Cánones morales autoridad paterna

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Se ha demostrado que entre la obediencia a una figura de autoridad y el imperativo moral de no hacer daño a otros, la autoridad prevalece sobre las consideraciones éticas del sujeto en la mayoría de las veces. Personas comunes y corrientes, y sin ninguna hostilidad en particular de su parte, pueden convertirse en agentes de un terrible proceso destructivo. Es más, aun cuando los efectos destructivos de su trabajo se vuelven evidentes, y se les pide ejecutar acciones incompatibles con principios morales fundamentales, relativamente pocas personas tienen los recursos para resistirse a la autoridad. La persona promedio parece no tener la habilidad ni la experiencia de tomar decisiones, en particular en momentos de crisis. La persona que obedece se percibe a sí misma como un mero instrumento utilizado por quien le da órdenes, por lo que no se considera responsable de sus propias acciones. No es sorpresa que a través de la historia de nuestra especie, la tiranía de unos sobre otros y la obediencia, en muchos casos totalmente ciega, haya sido la regla y no la excepción. La única explicación debe ser que somos nosotros mismos los que nos subyugamos, los que nos degüellamos, los que pudiendo elegir entre ser siervos y ser libres, abandonamos nuestra independencia y nos unimos al yugo; los que consentimos su mal o, más bien, lo buscamos con denuedo. La lucha de la libertad contra la tiranía parece ser una lucha de burro amarrado contra tigre suelto. La obediencia como valor es peligroso para la sociedad libre. Nada se me ocurre, más peligroso para educar personas con criterio propio. El miedo cala hasta los huesos, más incluso, ante la negativa a obedecer una norma o una orden injusta pero es la primera barrera que hay que superar.
En nuestra sociedad, cuando uno es requerido a hablar del amor, se diría que resulta poco menos que obligado hacerlo en términos elogiosos, cuando no abiertamente entusiastas, colocaría en el lugar de un antipático aguafiestas al que se atreviera a referirse a dicho sentimiento de manera crítica. ¿Cómo hablar en clave negativa de una de las experiencias que mejor ha representado en nuestra cultura el ideal de felicidad? ¿No parece mayoritariamente aceptado que un gran amor constituye el ideal de la plenitud de sentido para una vida? ¿O que, entretanto éste no se alcanza, los diversos grados de la felicidad o el bienestar imaginables vienen indisolublemente ligados a una proporcional presencia de lo amoroso? Dicho de una forma extremadamente simplificadora, por la que me disculpo de antemano, ¿acaso alguien, cuando fantasea unas maravillosas vacaciones, se representa unos días en un paraje idílico, pero en estricta y rigurosa soledad? Sin embargo, si un tal amor no pasa de ser, como así mismo se ha dicho más de una vez, una variante particular de imbecilidad transitoria, su abrumadora generalización no resultaría un argumento en contra sino a favor de la necesidad de combatir decididamente lo que en última instancia no habría resultado ser otra cosa que una formidable arma de idiotización masiva. El hecho de que la beatitud alcanzada por los enamorados sea, de acuerdo con la estadística y el cálculo de probabilidades, perecedera y volátil, pero que, a pesar de tan abrumadora evidencia, sea considerada por sus protagonistas como imperecedera y eterna representa la prueba más concluyente de hasta qué punto el amor constituye el territorio privilegiado de la estupidez humana. Yo soy de los que odian amar pero quieren ser amados.
Un ladrón como Dios manda, un ladrón de los de antes, vintage, que roba al rico y famoso. ¡Un experto que trepa por los tejados, que se introduce en dormitorios de hoteles de lujo! Un Bruce Willis a quien, quizá, por la noche, le esté esperando una rutilante Cate Blanchett para premiarle con fuegos artificiales y un “todo incluido”. ¡Si!, ¡esto quiero yo! Harto de Bankias, harto de banqueros y cajistas que primero despluman y luego se embolsan y que, no contentos con ello, piden ser salvados para seguir forrándose, y todo ello impunemente, descaradamente. Cansado de que me estafen también con las palabras, y al rescate lo llamen crédito blando, o bien “un préstamo finalista para recapitalizar entidades bancarias”. Hasta las narices también de que incluso el Rey mixtifique el asunto y le dé la enhorabuena al Gobierno por haber doblegado a Europa, en lugar de dársela al señor Barroso por haber doblegado al presidente Mariano. Es más, ciertamente cabreado porque Su Majestad no hizo lo más adecuado: darnos el pésame a los españoles, por tener encima lo que tenemos, y estar en las manos que estamos... En fin, hasta los topes de todo ello, de cínicos saltimbanquis financieros, y también muerto a sofocones de tanto pagarles cenas opíparas en horteras paraísos de ensueño a las parejas judiciales clandestinas de mediana edad... Pues te comunico que amo a un ladrón verdadero y no la banda de sacamantecas financieros que siguen con la juerga a nuestra costa.
Una de las más demoledoras consecuencias de las crisis es el envilecimiento social que a menudo provocan: la gente tiende a ser más egoísta, más chovinista, más irracional; el miedo fascistiza y los pueblos asustados reclaman recortes democráticos y pierden derechos duramente conquistados. Y, así, veo aumentar el desprecio contra los inmigrantes, por ejemplo, o crecer un irónico, petulante desdén hacia la ayuda internacional: “Con la de pobres que tenemos aquí, ¿vamos a ayudar a los de fuera?”, dicen muy sobrados mientras en el Sahel agonizan miles de personas. Y yo no puedo evitar la sospecha de que esos que tanto parecen escandalizarse por los pobres patrios quizá sean los que jamás han movido un dedo por ellos. Lo mismo sucede con los animales: apenas estábamos saliendo de la brutalidad que caracteriza a este país cuando la crisis ha dado nuevas alas a los feroces. Estoy harto de escuchar en los últimos tiempos el mismo torpe tópico expresado con grandilocuente engreimiento: “Con la de pobres que hay, ¿vamos a preocuparnos de los animales?”. Pero es que el respeto a todos los seres vivos no es algo insignificante, es una parte esencial del desarrollo cívico y cultural de un pueblo, del fortalecimiento de un Estado de derecho. Pese a la crisis, debemos luchar por defender todos nuestros valores, habrá que esforzarse más, pero no podemos abandonar ninguna causa. No es un asunto de derechas ni de izquierdas, sino de simple ética. “Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”, dijo Gandhi. Nos estamos descivilizando. No a la barbarie.

Fregar

Causar daño o perjuicio a alguien. Fastidiar, molestar, jorobar Caracho:
Denota extrañeza o enfado, expresión exclamativa. Caramba, carajo.

Barra

Grupo duradero de amigos que comparten intereses comunes y suelen frecuentar los mismos lugares, usado en américa latina. Colegas, grupo.

Sacón

Prenda exterior de más abrigo y algo más larga que la chaqueta. Chaquetón, abrigo Cristina:
Gorra militar sin visera de una sola pieza, parecida a la de los cocineros. Boinita, chápela.

Imaginaria

Guardia que presta servicio en un cuartel en caso de que tenga que salir la que está guardándolo, suplente de un servicio, el que se podía dormir. Vigilancia que se hace por turno durante la noche de manera colectiva en cada compañía o dormitorio de un cuartel. Soldado que por turno vela durante la noche en cada compañía o dormitorio de un cuartel. Guardia, guripa.

Albazara

Ruido de muchas voces juntas, que por lo común nace de alegría. Griterío, algarabía, clamor.

Brigadier

Oficial del Ejército, de categoría inmediatamente superior a la de coronel e inmediatamente inferior a la de general de brigada.

Cerro

Elevación de tierra aislada y de menor altura que el monte o la montaña. Otero.

Melifluo

Que tiene miel o es parecido a ella en sus propiedades. Dulce, suave, delicado y tierno en el trato o en la manera de hablar.

Cohibido

Temeroso, medroso, encogido y corto de ánimo. Tímido, amedrentado.

Matiné

Fiesta, reuníón, espectáculo, que tiene lugar en las primeras horas de la tarde.

Quepí

Gorra cilíndrica o ligeramente cónica, con visera horizontal, que como prenda de uniforme usan los militares en algunos países. Gorro, ros.

Cholo

Persona de sangre europea e indígena. Mestizo.

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