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1· El rey de los mundos1

En el Antiguo Egipto, como en todas las culturas clásicas, la culturización religiosa se centra en un profundo y cerrado etnocentrismo donde no cabe ningún acontecimiento foráneo. Lo único auténtico y verdadero es lo propio de la civilización egipcia del momento, incluida la religión. Pero la religión no es tan solo trasmundana (de aspiración a un mundo incognoscible superior), sino que también intervienen en ella un complejo entramado de ritos, muchas veces mágicos, que deben ayudar a las gentes tanto en este mundo como, posteriormente, en su tránsito hacia el más allá.

Pero, probablemente, lo más original de la religión del Antiguo Egipto es la institucionalización de la religión y la divinización no tan solo de lo “sobre-natural” natural (como el paseo solar por el cielo o la distribución estelar), sino también la divinización del soberano: del Faraón.? Y esa divinización, al igual que la corona, se instaurará como hereditaria.

El Faraón es tratado como un Dios.
Es más, el Faraón es considerado como la encarnación del Dios, el Faraón se autodenomina como hijo del Dios. (La terminación que podemos encontrar en la mayoría de los nombres de Faraón, -amón o -atón, o el comienzo, Ra-, indica el Dios del cual son encarnación y hacia el que dirigen el culto). El Faraón pasará a ser un Dios más tras su muerte.
Pero como encarnación de un Dios, es el máximo gobernante y dirigente de todo aquello que sucede en el mundo terrenal, y como los dioses (encargados de conseguir y mantener el orden ultraterreno), el Faraón es el encargado de conseguir y mantener el orden del mundo terreno.

Como condición fundamental de ese orden, se considera al Faraón único poseedor de la verdad: el Faraón es el único poseedor de la ma’at. Eliade traduce este término por “recto orden”, por lo que el ma’at es algo así como la facultad innata en el Faraón (por ser un Dios) de siempre hacer lo más justo y de tener la sabiduría para poder controlar el orden del mundo (Eliade: 1978: 107ss.). Pero también sería conveniente atender al aspecto moral y al aspecto jurídico que este concepto incorpora (Soria, 2006), algo que escapa de nuestra intención.

Dentro de toda esta parafernalia de poder es donde podemos entender perfectamente las numerosas crisis que ha sufrido la política egipcia antigua. Antes del 2000 a. C., Egipto estaba separado entre el Bajo Egipto y el Alto Egipto, pero tras esa fecha se unieron formando un único y poderoso reino. Y dentro del orden, los Faraones y sus dinastías fueron sucedíéndose en períodos cortos de tiempo (de hasta 200 años), porque la tentación de controlar un Imperio tan poderoso era demasiado fuerte como para no probar un magnicidio e intentar controlar el poder. Este continuo cambio de gobernante (con la introducción posterior de todas sus normas), sumía a Egipto en penurias y constantes cambios, en tanto que variaban las costumbres cotidianas por ser los nuevos mandatarios seguidores de un Dios o bien de otro. El caso más célebre lo encontramos en la XVIII dinastía, donde la sucesión de soberanos dedicados a Ra será remplazada por Amenofis IV, más conocido como Ajenatón (el Revolucionario), que modificará la vida cotidiana al trasladar la capital del Nuevo Reino unificado de Tebas a Tell el Amarna e instaurará como prioritario el culto al Dios Atón.




Pero tal vez, lo más sorprendente del mundo egipcio antiguo es la institucionalización de la religión dentro del ámbito político. La religión tiene el papel más relevante en la ceremonia de coronación? Y, cotidianamente, se realizaban rituales que representaban el tránsito solar, se realizaban ceremonias que tendían a exaltar a los dioses,? Se realizaban rituales mágicos que propiciaban hechos sociales,? E incluso se utilizaba la sabiduría de conjuros para el mejor tránsito del mundo terrenal al ultramundo.?

La institucionalización del mundo mítico-religioso también puede observarse en el orden social de las ciudades del antiguo Imperio. Cada ciudad tenía un Dios supremo, y los otros eran relegados a un segundo plano. La ciudad erigía templos en honor a su Dios predilecto y los sumos sacerdotes eran elegidos para adorar al Dios y calmar sus iras. Esta es otra fuente de crisis: el predominio de diferentes dioses según la ciudad, la dinastía gobernante o la época tendía ha modificar la forma de vida de sus habitantes.

Pero este no era el más tenso problema. Asociado con el anterior, encontramos la relación entre los sacerdotes y el Faraón. El Faraón es el máximo dirigente del Estado, pero la rivalidad era patente. El sacerdote pretende controlar el culto al Dios

(Figura 1)

 desacralizando al Faraón, pero la presunta condición divina del Faraón sobrepasa los deseos de dominio del clero. Así, el sacerdote adquiere un papel secundario y funcionarial, ya que se convierte en el encargado, a tiempo parcial, de repetir o realizar siempre en nombre del faraón aquellos conjuros o rituales adecuados para según que momento del día o de la estación (Hagen & Hagen, 2005: 61).

Pero si un tema es el central en el Antiguo Egipto es su fervor por el culto a la muerte. La grandiosidad de los mausoleos y la conjuración para sobrevivir a la muerte centran la preocupación de los nobles, ya que la supervivencia a la muerte como Dios sólo está reservada al Faraón, y sus nobles más allegados tienen la opción de llegar a la esfera celeste si consiguen superar satisfactoriamente el juicio final y lograr, así, la iniciación. Por eso, el vulgo no opta a la iniciación, sólo pasará al otro mundo y será sometido a juicio, y si consigue salir airoso será recompensado, mientras que el que no sea capaz de ser absuelto en su juicio será castigado y su alma no pervivirá.



2· La vida eterna y la imagen cosmológica egipcia

Si hay algo que realmente preocupaba a los egipcios era el poder llegar a conseguir la vida eterna.

La muerte y proceso de enterramiento de faraones y dignatarios es la imagen más fiel del interés por la vida ultramundana. El proceso de momificación implicaba un gran ritual: después de haber procedido a la realización del ritual de la Apertura de la Boca,7 se extraía el corazón y las vísceras del muerto (incluido el cerebro, que se extraía licuado por los orificios nasales), un seguido de oraciones acompañaban al depósito y sellado de éstas en vasijas para su conservación (los canopes), ya que se creía que al muerto le podrían volver a hacer falta (como, por ejemplo, el corazón a la hora de ser pesado por el tribunal del ultramundo) tras su fallecimiento y reencarnación en el Más Allá. Después, se procedía al secado del cuerpo durante 50-60 días, y transcurrido ese tiempo se procedía al vendaje del difunto para, posteriormente, introducir entre las vendas objetos y amuletos mágicos. Todo este proceso iba acompañado del recitado de oraciones diversas. Una vez finalizado el periodo de la momificación, a ésta se le colocaba una máscara (principalmente de oro) y se la introducía dentro de un sarcófago de piedra. El sarcófago se colocaba dentro de una cámara mortuoria en el interior de su mausoleo, y junto a él se dejaban las vasijas con sus órganos, riquezas, viandas, etc., y se sellaba la cámara y la puerta del mausoleo (generalmente se enterraba también junto al muerto a algún ser querido o al arquitecto encargado del mausoleo e, incluso, a algún esclavo que debía encargarse de realizar todas aquellas tareas que fueran encomendadas a su señor en el ultramundo). El cortejo fúnebre que acompañaba en su último viaje al muerto era multitudinario.8 En la vida del egipcio estaba inmersa la muerte. Se sabía que la muerte



del cuerpo es inevitable y que, por tanto, es necesaria, pero se creía en la inmortalidad del alma, cuyo honor se adquiría sólo tras conocer una serie de conjuros que permitirían

convencer al tribunal del “pesado del corazón” de que dicha alma era digna de la iniciación para poder ascender a la esfera celeste. Obviamente, sólo los más altos dignatarios podían llegar a tener acceso a dichas enseñanzas.

(figura 2)

 La mitología egipcia demuestra el alto grado de conocimiento astrológico que poseía dicha civilización, ya que los dioses solían representar, o eran asociados, a algunos astros.? El mito de la creación es la representación del orden cósmico: el sol (como centro creador y ordenador del mundo, en el mismo sentido que el Demiurgo platónico) creó a Shu y a Tefnut a partir de su semen; y éstos concibieron a Geb (la Tierra) y a Nut (el Cielo), de cuya uníón nacen Osiris, Isis, Seth y Neftis.

Pero el punto central de la cosmogonía egipcia es el inmovilismo. El inmovilismo que supone la mitología representa el inmovilismo cósmico. El cosmos tiene un orden inamovible protegido por los dioses. Los dioses, Ra en especial, deben evitar que la serpiente maligna Seth engulla al sol, algo que ocurre diariamente (por eso se pone el sol) y los dioses lo liberan, también, diariamente (por eso sale cada mañana).

La intervención de la deidad era imprescindible para que el alma del muerto llegara a la vida inmortal: en El libro de los muertos se ve cómo el difunto debe identificarse con los dioses y poner en su boca los conjuros que le permitirán la iniciación. Pero eso no es todo. El sarcófago del muerto representaba a las deidades: las paredes interiores personificaban a Isis, Neftis, Horus y Thoth; el fondo se identificaba con Geb (la Tierra) y el fondo de la tapa con Nut (el Cielo). Cuando el espíritu ha llegado ante el tribunal encargado de juzgar a las almas (presidido por Osiris), mediante un paseo en la barca de Ra, el tribunal se encarga del “proceso” y del “pesaje del corazón” para valorar la virtuosidad del alma del difunto. Como sólo los faraones podían ser ascendidos a la cúpula celeste, sólo ellos tenían opción a la iniciación.

Hacia el año 2000 a.C., la religión se democratiza. Todo hombre puede llegar a la vida eterna, siempre que consiga pagarse las enseñanzas y tributos necesarios para ello. Pero nunca podrá llegar a la categoría de Dios, sólo reservada para el Faraón.

A pesar de que el cuerpo haya muerto, el alma debe siempre ir con cuidado, ya que puede tener una segunda muerte, por eso el alma debe conservar la memoria y recordar su nombre y todo aquello que el tribunal le pregunte.

Así, el proceso de la muerte es el más importante en la vida egipcia, y todo acontecimiento está directa o indirectamente relacionado con la preparación para la muerte


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