Colonizaciones fenicias y griegas en la península ibérica

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Entre 8 y 9, y atraídos por el mineral, los fenicios se asentaron en las costas andaluzas, entre Huelva y Almería, donde fundaron Gadir, Sexi, Malaca o Abdera. Unas colonizaciones que se generaron por intereses comerciales y fundamentadas en la extracción de mineral. Se generaron importantes consecuencias socioeconómicas, políticas, culturales y urbanas en las culturas peninsulares de la zona del sudoeste con las que entraron en contacto. Buen ejemplo de ello será la cultura de Tarteso asentada en la zona del bajo Guadalquivir y sur de Extremadura, desde el Bronce Final, alcanzando su máximo florecimiento en los 7 y 6 e iniciándose su decadencia en 5 debido a su incapacidad para seguir satisfaciendo la demanda fenicia de plata y estaño. Tarteso se define como la consecuencia de las influencias ejercidas por los fenicios sobre el sustrato cultural indígena en la zona evolucionada del sudoeste peninsular. Los fenicios se establecieron en las zonas costeras del sur peninsular atraídos por el comercio de la plata y el bronce, cuya extracción, control y comercialización derivó en Tarteso hacia el establecimiento de la división laboral y la consiguiente aparición de élites sociales y su correspondiente poder coercitivo que significó la aparición de las primeras formas de organización estatal bajo modelos monárquicos. Más tarde será la colonización griega que afectó principalmente a la zona del nordeste peninsular a partir de 6, donde fundaron colonias tan importantes como Emporion o Rhode. Como las anteriores, son colonizaciones atraídas también por la extracción minera y su comercialización y generaron importantes influencias sobre las culturas con las que entraron en contacto, los llamados iberos, que tomaron su cerámica, alfabeto, moneda, cerámica, formas urbanas, etc.

Romanización

Romanización es hacerse romano, vivir como los romanos, hablar, escribir, comer como lo hacían ellos. Por ello, romanizar no es más que la asimilación de la cultura y formas de vida romanas, en definitiva, convertir a los iberos, celtas en hispanorromanos. La Romanización significó para Hispania la consecución de una importante unidad política, cultural, jurídica y religiosa. El grado de romanización no fue el mismo en los distintos puntos de la península y se generaron zonas mucho más romanizadas que otras y ello fue debido a dos factores determinantes: las influencias culturales previas, mediterráneas o indoeuropeas, y la guerra de conquista; por todo ello, la zona litoral mediterránea fue mucho más romanizada que la interior, siendo la norte la menos romanizada de todas. Entre los instrumentos que facilitaron la romanización destacamos, el latín, la vida urbana y la fundación de colonias, el ejército, la concesión de ciudadanía romana a los indígenas, los espectáculos públicos en los que se desarrollaba la propaganda imperial o el sincretismo religioso. Buena cuenta del alto grado de romanización de Hispania lo tenemos en el hecho de que Hispania fue tierra de grandes filósofos como Séneca, poetas como Marcial o incluso emperadores como Adriano y Trajano.

Monarquía visigoda

Tras la derrota de Vouillé en el año 507, los visigodos se asientan ya de manera definitiva en Hispania creando el reino visigodo con capital en Toledo. El nuevo reino visigodo se fundamentará desde el punto de vista político en un sistema monárquico colectivo lo que convertía a esta monarquía en una institución muy débil pues su elección quedaba en manos de la nobleza y la Iglesia, que eran las instituciones poderosas. La nueva monarquía visigoda contaba en sus labores de gobierno con la ayuda del Aula Regia, una especie de asamblea que asesoraba al rey, los Concilios de Toledo, algo similar a lo anterior pero reunidos con carácter extraordinario y finalmente el Officium Palatinum, una especie de "funcionarios palatinos" que ayudaban al rey en la gestión de su gobierno. La gran obra de la monarquía visigoda será el haber conseguido dotar a Hispania de una importante unidad territorial, religiosa y jurídica y en este sentido destacamos la labor de Leovigildo que en el año 585 logró una gran unidad territorial al derrotar a los suevos, vascones y bizantinos, aunque no podamos hablar de unidad consumada hasta el reinado de Suintila y la expulsión definitiva de los bizantinos en el año 625. Por su parte, Recaredo, en el III Concilio de Toledo en el año 589, logró la unidad religiosa al renegar del arrianismo y convertirse al catolicismo, religión seguida por los hispanorromanos que no olvidemos era la gran mayoría de la población de Hispania por aquel entonces, siendo un auténtico ejemplo de integración. Por último, señalar que la unificación jurídica se conseguirá en el año 654, bajo el reinado de Recesvinto con el Liber ludiciorum que establecía las mismas leyes para todos los ciudadanos bajo la monarquía visigoda. La figura fundamental será Leovigildo, monarca con un proyecto integrador en el que además de reforzar el poder real llevó a cabo una profunda reorganización del reino de Toledo estableciendo los cimientos de la unidad religiosa, jurídica y territorial que posteriormente culminarán su hijo Recaredo, Recesvisto y Suintila.

Califato de Córdoba

Entre los años 929 y 1031, se generaliza el periodo de máximo florecimiento de Al-Andalus, el llamado califato de Córdoba, cuando Al-Andalus alcanza la independencia religiosa rompiendo de esta manera el único lazo que le unía al califato de Bagdad. El iniciador de este periodo será Abderramán III quien, tras frenar a los cristianos y sofocar la revuelta muladí liderada por Halsun, y ante el temor a las corrientes fatimíes que desde el norte de África proponían un nuevo califato que generara una nueva unidad del mundo musulmán, se vio con la autoridad suficiente para proclamarse califa en el año 929. Bajo su gobierno asistimos a un gran desarrollo fiscal, militar, económico y administrativo de Al-Andalus. Otra figura fundamental durante este periodo será la de Almanzor, hachib que controló todos los resortes del poder durante el califato de Hisham II, debido a su minoría de edad. El gobierno de Almanzor fue una auténtica dictadura militar en la que para garantizar su poder realizó continuas campañas militares contra los cristianos, todas ellas victoriosas que le llevaron hasta Pamplona, Santiago de Compostela o Barcelona. Sin embargo, a su muerte, su hijo "Sanchuelo" cometió el error de querer que el califa Hisham II le proclamara califa, lo que provocó una guerra civil que desembocó en la fragmentación de Al-Andalus en reinos de taifas.

Almorávides

En el año 1031, Al-Andalus se fragmenta en toda una serie de reinos de taifas, cuya característica fundamental respecto a los cristianos será la debilidad que facilitará el inicio de la reconquista. Cuando Alfonso VI, rey de Castilla y León, conquista Toledo en el año 1085, el resto de taifas, temerosas de seguir el mismo camino que la taifa de la antigua capital del reino visigodo, buscaron ayuda en el imperio almorávide asentado en el norte de África, lo que provocó la excusa necesaria a Yusuf para desembarcar en la península y derrotar al ejército de Alfonso VI en Sagrajas, cerca de Badajoz, en el año 1086, lo que significó el establecimiento de una nueva unidad en Al-Andalus. Sin embargo, a partir del año 1125 comenzaron a generarse toda una serie de problemas que llevaron a la expulsión de los almorávides de Al-Andalus en el año 1145, fruto del descontento de los propios andalusíes, la mediocridad militar de los almorávides que no recuperaron Toledo y fueron derrotados en el valle del Ebro y del establecimiento de un nuevo imperio en el norte de África, los almohades, generándose de esta manera los segundos reinos de taifas. La nueva fragmentación de Al-Andalus va a durar muy poco, ya que a partir del año 1146, los almohades se establecen en la península, convirtiéndose Sevilla en la nueva capital del nuevo imperio norteafricano. Pese a todo, el nuevo dominio almohade duró poco, pues la derrota en la batalla de las Navas de Tolosa en el año 1212 fue definitiva, generándose así los terceros reinos de taifas.

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