La Crisis del Siglo III y el Fin de la Hispania Romana: El Reino Visigodo
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La Crisis del Siglo III y el Fin de la Hispania Romana
La Crisis del Siglo III: Crisis Económica y Proceso de Ruralización
La Crisis del Siglo III marcó un punto de inflexión en la historia del Imperio Romano, caracterizada por una profunda crisis económica y un acelerado proceso de ruralización. Este periodo significó el inicio del declive que, eventualmente, llevaría al fin de la presencia romana en Hispania.
Se produjo un notable declive de las ciudades, que habían sido el motor económico, administrativo y militar del Imperio. La mentalidad social cambió, orientándose hacia la vida rural. Proliferaron los grandes latifundios o villas, que se convirtieron en los nuevos centros de poder y producción. Paralelamente, el comercio decayó drásticamente.
Emperadores como Diocleciano y Constantino intentaron relanzar la maquinaria del Imperio mediante reformas, pero fracasaron. La desunión política y la crisis socioeconómica, exacerbada por el creciente proceso de ruralización, se unieron a la constante presión de los pueblos bárbaros en las fronteras, debilitando aún más la estructura imperial.
Fases y Características de la Crisis
Durante el Siglo III, la falta de mano de obra fue un problema crucial. El sistema de producción se basaba en el colonato, y la escasez de nuevos esclavos (debido al fin de las grandes conquistas) provocó una caída en la producción, las exportaciones y el comercio. Se dio una acelerada concentración de la propiedad de la tierra.
La población comenzó a abandonar las ciudades, en parte debido a la subida de impuestos. El emperador, en un intento por mantener el nivel de vida y la estructura administrativa previa a la crisis, incrementó la presión fiscal sobre los habitantes urbanos. Al ruralizarse la sociedad, el sistema económico y social basado en la ciudad colapsó.
Los latifundios experimentaron un gran auge, facilitando la aparición de una poderosa aristocracia rural. Las villas tendían a ser autosuficientes, lo que limitaba el contacto y la circulación de producción entre ellas, reduciendo aún más el comercio. Acogían a quienes huían de las ciudades y agrandaban sus posesiones, a menudo adquiriendo las tierras de pequeños propietarios que, incapaces de pagar préstamos, cedían sus propiedades. Estos pequeños propietarios permanecían en sus tierras como hombres libres, convertidos en colonos bajo un sistema de patrocinio por parte del gran terrateniente.
El abandono de las ciudades fue un proceso que, en cierto modo, anticipó la feudalización que se consolidaría con los visigodos. La producción minera también disminuyó. La escasez de productos llevó al declive del comercio y, con él, a la circulación monetaria. La moneda se devaluó, y la gente llegó a enterrar monedas de oro esperando tiempos mejores, volviendo al trueque. Todo ello condujo al hundimiento del sistema financiero, que los intentos de relanzar resultaron infructuosos.
Además, el periodo se caracterizó por un clima general de intranquilidad e inseguridad personal y de los bienes. Los saqueos y las incursiones de los bárbaros eran frecuentes. Esto aceleró el despoblamiento de las ciudades y la concentración de tierras en manos de unos pocos. Los altos cargos y las élites se retiraron a sus villas. Ante el vacío de poder en las ciudades, surgieron revueltas sociales. Para defenderse, las villas se amurallaron y se contrató a mercenarios.
Fin de la Presencia Romana en Hispania y el Establecimiento Visigodo
La crisis imperial tuvo consecuencias directas en las provincias. En Hispania, la crisis provocó el abandono de muchos soldados, dejando zonas del norte sin defender. Los pueblos bárbaros, a su vez, necesitaban nuevas tierras. Roma pactó con algunos de ellos, utilizándolos como mercenarios para defender sus fronteras, pero estos pueblos a menudo rompieron sus vínculos y ocuparon el territorio.
La presencia romana en Hispania llegó a su fin durante el Siglo V. El Imperio Romano estaba en crisis por múltiples factores:
- Declive de las ciudades
- Ruralización de la sociedad
- Disminución del número de esclavos
- Difusión del cristianismo (que cambiaba algunas estructuras sociales y de poder)
- Debilitamiento de las tradiciones culturales romanas
- Llegada de pueblos bárbaros, es decir, extranjeros, como los germanos (vándalos, suevos y alanos).
Los visigodos llegaron inicialmente desde la Galia (Francia) con el encargo de expulsar a estos tres pueblos. Se encontraron con una Hispania debilitada y parcialmente abandonada por los romanos. Su llegada y establecimiento marcan el cierre del mundo antiguo en la península y el inicio de la transición hacia el feudalismo del mundo medieval. Su dominio en Hispania se extendió por aproximadamente dos siglos.
En el año 476 se produjo la caída del Imperio Romano de Occidente. Hispania quedó ocupada por el reino de los suevos (principalmente en el noroeste) y el resto del territorio por el reino de los visigodos.
La Hispania Visigoda
Los visigodos lograron el control efectivo de la mayor parte del territorio hispano hacia el año 570. Destaca el rey Leovigildo, quien consolidó el reino al eliminar a los suevos, dominar a cántabros y vascones, y crear el Aula Regia, un consejo que administraba el palacio real y asesoraba al monarca. La capital se estableció en Toledo. Las provincias romanas fueron reemplazadas por ducados, al frente de los cuales estaba un duque. Sin embargo, el reino visigodo estuvo marcado por constantes luchas por el poder, en parte porque la monarquía era electiva, lo que generaba inestabilidad.
Economía Visigoda
La economía visigoda, heredera de la ruralización tardorromana, se basaba fundamentalmente en la agricultura y la ganadería. La artesanía y el comercio decayeron significativamente. Las villas continuaron siendo las unidades económicas principales, caracterizadas por su autosuficiencia.
Sociedad Visigoda
La sociedad visigoda era de tipo militar y estaba fuertemente jerarquizada. La aristocracia visigoda sometió a la población hispanorromana. La estructura social giraba en torno a la posesión de la tierra. Los grupos dominantes eran los nobles (principalmente visigodos), los altos militares y la jerarquía de la Iglesia. La gran mayoría de la población estaba compuesta por campesinos y colonos, que dependían de los grandes propietarios.
El declive de las ciudades y de la actividad mercantil y artesanal consolidó el poder de los obispos y los condes en los grandes núcleos rurales. Los grandes propietarios de latifundios (la aristocracia terrateniente) explotaban la tierra principalmente con esclavos, aunque también contaban con colonos. Se produjo un notable aumento de la nobleza terrateniente, que acumulaba cada vez más poder y riqueza basada en la propiedad de la tierra.