Conocimiento y verdad

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Conocimiento: la reconstrucción (proceso) interna (cerebral) adecuada y una identificación (resultado) de los objetos
externos o internos en el sujeto cognoscente

Experiencia: es el procedimiento por el que conocemos a través de los órganos sensoriales la
existencia de hechos, ya sean internos o externos, al sujeto.
Lo dado: como aquello que se me hace presente a la consciencia de un modo inmediato,
con independencia de que exista en un mundo físico o no
proposiciones analíticas: serían aquellas que, si son verdaderas, entonces su negación es autocontradictoria, es decir, se afirma y se niega
la misma cosa a la vez, y, por tanto, es falsa; en cambio, si son falsas, entonces su negación es
necesariamente verdadera.
proposiciones sintéticas serían aquellas que, si son verdaderas, su negación no es autocontradictoria; y si
son falsas, su negación no es necesariamente verdadera, pudiendo ser falsa.
Verdad:adecuación entre el conocimiento y la realidad (conocimiento verdadero es el que expresa la realidad tal y
como es)

inducción: es el procedimiento por el cuál afirmamos una proposición general a partir de un conjunto de proposiciones singulares que
conocemos por experiencia
duda: Es el estado en el que ni se afirma ni se niega la
verdad de una proposición por ser de análoga fuerza las razones en pro y en contra de la misma (positiva) o
bien el sujeto carece de razones en pro o en contra (negativa).
opinión: Es el estado en que el sujeto se adhiere a la verdad de una proposición, pero admitiendo la posibilidad de error, es decir, de que sea
falsa: el sujeto posee razones en favor de la verdad de la proposición, pero también las tiene en su contra,
siendo las primeras de mayor fuerza que las segundas
certeza: estado subjetivo en el que se afirma la verdad de una proposición sin admitir ningún posible error.
§1¿CÓMO PUEDO CONOCER?
Según dónde se haya situado el origen del conocimiento humano, las distintas teorías filosóficas que se han
desarrollado se pueden clasificar en tres corrientes:
a. El racionalismo: El conocimiento tiene su origen en la razón, sólo es válido cuando proviene de ella. Hay un
desprecio en general del valor de los datos de los sentidos porque éstos nos engañan. Estos filósofos parten
del supuesto de la existencia de ideas innatas (ya conocidas en una existencia anterior, ya puestas por Dios y
formando parte constitutiva del pensamiento). De esta manera poseeríamos una serie de principios evidentes
no adquiridos por experiencia que sirven de fundamento lógico al resto de nuestros conocimientos. El método
que utilizan para desarrollar el conocimiento acerca de la realidad es el método deductivo (la lógica): Partiendo
de las ideas innatas y mediante el razonamiento derivan todo cuanto se puede saber acerca de la realidad. La

validez y la superioridad del conocimiento basado en la razón, según estos autores, se sustenta en que
aquellas verdades que se basan en la razón son absolutamente universales y necesarias, indudables, puesto
que pensar lo contrario es lógicamente imposible. Del conocimiento basado en la experiencia nunca podemos
tener tal certeza. Por ejemplo: "El todo es mayor que las partes" (verdad de razón). "El sol saldrá mañana"
(verdad de experiencia).

b. El empirismo: El conocimiento tiene su origen en la experiencia sensible, sólo es válido cuando proviene de
los sentidos. El papel de la razón es importante pero hay que evitar sus abusos y especulaciones. Para que
trabaje correctamente siempre lo ha de hacer partiendo de los datos recogidos en la experiencia. Según estos
autores, cuando nacemos, somos como una página en blanco que se va rellenando con los datos que
obtenemos a través de los sentidos. Por lo tanto, niegan cualquier tipo de conocimiento innato. El método
que utilizan para desarrollar el conocimiento acerca de la realidad es el método inductivo: Partimos de la
observación a través de la experiencia de la repetición de un fenómeno en la Naturaleza (regularidad) para
desde esos casos, generalizar y proponer una ley de carácter universal que los recoge y resume. Por
ejemplo, cada día vemos salir el sol, y ese fenómeno se repite de forma regular, generalizamos y afirmamos
de forma universal "El sol sale cada día". La validez y la superioridad del conocimiento basado en la
experiencia, según estos autores, se sustentan en que podemos examinar o confirmar nuestras
afirmaciones contrastándolas con la información que nos proporcionan nuestros sentidos. Ahora, respecto a
la validez del conocimiento así alcanzado, Hume afirma que nunca es universal ni necesario sino que queda
reducido a una simple creencia basada en el hábito o la costumbre. De nuestras leyes obtenidas por
inducción tenemos la esperanza de que lo que hasta ahora ha sido así siga siendo así, pero nunca nos
ofrece una certeza para el futuro porque nada hace imposible pensar lo contrario. Por ejemplo que mañana
el sol no salga.
c. El criticismo: Teoría del conocimiento desarrollada por I. Kant, que representa un intento por superar las
dos corrientes anteriores. Su afirmación básica es: todo conocimiento, para ser válido, tiene que partir de la
experiencia, pero es algo más que los meros datos de los sentidos. ¿Qué es ese algo más? El sujeto, al
conocer, opera sobre aquello que conoce, es decir, sobre la materia prima que le proporcionan los sentidos
impone una forma que los ordena y unifica. El conocimiento es el resultado de la síntesis (ordenación y
unificación) de los datos de los sentidos que se realiza a distintos niveles desde las diferentes facultades
cognitivas del sujeto mediante las correspondientes formas. Así, cuando avanzamos en distintos niveles de
conocimiento se produce una mayor unificación y ordenación. En este caso no hay innatismo, como en el racionalismo, sino apriorismo: el sujeto, formando parte de su
estructura cognitiva, posee unas formas a priori que preceden a la experiencia y la posibilitan (le permiten
ordenar los datos que provienen de los sentidos).

Principio de Identidad no es cierto, entonces A es no A, y si por A entendemos una proposición como
2+2=4, entonces también sería cierto que 2+2=3.
A partir de esa consideración, los filósofos escépticos han diseñado un argumento, denominado argumento
del dialelo
, contra la posibilidad de que exista conocimiento. El argumento en cuestión discurre del
siguiente modo: 1. Hasta que no conozcamos con seguridad que los primeros principios lógicos son
verdaderos, no podemos saber que existan proposiciones verdaderas como opuestas a las falsas. Ya que
eso sólo ocurriría si se supone la verdad de los primeros principios lógicos. 2. Pero si intentamos demostrar
que los primeros principios lógicos son verdaderos, estamos suponiendo que una misma proposición no
puede ser verdadera y no verdadera a la vez; es decir, estamos suponiendo la validez de lo que queremos
demostrar. Por tanto, caemos en un círculo vicioso. 3. Luego no hay forma de demostrar que los primeros
principios de la lógica sean verdaderos, porque a la hora de demostrar que son verdaderos suponemos su
verdad; y como todo nuestro conocimiento depende de ellos, el escéptico saca la conclusión de que
cualquier conocimiento es lógicamente injustificable. Se ha criticado al escéptico diciendo que si él afirma
que no existe la verdad está suponiendo que su frase es verdadera, y por tanto se autocontradice. Pero
éste podría replicar señalando que todo es contradictorio, incluida la frase no existe la verdad. La forma en
que los racionalistas contestan al argumento de dialelo es diciendo que ellos no pretenden demostrar la
verdad de los primeros principio sino que saben que son verdaderos porque su verdad se muestra en una
intuición racional. Y si el escéptico pregunta ¿cómo saben que lo que ven en la intuición racional es
verdadero?, el racionalista diría que es que él ve que es verdadero; es decir, que la intuición racional
conlleva no sólo ver la proposición, sino ver que es verdadera. Muchos filósofos han criticado que ese
ver sea suficiente para justificar la validez de los primeros principios de la lógica. Una manera de criticar el
argumento del dialelo señalaría que los primeros principios no deben entenderse como proposiciones que
puedan ser, o no, verdaderas, sino como las reglas de juego del pensar. Según esto, los primeros principios
son los que establecen las condiciones de aquello que podrá ser denominado posteriormente verdadero o
falso, pero ellos mismos no son ni una cosa ni otra. Son principios válidos para establecer las reglas de
juego del pensar racional, nada más. Y sólo una vez que se aceptan esos principios es cuando tiene sentido
que haya proposiciones verdaderas o falsas, pero no antes. Análogamente, las reglas de cualquier juego
establecen qué jugadas estarán permitidas y cuales prohibidas; pero esas jugadas sólo están permitidas o prohibidas una
vez que se aceptan las reglas del juego. Si las reglas del ajedrez establecen que un alfil sólo puede desplazarse en
diagonal, entonces, sólo después de aceptar la regla, tiene sentido declarar ilegal o legal un movimiento concreto del
alfil. Ahora bien: ¿son las reglas del ajedrez legales?, no, ni lo son ni lo dejan de ser, son las que se ponen y sólo
después de puestas tiene sentido preguntar qué movimientos son legales. Igualmente, las reglas del pensar racional las
ponen los primeros principios y sólo después de aceptados tiene sentido preguntar si algo es, o no, verdadero. Hoy en
día pocos filósofos, a excepción del ámbito moral, aceptan la existencia de intuiciones racionales.
1.3. Fuentes no racionales de conocimiento:
Consisten en experiencias privadas que, las personas que las tienen, pretenden elevar a conocimiento,
aunque no puedan aportar ninguna clase de razón que justifique su validez. Entre ellas están los
presentimientos. En un presentimiento la persona experimenta, de un modo intenso e íntimo, hasta el
punto de producirle certeza, que una proposición cualquiera es verdadera, sin pueda alegar la razón a favor
de la credibilidad de la proposición, sólo ese presentir fuerte e íntimo. Ahora bien, sin discutir que los
presentimientos existan, de lo que se trata es de establecer si son una fuente fiable de conocimiento. Pues
bien, parece que los presentimientos de distintas personas pueden entrar en conflicto entre sí. Hay personas
que dicen que tienen el presentimiento de que su equipo de fútbol ganará la liga, mientras que otras personas del equipo
contrario pueden estar presintiendo que será su equipo el que gane. Una vez que uno de los equipos ganó la liga, es
posible que la persona que se equivocó señale que en realidad no tuvo un verdadero presentimiento sino que se dejó
llevar por el corazón, mientras que el que acertó señale que él ya sabía lo que iba a pasar porque lo presentía. Si para
saber cuándo estamos ante un presentimiento fiable de cuando estamos ante un falso presentimiento
hemos de esperar a que el hecho presentido ocurra, la utilidad de esta supuesta fuente de conocimientos
desaparece. Pero aunque los presentimientos no entrasen en conflicto unos con otros, su legitimidad
seguiría siendo dudosa, sobre todo debido a la oscuridad del origen de ese supuesto conocimiento, lo cuál
no avala, precisamente, su legitimidad. Otra supuesta fuente de conocimiento no racional es la fe. Lo que
parece distinguir el presentimiento de la fe es que, en el caso de la fe, la persona afirma conocer de dónde
procede la proposición. Y de hecho es la supuesta procedencia divina del conocimiento, lo que lo legitima a
sus ojos. Sin embargo, al igual que ocurre con los presentimientos, esta supuesta fuente tiene problemas.
Hay personas, de creencias religiosas distintas, que afirman proposiciones opuestas entre sí. Por ejemplo,
los musulmanes y los cristianos. O dentro de los cristianos los protestantes y católicos, etc. Además, señalar
que Dios garantiza la verdad de la proposición no parece suficiente si no se demuestra que Dios existe y
que Dios garantiza esa proposición que se adopta por fe. Lo cierto es que, tanto la fe como los
presentimientos, son sucesos privados, subjetivos. En ese sentido se parecen a las intuiciones racionales,
pero mientras éstas intentan fundamentar su experiencia apelando a la razón, ni la fe ni los presentimientos
lo hacen así. Mientras que la fe apela a Dios para fundamentarse, el presentimiento no apela más que al
sentimiento, fuerte e íntimo, en la verdad de lo presentido.

§2¿QUÉ PUEDO CONOCER?

Se puede conocer lo que las cosas son realmente, o tan sólo lo que son para nosotros. ¿Qué relación existe
entre el conocimiento de las cosas y lo que éstas son? Las posibilidades más importantes que se han
planteado a lo largo de la historia de la filosofía son:
a. El realismo: Es la postura dominante hasta la filosofía moderna. Afirma que la relación es de identidad: el
conocimiento es una copia fiel e idéntica de lo que las cosas son. A partir de la filosofía moderna, la teoría
del conocimiento adquiere conciencia de que nuestro conocimiento es una representación del objeto y que
por lo tanto esa representación puede que no sea una copia fiel e idéntica a lo que el objeto es. Pasa a
afirmar que la relación es de semejanza: el conocimiento refleja algunos aspectos reales de las cosas
(aquellos que son cuantificables: cualidades matematizables) pero los que proceden de los sentidos no
podemos asegurar que efectivamente les pertenezcan (cualidades sensibles). Ésta postura es defendida
por los filósofos racionalistas, que desconfían de la información de los sentidos y otorgan más validez a las
cualidades cuantificables porque las verdades matemáticas sí nos pueden ofrecer, según ellos, certeza al
derivarse del uso exclusivo de la razón.
b. Fenomenismo: Afirma que el conocimiento está causado por las cosas pero, no puedo saber si es en
algo similar a lo que éstas son realmente. Sólo puedo conocer aquello que aparece a mi conciencia: el
fenómeno. D. Hume representa el fenomenismo más radical. Parte de la idea de que de lo único que
tenemos constancia son percepciones en nuestra mente (fenómeno) y que desconocemos cuál es su origen
y si se asemejan o no a aquello por lo que pudieran estar causadas. Es indemostrable la existencia de una
realidad extramental, y si ésta existe es incognoscible. Kant va más allá en su análisis adoptando un enfoque
trascendental en su teoría del conocimiento, lo que significa analizar las condiciones que hacen posible el
conocimiento. Critica a Hume porque es incapaz de explicar cómo es posible la constitución del
conocimiento sensible (fenómeno) y supone en el sujeto un papel totalmente pasivo (receptor de las
percepciones). Kant explica la constitución del fenómeno como el resultado de la síntesis entre lo que
proviene del objeto (materia del conocimiento) y la forma mediante la cual esos datos sensibles son
ordenados y unificados por las estructuras a priori del sujeto que conoce. De esta manera se le otorga al
sujeto un papel activo en el conocimiento, ya que impone sus propias estructuras a priori para que el
fenómeno se pueda constituir. Sí es cierto que sólo conocemos el fenómeno y que lo que sean las cosas al
margen de nuestro conocimiento es absolutamente incognoscible: sólo conocemos lo que son para nosotros
(ya que este conocimiento está condicionado por nuestras estructuras a priori). Pero este fenómeno no
podría darse sin la existencia de algo que lo provocara que, si bien es incognoscible en sí y al margen de
nuestro conocimiento, es un correlato necesario sin el cuál el fenómeno no sería posible. Esto es lo que
Kant denomina noúmeno. El noúmeno es causa del fenómeno, aunque parcial, ya que el sujeto colabora
también en su constitución).
§3: LAS FUENTES DEL CONOCIMIENTO
1
. Fuentes directas del conocimiento
Existen dos tipos distintos de fuentes de conocimiento, las directas y las indirectas. La diferencia entre ellas
es que para que las fuentes indirectas puedan utilizarse es necesario que antes se les suministre, por las
fuentes directas, el material sobre el que hacerlo. Por eso, sólo las fuentes directas pueden considerarse
como candidatas a criterios de certeza.
1.1. La experiencia:
La experiencia es el procedimiento por el que conocemos a través de los órganos sensoriales la
existencia de hechos, ya sean internos o externos, al sujeto
. Los hechos que se conocen siempre se
refieren a algo que ocurre en un tiempo concreto. Por eso, a partir de la experiencia, sólo se pueden
establecer proposiciones singulares, que son las que tratan sobre un objeto, o un grupo finito de objetos,
en un tiempo determinado; y no proposiciones generales, que se referirían a un conjunto no determinado
de objetos, potencialmente infinito, en un tiempo también indeterminado. Así, la proposición Hoy llueve en
Toledo es una proposición singular, ya que describe un hecho concreto que ocurre en un tiempo concreto, y que
podemos comprobar en la experiencia. En cambio, la proposición En verano hace calor en Toledo no sería una
proposición singular, ya que no se refiere a un verano en concreto; es decir, a un suceso que ocurrió en un tiempo
determinado, sino que se refiere a todos los veranos, siendo ese todos potencialmente infinito. Una proposición
singular, por tanto, enuncia un hecho que podríamos, en las condiciones favorables de observación,
comprobar en la experiencia de modo directo. Pero una proposición general es tal que no podríamos
comprobar, en una o varias experiencias, si es verdadera. Por ejemplo, aunque habitualmente diríamos que
conocemos por experiencia que el fuego quema, sin embargo, nuestra experiencia de que el fuego quema es limitada;
hemos observado un número determinado de veces que es así, pero afirmar que siempre el fuego quema; es decir, que
en toda experiencia posible, por tanto potencialmente infinita, el fuego quemaría es ir más allá de la experiencia que
hemos tenido. Es posible que el hecho de haber observado un número determinado de veces que el fuego quema sea una
garantía para afirmar que siempre quemará, pero nuestro conocimiento de que el fuego quema no procedería de la
experiencia, aunque la tome como base para formarse.
Se ha considerado que la experiencia es un criterio de verdad válido. Así, podríamos tener certeza en que una
proposición, que describa con exactitud lo que se percibe, es verdadera. Si así fuera las proposiciones
elaboradas a partir de los órganos sensoriales tendrían la categoría de infalibles (cuando afirmásemos que ahí
hay una rosa, siempre y cuando nuestra proposición se fundase en una percepción, sería con certeza
verdadera). Sin embargo, podría objetarse que, en realidad, no siempre somos capaces de distinguir entre
alucinaciones, sueños y percepciones. De modo que indicar que la percepción es un buen criterio de verdad,
aunque fuera cierto, no sería útil; ya que no tendríamos modo de saber si estamos percibiendo, soñando o
alucinando. Por otro lado, y en ocasiones, podemos darnos cuenta que los sentidos muestran información
ilusoria, incluso contradictoria. Por ejemplo, cuando se percibe como se dobla un palo parcialmente
introducido en agua. Parece, pues, que la experiencia no podría ser un buen criterio de verdad, ya que en
ocasiones proporciona información falsa. Sin embargo, aquellos que defienden la experiencia como criterio de
verdad piensan que esas críticas les afectarían si ellos estuvieran afirmando que aquello de lo que tienen
experiencia existe tal y como lo perciben en la realidad. Pero no afirman que la rosa que perciben exista, o deje
de existir, fuera de la experiencia que están teniendo. Lo único que hacen es limitarse a afirmar que están
teniendo una tal percepción. Y mientras no afirmen que lo percibido existe en la realidad, y sólo se limiten a
señalar que tienen una percepción suya, no parece que puedan equivocarse. Una cosa es afirmar que, por el hecho
de estar percibiendo una manzana, ésta existe en la realidad, y otra decir que se está teniendo la percepción de una
manzana. La diferencia es que en el segundo caso no se afirma que lo percibido existe fuera de la percepción, sólo se
afirma que se está teniendo una tal percepción. Y así, la proposición que afirma tengo una percepción de manzana
sería cierta tanto si la manzana fuera real, una alucinación o un sueño, porque incluso aunque se estuviera alucinando
sería verdad que se está teniendo una percepción de lo alucinado. La persona podría equivocarse si afirmara que
aquello que percibe existe fuera de él, pero mientras no afirme eso, aparentemente no puede equivocarse.
Así, se define lo dado como aquello que se me hace presente a la consciencia de un modo inmediato,
con independencia de que exista en un mundo físico o no
. En la noción de lo dado no está que lo
percibido tenga que existir fuera de la percepción, en un mundo físico, o que tenga que ocurrir en un sujeto
que percibe, solamente se indica que ocurre. Sin embargo, esta postura, que haría a la experiencia criterio
de verdad de lo dado, ha sido sometida a crítica intentando mostrar cómo, incluso las proposiciones que se
limitan únicamente a enunciar lo dado, son falibles. La razón se encuentra en que a la hora de afirmar una
proposición utilizamos un lenguaje, es decir, términos y conceptos. Pero la estrategia de hablar únicamente
sobre lo dado no evita que pudiera ocurrir que los términos y conceptos que usamos para hacerlo no
estuvieran siendo mal utilizados; es decir, mal aplicados a la percepción que pretenden describir.
Supongamos que una persona abre los ojos y describe lo que ve como la percepción de una mesa, ella no afirma que
la mesa sea real, sólo dice que tiene la percepción de una mesa, ¿es esa proposición falible? Imaginemos que en ese
momento se levanta, y observa que, en realidad, era la foto a tamaño natural de una mesa. Posiblemente ahora dijese
que lo que tiene es la percepción de la foto de una mesa, luego parece que su afirmación anterior sí era falible, ahora
ya que ahora no podría decir que tuvo la percepción de una mesa, sino la percepción de la foto de una mesa. Ahora
bien, aún se podría pensar que cuando la persona dijo percepción de mesa se equivocó, y debía haber dicho algo que
no comprometiese si lo que se veía era una mesa o la foto de una mesa. Pero la cuestión está en que al final tendrá que
verter lo que ve en el lenguaje para obtener una proposición verdadera; y al hacerlo se pone en la situación de estar
usando mal las palabras. Incluso aunque el informe de experiencia sólo quiera referirse a los colores, como cuando se
dice: "tengo la percepción de una mancha roja", se están utilizando las palabras "mancha", "una" y "roja"; pero esas
palabras tienen un significado independiente de lo que la persona quiera. Y podría pasar que en vez de roja la palabra
exacta fuera naranja, y en vez de mancha la expresión exacta fuera "cien puntos juntos de color". No se duda que la
persona tuvo la percepción, lo que se discute es que, cuando describa en palabras esa percepción que tuvo, se tenga la
absoluta seguridad de que las palabras estén diciendo con absoluta fidelidad, sin poner de más ni de menos, la
experiencia que tuvo. ¿Acaso no puede equivocarse en las palabras que elija para contarlo? El hecho de que
habitualmente no cometamos esos errores no hace imposible que, en una ocasión concreta, lo estemos cometiendo. Se
puede señalar que, aunque no se pueda asegurar que no hay error en los términos o conceptos que
describen la experiencia, es indudable que tuvo esa experiencia, que lo dado está ahí, se diga con los
términos que se diga. Sin embargo, nuestro conocimiento se expresa en proposiciones. Las propiedades de
verdadero o falso son propiedades de nuestras proposiciones, no de nuestras percepciones. Y la
cuestión que se trata es la de si podemos tener conocimiento, no la de si podemos tener percepciones.
1.2. La intuición:
Existen distintos estados internos de los que nos damos cuenta por introspección, pero que no se producen
por la intervención de los órganos sensoriales. Es a esos estados a los que denominamos intuiciones. Por
ejemplo, el recuerdo de haber ido al cine ayer, el saber que se conoce el teorema de Pitágoras, el estimar
que la vida humana es valiosa... Dentro de esas intuiciones se pueden distinguir varias clases. Están las
intuiciones emocionales: deseos, sentimientos, pasiones. No hay que confundir las emociones, los deseos
y los sentimientos con las sensaciones. Mientras las sensaciones se originan a partir de un estímulo, interno
o externo, ni las emociones, deseos o sentimientos proceden de estímulos. Así, por ejemplo, el deseo de
poseer algo no se origina a partir de ver lo deseado, aunque verlo favorezca y posibilite ese deseo. Por su
parte, en las intuiciones valorativas, algunas cosas o estados de cosas, se nos presentan como valiosos o
disvaliosos. La belleza de un cuadro es distinta del cuadro físico que percibo. De igual forma una cosa es el
hecho físico de un asesinato y algo distinto es la valoración de ese asesinato como malo. No hay un órgano
sensorial que perciba la belleza o la bondad. Más bien ocurre que determinados estados de cosas, que se
perciben a través de los sentidos, son estimados como valiosos o disvaliosos. Una tercera clase es la
constituida por las intuiciones racionales. Si existiesen tales intuiciones (muchos filósofos niegan que
existan), tendríamos un procedimiento para saber con certeza que algunas proposiciones son verdaderas,
sin recurrir a la experiencia y por el sólo uso de la razón.
Una de las maneras de utilizar la razón es la de establecer definiciones estipulativas, que son aquellas
que establecen el significado de un concepto. Por ejemplo, podría estipularse la definición del concepto
perprosa como la de aquella persona que en una habitación dada está más próxima a la salida. Esa
definición sería una definición estipulativa. También podríamos estipular que cuando utilicemos el concepto
mesa entenderemos un felino doméstico. Y así, la proposición las mesas tienen ojos sería verdadera
bajo la estipulación acordada. Pues bien, cuando se dice que la razón puede suministrar conocimientos a
través de la intuición racional no se trata de esa clase de conocimientos, originados por las definiciones
estipulativas, y que suministrarían proposiciones verdaderas pero sólo en un sentido pragmático. Para
entender de qué clase de conocimientos se trata es necesario establecer una tipología de las proposiciones.
Las proposiciones pueden dividirse de acuerdo a varios criterios. Atendiendo a la necesidad de su valor de
verdad se encuentran las proposiciones analíticas y las sintéticas. Las proposiciones analíticas serían
aquellas que, si son verdaderas, entonces su negación es autocontradictoria, es decir, se afirma y se niega
la misma cosa a la vez, y, por tanto, es falsa; en cambio, si son falsas, entonces su negación es
necesariamente verdadera. Existen, en realidad dos versiones de analiticidad que se complementan: 1. Una
proposición analítica es aquella cuya negación es autocontradictoria. 2. Una proposición analítica es aquella
cuya verdad se puede establecer mediante el mero análisis del significado de los términos de la oración que
la expresa. La segunda, está hoy en día descartada, ya que diría que: una proposición analítica es aquella
en el que el predicado repite al sujeto total o parcialmente (por ej. todos los gatos son gatos). Así, una vez
estipulada la definición de perprosa, aquella persona que en una habitación dada está más próxima a la salida, la
proposición que dice Si hay una perprosa en esta habitación, entonces estará la más próxima a la salida será
necesariamente verdadera, y su negación, si hay una perprosa en esta habitación, entonces no estará la más próxima a
la salida, será necesariamente falsa, ya que es autocontradictoria. Y lo es porque si sustituimos en la proposición el
concepto perprosa por su significado tendríamos: si hay una persona que en una habitación dada está más próxima
a la salida, entonces no estará la más próxima a la salida, se contradice, ya que afirma y niega la misma cosa. En
cambio, si partimos de una proposición analítica falsa, como: la perprosa de la habitación es la más alejada de la
puerta, entonces su negación, la perprosa de la habitación no es la más alejada de la puerta, será necesariamente
verdadera. Las definiciones estipulativas son proposiciones analíticas. Sin embargo ninguna proposición
analítica nos puede decir cómo es la realidad, se limita a decir cómo usamos los conceptos. Las
proposiciones sintéticas serían aquellas que, si son verdaderas, su negación no es autocontradictoria; y si
son falsas, su negación no es necesariamente verdadera, pudiendo ser falsa. Las proposiciones sintéticas
proceden de la experiencia, o se basan en ella (se obtienen a partir de una inducción). Por ejemplo, el
Mulacén es el pico más alto de la península ibérica, Juan no lleva un pantalón azul, "el fuego quema, la
nieve es blanca,... , serían proposiciones sintéticas.
Además de la clasificación analítico-sintético, las proposiciones pueden dividirse, en función de cómo
sabemos su valor de verdad, en a priori y a posteriori. Tenemos una proposición a priori cuando podemos
determinar su valor de verdad sin tener que acudir a la experiencia. Por ejemplo, el triángulo tiene tres
lados, los casados no están solteros, los triciclos tienen tres ruedas. Todos las proposiciones analíticas
son a priori. En cambio, si para establecer el valor de verdad de la proposición es necesario acudir a la
experiencia, entonces tenemos una proposición a posteriori. Por ejemplo, la puerta de ésta clase está
cerrada, Juan mide cinco metros, En agosto de 1970 nevó en Aranjuez. Todas las proposiciones a
posteriori son sintéticas. Algunos filósofos han considerado que además existe una clase de proposiciones,
que se denominarían sintéticas a priori, las cuales conocemos que son verdaderas porque nuestra razón es
capaz de establecer que lo son de un modo directo, es decir, sin hacer deducciones o sin acudir a la
experiencia, mediante la intuición racional.

1.3. Fuentes no racionales de conocimiento:
Consisten en experiencias privadas que, las personas que las tienen, pretenden elevar a conocimiento,
aunque no puedan aportar ninguna clase de razón que justifique su validez. Entre ellas están los
presentimientos. En un presentimiento la persona experimenta, de un modo intenso e íntimo, hasta el
punto de producirle certeza, que una proposición cualquiera es verdadera, sin pueda alegar la razón a favor
de la credibilidad de la proposición, sólo ese presentir fuerte e íntimo. Ahora bien, sin discutir que los
presentimientos existan, de lo que se trata es de establecer si son una fuente fiable de conocimiento. Pues
bien, parece que los presentimientos de distintas personas pueden entrar en conflicto entre sí. Hay personas
que dicen que tienen el presentimiento de que su equipo de fútbol ganará la liga, mientras que otras personas del equipo
contrario pueden estar presintiendo que será su equipo el que gane. Una vez que uno de los equipos ganó la liga, es
posible que la persona que se equivocó señale que en realidad no tuvo un verdadero presentimiento sino que se dejó
llevar por el corazón, mientras que el que acertó señale que él ya sabía lo que iba a pasar porque lo presentía. Si para
saber cuándo estamos ante un presentimiento fiable de cuando estamos ante un falso presentimiento
hemos de esperar a que el hecho presentido ocurra, la utilidad de esta supuesta fuente de conocimientos
desaparece. Pero aunque los presentimientos no entrasen en conflicto unos con otros, su legitimidad
seguiría siendo dudosa, sobre todo debido a la oscuridad del origen de ese supuesto conocimiento, lo cuál
no avala, precisamente, su legitimidad. Otra supuesta fuente de conocimiento no racional es la fe. Lo que
parece distinguir el presentimiento de la fe es que, en el caso de la fe, la persona afirma conocer de dónde
procede la proposición. Y de hecho es la supuesta procedencia divina del conocimiento, lo que lo legitima a
sus ojos. Sin embargo, al igual que ocurre con los presentimientos, esta supuesta fuente tiene problemas.
Hay personas, de creencias religiosas distintas, que afirman proposiciones opuestas entre sí. Por ejemplo,
los musulmanes y los cristianos. O dentro de los cristianos los protestantes y católicos, etc. Además, señalar
que Dios garantiza la verdad de la proposición no parece suficiente si no se demuestra que Dios existe y
que Dios garantiza esa proposición que se adopta por fe. Lo cierto es que, tanto la fe como los
presentimientos, son sucesos privados, subjetivos. En ese sentido se parecen a las intuiciones racionales,
pero mientras éstas intentan fundamentar su experiencia apelando a la razón, ni la fe ni los presentimientos
lo hacen así. Mientras que la fe apela a Dios para fundamentarse, el presentimiento no apela más que al
sentimiento, fuerte e íntimo, en la verdad de lo presentido.

2. Fuentes indirectas de conocimiento
las fuentes indirectas de conocimiento son aquellas que necesitan los conocimientos que les suministren
las fuentes directas para operar.
2.1. El razonamiento deductivo:
Realizamos un razonamiento deductivo cuando pasamos de ciertas proposiciones iniciales, denominadas
premisas, a una nueva proposición, denominada conclusión. Se llama argumentación al conjunto de
proposiciones que forman las premisas y la conclusión. Por ejemplo: Todos los hombres son mortales
(Premisa). Todos los europeos son hombres (Premisa). Luego todos los europeos son mortales
(Conclusión). Las argumentaciones correctas son aquellas en los que la conclusión está bien fundada en
las premisas, es decir, que se sigue necesariamente de éstas. Sin embargo, en las argumentaciones
incorrectas
, (falacias, sofismas), la conclusión no se sigue necesariamente de las premisas, aunque pueda
aparentarlo. Por ejemplo: Cuando llueve las calles se mojan (Premisa). Las calles están mojadas
(Premisa). Luego ha llovido (Conclusión). Que la conclusión se siga necesariamente de unas premisas
significa que si las premisas fueran verdaderas, la conclusión también lo sería
.
Es necesario diferenciar los conceptos de verdad y de corrección. A la lógica, que es la disciplina que
estudia las deducciones, le interesa establecer qué argumentaciones son correctas. Es decir, en qué
argumentaciones la conclusión se sigue necesariamente de las premisas, pero la cuestión de si las
premisas son realmente verdaderas o falsas queda más allá de la lógica. Que las premisas de una
argumentación sean verdaderas no puede afirmarse desde la lógica, se conoce por otras fuentes. Por eso la
deducción es una fuente indirecta de conocimientos. Pero lo que la lógica sí puede establecer es si la
argumentación es, o no, correcta. Y sobre esa base se establece la afirmación fundamental de la lógica,
que dice que si una argumentación es correcta, y sus premisas verdaderas, entonces necesariamente
la conclusión es verdadera
. En cambio, en el caso de que alguna premisa sea falsa, y aunque la
argumentación sea correcta, no se puede predecir, a través de la lógica, el valor de verdad de la conclusión.
Por ejemplo en la siguiente argumentación correcta la conclusión es verdadera: O los gatos son mamíferos o los
elefantes tienen trompa (Verdadera). Los elefantes no tienen trompa (Falsa). Por lo tanto, los gatos son mamíferos
(Verdadera). Pero en esta otra resulta ser falsa: Si España es un país europeo, entonces China es europea (Falsa). España
es un país europeo (Verdadera). Por lo tanto, China es europea (Falsa).
Toda argumentación incluye una materia, los conceptos concretos, y una estructura argumentativa, la
forma en que esa materia se organiza o se relaciona entre sí, permitiendo que de unas proposiciones se
sigan otras. Por ejemplo, dadas las dos siguientes argumentaciones: (1) Si Juan sabe griego, entonces traducirá el texto
de Sófocles. Juan sabe Griego. Por lo tanto, traduce el texto de Sófocles. (2) Si Napoleón fuese inmortal, entonces
viviría actualmente. Napoleón es inmortal. Por lo tanto, Napoleón vive actualmente. Se puede comprobar que aunque
las dos argumentaciones enuncian proposiciones distintas hay algo que las asemeja, y es que mantienen una misma
estructura argumentativa. Una vez que se tiene la estructura argumentativa, es analizada por la lógica para
establecer si es, o no, correcta. A tal fin la lógica es capaz de suministrar procedimientos y demostraciones
que tienen como fin deslindar las estructuras argumentativas correctas de las que no lo son. Además, la
lógica suministra procedimientos para ir deduciendo nuevas conclusiones a partir de las estructuras
argumentativas ya establecidas como correctas, de manera que se formen nuevas estructuras
argumentativas que sean también correctas.
2.2. El razonamiento inductivo:
El razonamiento inductivo es aquel que realiza una generalización a partir de ciertas experiencias
singulares. Por ejemplo, supongamos que hay cinco niños en la clase de un parvulario: Juan, Luis, Adela, Maite y
José. Los vamos sacando uno a uno y comprobamos que tanto Juan, como Luis, Adela, Maite y José son todos morenos.
A partir de esas cinco comprobaciones singulares podemos afirmar que la proposición general "Todos los niños de la
clase del parvulario, en el año presente, son morenos" es verdadera. O supongamos que hasta el presente hemos tomado
café y no ha resultado venenoso. Lo hemos tomado, supongamos, un millar de veces, lo hemos visto tomar, además, tres
millares de veces. En ninguno de las experiencias singulares, nuestras o ajenas, hemos observado ningún
envenenamiento que podamos achacar al café. A partir de ahí, y si generalizamos nuestra experiencia, podríamos
afirmar que la proposición "El café no es venenoso" es verdadera. La inducción es el procedimiento por el cuál
afirmamos una proposición general a partir de un conjunto de proposiciones singulares que
conocemos por experiencia
. En todo razonamiento inductivo se parte de la denominada base inductiva,
que es el conjunto de observaciones, de una misma clase, que han sido adquiridas a través de la
experiencia, y que servirán de fundamento para la inducción; la base inductiva consiste siempre en un
número finito de observaciones. En ocasiones puede ocurrir que la base inductiva sea completa; es decir,
que en ella se encuentren registrados todos los posibles casos que comprende la generalización inductiva.
Por ejemplo, si en la clase A del parvulario del ejemplo anterior sólo hay cinco niños, y resulta que hemos comprobado
que los cinco son morenos, entonces la base inductiva está completa, respecto a la inducción que afirme "Todos los
niños de la clase A del parvulario, en el tiempo presente, son morenos". Se denomina inducción perfecta a la
inducción que se realiza a partir de una base inductiva completa. La inducción perfecta es, en realidad,
reducible al razonamiento deductivo. Y como tal, si las premisas son verdaderas, su conclusión es
necesariamente verdadera.

Sin embargo, las inducciones que habitualmente se realizan en la vida cotidiana y en la ciencia no disponen
de una base inductiva completa, sino de una base incompleta. A este tipo de inducciones se las denomina
inducciones imperfectas. Por ejemplo, supongamos que tenemos una definición de cuervo basada en su forma pero
no en su color. Y comprobamos en n experiencias, siendo n un número finito tan grande como se quiera, que: Premisa
1: El cuervo 1 es negro. Premisa 2: El cuervo 2 es negro... Premisa n: El cuervo n es negro. Si concluimos de ahí que
"todos los cuervos son de color negro" estaremos realizando una inducción imperfecta, ya que "los cuervos" incluye a
todos los cuervos que pudieran ser, son y fueron sin límite en el tiempo; por lo tanto de número potencialmente infinito,
mientras que nuestras observaciones son de número necesariamente finito. Cuando se afirma la validez de la
propiedad inducida para todos los elementos del dominio se afirma mucho más de lo que se tiene en la
base inductiva; es decir, más de lo que se ha visto. Y así, no parece que sea completamente legítimo
afirmar la proposición que habla de todos, por el hecho de haber comprobado sólo algunos. Esta
dificultad se denomina el problema de la inducción, y fue señalada por Hume.
La importancia de la inducción es grande. Esto se debe a que es el razonamiento inductivo el que nos
permite concluir que el futuro será similar al pasado que ya conocemos, y por tanto que las cosas seguirán
comportándose como hasta ahora. Sin este tipo de razonamiento nuestra vida aparentemente se acercaría
al caos. Por ejemplo, si en experiencias pasadas hemos observado que el pan alimenta, inducimos que seguirá
haciéndolo; si hemos observado que el agua nos quitaba la sensación de sed, inducimos que volverá a ocurrir si
volvemos a beber agua cuando tengamos sed; si hemos visto que los objetos caen cuando los soltamos de la mano
inducimos que volverá a pasar cuando soltemos una piedra; si hemos observado que el fuego nos quemaba, inducimos
que, si ahora acercamos la mano al fuego, éste volverá a quemarnos; etc. Y sin embargo, pese a que la inducción
desempeña un papel fundamental en la vida de todos los seres humanos, no resulta enteramente fiable.
Para ilustrar esta cuestión, Bertrand Russell empleó en sus Problemas de filosofía el ejemplo de una gallina que todos
los días se despierta pensando que hoy vendrán a alimentarla, porque ayer la alimentaron. Pero lo que ocurre una
mañana es que el granjero le retuerce el pescuezo. La gallina se había servido de una argumento inductivo basado en
múltiples observaciones. ¿Seremos nosotros tan tontos como la gallina cuando nos basamos en la inducción? ¿Se
justifica nuestra fe en ese método? Ahora bien, si en realidad la inducción no es un procedimiento seguro de
inferencia ¿de dónde procede nuestro convencimiento de que el futuro será como el pasado?
Hume explica esto señalando que el ser humano cuando realiza inducciones, y debido a un mecanismo
psicológico, dota al concepto de causa de un atributo especial, que es la capacidad de ser un poder
productor del efecto consiguiente. Y así, cada vez que vemos una causa sabemos, por lo que vimos en el
pasado, que ella obligará, por su poder, a que se produzca el efecto que le corresponde. Sin embargo,
nunca hemos podido observar ese poder productor de la causa; de lo único que tenemos experiencia, es
de que ambos acontecimientos, la causa y el efecto, se suceden consecutivamente en el tiempo, pero no
que uno produzca el otro. Y así, la noción de causa como poder productor de un efecto sólo es un
sentimiento, basado en el hábito y que se adquiere por la costumbre de ver siempre en la experiencia que
cuando ocurre el primer acontecimiento, causa, se producirá el segundo, efecto. Cuando tras el hábito nos
acostumbramos a observar que a un acontecimiento A, como por ejemplo el chocar una bola de billar contra
otra que estaba parada, le sigue sin excepción uno B, el movimiento de la bola parada, desarrollamos un
sentimiento que nos hace psicológicamente esperar, tras ver el acontecimiento A, aproximación y juntarse
de las dos bolas, que ocurrirá el acontecimiento B, movimiento de la bola parada, y es esa anticipación
psicológica la que hace que dotemos al acontecimiento A de un poder productor capaz de hacernos
esperar tras su aparición que se fuerce la aparición del acontecimiento B, pero en realidad, de lo único que
tenemos experiencia es que cuando ha ocurrido A después ha pasado B; es decir, lo único que podemos
afirmar es que, hasta el presente ambos acontecimiento se siguen consecutivamente en el tiempo: primero
se aproximan y juntan las dos bolas y a continuación se mueve la segunda bola, pero nunca observamos
que el primero produzca el segundo, sólo que el segundo aparece tras el primero.
Una segunda dificultad que presenta la inducción es la imposibilidad de discriminar una única proposición
general como resultado de intentar explicar una base inductiva incompleta. Más bien ocurre que una misma
base inductiva incompleta puede ser explicada por varias proposiciones generales, sin que podamos
distinguir por el análisis de la propia base inductiva cuál sea la válida. Esta dificultad suele ejemplificarse en
el famoso problema del verdul. El problema parte de definir el concepto verdul como la propiedad de algunos
objetos de ser verdes si se han examinado antes del año 2010 y azules si se examinan después de esa fecha. En esas
condiciones, nuestras experiencias de observar el color de las esmeraldas, que va a ser lo que constituye nuestra base
inductiva, podría ser explicada con la proposición que dice las esmeraldas son verdes o con la proposición que dice
las esmeraldas son verdules, ya que ambas son explicativas de la misma base inductiva. Por ese mismo
procedimiento podríamos construir infinitas proposiciones generales que puedan explicar la misma base
inductiva. Y, por tanto, existe un número infinito de proposiciones generales que pueden inducirse de una
única y misma base inductiva.
Con todo, los filósofos han intentado explicar y justificar la inducción desde distintas estrategias. Para ello
han apelando a su utilidad, considerando que la inducción es útil para descubrir las leyes de la Naturaleza, y
la prueba de ello es el nivel tecnológico que la sociedad actual ha alcanzado. Sin embargo, que la inducción
haya sido útil en el pasado no nos puede servir para inferir que lo seguirá siendo en el futuro a no ser que
realicemos una inducción. Pero utilizar la inducción para probar la validez de la propia inducción es caer en

un círculo vicioso. También se ha apelado a la evolución considerándose que los seres humanos nacemos
con una serie de categorías y modos de razonar que resultan innatos. Esos modos de razonar, entre los
que se incluye la inducción, han mostrado su eficacia a través del proceso de selección natural. Por tanto,
es la propia evolución la que nos asegura que la inducción es un procedimiento eficaz para predecir cómo
es el mundo. Como crítica a este argumento puede señalarse que, aún suponiendo que la inducción fuera
un procedimiento innato y natural, aún estaría por demostrarse que sea un sistema fiable de producir
conocimiento y que hayamos sobrevivido por ella. Por ejemplo, muchas culturas practican la magia y la
adivinación. Es dudoso que la magia y la adivinación sean procedimientos innatos. Pero aunque lo sean,
eso no nos da una buena razón que nos garantizase la verdad de las proposiciones mágicas, y de las
predicciones que surjan de la adivinación. Es decir, el argumento de la evolución, de ser cierto, nos daría
una explicación de porqué el ser humano realiza inducciones de forma natural. Pero no sería una
justificación de la racionalidad de esa práctica. Para los probabilistas, el razonamiento inductivo se
distinguiría del razonamiento deductivo en que mientras el primero puede aportar conclusiones
necesariamente verdaderas, el segundo aporta conclusiones probablemente verdaderas. Por ejemplo, si en
un saco hay 100 bolas y he sacado al azar 90 de ellas, resultando que todas eran blancas, entonces puedo establecer que,
aunque no tenga la completa seguridad de que la siguiente bola sea también de color blanco, sí puedo afirmar con total
seguridad que es probable que así sea. Es más, utilizando la regla de Laplace, puedo hasta cuantificar el grado de esa
probabilidad. De acuerdo a esa regla tendría que los casos favorables, en los que salió bola blanca, son 90, los casos
posibles, todas las posibilidades de sacar cualquier bola, son 100, luego la probabilidad de que la siguiente bola sea
blanca será la división entre los casos favorables y los posibles, que da 0,9, siendo 1 la seguridad completa.
Análogamente, si se comprueba, durante una serie larga de observaciones y en una amplia variedad de circunstancias
que, por ejemplo, el calor dilata los metales, entonces cada nueva observación que obtengamos hará más grande el
número de casos favorables, aquellos en los que pasa lo que la ley a inducir dice, haciendo que la proposición: los
metales se dilatan con el calor sea, cada vez, con mayor probabilidad verdadera. Para Russell, es preferible una
probabilidad fundada que una certeza infundada
. Pero hay una objeción seria. Una ley científica es una
proposición general que, de ser verdadera, tendría que tener validez para un conjunto infinito de casos. Si la
teoría de la gravedad es cierta debe serlo para todos los casos del pasado, del presente y del futuro; debe
ser válida con independencia del número de veces que se haya comprobado, y aunque se experimentase
en un número infinito de casos, debería funcionar siempre. Y el hecho de que el número de casos posibles
de aplicación de la ley sea infinito hace que, aunque hayamos observado muchísimas veces que las cosas
ocurren como la ley indica, no podamos obtener la probabilidad de que la ley sea cierta. Si lo intentáramos,
tendríamos que, aunque el número de casos favorables sea tan grande como queramos, al tener como
casos posibles un número infinito, la división sería siempre cero. Y entonces, la probabilidad de que en una
nueva experiencia veamos caer el objeto según dice la ley de la gravedad, sería cero. Con lo que no
podemos establecer que la aparición del suceso, que la ley que hemos obtenido por inducción predice, sea
más probable que su no aparición.
2.3. La autoridad:
Se da la autoridad cuando se dice que se conoce una proposición porque alguien, que pasa por experto en
la materia, la afirma. Durante la vida hacemos acopio de una enorme cantidad de información que se
obtiene mediante lecturas, a través de los medios de comunicación, por charlas con amigos, oírlo en clase,
etc. Muchas de esa información es aceptada sin una investigación que garantice su verdad; y de hecho,
serían investigaciones que en algunos casos podrían requerir años. Y así, damos por ciertas informaciones
como "existe China", "la cicuta es capaz de matar al ser humano", etc. Aunque no las hayamos comprobado
personalmente. Sin embargo, no todos los supuestos conocimientos que nos comunican ofrecen el mismo
grado de garantía y credibilidad. Las predicciones de los adivinos y los astrólogos no parecen ser tan
"creíbles" como las de los matemáticos y los físicos (en tanto que se limiten a comunicarnos lo que conocen
a través del desarrollo de su ciencia). Por eso es necesario que antes de aceptar un conocimiento
comunicado como bueno, y dado la imposibilidad material de comprobar directamente la veracidad de todo
lo que se nos comunica, comprobemos si quien nos lo proporciona reúne los requisitos necesarios para
convertirse en una fuente autorizada de conocimiento: Que la persona cuya palabra se acepta sea
realmente un experto en el tema al que pertenece la proposición que aceptamos por su autoridad. Porque
en otro caso nos encontraríamos frente a una opinión, tan válida, en principio, como la opuesta. Que no
deben encontrarse contradicciones entre las opiniones de los expertos en el tema en cuestión. Porque si los
expertos en una materia no están de acuerdo sobre una cuestión, es que no se dispone de un
procedimiento objetivo para validar la proposición de forma suficientemente incontrastable. Siempre que
se acepta un conocimiento por autoridad se debe ser capaz, idealmente, de descubrir por uno mismo si la
proposición así aceptada es verdadera, con el tiempo y el esfuerzo necesario. Porque si los expertos se han
constituido en tales debe ser a través de un proceso racional y públicamente accesible que, de seguirse,
haría a uno mismo experto en ese campo, y a tener que afirmar, como tal, la verdad del conocimiento en
cuestión. En otro caso podría ocurrir que una serie de expertos en un campo sobre el que no hay, en
realidad, conocimiento, por ejemplo los ufólogos, realizasen el mismo tipo de afirmaciones pero por motivos
ideológicos, no por disponer de prueba racional. Y así, sólo en la medida en que la fuente suministradora de
conocimiento cumpla las condiciones señaladas se acerca a poder ser considerada una fuente autorizada
CONOCIMIENTO Y VERDAD - 12
en la materia que afirma; y por tanto a que su información sea racionalmente aceptable. Con todo, la
autoridad no es una fuente directa de conocimiento. Ya que si creemos en algo porque lo dijo la persona X,
entonces el propio X debe de creerlo por otras razones.

§4: TEORÍAS SOBRE LA VERDAD
A lo largo de la historia, se han planteado diversas teorías sobre la verdad. Las más importantes son:
La teoría de la verdad como correspondencia: Para Parménides hay dos vías posibles de investigación: la
vía del ser y la del no ser. La primera, el estudio de lo que las cosas son, nos conduce a la verdad. La
segunda nos presenta meras apariencias, que conocemos por los sentidos y que no son reales, y nos lleva
a un conocimiento de escaso valor: la opinión. Fijándose en la posibilidad del error, con Parménides se abre
una brecha entre el conocimiento y el mundo. Si el conocimiento puede ser falso es porque hay una ruptura
entre él y la realidad. ¿Podemos llegar hasta la realidad y conocerla tal como es, o estamos confinados en
nuestro saber? Elaborando más esa postura, Aristóteles dio una definición de la verdad que ya es clásica:
Decir, en efecto que el ente no es o que el no-ente es, es falso, y decir que el ente es y que el no-ente no
es, es verdadero
. Por tanto, nos encontramos con dos ámbitos diferentes: el de la realidad y el de nuestro
discurso. Cuando coinciden, estamos en la verdad, y cuando no, en la falsedad. Esa idea inspiró la teoría
según la cual la verdad consiste en una correspondencia. Fue condensada en la Edad Media con la fórmula:
Adaequatio rei et intellectus (adecuación entre la cosa y el conocimiento). Con esta expresión se buscaba
evitar alguna de las dificultades más graves que ofrecía la fórmula aristotélica, como hablar del no-ente (al
prescindir de la negación y centrarse en la necesidad del paralelismo). Para la filosofía clásica la
correspondencia tenía lugar entre el conocimiento y la realidad, pero la filosofía moderna se ha fijado en el
lenguaje porque es más intersubjetivo, y ha propuesto considerar que la verdad sólo tiene lugar en las
proposiciones cuando se corresponden con los hechos. Así, la proposición la nieve es blanca es
verdadera si y sólo si la nieve efectivamente es blanca. Esta teoría ha dado lugar a algunos graves
problemas, sobre todo en relación a qué pueden ser los hechos más allá de nuestro lenguaje o de nuestro
conocimiento de ellos. Para que una proposición pueda afirmar un hecho debe haber algo en común entre
la proposición y el hecho. Una proposición sólo puede ser comparada con otra proposición, no con algo
externo y completamente diferente al lenguaje como son las cosas. Si la proposición se refiere a
acontecimientos del mundo entonces parece que una proposición es verdadera cuando describe un hecho
real del mundo. A esta noción de verdad se la denomina verdad como correspondencia (ej. Napoleón
nació en Córcega es una proposición verdadera si Napoleón nació allí, y falsa en otro caso).
No es posible aplicar el criterio anterior a todo tipo de proposiciones. Por ejemplo, la proposición que dice
3+6=9 está hablando de seres como 3, 6 y 9, que no son seres del mundo natural. Nadie ha visto al
número 3, al 6 o al 9. Por tanto, decir que 3+6=9 es verdadera porque describe un hecho del mundo
parece que no tiene sentido. Sobre todo las proposiciones matemáticas y lógicas se dicen verdaderas en
un sentido distinto a las proposiciones que describen acontecimientos del mundo. Para distinguir ese
sentido se usa la expresión verdad formal. Y así los enunciados matemáticos como 3+6=9 son
formalmente verdaderos. También se dice de ellos que son correctos. Lo que se indica cuando se afirma
que una proposición es una verdad formal es que tal proposición se deduce y es coherente con el resto de
proposiciones que conforman el sistema, matemático o lógico, al que pertenece. A esta noción de verdad se
la denomina verdad como coherencia. Así, la proposición de la geometría que dice que la suma de los ángulos
de un triángulo son 180º, es una verdad de la geometría euclidiana porque su afirmación es coherente y se deduce del
resto de proposiciones de la geometría euclidiana. Sin embargo, esa misma proposición sería falsa en una geometría no
euclidiana, como las de Riemman o de Lobachensky, en las cuales los ángulos de un triángulo suman menos de 180º o
más. Por tanto esa proposición no es verdadera o falsa porque lo afirmado por ella describa un hecho del mundo, sino
que lo es porque lo dicho por ella es coherente, y se puede deducir, de los axiomas de la geometría de Euclides. En
cambio, como lo que afirma no puede convivir sin contradicción con lo que se deduce de las geometrías no euclidianas,
entonces, en esas geometrías, la proposición es falsa.
Teoría pragmatista: W. James era consciente de que la evolución de las ciencias va mostrando cómo
todas las anteriores eran falsas. Por ello, los investigadores han llegado a pensar que no somos capaces de
encontrar ninguna teoría verdadera en el sentido de la verdad como correspondencia. Sin embargo, también
son conscientes de que todas las teorías, tanto las antiguas como las modernas, funcionan. Eso llevó a los
pragmatistas a defender una concepción instrumental del papel de la idea. Una idea verdadera es la que
responde bien al fin para el que fue concebida, es útil y eficaz. La evidencia de la que disponemos puede
ser insuficiente para decidir entre creencias que compiten, y por ello nuestra elección puede depender de
razones tales como la simplicidad o la elegancia (ej. la idea del átomo se emplea, no porque se ajuste
perfectamente a la realidad, sino porque funciona). Pero la propuesta pragmatista no identifica la verdad con
lo que conviene a una u otra persona. James, dadas las dificultades de una noción correcta de adecuación,
proponía que cualquier idea que nos conduzca de una parte de nuestra experiencia a otra, enlazando las
cosas satisfactoriamente, con seguridad, simplificando, ahorrando trabajo, es verdadera. No queda lugar
para una idea pura, objetiva, en cuyo establecimiento no desempeñe papel alguno el producir satisfacción
humana. Nuestro conocimiento se adecua a la realidad, y cuando lo hace provechosamente es verdadero,
mientras que las ideas falsas suponen una inadecuación tal a la realidad que producen en nosotros una
frustración. Por ese motivo buscamos la verdad. La dificultad de esta postura consiste en que la utilidad es
siempre secundaria respecto de un fin. La vinculación de la verdad a la utilidad no resuelve el problema,
puesto que hace falta indicar por qué y para qué es útil. ¿No será debido a que permite adaptarse a la
realidad? En este sentido, si es útil, no lo es más que en la medida en que da una descripción
suficientemente adecuada de lo real, en la medida en que corresponde a lo real.
§5: EL CRITERIO DE CERTEZA
Ante una proposición determinada el sujeto puede encontrarse en diferentes estados subjetivos respecto a
su verdad o falsedad (no hay que confundir estos estados con la verdad y la falsedad, que son propiedades
de las proposiciones como tales): ğ La ignorancia: Es el estado en el que se desconoce algo (ej. si se
desconocen las obras de Hegel; respecto de la proposición La Fenomenología del espíritu es una obra de
Hegel el sujeto está en estado de ignorancia). ƒý La duda: Es el estado en el que ni se afirma ni se niega la
verdad de una proposición por ser de análoga fuerza las razones en pro y en contra de la misma (positiva) o
bien el sujeto carece de razones en pro o en contra (negativa). ƒþ La opinión: Es el estado en que el sujeto
se adhiere a la verdad de una proposición, pero admitiendo la posibilidad de error, es decir, de que sea
falsa: el sujeto posee razones en favor de la verdad de la proposición, pero también las tiene en su contra,
siendo las primeras de mayor fuerza que las segundas. „@ La certeza. La definimos como: estado subjetivo
en el que se afirma la verdad de una proposición sin admitir ningún posible error
. Es el estar
plenamente seguros de que la proposición es verdadera (o falsa) (ej. estamos ciertos de la verdad de la
proposición dos más dos son cuatro). Podemos distinguir en la certeza diversas clases: a) Certeza
metafísica, basada en la misma naturaleza de los objetos. Característica suya es que la negación de la
proposición que la posee es no sólo falsa sino contradictoria (ej. todo pentágono tiene cinco lados). b)
Certeza física, fundamentada en las leyes de la Naturaleza. Característica suya es que la negación de las
proposiciones que la poseen es falsa, pero no absurda (ej. los cuerpos en caída libre caen con movimiento
uniformemente acelerado). c) Certeza moral, basada en las leyes psicológicas o morales del comportamiento
humano. Característica suya es que las proposiciones que la tienen pueden ser negadas sin que tal
negación sea no ya absurda, sino ni siquiera falsa (ej. esa madre quiere a su hijo). d) Certeza extrínseca, a
la que se llega por la confianza que tenemos en la autoridad de quien nos comunica la proposición (ej. Julio
Cesar perteneció al primer triunvirato; si lo aceptamos como verdadero este, se debe a la confianza en los
historiadores).
Sin embargo, que tengamos seguridad subjetiva en la verdad de una proposición no garantiza aún que éste
sea conocimiento en sentido fuerte; es decir, cierto con absoluta seguridad. Y así, que una persona
manifieste su completa seguridad en que, por ejemplo, la Tierra es plana, no garantiza que la Tierra sea
realmente plana. Es decir, la sensación de certeza que se tenga en la verdad de una proposición no
garantiza que esa proposición sea realmente cierta. En ocasiones nos damos cuenta de que creíamos
completamente y sin reservas en la verdad de proposiciones que han terminado por resultar dudosas o
falsas. Por ejemplo, durante la Edad Media se pensaba que el Sol giraba alrededor de la Tierra. Quien así lo afirmaba
lo podía afirmar con la sensación de certeza porque podía apelar a que era lo que uno podía ver si se fijaba en el Sol,
que salía y se movía hacia el otro lado de la Tierra; luego la experiencia garantizaba la verdad de que el Sol se movía.
Es necesario, pues, justificar objetivamente la sensación subjetiva de certeza, de modo que la proposición
quede completamente garantizada. Esa es la función que realiza el denominado criterio de certeza. El
criterio de certeza es la característica mediante la cual podemos distinguir la verdad de la falsedad o que
nos permite estar seguros de la verdad o falsedad de las proposiciones. Si consideramos tal criterio referido
a las proposiciones, se denomina criterio de verdad; si lo consideramos desde el punto de vista del sujeto
que conoce, se denomina criterio de certeza; son dos aspectos del mismo criterio. El criterio de verdad es
lo que garantiza que una proposición sea realmente verdadera. Luego el criterio tiene que ser una fuente, o
forma, de adquirir o validar conocimientos completamente segura. Y para que pueda realizar ese papel
debe de cumplir dos requisitos: Ser infalible quiere decir nunca pueda ser falsa una proposición que el
criterio de verdad garantice; es decir, el criterio de verdad no puede fallar en ningún caso. Por ejemplo, si
una persona afirma que el criterio de verdad para obtener conocimiento en sentido fuerte es la experiencia,
entonces tiene que ocurrir que jamás sea posible tener una experiencia falsa, de algo que no sea real;
porque en ese caso, y aunque la experiencia habitualmente suministrase conocimiento verdadero, no lo
haría de modo totalmente seguro, luego la certeza que pudiera proporcionarnos no estaría garantizada. Ser
último indica que no haya otro criterio de verdad, de nivel superior, que justifique la validez de ese. Es decir,
si el criterio de verdad fuera la experiencia no debería de ocurrir que tuviéramos que demostrar que una
experiencia es válida apelando a algo distinto a la propia experiencia. Por ejemplo, no podríamos decir que
sólo las experiencias que no sean contradictorias con otras experiencias son las válidas, porque entonces el
criterio de verdad último no sería la experiencia sino la coherencia entre las experiencias.
¿Cuál puede ser esa característica que nos permite diferenciar la proposición verdadera de la
proposición falsa? A lo largo de la historia de la filosofía se han formulado diversas propuestas:
ƒü No existe ningún criterio: El escepticismo defiende la inexistencia de un criterio de verdad y de certeza,
por lo que, respecto de cualquier proposición, a lo sumo, podemos tener una opinión más o menos fundada.
Fue iniciado por Jenófanes y continuado por Montaigne o F. Sánchez. Su base radica en la incapacidad de
la razón y de los sentidos, las únicas fuentes de conocimiento en el ser humano, para alcanzar la verdad y,
en consecuencia, la certeza de la misma. Por ello insisten en el carácter falaz y engañoso de una y otros,
analizando los numerosos motivos que nos inducen a error. Pero el hecho de que en ocasiones los sentidos
o la razón nos engañen o nos conduzcan a error, no implica que siempre lo hagan. Este paso de lo
particular a lo universal no queda justificado en el escepticismo.
ƒý El criterio es relativo: El relativismo sostiene que existe un criterio de certeza, que el ser humano puede
llegar a la verdad, pero que tal verdad y tal certeza no son universalmente válidas, sino relativas. Se pueden
distinguir diversas modalidades, según aquello a lo que la verdad y la certeza sean relativas: a) El
relativismo individualista: la verdad es relativa a cada individuo concreto; lo que puede ser verdadero para
mí, puede no serlo para tí. Este relativismo se atribuye a Protágoras a causa de su frase: el hombre es la
medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, de las que no son en cuanto que no son
. b)
El relativismo social (E. Durkheim): El individuo es modelado por su entorno social y por ello su consciencia
es un reflejo de la sociedad en que vive, que le impone sus normas de valoración, sus creencias y sus
verdades. La verdad es relativa a cada sociedad. Lo que es verdadero para los componentes de una
determinada sociedad, puede no serlo para los de otra. La objeción fundamental al relativismo es la de no
captar que el hecho de que un individuo o un grupo social considere como verdadera una proposición y esté
cierto de ello no implica que realmente lo sea; puede muy bien suceder que el individuo o el grupo social se
hayan equivocado, tomando por verdadero lo que es falso.
ƒþ Existe un criterio: a) El criterio es la autoridad: postura del tradicionalismo, que, llevado por su desconfianza
en la capacidad de la razón y de los sentidos del individuo para alcanzar la verdad, considera que el
único criterio válido para distinguir lo verdadero de lo falso es la tradición: es verdadero aquello que
tradicionalmente así ha sido considerado. La pobreza de este criterio es manifiesta: de acuerdo con él, en el
siglo XV sería verdad que la Tierra era el centro del universo. b) El criterio es el sentido común: defendido
por Reid y la escuela escocesa, sostiene que hay en el ser humano una facultad, el sentido común, que le
permite distinguir lo verdadero de lo falso. Tampoco es un criterio firme: el sentido común, que viene a ser el
ejercicio natural y espontáneo del pensamiento, es de lo menos fiable. c) El criterio es la utilidad (S. Mill y
W. James): dice que lo verdadero es sólo lo ventajoso en nuestro modo de pensar, de igual forma que lo
justo es sólo lo ventajoso en el modo de conducimos. d) El criterio de certeza es la evidencia: se entiende
por evidencia la claridad que tiene una proposición y en virtud de la cual arrastra al sujeto a que la acepte
como verdadera
(ej. la proposición 2=2 se nos presenta con tal claridad que nos arrastra a aceptarlo como
verdadera; aun queriendo nos sería imposible considerarla falsa). El camino para hacer ver la evidencia de
las proposiciones es doble, o probar su consistencia, o realizar su verificación. En las proposiciones de
carácter formal, el criterio de verdad es su consistencia o coherencia: 1º Ver que el sujeto y el predicado no
se contradicen. 2º Comprobar que la proposición se deriva necesariamente de los axiomas establecidos y
de los teoremas ya demostrados a partir de tales axiomas. Fuera de estas proposiciones, el único criterio de
certeza es la verificación: la comprobación experimental de que el predicado conviene o no conviene al
sujeto. Hay, pues, que recurrir a la experiencia para averiguar la verdad o falsedad de las proposiciones
empíricas. Esta verificación experimental, para poder demostrar la verdad o falsedad de una proposición,
debe ser intersubjetiva, realizada por una pluralidad de sujetos. Hay proposiciones que no pueden ser
sometidas a comprobación experimental. Esta imposibilidad de verificación puede ser de dos clases:
proposiciones que por su propia naturaleza son inverificables, y no pueden ser consideradas como
científicas, ni siquiera a título de hipótesis, y proposiciones no verificables en un momento dado por razones
de tipo técnico, pero que, por su naturaleza, no excluyen la verificación intersubjetiva (pueden ser admitidas
como hipótesis que pasarán a ser leyes científicas, caso de que en su día sean verificadas, o desechadas,
caso de que sean falsadas)

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