Dios pastoril

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20. BACO Caravaggio; siglos XVI-XVII Galería de los Uffizi- Florencia


La pintura representa a un joven Dios Baco, reclinado a la manera clásica con uvas y hojas de parra en el suelo, manoseando el cordel de la toga que le cubre. Sobre una mesa de piedra enfrente de él hay un bol de fruta y una jarra grande de cristal con vino tinto; con su mano izquierda ofrece una copa de vino llana y ancha, aparentemente invitando al espectador a unirse a él. El vino se ha servido hace poco, como indica la espumilla en la jarra, mientras que Baco sostiene en la mano la copa con poca seguridad como muestran las vibraciones; las mejillas, como las manos, están sonrojadas y contrastan con la palidez de la piel, indicando un estado de ligera embriaguez. Dioniso es el Dios de la exhuberancia de la naturaleza, y muy especialmente de la viña, que provoca la embriaguez, la inspiración desenfrenada y el delirio mismo. Se encarna en toro, cabra o serpiente, y sus símbolo vegetales son la hiedra y la viña enroscadas en torno a un báculo para formar el tirso. Se le conoce también con el nombre de Baco, nombre que adoptaron los romanos. No nacíó Dios sino que adquiríó la divinidad posteriormente. Sobre el nacimiento de Dioniso ver información recogida en la diapositiva Júpiter y Sémelé. Zeus, para proteger a su hijo de la malevolencia de Hera lo ocultó bajo ropajes femeninos en la corte del rey Atamante, pero Hera lo descubríó y volvíó loco al rey. Zeus encargó entonces a Hermes que escondiese al niño en la misteriosa regíón de Nisa donde, convertido en cabritilla, fue educado por unas ninfas, las ménades, y por el sabio Sileno, que le enseñó el arte de tocar la flauta y le hizo descubrir el vino, con el cual se embriagaría alegremente con sus compañeros. Hera logró descubrir su paradero y le infundíó la locura. Dioniso se convirtió entonces en Bacchus, el “privado de la razón”, y empezó a recorrer el mundo convirtiéndose para los hombres en un libertador. Formaban su cortejo los sátiros, Sileno, Príapo, y las ménades. Los sátiros eran diosecillos de la naturaleza, híbridos de hombre y macho cabrío. Su cabeza y su torso son humanos, pero tienen unos cuernos de cabra, largas orejas puntiagudas, una larga cola y patas con pezuñas hendidas de macho cabrío. Recorren los campos en busca de ninfas o de muchachas mortales con las que satisfacer su desenfrenado apetito sexual. Aman el vino, la danza y la música. Cuando se hacen viejos reciben el nombre de silenos, del nombre del preceptor de Dioniso. Feos y ventrudos, suelen desplazarse sobre asnos. La representación cristiana de los demonios está directamente inspirada en los sátiros. Sileno es el Dios de las fuentes y los manantiales, hijo de Pan y padre de los sátiros. Era una divinidad festiva a la que se imaginaba como un anciano grotesco y ventrudo, a menudo montado sobre un asno y, a veces, con cola, cascos y orejas de caballo. Príapo es el Dios rústico de la fecundidad, es guardián de los jardines, cuya prosperidad asegura. Es hijo de Afrodita y Dioniso o Zeus, según las versiones. Desde su nacimiento se caracterizó por un enorme miembro viril siempre erecto. Tal deformidad habría sido causada por la malevolencia de Hera. Las ménades o bacantes eran mujeres que, en Tebas, arrebatadas por el delirio dionisíaco, formaban cortejos donde cantaban y danzaban con los cabellos sueltos y el pecho desnudo, apenas cubiertas con pieles de zorro. Lanzaban el grito sagrado de Evohé, sacudían la cabeza y, poseídas por una fuerza sobrehumana, perseguían a los animales salvajes que luego devoraban crudos. Fueron muy pronto confundidas con las ménades, las ninfas que criaron a Dioniso, y la leyenda les atribuía la facultad de hacer manar de los árboles leche, vino y miel. Con su cortejo, Dioniso recorríó toda Grecia.
En Tracia castigó con la locura al rey Licurgo, que se había resistido a aceptar su culto; Licurgo, en un acceso de locura, se cortó una pierna y mutiló a sus hijos. Dioniso embarcó más tarde para continuar su viaje, pero como el capitán pretendía venderle como esclavo, el Dios hizo enloquecer a toda la tripulación, que saltó por la borda y fue metamorfoseada en delfines al tocar el agua. Su viaje le condujo hasta Asía, donde Cibeles lo inició en sus misterios y lo curó de la locura de Hera. Montado sobre un carro tirado de pámpanos y de hiedra, llegó a la India. Sin embargo, de regreso a Ática, su peregrinaje le condujo a una ciudad que se negó a reconocer su culto, Tebas. Su rey, Penteo, se opuso por considerar que era demasiado violento y licencioso, negándose además a reconocer la divinidad de Dioniso. Este se vengó transportándole al monte Citerón, donde se encontraban las mujeres tebanas que, presas del furor dionisíaco, se habían unido a las bacantes. Llevadas por el frenesí, despedazaron a Penteo tomándolo por un animal salvaje. Su propia madre, Ágave, lo desgarró con sus manos y ensartó su cabeza en un tirso. Cuando Ágave salíó de su delirio, descubríó horrorizada lo que había hecho. Antes de alcanzar el Olimpo, donde finalmente se le otorgaría el rango de Dios, descendíó a los Infiernos para buscar a su madre Sémelé, que fue inmortalizada y convertida en la diosa Tíone. Roma confunde muy pronto a Dioniso-o Baco- con el antiguo Dios latino Líber Páter. Dioniso simboliza particularmente la ambivalencia del vino, a la vez remedio y droga de temibles efectos.

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