Catequesis

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Y les daba el Espíritu para cumplir esta mi- sión. La Iglesia no ha dejado de dedicar sus energías a esa tarea. Él definíó magistralmente el papel y el significado de la catequesis en la vida y en la misión de la Iglesia, cuando se dirigíó a los participantes en el Primer Congreso Internacional de Catequesis, el 25 de Septiembre de 1971,(4) y se detuvo explícitamente sobre este tema en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi. (5) Él quiso que la catequesis, espe- cialmente la que se dirige a los niños y a los jóvenes, fuese el tema de la IV Asamblea general del Sínodo de los Obispos,(6) celebrada durante el mes de Octubre de 1977, en la que yo mismo tuve el gozo de participar.
Al concluir el Sínodo, los Padres entregaron al Papa una documentación muy rica, que comprendía las diversas intervenciones tenidas durante la Asamblea, las conclusio- nes de los grupos de trabajo, el Mensaje que con su consentimiento habían dirigido al pueblo de Dios,(7) y sobre todo la serie imponente de « Proposiciones» en las que ellos expresaban su parecer acerca de muchos aspectos de la catequesis en el momento actual. El ne- cesario discernimiento podía así realizarse partiendo de una base viva y podía contar en el pueblo de Dios con una gran disponibilidad a la gracia del Señor y a las directrices del Magisterio. La catequesis ha sido siempre una preocupación central en mi ministerio de sacerdote y de obispo. Podemos señalar aquí los dos significados de la palabra que ni se oponen ni se excluyen, sino que más bien se relacionan y se comple- mentan.
Jesús es «el Camino, la Verdad y la Vida»,(10) y la vida cristiana consiste en seguir a Cristo, en la «séquela Christi». En este sentido, el fin definitivo de la catequesis es poner a uno no sólo en contacto sino en comunión, en intimidad con Jesucristo: sólo Él puede con- ducirnos al amor del Padre en el Espíritu y hacernos partícipes de la vida de la Santísi- ma Trinidad. Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo la misteriosa frase de Jesús: «Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado».(13) Es lo que hace san Pablo al tratar una cuestión de primordial importancia: «Yo he recibido del Señor lo que os he transmitido».(14) ¡Qué contacto asiduo con la Palabra de Dios transmitida por el Magisterio de la Iglesia, qué familiaridad profunda con Cristo y con el Padre, qué espí- ritu de oración, qué despego de sí mismo ha de tener el catequista para poder decir: «Mi doctrina no es mía»! Es evidente que los Evangelios indican claramente los momentos en que Jesús enseña, «Jesús hizo y enseñó»:(15) en estos dos verbos que introducen al libro de los Hechos, san Lucas une y distingue a la vez dos dimensiones en la misión de Cristo.
Este es el testimonio que Él da de sí mismo: «Todos los días me sentaba en el Templo a enseñar».(16) Esta es la observación llena de admiración que hacen los evangelistas, maravillados de verlo enseñando en todo tiempo y lugar, y de una forma y con una autoridad desconocidas hasta entonces: «De nuevo se fueron reuniendo junto a Él las multitudes y de nuevo, según su costumbre, les enseñaba»;(17) «y se asombraban de su enseñanza, pues enseñaba como quien tiene autoridad»,(18) Eso mismo hacen notar sus enemigos, aunque sólo sea para acusarlo y buscar un pretexto para condenarlo. De suerte que para los cristianos el Crucifijo es una de las imágenes más sublimes y populares de Jesús que enseña.

Estas consideraciones, que están en línea con las grandes tradiciones de la Iglesia, re- afirman en nosotros el fervor hacia Cristo, el Maestro que revela a Dios a los hombres y al hombre a sí mismo; el Maestro que salva, santifica y guía, que está vivo, que habla, exige, que conmueve, que endereza, juzga, perdona, camina diariamente con nosotros en la historia; el Maestro que viene y que vendrá en la gloria.

Solamente en íntima comunión con Él, los catequistas encontrarán luz y fuerza para una renovación auténtica y deseable de la catequesis. San Juan da testimonio de ello en su Evangelio, cuando refiere las palabras de Jesús: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer».(29) No son ellos los que han escogido seguir a Jesús, sino que es Jesús quien los ha elegido, quien los ha guardado y establecido, ya antes de su Pascua, para que ellos vayan y den fruto y para que su fruto permanezca.(30) Por ello después de la resurrección, les confió for- malmente la misión de hacer discípulos a todas las gentes. Asimismo las cartas de Pedro, de Juan, de Santiago y de Judas son otros tantos testimonios de la catequesis de la era apostólica.


Es la época de Cirilo de Jerusalén y de Juan Crisóstomo, de Ambrosio y de Agustín, en la que brotan de la pluma de tantos Padres de la Iglesia obras que siguen siendo modelos para nosotros. ¡Ojalá suscite el Concilio Vaticano II un impulso y una obra semejante en nuestros días! Así, desde hace casi dos mil años, el Pueblo de Dios no ha cesado de educarse en la fe, según formas adaptadas a las distintas situaciones de los creyentes y a las múltiples coyunturas eclesiales. De entre las experiencias de la historia de la Iglesia que acabamos de recordar, muchas lecciones —entre tantas otras— merecen ser puestas de relieve. Por una parte, es sin duda un deber que tiene su origen en un mandato del Señor e incumbe sobre todo a los que en la Nueva Alianza
En uníón con los Padres del Sínodo elevo enérgicamente la voz contra toda discriminación en el ámbito de la catequesis, a la vez que dirijo una apremiante llamada a los responsables para que acaben del todo esas constricciones que gravan sobre la libertad humana en general y sobre la libertad religiosa en particular. Y una actitud de fe se dirige siempre a la fideli- dad a Dios, que nunca deja de responder. Los maestros, los diversos ministros de la Iglesia, los catequistas y, por otra parte, los res-
Uno de los mejores frutos de la Asamblea general del Sínodo dedicado por ente- ro a la catequesis sería despertar, en toda la Iglesia y en cada uno de sus sectores, una conciencia viva y operante de esta responsabilidad diferenciada pero común. Es necesario que la Iglesia dé prueba hoy —come supo hacerlo en otras épocas de su historia— de sabiduría, de va- lentía y de fidelidad evangélicas, buscando y abriendo caminos y perspectivas nuevas para la enseñanza catequética. La cuestión interesa también a la opinión pública, dentro y fuera de la Iglesia.
En este sentido, la catequesis se articula en cierto número de elementos de la misión pastoral de la Iglesia, sin confundirse con ellos, que tienen un aspecto catequético, preparan a la catequesis o emanan de ella: primer anuncio del evangelio o predicación misional por medio del kerigma para suscitar la fe apologé- tica o búsqueda de las razones de creer, experiencia de vida cristiana, celebración de los sacramentos, integración en la comunidad eclesial, testimonio apostólico y misional. Esta preocupación inspira parcialmente el tono, el lenguaje y el método de la catequesis. Se trata en efecto de hacer crecer, a nivel de conocimiento y de vida, el germen de la fe sembrado por el Espíritu Santo con el primer anuncio y transmitido eficazmente a través del bautismo. Transformado por la acción de la gracia en nueva criatura, el cristiano se pone así a seguir a Cristo y, en la Iglesia, aprende siempre a pensar mejor como Él, a juzgar como Él, a actuar de acuerdo con sus mandamientos, a esperar como Él nos invita a ello. Unas convicciones firmes y reflexivas llevan a una acción valiente y segura; el esfuerzo por educar a los fieles a vivir hoy como discípulos de Cristo reclama y facilita el descubrimiento más profundo del Misterio de Cristo en la historia de la salvación. Se refiere al sentido último de la existencia y la ilumina, ya para inspirarla, ya para juzgarla, a la luz del Evangelio.

Por eso podemos aplicar a los catequistas lo que el Concilio Vaticano II ha dicho espe- cialmente de los sacerdotes: educadores del hombre y de la vida del hombre en la fe.(53)

Catequesis y sacramentos

23. La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos y sobre todo en la eucaristía donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres. En otras pala- bras, la vida sacramental se empobrece y se convierte muy pronto en ritualismo vacío, si no se funda en un conocimiento serio del significado de los sacramentos y la catequesis se intelectualiza, si no cobra vida en la práctica sacramental. La catequesis corre el riesgo de esterilizarse, si una comunidad de fe y de vida cristiana no acoge al catecúmeno en cier-


Por eso la comunidad eclesial, a todos los niveles, es doblemen- te responsable respecto a la catequesis: tiene la responsabilidad de atender a la forma- ción de sus miembros, pero también la responsabilidad de acogerlos en un ambiente donde puedan vivir, con la mayor plenitud posible, lo que han aprendido. Si hace bien, los cristia- nos tendrán interés en dar testimonio de su fe, de transmitirla a sus hijos, de hacerla co- nocer a otros, de servir de todos modos a la comunidad humana. El hecho de conocerlas mejor, lejos de embotarlas o agostarlas, debe hacerlas aún más estimulantes y decisivas para la vida. Este sentido amplio de la catequesis no contradice, sino que incluye, desbordándolo, el sentido estricto al que por lo común se atienen las exposiciones didácticas: la simple enseñanza de las fórmulas que expresan la fe. Siendo la catequesis un momento o un aspecto de la evangelización, su contenido no puede ser otro que el de toda la evangelización: el mismo mensaje —Buena Nueva de salvación— oído una y mil veces y aceptado de corazón, se profundiza incesantemente en la catequesis mediante la reflexión y el estudio sistemático; mediante una toma de conciencia, que cada vez compromete más, de sus repercusiones en la vida personal de cada uno; mediante su inserción en el conjunto orgánico y armonioso que es la existen- Cía cristiana en la sociedad y en el mundo.
Este rito expresivo ha vuelto a ser introducido en nuestros días en la iniciación de los catecúmenos.(58) ¿No habría que encontrar una utilización más concretamente adaptada, para señalar esta eta- pa, la más importante entre todas, en que un nuevo discípulo de Jesucristo acepta con plena lucidez y valentía el contenido de lo que más adelante va a profundizar con serie- dad? De ahí también el cuidado que tendrá la catequesis de no omitir, sino ilu- minar como es debido, en su esfuerzo de educación en la fe, realidades como la acción del hombre por su liberación integral,(73) la búsqueda de una sociedad más solidaria y fraterna, las luchas por la justicia y la construcción de la paz. Muchos Padres del Sínodo han pedido con legítima insistencia que el rico patrimonio de la enseñanza social de la Iglesia encuentre su puesto, bajo formas apropiadas, en la formación catequética común de los fieles. A propósito del contenido de la catequesis, hay que poner de relieve, en nuestros días, tres puntos importantes. Traicionar en algo la integridad del mensaje es vaciar peligrosamente la
Asimismo, a ningún verdadero catequista le es lícito hacer por cuenta propia una selección en el depósito de la fe, entre lo que estima importante y lo que es- tima menos importante o para enseñar lo uno y rechazar lo otro. Este movimiento cobró todo su relieve en el Concilio Vaticano II,(82) , y, a partir del Concilio, ha conocido en la Igle- sía una importancia, concretada en una serie impresionante de hechos y de iniciativas, conocidas por todos. De ahí la necesidad, donde se da una experiencia de colaboración ecuménica en el terreno de la catequesis, de vigilar para que la formación de los católicos esté bien asegurada en la Iglesia católica en lo concerniente a la doctrina y a la vida cristiana. En los casos en que las circunstan-
De todos modos, estos ma- nuales no deben considerarse como obras catequéticas: les falta para ello el testimonio de creyentes que exponen la fe a otros creyentes, y una comprensión de los misterios cristianos y de lo específicamente católico, todo ello sacado de lo profundo de la fe. Y no es sólo el factor numérico: acontecimientos recientes, y la misma crónica diaria, nos dicen que esta multitud innumerable de jóvenes, aunque esté dominada aquí y allí por la incerti- dumbre y el miedo, o seducida por la evasión en la droga y la indiferencia, incluso ten- tada por el Nihilismo y la violencia, constituye sin embargo en su mayor parte la gran fuerza que, entre muchos riesgos, se propone construir la civilización del futuro. ¿Cómo dar a conocer el sentido, el alcance, las exigencias fundamentales, la ley del amor, las promesas, las esperanzas de ese Reino? Ante los padres cristianos nunca insistiríamos demasiado en esta ini- ciación precoz, mediante la cual son integradas las facultades del niño en una relación vital con Dios: obra capital que exige gran amor y profundo respeto al niño, el cual tiene derecho a una presentación sencilla y verdadera de la fe cristiana. Pronto llegará, en la escuela y en la iglesia, en la parroquia o en la asistencia espiri- tual recibida en el colegio católico o en el instituto estatal, a la vez que la apertura a un círculo social más amplio, el momento de una catequesis destinada a introducir al niño de manera orgánica en la vida de la Iglesia, incluida también una preparación inmediata a la celebración de los sacramentos: catequesis didáctica, pero encaminada a dar testi- monio de la fe; catequesis inicial, mas no fragmentaria, puesto que deberá revelar, si bien de manera elemental, todos los principales misterios de la fe y su repercusión en la vida moral y religiosa del niño; catequesis que da sentido a los sacramentos, pero a la vez recibe de los sacramentos vividos una dimensión vital que le impide quedarse en meramente doctrinal, y comunica al niño la alegría de ser testimonio de Cristo en su ambiente de vida. Y sobre todo los misterios de la pasión y de la muerte de Jesús, a los que san Pablo atribu- ye el mérito de su gloriosa resurrección, podrán decir muchas cosas a la conciencia y al corazón del adolescente y arrojar luz sobre sus primeros sufrimientos y los del mundo que va descubriendo. La catequesis cobra en- tonces una importancia considerable, porque es el momento en que el evangelio podrá ser presentado, entendido y aceptado como capaz de dar sentido a la vida y, por consi- guiente, de inspirar actitudes de otro modo inexplicables: renuncia, desprendimiento, mansedumbre, justicia, compromiso, reconciliación, sentido de lo Absoluto y de lo invi- sible, etc., rasgos todos ellos que permitirán identificar entre sus compañeros a este jo- ven como discípulo de Jesucristo. En lo que se refiere por ejemplo a las vocaciones para la vida sacerdotal y religiosa, es cosa cierta que muchas de ellas han nacido en el curso de una catequesis bien llevada a lo largo de la infancia y de la adolescencia. Ahí hay un tesoro con el que la Iglesia puede y debe contar en los años venideros.
Merecen ser vivamente alentadas en esta tarea. Se les deberá asegurar una catequesis adecuada para que puedan creer en la fe y vivirla progresivamente, a pesar de la falta de apoyo, acaso a pesar de la oposición que encuentren en su familia y en su ambiente. Así pues, para que sea eficaz, la catequesis ha de ser permanente y sería cier- tamente vana si se detuviera precisamente en el umbral de la edad madura puesto que, si bien ciertamente de otra forma, se revela no menos necesaria para los adultos. Entre estos adultos que tienen necesidad de la catequesis, nuestra preocupación pas- toral y misionera se dirige a los que, nacidos y educados en regiones todavía no cristia- nizadas, no han podido profundizar la doctrina cristiana que un día las circunstancias de la vida les hicieron encontrar; a los que en su infancia recibieron una catequesis propor- cionada a esa edad, pero que luego se alejaron de toda práctica religiosa y se encuentran en la edad madura con conocimientos religiosos más bien infantiles; a los que se resien- ten de una catequesis sin duda precoz, pero mal orientada o mal asimilada; a los que, aun habiendo nacido en países cristianos, incluso dentro de un cuadro sociológicamente cristiano, nunca fueron educados en su fe y, en cuanto adultos, son verdaderos catecú- menos. Por todos ellos quiero formular votos a fin de que se multipliquen las iniciativas encaminadas a su formación cristiana con los instrumen- tos apropiados (medios audio-visuales, publicaciones, mesas redondas, conferencias), de suerte que muchos adultos puedan suplir las insuficiencias o deficiencias de la cate- quesis, o completar armoniosamente, a un nivel más elevado, la que recibieron en la infancia, o incluso enriquecerse en este campo hasta el punto de poder ayudar más se- riamente a los demás. Al contrario, es menester propiciar su perfecta complementariedad: los adultos tienen mucho que dar a los jóve- nes y a los niños en materia de catequesis, pero también pueden recibir mucho de ellos para el crecimiento de su vida cristiana. Desde la enseñanza oral de los Apóstoles a las cartas que circulaban entre las Igle- sías y hasta los medios más modernos, la catequesis no ha cesado de buscar los métodos y los medios más apropiados a su misión, con la participación activa de las comunida- des, bajo impulso de los Pastores Este esfuerzo debe continuar. La Iglesia tiene hoy muchas ocasiones de tratar estos problemas —incluidas las jornadas de los medios de comunicación social—, sin que sea necesario extenderse aquí sobre ello no obstante su capital importancia. En ese caso se expondrían —y el peligro, por desgracia, se ha verifi- cado sobradamente— a decepcionar a sus miembros y a la Iglesia misma. Es éste uno de los bene- ficios de la renovada liturgia. Bastante a menudo, aquí y allá, con el fin de encontrar el lenguaje más apto o de estar al día en lo que atañe a los métodos pedagógicos, ciertas obras catequéticas desorientan a los jóvenes y aun a los adultos, ya por la omisión, consciente o inconsciente, de elementos esenciales a la fe de la Iglesia, ya por la excesiva importancia dada a determinados temas con detrimento de los demás, ya sobre todo por una visión global harto horizontalista, no conforme con la enseñanza del Magisterio de la Iglesia. ¿Cómo es posible dudar de que la Iglesia pueda encontrar personas competentes y medios adaptados para responder, con la gracia de Dios, a las exigencias complejas de la comunicación con los hombres de nuestro tiempo?
Esta variedad es requerida también, en un plano más general, por el medio socio-cultural en que la Iglesia lleva a cabo su obra catequética. Así lo han considerado los Padres de la IV Asamblea general del Sínodo, llamando la atención sobre las condi- ciones indispensables para que sea útil y no perjudique a la unidad de la enseñanza de la única fe. Apunta a alcanzar el fondo del hombre. Se recordará a menudo dos cosas:
No habría catequesis si fuese el Evangelio el que hubiera de cambiar en contacto con las culturas. Los comienzos de la cateque-
Por otra parte, determi- nadas culturas tienen en gran aprecio la memorización. Lo esen- cial es que esos textos memorizados sean interiorizados y entendidos progresivamente en su profundidad, para que sean fuente de vida cristiana personal y comunitaria. En todo caso, conviene que el método escogido se refiera en fin de cuentas a una ley fundamental para toda la vida de la Iglesia: la fidelidad a Dios y la fidelidad al hombre, en una misma actitud de amor.

VIII

LA ALEGRÍA DE LA FE EN UN MUNDO DIFÍCIL

Afirmar la identidad cristiana... Entre otras muchas dificultades, que son otros tantos desafíos para la fe, pongo de relieve algunas para ayudar a la catequesis a superarlas. En un mundo indiferente ...


Para «entrar» en este mundo, para ofrecer a todos un «diálogo de salva- ción»(101) donde cada uno se siente respetado en su dignidad fundamental, la de busca- dor de Dios, tenemos necesidad de una catequesis que enseñe a los jóvenes y a los adul- tos de nuestras comunidades a permanecer lúcidos y coherentes en su fe, a afirmar seré- namente su identidad cristiana y católica, a «ver lo invisible»(102) y a adherirse de tal manera al absoluto de Dios que puedan dar testimonio de Él en una civilización materia- lista que lo niega. La ciencia de la educación y el arte de enseñar son objeto de continuos replanteamientos con miras a una mejor adap- tación o a una mayor eficacia, con resultados por lo demás desiguales. En catequesis, una técnica tiene valor en la medida en que se pone al servicio de la fe que se ha de transmitir y educar, en caso contrario, no vale. ¿No es paradójico constatar también que los estudios contemporáne- os, en el campo de la comunicación, de la semántica y de la ciencia de los símbolos, por ejemplo, dan una importancia notable al lenguaje; mas, por otra parte, el lenguaje es utilizado abusivamente hoy al servicio de la mistificación ideológica, de la masificación del pensamiento y de la reducción del hombre al estado de objeto? Al contrario, la ley suprema es que los grandes progresos realizados en el campo de la ciencia del lenguaje han de poder ser utilizados por la cate- quesis para que ésta pueda «decir» o «comunicar» más fácilmente al niño, al adolescen- te, a los jóvenes y a los adultos de hoy todo su contenido doctrinal sin deformación. En teología, este modo de ver las cosas afirmará muy categóri- camente que la fe no es una certeza sino un interrogante, no es una claridad sino un salto en la oscuridad. Con mayor razón conviene evitar el pre- sentar como ciertas las cosas que no lo son. En este contexto, me parece importante que se comprenda bien la correlación exis- tente entre catequesis y teología. Nada tiene de extraño que toda conmoción
Y lo mismo habría que decir de la hermenéÚtica en exégesis. Debe, por decirlo así, entrar en Él con todo su ser, debe "apropiarse" y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo».(111)

IX

LA TAREA NOS CONCIERNE A TODOS

Aliento a todos los responsables

62. Ahora, Hermanos e Hijos queridísimos, quisiera que mis palabras, concebidas como una grave y ardiente exhortación de mi ministerio de Pastor de la Iglesia universal, enardecieran vuestros corazones a la manera de las cartas de san Pablo a sus compañe- ros de Evangelio Tito y Timoteo, a la manera de san Agustín cuando escribía al diácono Deogracias, desalentado sobre el gozo de catequizar.(112) ¡Sí, quiero sembrar pródiga- mente en el corazón de todos los responsables, tan numerosos y diversos, de la enseñan- za religiosa y del adiestramiento en la vida según el Evangelio, el valor, la esperanza y el entusiasmo! Me dirijo ante todo a vosotros, mis Hermanos Obispos: el Concilio Vaticano II ya os récordó explícitamente vuestra tarea en el campo catequético,(113) y los Padres de la IV Asamblea general del Sínodo lo subrayaron expresamente. Permitid, pues que os hable con el corazón en la mano. Por lo demás —¿hace falta decíroslo?— vuestro celo os impondrá eventualmente la tarea ingrata de denunciar desviaciones y corregir errores, pero con mucha mayor frecuencia os deparará el gozo y el consuelo de proclamar la sana doctrina y de ver cómo florecen vuestras Iglesias gracias a la catequesis impartida como quiere el Señor. ¡Que las comunidades dediquen el máximo de sus capacidades y de sus posibilidades a la obra específica de la catequesis! Con ella os animo a proseguir vuestra colaboración en la vida de la Iglesia. Deseo que otros muchos los releven y que su número se acreciente en favor de una obra tan necesaria para la misión. En parroquia ... Quiero evocar ahora el marco concreto en que actúan habitualmente todos estos ca- tequistas, volviendo todavía de manera más sintética sobre los «lugares» de la cateque- sis, algunos de los cuales han sido ya evocados en el capítulo VI: parroquia, familia, escuela y movimiento. Algunos quizás


un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre...».(116) Por esto, toda parroquia importante y toda agrupación de parroquias numéricamente más reducidas tienen el grave deber de formar responsables totalmente entregados a la animación catequética —sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares—, de prever el equipamiento necesario para una catequesis bajo todos sus aspectos, de multiplicar y adaptar los lugares de catequesis en la medida que sea posible y útil, de velar por la cualidad de la formación religiosa y por la integración de distintos grupos en el cuerpo eclesial. Allí, el pan de la buena doctrina y el pan de la Euca- ristía son repartidos en abundancia en el marco de un solo acto de culto;(117) desde allí son enviados cada día a su misión apostólica en todas las obras de la vida del mundo. Los mismos padres aprovechen el esfuerzo que esto les impone, porque en un diálogo catequético de este tipo cada uno recibe y da.
Y es preciso alentar igualmente a las personas o instituciones que, por me-
dio de contactos personales, encuentros o reuniones y toda suerte de medios pedagógi- cos, ayudan a los padres a cumplir su cometido: el servicio que prestan a la catequesis es inestimable. En la escuela ... Si es verdad que las instituciones católicas deben respetar la libertad de conciencia, es decir, evitar cargar sobre ella desde fuera, por presiones físicas o morales, especialmente en lo que concier- ne a los actos religiosos de los adolescentes, no lo es menos que tienen el grave deber de ofrecer una formación religiosa adaptada a las situaciones con frecuencia diversas de los alumnos, y también hacerles comprender que la llamada de Dios a servirle en espíritu y en verdad, según los mandamientos de Dios y los preceptos de la Iglesia, sin constreñir al hombre, no lo obliga menos en conciencia. En efecto, donde hay dificultades objetivas, por ejemplo cuando los alumnos son de religiones distintas, conviene ordenar los horarios escolares de cara a permitir a los católicos que profundicen su fe y su experiencia religiosa, con unos edu- cadores cualificados, sacerdotes o laicos. Pero los que han realizado estudios están fuertemente señalados por ellos, iniciados a unos valores cultu- rales o morales aprendidos en el clima de la institución de enseñanza, interpelados por múltiples ideas recibidas en la escuela: conviene que la catequesis tenga muy en cuenta esta escolarización para alcanzar verdaderamente los demás elementos del saber y de la
Por lo demás, es el momento de declarar aquí mi firme convicción de que el respeto demostrado a la fe católica de los jóvenes, incluso facili- tando su educación, arraigo, consolidación, libre profesión y práctica, honraría cierta- mente a todo Gobierno, cualquiera que sea el sistema en que se basa o la ideología en que se inspira. Así aparece más ostensiblemente la parte que corresponde hoy a los seglares en la catequesis, siempre bajo la dirección pastoral de sus Obispos, como, por otra parte, han subrayado en varias ocasiones las Proposiciones formuladas por el Sínodo. En efecto, ¿es que puede una Iglesia hacer en favor de otra algo mejor que ayudarla a crecer por sí misma como Iglesia? Al final de esta Exhortación Apostólica, la mirada se vuelve hacia Aquél que es el principio inspirador de toda la obra catequética y de los que la realizan: el Espíritu del Padre y del Hijo: el Espíritu Santo. Y él enciende en sus corazones un deseo más vivo en la medida en la que cada uno progresa en esta caridad que le hace amar lo que ya conocía y desear lo que todavía no conocía».(124)

Además, misión del Espíritu es también transformar a los discípulos en testigos de Cris- to: «Él dará testimonio de mí y vosotros daréis también testimonio».(125)

Más aún. Invocar constan- temente este Espíritu, estar en comunión con Él, esforzarse en conocer sus auténticas inspiraciones debe ser la actitud de la Iglesia docente y de todo catequista. En efecto, la «renovación en el Espíritu» será auténtica y tendrá una verdadera fecundidad en la Iglesia, no tanto en la medida en que suscite carismas extraordinarios, cuanto si conduce al mayor número posible de fieles, en su vida cotidiana, a un esfuerzo humilde, pacien-


«Madre y a la vez discípula», decía de ella san Agustín añadiendo atrevidamente que esto fue para ella más importante que lo otro.(137) No sin razón en el Aula Sinodal se dijo de María que es «un catecismo viviente», «madre y modelo de los catequistas». Mt 28, 19 s.

1 Jn 1, 1.

Jn 20, 31.

758-764.

34-35; 35-38; 43.

Se sabe que, según el Motu proprio Apostólica Sollicitudo del 15 Septiembre 1965 (AAS 57 [1965], pp.

3-4

633

Jn 1, 14.

Jn 14, 6.

18s.

Jn 14, 6.


Este es un tema preferido por el cuarto Evangelio: cf, Jn 3, 34; 8, 28; 12, 49 s; 14, 24; 17, 8.

Act 1, 1.

Jn 18, 20.

Mc 10, 1.

Lc 23, 5.

Aproximadamente en unos cincuenta pasajes de los cuatro Evangelios, este título, heredado por toda la Tradición judía pero adornado aquí de un significado nuevo que el mismo Cristo trata a menudo de iluminar, es atribuido a Jesús.

Cf., entre otros, Mt 8, 19; Mc 4, 38; 9, 38; 10, 35; 13, 1; Jn 11, 28.

Mt 12, 38.

Mt 22, 16.

también Mt 10, 25; 26, 18 y paralelos.

Ignacio de Antioquía recoge esta afirmación y la comenta así: «Nosotros hemos recibido la fe, por esto nosotros nos mantenemos a fin de ser reconocidos como discípulos de Jesucristo, nuestro único Maestro» (Epistula ad Magnesios, IX, 1: Funk 1, 239).

Jn 3, 2.

Constituirá un motivo artístico predominante en las imágines de las grandes catedrales ROMánicas y góticas de la Edad Media.

Mt 28, 19.

Jn 15, 15.

Jn 15, 16.

Act 2, 42.

Act 4, 2.

Act 4, 19.

Act 1, 25.

también Felipe catequizando al funcionario de una reina de Etiopía, Act 8, 26 ss.

Act 15, 35.

Act 8, 4.

Act 28, 31.

401): La Iglesia es «madre», porque engendra sin cesar nuevos hijos por el bautismo y hace aumentar la familia de Dios; es «educado- ra», porque hace que sus hijos crezcan en la gracia de su bautismo alimentando su sensus fidei por la enseñanza de las verdades de la fe.

Cipriano (Testimo- nía ad Quirinum), de Orígenes (Contra Celsum), etc.

2 Tes 3, 1.

930

VII.


cit. 3.

Ibid. cit. 7-8.

17-35: AAS 64 (1972), pp.

17-22.

cit. 3.

634

Ibid.

121 y 124s.

sobre el ministerio y la vida de los presbíteros Presbyterorum Ordinis, n 6: AAS 58 (1966), p.

45 (AAS 64 [1972], p.

25-26; 183-187.

754

23

Ibid. 125-141) en el cual se encuentra también la norma del contenido doctrinal esencial de la catequesis.

Se podrá consultar también el capítulo del Directorium Catechisticum Generale sobre este punto, nn.

120-125).

ROM 1, 19.

Ef 3, 3.

Act 20, 28.

1056 s.

ROM 6, 4.

2 Co 5, 17.

Ibid


ROM 6, 23.

25-30.

965-966.

Flp 2, 17.

ROM 10, 8.

Ef 4, 20 s.


2 Tes 2, 7.

Act 5, 20; 7, 38.

Act 2, 28, citando el Sal 1a, 11.

90-112.

ibid. 115.

92-96.

Ibid. c. 93.

Ibid. 19.

Lc 12, 32.

Populorum Progressio: AAS 59 (1967), pp.

5-76

Mt 1, 16.

14: AAS 58 (1966), pp.

p.

también Ordo initiationis christianae adultorum.

46-49.

cit. 3.

166-167; 172.

607

ROM 16, 25; Ef 3, 5.

1 Co 1, 17.

2 Tim 1, 14.

Jn 1, 16; Ef 1, 10.

15-16: AAS 71 (1979), pp, 286-295.

Mt 5, 13-16.

637-659.

Heb 11, 27.

1 Co 13, 12.

1 Tim 6, 16.

Heb 11, 1.

Mt 2, 1 ss.

553

434

99

70

274

De catechizandis rudibus: PL 40, 310-347.

679

6: AAS 58 (1966), p.

Lam 4, 4.


Ef 4, 5 s.

sobre la sagrada


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