Azorín: La preocupación por el tiempo

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Introducción
Azorín perteneció al movimiento literario de la Generación del 98. Este
nombre fue acuñado por Azorín en unos artículos que publicó en 1913 y le dio este
nombre a un grupo de escritores españoles que identificaban el 98 con decadencia,
pesimismo y anhelos regeneracionistas, y que tenían unas características e
inquietudes comunes entre las que destacan un profundo rechazo por la sociedad
en la que les ha tocado vivir, una protesta contra la literatura del momento y en
algunos autores como Azorín aparece una gran preocupación por el tiempo. Este
problema del tiempo está reflejado sobremanera en el libro “Castilla”, obra cumbre
del autor. En este libro hay un apartado de capítulos basados exclusivamente que
son “Una ciudad y un balcón”, “La catedral”, “El mar”, “Una flauta en la noche” y
“Una lucecita roja”. Aquí se observa uno de los principales temas azorinianos: la
preocupación por el tiempo, por el tiempo que todo lo puede y todo se lo lleva.
Todo esto está claramente contenido en el prólogo que hace Azorín a su libro
“Castilla”, como por ejemplo cuando afirma que “la preocupación por el poder del
tiempo compone el fondo espiritual de estos cuadros. La creación de la corriente
perdurable e inexorable de las cosas, cree el autor haberla experimentado al
escribir algunas de las presentes páginas.”
El tema del tiempo puede ser tratado en Azorín en cuatro aspectos
fundamentales como son el eterno retorno, la inmutabilidad, la fugacidad y la
idealización del pasado.

El Eterno Retorno
Azorín fue muy influido por las ideas de filósofos como Nietzsche, Berkeley o
Guyau. Azorín conocía muy bien en 1912 (año de la publicación de Castilla) la
teoría del eterno retorno. El modo con que cambia la frase del poema de
Campoamor "vivir es ver pasar", por "vivir es ver volver", explica cómo el eterno
retorno está presente en Castilla. Sin embargo, en Azorín, el eterno retorno deja de
ser una idea o concepto para convertirse en una técnica literaria; pues su visión del
tiempo no tiene el carácter filosófico de Nietzsche ni le sirve de consuelo ante el
poder irremediable del tiempo, todo lo contrario, le produce una profunda
melancolía presente en muchos de sus capítulos como el hombre pensativo con la
cara apoyada en la mano ( por ejemplo en “Una ciudad y un balcón” es el hombre
que ve el tiempo pasar o en “Las nubes” es el propio Calixto quien observa el paso
inexorable del tiempo ). Los personajes individualizados de Castilla sienten ante el
paso del tiempo dolor. Se saben mortales y no repetibles. No se expresa la idea de
un segundo tiempo, de un retorno. Se aprecia una melancolía con la que se ve,
resignado pero dolorido, lo perdurable del hombre ("no le podrán quitar ese
dolorido sentir" de Una ciudad y un balcón). Así pues, el eterno retorno en Azorín
es una técnica que le ayuda a configurar la estructura de "variaciones" procedente
del concepto de intrahistoria. Esta técnica de repeticiones es la imagen literaria del
eterno retorno.

Así plantea el tema del eterno retorno de Nietzsche para vincularlo al eterno
fluir de Heráclito. Estas dos concepciones, en apariencia contradictorias, son
convergentes porque, según la filosofía de Azorín, el tiempo es infinito, pero las
cosas y los hechos no lo son. Para él la vida es un ciclo que se repite
indefinidamente y esa vuelta lleva implícita la variación. Por eso, al sentir la vuelta
de las cosas en el tiempo, siempre hay algo que cambiar y algo que permanece, de
ahí que afirme: “vivir es volver todo en retorno perdurable”.
Este eterno retorno como técnica literaria se ve en varios capítulos. Uno de
ellos es “La catedral”, donde se observan sucesivos encuadres a través de la
historia, otro es “El mar” donde tras la primera evocación de Castilla y otros
ambientes se observa que esta está anclada en el pasado y se vuelve a concluir con
“Castilla no puede ver el mar”.En “Las nubes” ya se observa esto como tema pues
Calixto va viendo en el cielo a las nubes siempre retornando y finalmente ve como
su hija es cortejada por un mancebo tal y como el hizo en el pasado con Melibea.
Otro capítulo que destacar es “Una ciudad y un balcón” en el que mediante
las repeticiones sucesivas de tres distintas épocas, se concluye en que hay un
eterno retorno de las cosas; todo fluye y a la vez es perdurable. Así, junto a la idea
de la inevitable caducidad de lo terrenal, hallamos expresada la absoluta
inmovilidad; la inmutabilidad.

El recuerdo de lo inmutable
Para Azorín este eterno retorno lleva a una inmutabilidad de las cosas
porque aunque pase el tiempo los sucesos no cambian, siempre habrá algún
melancólico, siempre habrá una mujer que vaya al río a lavar. Desaparecen los
hombres, pero permanece lo humano. Lo individual es perecedero, pero hay una
realidad universal que al ser eterna enlaza el pasado con el presente y el presente
con el futuro. Así pues, Azorín lo que hace es buscar esa realidad universal, eterna,
no en lo grandioso, sino en los pequeños hechos de la vida cotidiana que son los
que al repetirse a través de los días, de los años y de los siglos, asegura la
continuidad de lo humano. Busca en las cosas, en las escenas de la vida diaria, esa
sensación de eternidad a base de lo minucioso, a base de lo secundario, a base del
detalle. Lo menudo permanece o se repite, se continúa en la rutina de las cosas
pequeñas.
Asimismo una realidad inalterable, no en lo grandioso sino en los hechos
cotidianos que, al repetirse incesantemente a lo largo de los días, años y siglos,
aseguran la continuidad del ser humano. Para evocar el tema del tiempo se sirve de
símbolos tomando el paisaje:
1- Las nubes, el cielo, el horizonte...
2- Los olores y sonidos, que le traen recuerdos.
3- EI agua: el río representa el paso del tiempo; el mar, la eternidad.
4- Las flores nacen y mueren, y simbolizan lo pasajero de la belleza.
5- 5-Las ciudades y las calles. Mediante nombres de calles revive Azorín
tiempos pasados y con el nombre de ciudades, como la mítica Toledo,
rememora la historia de España. Es aquí en la historia donde está
presente la auténtica esencia de España, pero eso si en la historia de
Castilla. Pero esta historia no es la de los grandes próceres ni de los
líderes, la esencia radica en aquellas gentes silenciosas que componen el
trasfondo de la historia, es lo que Unamuno denominó la intrahistoria.
Esta intrahistoria es común a todas la épocas de la historia y es la vida de
aquellos seres silenciosos que viven y mueren en la total penumbra y que si acaso
son recordados vagamente por su descendientes. Esta intrahistoria es inmutable
pues siempre estará donde haya gente.
Sin embargo toda esta inmutabilidad está contrapuesta a la fugacidad de las
cosas, a la brevedad de la vida que ya dijeron los autores del siglo de oro
rescatando el tópico latino del “carpe diem”.

Recuerdo de la fugacidad
Este es un recuerdo de lo pasajero, de lo fugaz, todo mediante evocaciones
de momentos concretos, inolvidables, grabados a fuego en la retina. Esto lo realiza
mediante la técnica impresionista, que con unas leves pinceladas forma el cuadro
de la descripción. Azorín perpetúa lo momentáneo, plasmando con todo detalle las
pequeñas realidades para aprehenderlas en una eternidad estática
.
El presente discurre raudo, lo que produce una fuerte melancolía, dolorosa,
triste, de lo que se fue y desapareció para no volver nunca más.
Esto queda patente en especial en “La fragancia del vaso” pues del pasado dichoso
solo podemos conservar el recuerdo, la fragancia del vaso.
Azorín rememora de esta forma el pasado humano en todas las cosas. Recuerda su
pasado con nostalgia pues ya nunca volverá a sentir lo mismo ni nada será igual a
pesar del eterno volver, ya que nunca nada es totalmente igual.

El pasado idealizado nunca muere
El autor rememora los sucesos del pasado de forma idealizada pues para él
todo tiempo pasado siempre fue mejor. Esto es típico de los noventayochistas pues
siempre adoraron otras épocas en las que ellos no vivieron. Los clásicos literarios
son interpretados por esta generación, y por Azorín en especial, que los recuerdan
con especial admiración. Y se idealiza también la historia de España. Más que la
descripción espacial, en “Castilla” lo que se describe es la dimensión temporal; pues
esta región de España es más propicia para ser historiada que para ser descrita.
Todo este tema del problema del tiempo está representado en el libro con
varias figuras literarias:
Así están las nubes que son símbolo del eterno retorno, pues cambian pero
en esencia son las mismas; “las nubes son la imagen del tiempo”.
Las estrellas también son símbolo de la perdurabilidad pues aunque cambien
las cosas terrenas ellas permanecen en lo alto impertérritas.
La tierra castellana es inmensa, austera y a la vez es símbolo de eternidad.
El agua es un símbolo del eterno fluir que ya planteó Heráclito con su “panta
rei” (todo fluye), ya que el agua que discurre es siempre distinta y a la vez el curso
permanece inmóvil, inmanente a todo paso del tiempo.
El ciprés y la rosa son en Azorín símbolos contrapuestos debido a que el
primero es marca de lo inmutable pues no se mueve, no cambia. Todo lo contrario
pasa con la efímera rosa, que es hermosa y fugaz como la vida misma.
José Martínez Ruiz se sirve de los olores para poder de este modo expresar el
pasado, evocar emociones experimentadas tiempo atrás.
Los castillos y palacios también son muestra de la fugacidad del tiempo pues
otrora tenían una vida bulliciosa e incesante, pero hoy en día están muertos, sin
vida, solo queda aquel resplandor de aquella corte palaciega y de aquella Castilla
gloriosa.
En los pueblos, en casas humildes, los talleres y las pequeñas iglesias
denotan la continuidad histórica, pues siempre habrá gentes humildes a lo largo del
tiempo, esas gentes silenciosas que componen la intrahistoria.
Por último habría que hablar de las grandes figuras literarias como imágenes
en “Castilla” pues se recrea a los clásicos y ellos siempre permanecen vivos pues
cada generación los interpreta de una forma distinta.

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