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La ética de San Agustín es calificada de eudemonista ya que para él todo ser humano aspira a la vida feliz. La felicidad, en sintonía con la religión cristiana, solo podrá alcanzarse en la uníón con Dios y en la otra vida.

Conquistar la felicidad supone practicar la virtud en esta vida terrena y necesitar de la gracia divina


El ser humano está afectado en su naturaleza por el pecado original. Como consecuencia de esto el alma, cuya naturaleza es dirigirse hacia Dios, se aparta del camino de la felicidad y se hace esclava del cuerpo y de la ignorancia. Cuando el cuerpo es obstáculo para la felicidad el alma tiende al mal.

Sin embargo, según Agustín, Dios no es responsable del mal. Dios ha creado todas las cosas y por eso mismo todas son buenas. El mal no se entiende como una cosa más entre las muchas que hay dentro de la Creación, pues, como tal, tendría que haber sido creada y entonces Dios sería el responsable. Por lo tanto el mal es ausencia de bien en una naturaleza que podría poseer ese bien.


En el caso del hombre el mal que este realiza (mal moral o pecado) es consecuencia del uso inadecuado que hace del libre albedrío, es decir, de su capacidad de elegir libremente. A partir del pecado original el libre albedrío está orientado hacia el mal. Por tanto, el hombre es el único responsable del mal.

Sin embargo, el hombre cuenta con la gracia divina. Es una ayuda especial de Dios en favor del hombre para que este haga un buen uso del libre albedrío

Esta ayuda es como una fuerza añadida a la voluntad del alma para querer el bien y realizarlo. Hacer buen uso del libre albedrío es hacer el bien y no el mal. Esto es aceptar la gracia. Y a esto San Agustín lo llama libertad.  

Solo mediante la gracia el hombre podrá practicar la virtud


La virtud es el amor dirigido a Dios y a al bien del prójimo y, además, el ejercicio constante de la razón por alcanzar la Verdad Eterna.


Para San Agustín, el ser humano es la obra maestra de la Creación


Está compuesto de alma y cuerpo. El alma es una sustancia espiritual (simple e indivisible) y el cuerpo es una sustancia material

San Agustín rechaza las tres almas platónicas: en el hombre solo hay un alma que penetra y vivifica todo el cuerpo, y está toda ella en todas y cada una de las partes del cuerpo. Tampoco está encerrada en el cuerpo a consecuencia de un castigo como pensaba Platón por inspiración de los pitagóricos sino que está unida a él de forma natural. 

El cuerpo, a su vez, es en sí mismo algo bueno ya que según el cristianismo todo ha sido creado por Dios


Agustín afirma con Platón que el alma es inmortal pero a diferencia de este considera que no es eterna. Los argumentos para defender la inmortalidad del alma proceden del filósofo ateniense:

a) El alma siendo espiritual es simple pues no tiene partes ni divisiones. Lo que no tiene partes no puede descomponerse y, por tanto, no puede perecer.

B) El alma es capaz de aprehender las verdades eternas, que son inmortales, lo que prueba que ella también lo es



En cuanto al problema del origen del alma, Agustín negó la teoría platónica de la preexistencia y transmigración de la salmas por ser contraria al dogma cristiano. Dudó entre dos teorías:

a) El creacionismo afirma que Dios ha creado cada alma directamente y de forma individual. Problema: Dios crea almas con el pecado original y por tanto imperfectas. 

b) El traducionismo afirma que el alma se transmite de padres a hijos. Se puede explicar desde esta teoría la transmisión del pecado original. Problema: una parte del alma de los padres pasaría a  ser la de los hijos; quedando esta fragmentada y dejando de ser simple.

Además de dar vida al cuerpo, el alma posee tres facultades: memoria (hace posible la reflexión), inteligencia (permite la comprensión; incluye la razón superior y la razón inferior) y voluntad (permite que amemos). Esta división tripartita refleja la Trinidad: Memoria-Padre, Inteligencia-Hijo, Voluntad-Espíritu Santo.

Debido a estas tres facultades intelectivas y por el hecho de ser inmortal el alma es imagen de Dios (imago Dei) y puede encontrar a Dios en el interior de sí misma.

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