El Empirismo Británico: Hume y la Crítica de la Metafísica
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1. El Empirismo Británico: Introducción
El empirismo inglés se constituye frente al racionalismo continental cartesiano (polémica Locke y Leibniz) y en consonancia con la tradición inglesa, que en el campo epistemológico había defendido una posición favorable al conocimiento de procedencia sensible. Los orígenes de esta tendencia se encuentran en la obra de Guillermo de Occam (s. XIV), con la distinción entre conocimiento intuitivo y conocimiento abstractivo.
El conocimiento verdadero se funda en la intuición sensible, es decir, aquel conocimiento por el que la realidad del objeto se nos muestra de modo patente, así como las relaciones entre objetos particulares. Cuando este conocimiento es perfecto, es decir, cuando la verdad contingente del objeto es una realidad presente y actual, entonces se denomina experiencia. Así, las nociones metafísicas (Dios, alma) se dejan de lado al no ser intuibles. Se niega el estatus de ciencia a la metafísica y se concede mayor importancia a la observación directa de la realidad.
El empirismo parte del problema planteado por el cartesianismo: en el orden del conocimiento, lo indudable son las ideas, aquello que tiene lugar en la mente. Descartes exigía que éstas fueran claras y distintas. Sin embargo, para los empiristas esta exigencia es innecesaria.
2. David Hume: Impresiones e Ideas
Los empiristas plantean la validez de las ideas. Su criterio de certeza ya no se encuentra en una mente capaz de configurar por sí misma la verdad, sino que la validez de las ideas debe tener su origen en las cosas mismas. ¿Pero qué son las cosas mismas? Las respuestas variarán según el interlocutor: Locke, Berkeley y Hume.
2.1. D. Hume (1711-1776)
Es el representante más significativo de la Ilustración inglesa, que empieza de manera fulgurante en el panorama filosófico con su "Tratado de la naturaleza humana" (1739) y que, al decir del autor, "salió muerto de las prensas, sin alcanzar siquiera la distinción de provocar murmullos entre los fanáticos".
2.1.1. Influencias
Se ha dicho que Hume culmina, por su radicalidad, los presupuestos del empirismo. Si Locke afirma la necesidad de la sustancia (aunque no podíamos conocerla) y Berkeley rechaza la causa material como origen de nuestras ideas, Hume rechazará no sólo la causa material, sino también la causa espiritual.
El Tratado de la naturaleza humana se escribió en Francia, donde recibió diferentes influencias: Montaigne, Pierre Bayle y Malebranche. El fundamento del Tratado se encuentra en el principio atomista: lo diferente es distinguible y lo distinguible, separable.
- Influencia cartesiana: Todo lo que puede concebirse existe posiblemente.
- Influencia newtoniana: Deseo de ser considerado el "Newton de las ciencias morales". Hume comparará los principios de asociación (semejanza, contigüidad y causa y efecto) con el concepto newtoniano de atracción.
- Sentimentalismo humanitario y utilitarista: Originado en Hutcheson.
2.1.2. Impresiones e Ideas
Los contenidos de la mente, al igual que para John Locke, derivan de la experiencia. Dichos contenidos son las percepciones. Se llama percepción a todo lo que puede estar presente en la mente (mediante los sentidos externos, la pasión, el pensamiento, la reflexión).
Hume divide las percepciones en dos: impresiones e ideas.
- Impresiones: Datos inmediatos de la experiencia, tales como las sensaciones.
- Ideas: Copias o imágenes atenuadas de las impresiones en el pensamiento y la razón.
La distinción entre impresiones e ideas supone distinguir entre los datos inmediatos de la experiencia y nuestros pensamientos sobre esos datos. Es la diferencia entre vivir una experiencia y pensar posteriormente en ella. Sin embargo, esta distinción solo es de grado de intensidad.
Hume establece otra distinción entre percepciones simples y complejas, que aplica a ambas clases de percepciones (impresiones e ideas). Por ejemplo, la percepción de una mancha roja es una impresión simple, y el pensamiento (o imagen) de ella es una idea simple. Pero si me asomo al balcón y contemplo mi ciudad, recibo una impresión compleja. Y cuando pienso en ella y recuerdo esta impresión compleja, tengo una idea compleja.
Por todo ello, no podemos decir que a cada idea corresponda una impresión. Así, la idea compleja de centauro puede descomponerse en ideas simples. Y podemos preguntarnos si a cada idea simple (caballo, hombre) corresponde una impresión simple y a cada impresión simple una idea simple.
3. Hume y la "Fuerza Suave"
Las impresiones pueden dividirse en impresiones de sensación e impresiones de reflexión. Las primeras surgen en el alma de causas desconocidas. Es decir, no podemos afirmar (o demostrar) que su origen sea el mundo exterior, como diría el sentido común. Las segundas surgen en gran medida de las ideas. Y es en relación a éstas cuando Hume nos habla de las ideas abstractas (relaciones filosóficas).
Cuando hemos recibido impresiones en la mente, éstas pueden reaparecer de dos modos:
- Con un grado de viveza intermedio entre el de una impresión y el de una idea: la memoria. Hume afirma que existe en la memoria una conexión inseparable entre las ideas, no así en la imaginación.
- Como meras ideas, como débiles copias o imágenes de impresiones: la imaginación. Según Hume, existe un principio unitario que llamará "fuerza suave", mediante el cual la naturaleza humana se siente impulsada a asociar las ideas de una manera determinada.
Las cualidades que originan esta asociación y por las que la mente va de una idea a otra son tres: semejanza, contigüidad en el tiempo o en el espacio, y causa y efecto. Éstas son relaciones naturales. Junto a estas relaciones naturales, Hume encuentra relaciones filosóficas (siete tipos). Existe superposición de relaciones naturales y filosóficas en los conceptos de semejanza, contigüidad y causa y efecto, aunque funcionan de forma no coincidente con las relaciones naturales.
Hume establece la distinción (iniciada por Leibniz) entre "relaciones de ideas" y "cuestiones de hecho". Las primeras se basan en relaciones de ideas y se sustentan en el principio de no contradicción; las segundas hacen referencia a la experiencia.
La relación causal es el fundamento de la ciencia. Si las relaciones causales se sustentan en esa "fuerza suave" (la mente, mediante la imaginación, tiende a establecer asociaciones entre ideas), el fundamento de esa relación no está en las cosas mismas, sino en un mecanismo de la naturaleza humana: el hábito o la costumbre. Los seres humanos somos animales de costumbres. La experiencia nos dicta que, en el pasado, siempre que ha sucedido A ha sucedido B. Cuantas más veces se haya establecido dicha conexión, más fuerte será la creencia que se forma la imaginación y, con ella, nuestra creencia. Pero del hecho de que siempre que en el pasado haya sucedido A no podremos demostrar que necesariamente en el futuro deba darse B. Hume pone en duda dicha posibilidad.
Si decimos que mañana saldrá el sol, Hume no lo duda; duda, en cambio, que podamos demostrar que es imposible afirmar lo contrario. Según él, las dos proposiciones son igualmente consistentes. Ciertamente, mañana sólo una será verdadera, pero su verdad o falsedad se sitúa en el marco de la experiencia. No existe un verdadero fundamento racional de la ciencia natural. Ésta no pasa de ser una creencia irracional. Para Hume, la ciencia natural es sólo un conocimiento probable basado en la sucesión constante. Así, se origina en el sujeto un hábito o costumbre y una cierta garantía de que, puesta tal causa, es de esperar que se produzca el efecto correspondiente.
4. Hume y la Metafísica
Hume, utilizando el análisis de conceptos como sustancia, causa, libertad, etc., trata de determinar el significado y el valor de tales términos filosóficos. Cualquier concepto no es más que un abuso del lenguaje. Su nominalismo radical supone que no existen conceptos abstractos con existencia propia, pues ello supondría aceptar la idea de sustancia como realidad independiente del sujeto. Lo que conocemos es siempre lo particular. El concepto es un expediente lingüístico que utilizamos para caracterizar determinadas cualidades. Por ejemplo, el concepto de Dios no es más que una colección de cualidades (omnipotente, creador, omnisciente, etc.) unidas por un nombre. El nombre no puede ser conocido sin las cualidades. Por tanto, establece el criterio de certeza de Hume: todos los conceptos filosóficos que no podamos derivar de la correspondiente impresión carecen de validez (aunque pueden ser asumidos como creencias).
Mediante este criterio, Hume desmonta el andamiaje metafísico:
- Búsqueda de la impresión correspondiente al concepto metafísico (alma, Dios, mundo).
- Imposibilidad de hallar la impresión requerida.
- Imposibilidad de afirmar, con plena certeza, la verdad del concepto metafísico.
Las impresiones son datos aislados sin justificación. Es imposible establecer entre las impresiones otra relación que no sea su continuidad o sucesión. Por tanto, no podemos conocer ninguna realidad exterior a las impresiones (el mundo) ni una sustancia pensante (el yo). Nuestro conocimiento se limita a los fenómenos.
4.1. Crítica del Concepto de Sustancia
La idea de sustancia no se deriva de ninguna impresión de sensación o de reflexión; es "una colección de ideas simples reunidas por la imaginación". No hay una realidad que se llame "sustancia". "Substancial" es sólo un nombre que se refiere a una colección o haz de cualidades. No hay cualidades de una cosa más su sustancia. Tendemos a rellenar los intervalos entre cada percepción con imágenes, para mantener la unidad y la continuidad, pero las percepciones son discontinuas y diversas. La sustancia, en cambio, es permanente y una; no cabe impresión alguna que se corresponda con la idea de sustancia.
Imaginemos una manzana. Ésta tiene cualidades como el color, el sabor, el tacto, el olor, etc. Si quitamos estas cualidades, ¿qué nos queda? Nos queda el lenguaje y la creencia.
4.2. Crítica de la Idea del Yo
En cuanto a la sustancialidad del yo, Hume llega al agnosticismo: es un problema que está más allá del alcance del conocimiento humano. Niega la existencia de alguna impresión que se corresponda con la idea de identidad del yo. Tal impresión debería ser constante a lo largo de la vida, y no existen impresiones con esa constancia. Al penetrar en nuestro yo, siempre encontramos alguna percepción, y es imposible representárnoslo sin percepción alguna. El yo, en Hume, se reduce a un cúmulo de percepciones diferentes unidas por relaciones. La idea de mente no tiene más contenido que el de las percepciones particulares. La mente sería un teatro por el que desfilan las percepciones, pero de ese lugar nada podemos saber. La creencia en nuestra propia identidad y permanencia viene motivada por la memoria y la causalidad. El yo de la realidad vivencial escapa a la crítica de Hume; sólo el yo gnoseológico es afectado por ella.
4.3. Crítica de la Idea de la Existencia del Mundo
La idea de la existencia del mundo exterior no se deriva de ninguna impresión y es, por tanto, una pseudo-idea. Atribuimos la existencia a los objetos externos, pero estos no son más que nuestras percepciones, y sólo podemos suponerlos como diferentes de ellas. La naturaleza (la vida) nos impone el mundo externo sin que podamos demostrar su existencia. La creencia es inevitable e indudable, pero su demostración es imposible. Los caracteres que atribuimos al mundo externo (existencia continua y distinta) son fruto de la combinación de ciertas cualidades de la imaginación y la percepción. Dichos caracteres no pueden proceder de los sentidos (que sólo nos proporcionan impresiones) ni de la razón (pues la creencia popular en la existencia del mundo exterior es ajena a las argumentaciones filosóficas). Es la memoria la que empuja a la imaginación, con impresiones semejantes, a considerar las distintas percepciones como una y la misma. La creencia en el mundo externo queda justificada como mera creencia, contra los argumentos de la razón. De nuevo, la creencia (la vida) y el conocimiento (la razón) se hallan en insuperable contradicción. De aquí el escepticismo radical: no cabe la validación por la razón de las creencias a las que es imposible renunciar en la práctica (la vida).
5. El Escepticismo de Hume
La filosofía nos exige rigor, y el rigor nos lleva al escepticismo. La vida exige acción, y en tal premura el escepticismo filosófico no es sino una entelequia. La vida gana la partida a la filosofía, aunque la filosofía misma sea una parte de la vida. Para Hume, las exigencias de la filosofía son las inversas de las de la acción: en la acción sería inconveniente e imposible no fiarse de creencias tan naturales como la existencia del mundo exterior o la causalidad; la filosofía debe buscar la justificación de dichas creencias.
Hume nos dice que, si no existen verdades absolutas, debemos aventurar nuestras ideas con desconfianza y modestia. Cierto que hay principios más seguros que otros. Si la razón no nos sirve de guía en el mundo, la firme creencia de las pruebas y probabilidades, basadas en la imaginación, hace que la experiencia, engendrando el hábito o la costumbre, baste para establecer una vida (convivencia) razonable y duradera.
De este empeño filosófico por justificar lo que, según Hume, no se puede, aparece Kant para enderezar, solventar y justificar lo que Hume había puesto en tela de juicio. El resultado será el idealismo trascendental, que dejará planteada, en su tercera antinomia (libertad y necesidad), la cuestión fundamental de la que partirá el idealismo alemán (Fichte, Schelling y Hegel) y, por extensión, el pensamiento contemporáneo.