Crítica de la razón pura: Un análisis de la epistemología kantiana
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En esta obra, Kant intenta la conjunción de empirismo y racionalismo, haciendo una crítica a las dos corrientes filosóficas que se centran en el objeto como fuente del conocimiento. Así, da un giro copernicano al modo de concebir la filosofía, poniendo al sujeto como fuente del conocimiento. Kant discute la posibilidad de que haya juicios sintéticos a priori, es decir, independientemente de la experiencia (el predicado no está incluido en el sujeto). La existencia de juicios a posteriori es innegable. Son juicios empíricos, por tanto contingentes. Lo que quiere hacer es trascender la gnoseología de Hume de cuestiones de hecho y relaciones de ideas y superar la metafísica dogmática de los racionalistas.
Kant entiende que todo conocimiento se origina partiendo de la experiencia (referencia empirista), pero no todo, sin embargo, procede de la experiencia. Concede un papel prioritario al sujeto del conocimiento por ser el que da forma a los datos que la realidad externa ofrece, pero, en su idealismo trascendental, ésta nunca queda anulada, aunque tampoco será posible el conocimiento de lo que sean los objetos externos en sí mismos. El problema del planteamiento crítico consiste en saber cuáles son las posibilidades de conocimiento que tienen nuestras facultades cognoscitivas.
Kant se asombra de ver cómo ha sido posible que multitud de filósofos de épocas anteriores hayan pretendido conocer la Realidad y al Hombre mismo, sin antes preguntarse si tal conocimiento es posible. Para ello la atención se centra sobre el sujeto cognoscente, no sobre el objeto de conocimiento. Propone hacer un juicio a la razón: el juez es la misma razón, y también el abogado defensor (para eso tiene que haber razón crítica).
Realiza el juicio crítico porque hay mucha gente que vive de modo no ilustrado, de espaldas a la verdadera razón, es decir, se encuentran en una minoría de edad: oprimidos por agentes externos a la razón (prejuicios, tradiciones, costumbres, etc.). En definitiva, les falta la verdadera libertad, la que proporciona el verdadero uso de la razón, la que hace que la gente llegue a la mayoría de edad: Sapere aude. Esta libertad es el motor de la crítica. Esta crítica es la que hace plantearse al hombre el sentido de su vida y cuáles son los últimos fines e intereses. El único remedio es someter a crítica a la misma razón, para que ella misma reconozca sus posibilidades de conocer y sus límites. ¿Cómo será posible este sistema de conocimiento? La respuesta está en las denominadas estructuras a priori del conocimiento humano.
Las conclusiones a las que lleva la Crítica de la Razón Pura son muchas, pero quizá la más importante es la siguiente: si la metafísica tradicional se había pronunciado prioritariamente sobre tres temas, Dios, alma, mundo, precisamente acerca de ellos Kant mantendrá la imposibilidad de obtener conocimiento científico alguno. En consecuencia, la metafísica como ciencia, al modo de la matemática, por ejemplo, no es posible. Este punto constituye la máxima discrepancia respecto a los sistemas racionalistas. Ahora bien, es en la Crítica de la Razón Práctica donde va a dar salida a los problemas inconclusos de su obra anterior. Puesto que admite una tendencia natural en el hombre hacia la metafísica, Dios, alma y mundo se convertirán en ideas reguladoras de la conducta moral del hombre, reconociéndolas así un valor específico dentro de la moralidad, pero habiéndolas excluido del campo científico. Esta recuperación de los temas metafísicos hará que Nietzsche califique a Kant de "cristiano alevoso".
El lenguaje y la representación del mundo
El pensamiento se expresa en proposiciones que constituyen el lenguaje. Una proposición es un modelo, representación o figura de la realidad, del mundo, de los hechos. Las proposiciones se dividen en elementales o simples y moleculares o complejas. Toda proposición puede reducirse a proposiciones elementales mediante análisis. Las proposiciones elementales afirman la existencia de un hecho atómico. Su verdad o falsedad viene determinada por el hecho atómico que figuran. De la misma manera que estructura la realidad a base de hechos atómicos y éstos se componían de objetos, la proposición elemental es una combinación de nombres, los cuales se refieren directamente a objetos. Las proposiciones moleculares se montan a partir de las elementales, por eso su valor de verdad depende de las proposiciones simples que las integran (funciones veritativas). Por tanto el lenguaje está estructurado funcionalmente mediante valores de verdad y su función es describir el mundo. Así puede concluir Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo” (5.6).
El punto de partida de la realidad tiene su contrapartida en el lenguaje. Este sería el paralelismo que une la Forma lógica: Objetos-Nombres; Hechos atómicos (combinación de objetos)-Proposición elemental o atómica (combinación de nombres); Hechos compuestos de hechos atómicos-Proposición compleja (combinación de proposiciones elementales). Lenguaje y mundo se corresponden, tienen una similitud estructural, un isomorfismo. ¿Por qué razón? En razón de su forma lógica. La forma lógica es la posibilidad de estructurar un hecho. La forma lógica es también la posibilidad de que las cosas representadas estén relacionadas de la misma manera que los elementos representativos en la figura. De este modo la figura (proposición) está ligada y penetra la realidad. Para que la figura represente la realidad debe existir un “algo en común”, una correspondencia, una identidad entre ambas. Esta conexión es siempre formal, lógica (formalismo, logicismo). El lenguaje cotidiano reproduce situaciones reales pero éstas son extremadamente complicadas y a menudo oscuras. El análisis lógico comporta la clarificación y es entonces cuando el enunciado o proposición funcionan correctamente como bild (modelo, figura).
En consecuencia, los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Ir más allá del límite equivaldría a cometer un grave error: intentar decir algo que no se puede decir.