El Escepticismo y la Duda en el Renacimiento

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El Escepticismo en el Renacimiento

El escepticismo, una de las escuelas antiguas que renace en este periodo, buscaba la felicidad a través de la calma y la tranquilidad del alma, evitando las angustias existenciales. Para alcanzar esta calma, debemos reconocer la relatividad de nuestros juicios y opiniones. El escéptico se abstiene de juzgar, encontrando así la tranquilidad y liberándose de las disputas.

El escepticismo renacentista, al retomar viejos tópicos, les otorga un nuevo significado en el contexto de la época. Tres factores destacan:

  • Las disputas religiosas: el hombre, dividido entre las doctrinas cristianas, vive esta situación dramáticamente, generando conflictos.
  • Los descubrimientos geográficos: el europeo entra en contacto con otros pueblos, ampliando su visión del mundo.
  • El escepticismo como antídoto contra el dogmatismo y el intelectualismo de la escolástica medieval.

Este escepticismo se encuentra en Erasmo de Rotterdam, quien, en su obra, describe la locura gobernando el mundo. Distingue entre la locura feroz y la amable y sana, que nos aleja de la pretensión de los teólogos de conocerlo todo. Erasmo aboga por un cristianismo más sencillo.

Michel de Montaigne representa la expresión más acabada del escepticismo renacentista, con un refinado estilo literario. Su novedad reside en cómo utiliza los viejos tópicos para reflexionar sobre su época. La debilidad de la mente humana y la variedad de costumbres y opiniones son sus temas principales. En ocasiones, su escepticismo lo acerca a la tolerancia. No lo conduce a la incredulidad ni al desorden, sino que combate el servilismo y el fideísmo: la razón humana es débil y, por lo tanto, mala guía para nuestras creencias y acciones. Montaigne observa que los hombres creen fácilmente cosas inverosímiles, pero también critica la presunción de condenar como falso lo que no parece verosímil. Reprueba la tibieza de la fe de quienes acogen con moderación las objeciones de sus adversarios.

Descartes, influenciado por Montaigne, utiliza la duda metódica para alcanzar certezas indudables.

Criterio de Verdad

La duda metódica de Descartes no lo lleva al escepticismo, sino a la duda radical, de donde extrae su primera certeza: "Pienso, luego existo". Esta verdad resiste incluso la duda más radical. Todo puede ser falso, incluso las verdades matemáticas. Pero es indudable que dudo, que pienso. El cogito ergo sum es la verdad inmediata conocida por intuición. Es una experiencia única donde se capta la relación necesaria entre pensar y ser. Es la primera verdad por su claridad y distinción, superando la duda metódica. No solo informa de la existencia del sujeto, sino también de su naturaleza: una cosa que piensa y siente.

El cogito es el modelo de toda verdad y el criterio general de certeza. Lo que se percibe con claridad y distinción es verdadero. Para garantizar esto, Descartes debe probar la existencia de Dios, eliminando la hipótesis del genio maligno. Una percepción puede ser clara sin ser distinta, pero si es distinta, debe ser clara.

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