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La madurez moral: autonomía
y responsabilidad

La teoría de Kohlberg se basa en la idea kantiana de que la madurez
oral es un proceso que comienza con la heteronomía moral y cul-
mina con la autonomía moral.
Esto significa, en primer lugar, que las personas más inmaduras moralmente, aquellas que generalmente razonan desde el nivel pre-
convencional, son las que se dejan llevar por sus impulsos egocéntri­cos, y no son verdaderamente dueñas de su propio comportamiento. Por ello no son autónomas, sino heterónomas. Esta palabra, que pro­viene del griego heteros, «otro», Y nomos, «ley», «norma», designa a aquellas personas que siguen la norma de otro y no la suya propia. Ser autónomo, como veremos, no significa «hacer lo que me venga en ga­na», sino adoptar personalmente unos principios morales y regirse por ellos a n e a veces er"udique los ro ios intereses
En segundo lugar, las personas que poseen un grado intermedio de madurez moral, que a menudo coinciden con las que razonan desde el nivel convencional, todavía siguen siendo bastante heterónomas, por­que a pesar de que ahora consiguen controlar sus impulsos egocéntri­cos, lo hacen para adaptar su comportamiento a lo que se espera de ellas en la sociedad que les rodea. Siguen la norma «de otro», aunque ese «otro» sea la sociedad en su conjunto.
Por último, las personas que alcanzan el grado máximo de madurez oral, personas que razonan con los esquemas del nivel postconven­cional, son las personas autónomas. Porque rigen su comportamiento por los principios que su propia conciencia reconoce como universal­mente vinculante~. Lo justo ahora se define por la decisión razonable y bien meditada que adopta la perspectiva del respeto por la igual digni­dad de todos los seres humanos, superando cualquier discriminación que se encontrase aceptable en el nivel anterior.
ademas de progresar en los valores de la justicia, la persona moralmente madura ha de pro­gresar también en los valores del cuidado. Esto significa que la madu­rez moral no es sólo cuestión de alcanzar la «imparcialidad» desde el punto de vista universalista, sino también de desarrollar un sentido de la compasión y de la responsabilidad por quienes necesitan ayuda, empezando por los más cercanos.

1. El relativismo moral
El relativismo moral consiste en afirmar que los principios de lo justo y de lo bueno sólo podemos encontrarlos en el interior de cada grupo determinado Y sólo valen para él, pero no para todos los seres huma­nos. Como cada grupo tiene sus costumbres y tradiciones, las opciones morales que toman son incomparables con las de otros, de modo que lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo son siempre relativos a algún grupo, dependen de sus formas de vida, y resulta imposible a los dis­tintos grupos ponerse de acuerdo, alcanzar unos principios con validez
universal.

2. El escepticismo
El relativismo ha conducido frecuentemente al escepticismo, que ini­ciaron Pirrón y su escuela en el siglo 111 a. C. Afirma el escepticismo que, puesto que no podemos encontrar ningún criterio para pre erir unas opciones u otras, ninguna es mejor, y es imposible distinguir real­mente entre lo justo y lo injusto, entre lo bueno y lo malo. Aunque nos veamos obligados a tomar decisiones, nunca encontraremos para
ellas una justificación racional.
3. El subjetivismo
Para el subjetivismo, las cuestiones morales, a diferencia de las cien­tíficas, son subjetivas, porque mientras en el terreno científico es posi­ble ponerse de acuerdo atendiendo a los datos o a los experimentos, en el caso de los juicios morales no se puede recurrir a ellos y, por tan­to, es imposible llegar a ponerse de acuerdo con razones. Según Max Weber, el subjetivismo moral se ha extendido en el mundo moderno en virtud de un proceso de racionalización que ha dado lugar al triunfo de la llamada racionalidad instrumental, que nos capacita para adaptar los medios adecuados a los fines que nos proponemos. Sin embargo, la racionalidad evaluativa, encargada de fijar los fines o valores últimos, ha retrocedido hasta el punto de que en ese ámbito no tenemos razones para convencer de nuestras posturas: aceptamos una escala de valores por una especie de fe, pero no podemos convencer
racionalmente a otros de que la compartan.



4. El emotivismo
Según los emotivistas, las afirmaciones morales sólo pretenden ex­presar emociones y sentimientos, y no aumentar nuestro conoci­miento. Porque de ellas no puede decirse que sean ni verdaderas ni fal­sas. Verdaderos o falsos son los enunciados lógicos y matemáticos, y también los enunciados que describen hechos que podamos compro­bar empíricamente, pero los enunciados morales sólo expresan lo que siente el que habla.

El emotivismo nació en el siglo XVIII, especialmente con la obra de David Hume, quien afirmaba que la maldad o bondad de un acto se percibe por el sentimiento que experimentamos ante él, no porque la razón nos lo muestre. En el siglo xx aparece de nuevo el emotivismo como una de las corrientes del análisis del lenguaje mo­ral, representado por autores como Alfred Julius Ayer y Charles Leslie Stevenson. Según ellos, los predicados morales (bueno, malo) no aña­den nada comprobable, sino que expresan aprobación o desaproba­ción. Por eso tienen una doble función: expresar sentimientos o emo­ciones subjetivas e influir en los interlocutores para provocar en ellos la misma actitud del que habla. Si, por ejemplo, estoy en contra de la pena de muerte y afirmo que «la pena de muerte es moralmente insos­tenible», no hago sino expresar mi sentimiento de rechazo, e intentar influir en otros para que la rechacen igualmente.
5. Puntos débiles de estas posiciones
Las posiciones que hemos comentado en este apartado (relativismo, escepticismo, subjetivismo y emotivismo) están muy extendidas y, sin embargo, presentan al menos dos puntos débiles:

son incapaces de dar cuenta del significado de algunos terminos morales. Cuando afirmamos «x es justo», el predicado «justo» no expresa simplemente una opinión subjetiva: «yo apruebo x», ni tampoco relativa sólo a nuestro grupo, sino la exigencia de que cual­quier persona o grupo humano lo tenga por justo .
Son incapaces de explicar el hecho de que argumentemos so­bre cuestiones morales
Es preciso distinguir entre: tratar de causar psicologicamente en otros una actitud, por ejemplo, mediante la propaganda, e intercambiar razones para que cada cual pueda tomar una decision ponderada de modo autonomo.

5. La sabldurta moral
1. Saber ser feliz
Para ser una persona moralmente sabia es preciso aprender a ser fe­liz. Y para eso es indispensable entrenarse, cultivar un conjunto de vir­tudes, la más importante de las cuales es la prudencia. Es prudente quien sabe actuar buscando lo que le conviene, pero no lo que le con­viene en un momento puntual, ni siquiera a medio plazo, sino en el con'unto de su vida. .
Es prudente la persona que sabe encontrar el justo medio entre el
efecto Y el exceso, entre la temeridad Y la cobardía, entre el despilfarro y la avaricia; la persona que sabe apreciar la amistad, el cariño, la lealtad, Y no se deja engañar por el éxito fácil ni por los amigos que sólo te acompañan en el triunfo, Y no en el fracaso.
3problemas:
No todos hemos de tener el mismo ideal de felicidad, sino que pare­ce lógico que exista una variedad de modelos de felicidad depen­diendo de personas, grupOS y culturas. Los ideales de felicidad no
son, pues, universalizables.

Alguien puede entender que su felicidad justifica el sufrimiento de
otros; es decir, que, con tal de estar él bien, no importa que otros sufran. Este tipo de felicidad no es verdaderamente humana, sino que es bienestar, Y el bienestar se opone muchas veces a la justicia.

Ser felices no depende sólo de uno mismo, sino también de otras personas y de tener suerte. La felicidad es, pues, conquista y don.
El hecho de que los ideales de felicidad no sean universalizables y, sin embargo, haya algo en lo moral que exige valer universalmente, así como el hecho de que muchos confundan felicidad Y bienestar, Y para estar bien realicen injusticias, ha llevado a éticos actuales a distinguir entre dos aspectos de la moral: lo justo y lo bueno, la justicia Y la felicidad.

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