Crisis del Antiguo Régimen y la Cuestión Agraria en la España del Siglo XVIII

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La Cuestión Agraria en el Siglo XVIII

El fortalecimiento y consolidación de las monarquías absolutas en Europa se basó en la teoría económica del mercantilismo. Frente a esta teoría, se abrió paso la fisiocracia, que consideraba al comercio como un servicio útil y necesario, pero improductivo. Para los fisiócratas, lo decisivo era la agricultura, considerada como el sector productivo que determinaba el desarrollo económico del país.

En general, en el siglo XVIII aumentó la superficie cultivada, pero no se mejoró la técnica de producción, que seguía siendo tradicional sin innovaciones de interés. Los cultivos seguían siendo los mismos; el maíz y la patata, introducidos a finales del siglo XVII en Galicia y las tierras del norte, no lograron variar la situación. En general, la vida agraria acogía a más del 80% de la población, que vio cómo el aumento de la población hacía subir los precios. Con ello, nacieron las ansias de roturar nuevas tierras y aumentar la producción total.

De tal aumento, los primeros beneficiados fueron los grandes propietarios agrícolas: nobles, laicos o eclesiásticos. Frente a los problemas mencionados, se encontraba el régimen de propiedad y explotación del suelo. La propiedad continuaba en diversas manos: la corona, la iglesia, la gran nobleza, los municipios, los ricos burgueses y los campesinos enriquecidos.

La mayor parte de la tierra estaba en manos de la iglesia (manos muertas), de los municipios o de la nobleza (mayorazgo), y solo la pequeña parte restante podía ser comprada y vendida libremente. Los ilustrados se encontraron ante un panorama difícil, en el que las variadas formas regionales de técnica y explotación de la tierra impedían que la solución viniese por la promulgación de una sola ley.

Además, sus intentos de reforma tuvieron siempre un carácter técnico sin ir al fondo del problema; los gobiernos ilustrados no estaban dispuestos a tocar el régimen de la propiedad o alterar los mayorazgos. El famoso informe sobre La Ley Agraria de Jovellanos es un buen ejemplo de esta contradicción. En él, intentaba compaginar los cambios necesarios en la vida agraria sin apenas tocar la institución del mayorazgo. Las reformas fueron pocas, y los intentos por Carlos III y Carlos IV fueron demasiado modestas para cambiar el panorama.

La Crisis del Antiguo Régimen

Carlos IV no era un gran político, pero su reinado estuvo precedido por dificultades externas e internas de todo tipo. Al año de su llegada al trono, estalla la Revolución Francesa, que iba a provocar un verdadero pánico entre los gobernantes ilustrados.

Ante los acontecimientos franceses, el gobierno dio marcha atrás en su política de reformas, cerró las fronteras con Francia y constituyó en torno a ella un verdadero muro de silencio, prohibiendo todo tipo de publicaciones que hicieran referencia a los hechos. La Revolución Francesa, además, dividió a los ilustrados. Unos cerraron filas en torno al orden y la tradición; otros se pusieron claramente a su favor, y muchos mantuvieron una actitud vacilante de difícil equilibrio.

Por su parte, la vida anterior del país estaba llena de dificultades; desde los tiempos de Carlos III, los salarios reales de los trabajadores venían bajando. La producción agraria pasaba por dificultades, y la subida de los precios de los artículos de primera necesidad era imparable. La crisis de hacienda no quedó solucionada ni con la emisión de vales reales ni con las desamortizaciones, que obligaban a un continuo crecimiento de la presión fiscal.

Por su parte, el comercio empezaba a estancarse, y la balanza de pagos era cada vez más deficiente. Esta etapa de inestabilidad planteaba dos cuestiones claras:

  • La inviabilidad del absolutismo ilustrado, encaminado en el fondo a la salvaguardia del antiguo régimen.
  • Estaba empezando a producirse un enfrentamiento social.

El absolutismo había conseguido el máximo crecimiento de la economía dentro de un ordenamiento feudal, pero resultaba ineficaz para dar los pasos políticos y sociales que permitieran un constante crecimiento económico. Había que liberalizar el mercado de tierras, romper con los gremios, consolidar un nuevo sistema de propiedad y quitar las aduanas interiores para crear un mercado nacional.

En las colonias de América, cada vez más amenazadas por los países europeos y los propios movimientos de los criollos, especialmente de la burguesía, empezaron a proponer cambios que el absolutismo no podía llevar a cabo. En este contexto, se produce la Guerra de la Independencia contra los franceses.

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