Características de los novísimos

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Sus temas se caracterizan por el retorno a lo íntimo: el discurrir del tiempo, la exaltación de la amistad como valor supremo y universal, el amor y el erotismo, lo familiar, la evocación nostálgica de la infancia o la adolescencia…

En cuanto al estilo, rechazan tanto el patetismo de la poesía desarraigada como el prosaísmo de los poetas sociales. Y aunque muchos se mantienen fieles a un estilo conversacional, no descuidan los aspectos formales. Buscan un lenguaje personal mediante el frecuente empleo de la ironía
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Entre los poetas más destacados de este grupo encontramos a: Jaime Gil de Biedma, quien transmite una visión amarga de su clase social: la burguésía (Las personas del verbo); José Ángel Valente, el cual busca hallar la palabra precisa que ayude al descubrimiento del ser (A modo de esperanza, La memoria de los signos); Ángel González, un autor comprometido socialmente que se expresa principalmente a través de la ironía (Tratado de urbanismo); y Claudio Rodríguez, cuya poesía exalta el hecho de existir (El don de la ebriedad). Otros poetas importantes pertenecientes a esta generación son José A. Goytisolo, Francisco Brines, José Manuel Caballero Bonald y Antonio Gamoneda.

A finales de los 60, hizo su aparición un grupo de jóvenes poetas nacidos entre 1939 y 1950 que experimentaron con un nuevo lenguaje poético: la Generación del 68. La antología poética Nueve novísimos poetas españoles, del crítico José María Castellet, recogíó poemas de nueve de los autores de esta generación, quienes, a partir de ese momento, fueron conocidos como los “novísimos”. Muestran una nueva sensibilidad marcada por una formación en la que tuvieron gran importancia el cómic, la música jazz y pop, el cine, así como sus amplias lecturas literarias, que van desde los clásicos grecolatinos a las grandes figuras extranjeras del Siglo XX. Uno de sus rasgos más destacados es el “culturalismo”: la abundante presencia de temas y referencias culturales. Además, renovaron por diversos caminos el lenguaje poético. Así, junto con elementos irracionalistas propios del Surrealismo, encontramos otras técnicas como el collage (incrustación de citas literarias, canciones, anuncios…) o la originalidad en la disposición gráfica.

La figura central de esta generación es Pere Gimferrer, quien escribe la obra precursora de la poesía “novísima”: Arde el mar, que destaca por su “culturalismo” y la influencia del Surrealismo. Junto a él señálamos a Guillermo Carnero (Dibujo de la muerte), que muestra un desencanto existencial y una gran preocupación por el lenguaje, y a Manuel Vázquez Montalbán, quien realiza un ejercicio de memoria íntima y colectiva de los elementos culturales y sentimentales que configuran la conciencia del sujeto lírico (Una educación sentimental).

A partir de la transición, se desarrollan y conviven diferentes estéticas, de las que la más sobresaliente es la llamada “poesía de la experiencia”, liderada por Luis García Montero (El jardín extranjero), una corriente que defiende la creación en el poema de un “yo” poético ficcional y que presenta historias cotidianas en entornos preferentemente urbanos. Su estilo es sencillo, pero cuidado, en el cual predomina el tono conversacional y una vuelta a la métrica tradicional. Otras corrientes destacadas son: la “poética del silencio”, que se caracteriza por el minimalismo y la búsqueda de una palabra depurada; el neosurrealismo (De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, de Blanca Andreu); y una poesía sensual y erótica (Los devaneos de Erato, de Ana Rossetti).



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