masculino). Por tanto, a pesar de amparar los derechos individuales, los gobernantes de turno podían recortarlos e, incluso, suspenderlos en la práctica. La religión oficial del Estado era el catolicismo pero reconocía la libertad individual de culto en el ámbito de lo privado. 


El funcionamiento real del engranaje político de Cánovas se tradujo en una auténtica farsa. La alternancia pacífica en el poder de los dos partidos quedaba asegurada mediante pactos acordados de antemano entre ellos con el rey, garantizando de este modo el turnismo, o turno de partidos. Acordado el cambio de gobierno, se amañaban las elecciones para garantizar el resultado pactado mediante prácticas caciquiles y a través del fraude electoral. Se trataba de una red piramidal coordinada por el Ministro de Gobernación con la siguiente estructura y funcionamiento: en Madrid, los oligarcas o primates (minoría política dirigente), comunicaba a los gobernadores civiles de las provincias los resultados electorales pretendidos; estos elaboraban la lista de candidatos (“encasillado”) que debía salir elegida y daban instrucciones a los caciques locales (personalidades con poder e influencia económica que habían establecido toda una red clientelar a nivel local), quienes recurrían para ello a distintos procedimientos: desde actitudes paternalistas hasta las amenazas, el soborno y la extorsión, y en caso necesario al “pucherazo”, esto es, la falsificación de los resultados electorales.

La inmensa mayoría de clases burguesas y sectores preeminentes (Iglesia, Ejército, alta administración) encontraron sus intereses amparados en el sistema político de la Restauración (1875-1931), que garantizaba el anhelado “orden social” recortando las libertades individuales y adulterando las elecciones.

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