Desaparición de los Juegos Olímpicos y ocaso de la cultura física en la Edad Media

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Desaparición de los Juegos Olímpicos y ocaso de la cultura física

En el año 324 la religión cristiana había sido proclamada religión oficial del Imperio romano, y en el año 393 el emperador Teodosio I, llamado el Grande, dictó un decreto prohibiendo la celebración de toda ceremonia pagana, incluyendo los Juegos de Olimpia. Tras esta primera prohibición desaparecen registros de campeones olímpicos, pero existen registros de sucesivas prohibiciones de los juegos, lo que parece indicar que se siguieron organizando de forma al menos local. Sin embargo, las invasiones bárbaras y los desastres naturales terminaron por acabar con la celebración de los juegos y con el propio santuario de Olimpia, cuya ubicación se perdió durante siglos.

La desaparición de los juegos coincide con una nueva teología, la cristiana, que condena la gimnástica olímpica por su origen pagano, y que mantiene una cierta indiferencia, cuando no enfrentamiento, con el cuerpo y su cultivo. Se pierde así durante la Edad Media la tradición intelectual griega de aprecio del cultivo del cuerpo como parte del cultivo moral y como forma de alcanzar la excelencia o virtud, y se prefiere relegar al cuerpo a un segundo lugar, en muchas ocasiones fuente de pecado o tentación, y centrar los esfuerzos en la salvación del alma.

Tras los escritos de los cristianos de los últimos años del Imperio Romano, encontramos en la Edad Media algunas opiniones favorables, o al menos tolerantes del ejercicio físico, como las de San Isidoro de Sevilla o Santo Tomás de Aquino, pero durante ese periodo la cultura física va a permanecer en posición secundaria.

La Edad Media

Se abre así el periodo conocido como la Edad Media, periodo que cubriría entre el fin del Imperio Romano y el descubrimiento de América (siglos V-XV) y que tiene un componente exclusivamente europeo, pues los demás pueblos y civilizaciones siguieron su propio desarrollo sin verse constreñidos por las instituciones feudales propias del continente europeo.

La Edad Media puede dividirse en varios periodos. Un primer periodo de transición y desaparición de legado romano, en el que se reduce dramáticamente la población urbana, el comercio y las fuentes escritas (siglos V-VIII). Un segundo periodo en el que se constituye la sociedad feudal como tal, la Alta Edad Media (s. IX-X). Un tercer periodo de plenitud del sistema feudal (s. XI-XII), Plena Edad Media (XI-XIII) y un periodo de decadencia y final del sistema, la Baja Edad Media (s. XIV-XV).

El sistema feudal y los juegos bélicos de los caballeros

El sistema feudal en pie en este periodo se caracteriza fundamentalmente por la división estamental de la sociedad y por las peculiares relaciones jurídicas y políticas entre los estamentos. La nobleza militar, encargada de la protección militar de los pueblos; el clero, encargado del cuidado espiritual; y el pueblo llano, los campesinos, a cargo de nobles y religiosos.

La relación entre el rey y los nobles era el vasallaje. Los reyes concedían la administración de un terreno, de un feudo, al noble, y este a cambio prometía defender al rey y ayudarle en aquello que necesitase. El rey debía ser capaz por tanto de tener tierras disponibles para distribuir entre sus seguidores como forma de garantizar su lealtad, y estos tenían una gran autonomía frente al monarca, pues tenían derechos asentados sobre su feudo.

En el feudo se repetía el contrato, llamado comúnmente la encomienda o señorío. A cambio de su protección, los nobles recibían del campesinado una parte de su cosecha, y ostentaban además la jurisdicción sobre el territorio, por lo que imponían justicia, pero también cobraban impuestos y multas. Esta entrada permanente y garantizada de recursos reforzaba enormemente al noble frente al rey, lo que hacía de este una figura débil, de ahí la idea del rey como primus inter pares, primero entre iguales.

Se trata de un sistema económico, sobre todo en los años primeros y de plenitud del sistema, enormemente basado en la producción agrícola, con una limitada urbanización, escaso uso de la moneda y límites profundos al comercio. No fue hasta que no volvieron a desarrollarse estas instituciones y surgió una clase urbana comercial y artesana que los nobles no perdieron su hegemonía social. Es la pérdida de esta hegemonía y la centralización creciente del poder en manos del monarca y su corte, aliado de las clases urbanas, lo que termina señalando el fin del sistema feudal y la entrada en la edad moderna.

Militarmente, se trata de una época dominada por la caballería, de ahí la importancia de la institución. El caballero, al servicio del señor en la corte, era un guerrero a su servicio que debía respetar una serie de conductas, pero que basaba su importancia en el peso de la caballería en la guerra. El caballero, normalmente de familia noble, solo podía ser armado caballero por otro de su misma estirpe. Lo habitual era que los hijos de nobles entrasen al servicio de un caballero como escudero y con él recibiese su educación, incluyendo la militar. Solo entonces era armado caballero, en una ceremonia de gran significación y que terminó teniendo el aval del clero.

Los juegos bélicos de los caballeros

Es en este contexto de hegemonía social que los nobles y caballeros van a desarrollar su propia cultura, sus propios hábitos y valores y por supuesto sus propias actividades de ocio y distinción. Entre estas van a destacar los juegos bélicos, principalmente el torneo, la justa y el paso de armas.

El torneo fue la principal de estas actividades. De origen probablemente germánico, se extendió por toda Europa y fue muy practicado también en Francia, Inglaterra e Italia, además de España. Los torneos podían durar hasta cuatro o cinco días, y junto con las actividades bélicas incluían banquetes y homenajes, por lo que eran evidentemente un evento social además de militar, una oportunidad para que los miembros de una clase se conociesen y estableciesen relación.

Los torneos, aunque eran competiciones y no auténticos enfrentamientos, resultaban extremadamente peligrosos, sobre todo en los primeros tiempos, y resultaban en numerosos muertos y heridos. Por ello, la actitud de la Iglesia fue en un primer momento de condena, intentando pacificar a la clase guerrera, pero sus prohibiciones y amenazas de excomunión fueron insuficientes para terminar con el fenómeno.

Para los caballeros era una oportunidad de alcanzar fama, prestigio y riqueza, y por tanto eran una salida privilegiada para las familias y una forma de ascenso social, junto con la guerra o las cruzadas.

En un primer momento los torneos carecían de reglas. Se trataba de una pequeña guerra en la que los caballeros luchaban con sus armaduras y armas oficiales durante todo el día, y todas las técnicas eran lícitas.

A pesar de las bajas, no existía el propósito deliberado de matar, y aunque los lances podían generar enemistades y derivar en duelos de honor, lo cierto es que los torneos se cerraban con banquetes en donde todos participaban. La armadura era de malla y el yelmo era de hierro forjado y lo acompañaban de un escudo. El campo de ejercicio estaba limitado solo por los extremos donde existían unos refugios en los cuales el enemigo no podía atacar. Solía escogerse sembrado de obstáculos, como arroyos, matorrales, barrancos... Se podían sustituir los caballos heridos y las armas rotas y se podían realizar todo tipo de golpes. En el día y hora establecidos, comparecían en el lugar de lucha dos compañías de jinetes, cada una de las cuales tenía sus jefes y abanderados. Existían, también, los mariscales de campo que daban la señal de inicio de lucha y también la de su fin.

Con el paso del tiempo los torneos evolucionaron hacia formas más corteses, y aumentó la importancia de la figura femenina y de los ideales caballerescos y del amor cortés. Así, los torneos muchas veces se realizaban en honor de una dama, que los presidía y observaba todo el día. El capitán del equipo vencedor recibía, de la dama del castillo más próximo, el broche o joya que simbolizaba la victoria, es decir, que el torneo era una forma de cortejo indirecto y una ceremonia relacionada con las relaciones sociales y los emparejamientos.

Juegos y competiciones medievales

Paralelamente a estos juegos violentos, los caballeros van a dedicar su tiempo de ocio a muchas otras actividades, fundamentalmente la caza, el deporte de la nobleza por antonomasia, y en particular la cetrería, el arte de cazar con halcones.

También van a correr, saltar, practicar diversos lanzamientos, incluyendo el tiro con arco, y practicar los juegos de pelota. Y al igual que ellos van a realizar el pueblo llano y en ocasiones el clero, cuando sus superiores lo toleren.

De este periodo han surgido numerosos de los juegos tradicionales que han llegado hasta nuestros días o sus variantes. Tenemos especiales pruebas y documentos del juego de la palma, antecedente del tenis de origen francés. En un principio consistía simplemente en dos participantes que golpeaban la pelota con la mano de un lado a otro de un espacio. Paulatinamente se introdujo una cuerda, considerando fallidos los golpes por debajo de esta, y posteriormente una red. También se fueron introduciendo distintos instrumentos para golpear la pelota, primero los guantes, posteriormente las raquetas. La original tuvo dos grandes variantes, en campo abierto y cerrado, y pudo jugarse en los claustros y en los patios de los castillos. Los juegos de pelota fueron populares en toda Europa, desarrollándose las variantes locales, como las españolas.

También tenemos pruebas de la práctica de juegos de pelota más grande que pueden considerarse antecedentes del fútbol y del rugby. Se caracterizan por su práctica popular y por la ausencia de reglas. Variantes como el soule francés o el shrove football británico están ligados a celebraciones y festividades como el carnaval. Consistían generalmente en el enfrentamiento entre dos pueblos o colectivos, que debían llevar la pelota cada uno a un espacio distinto. Para hacerlo todas las técnicas estaban permitidas, y también prácticamente todo tipo de violencia. Periódicamente eran prohibidas por los monarcas, en parte por su violencia, y en parte por su falta de uso militar, pero las prohibiciones nunca lograron su desaparición.

Este fútbol medieval tenía algo de deporte pero también de batalla fingida como la de los torneos. Este carácter violento se vislumbra en ciertas prácticas de las ciudades italianas. Por un lado tenemos el calcio florentino, que en principio es un desarrollo de una batalla ciudadana en la que todo estaba permitido, y que el calcio limitó únicamente a los puños. Un ejemplo similar es el juego del puente de Pisa, que era también una batalla que ha terminado siendo un complejo ritual ciudadano.

Algo similar puede decirse de la variante española del torneo, los juegos de cañas. En ellos los contendientes iban a caballo e intentaban alcanzarse y golpearse, o evitarlo con quiebros. De práctica violenta terminó teniendo un carácter más ritual, y al mismo tiempo derivó en las corridas de toros a caballo, el rejoneo, y a las prácticas con animales más que con otras personas.

El maltrato animal es constante en esa época, pues tampoco entonces se tenía conciencia del daño que se pudiese estar haciendo. Siendo el origen del toreo indefinido, lo que sí sabemos es que los nobles árabes practicaban el hostigamiento de toros, soltando a unos perros que le atacaban y terminando por darle muerte con jinetes con lanzas. Esta práctica se extendió a los nobles cristianos y a toda la población. En otros lugares se realizaban prácticas parecidas con osos, y las peleas de gallos fueron muy populares.

Al mismo tiempo, se mantenían las carreras de caballos, que fueron especialmente importantes en el mundo islámico.

Finalmente, tenemos una gran cantidad de prácticas físicas populares asociadas al día a día y a las festividades. En los pueblos nórdicos la práctica del patinaje y de juegos de pelota relacionados. Las infinitas variantes de juegos de pelota con palo, que dieron lugar al hockey y al golf. Los levantamientos de todo tipo de objetos y los lanzamientos de barras, jabalinas o piedras. Los juegos de habilidad como el tejo o rayuela, o los bolos. Todos ellos eran practicados y con distintas formas han llegado hasta nosotros.

Una de estas prácticas especialmente significativa fue el tiro con arco. Una especialidad deportiva y al mismo tiempo militar que era ampliamente favorecida por reyes y señores entre la población, pues tenía una aplicación militar directa. Tras la hegemonía de la caballería en los primeros años feudales, las lanzas largas y los arqueros recuperaron la hegemonía para la infantería, y por tanto era vital para los jefes militares disponer de una población entrenada. Además, con el desarrollo de las ciudades y su creciente autonomía frente a los señores feudales y reyes, sus habitantes van a constituirse cada vez con más frecuencia en milicias ciudadanas, encargadas de la defensa de la ciudad, y por tanto en auténticos ejércitos municipales. Es en este contexto que van a surgir los gremios de arqueros, sociedades que eran a la vez clubes y facciones militares. Clubes porque organizaban comidas, fiestas y ceremonias religiosas y daban apoyo mutuo a sus miembros, y facciones militares porque estaban a la disposición de la ciudad o del noble para ir a la guerra. Y además de todo ello se hicieron célebres por organizar grandes torneos de tiro con arco.

Estos torneos podían durar más que los de los caballeros, varias semanas durante las que paralizaban la ciudad. Para organizarlos recibían ayuda del resto de gremios profesionales, de la ciudad y de los nobles, pues suponían un gran esfuerzo económico, pues entre otras cosas otorgaban numerosos premios y atraían a sociedades arqueras de toda la región. Eran por tanto grandes fiestas que fomentaban la colaboración entre ciudades a través de la competición, que no era solo deportiva, sino también de riquezas, pues los gremios competían no solo con el arco, sino en realizar las mejores entradas o representar las mejores obras de teatro.

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