Vida, amor y muerte: Temas recurrentes en la poesía de Miguel Hernández
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Vida, amor y muerte en la poesía de Miguel Hernández
En Miguel Hernández, hay una estrecha relación entre vida y obra. Funde como ningún otro poeta la trayectoria vital y la creación artística. La vida, el amor y la muerte son los tres grandes motivos de su poesía. La vida, que está presente en la naturaleza o en la fecundidad de la mujer amada; el amor que todo lo traspasa; y la muerte, que acompaña al poeta durante toda su vida. Así lo resume en *Cancionero y romancero de ausencias*, en el célebre poema "Llegó con tres heridas".
Primeros poemas: La influencia romántica y la armonía natural
En sus primeros poemas aparecen composiciones donde trata el tema amoroso de forma platónica, en los que hay influencias de poetas románticos del siglo XIX. Se rinde homenaje a la naturaleza con: plantas, piedras, bichos… todo lo vivo es bello. Se nos presenta un Miguel Hernández que busca la armonía de la naturaleza y que percibe las cosas como si estuvieran vivas. Aquí no hay muerte, si acaso, una muerte anunciada por la llegada de los atardeceres, una muerte poética que representa una suerte de melancolía literaria que lo acerca más al dolor artificial e imitado que a la pena real.
*Perito en lunas*: La sensualidad y la muerte poética
En *Perito en lunas* la poesía amorosa deja entrever connotaciones sexuales revestidas utilizando símiles frutales para referirse al sexo. Establece una oposición entre la primavera, que puede representar la sensualidad, y el invierno, como invitación al recatamiento y la castidad. Se trata todavía de un amor visto desde la barrera. En estos poemas se percibe un toque de muerte, que inunda de tristeza el paisaje y al poeta. Pero el sentimiento trágico todavía no se ha hecho sentir.
*El rayo que no cesa*: El amor cortés y la experiencia dolorosa
Las “heridas” hernandianas comienzan a respirar en *El rayo que no cesa*. La estructura y los componentes temáticos del poemario nos remiten al modelo del cancionero de la tradición del amor cortés petrarquista. Así, su experiencia amorosa se articula en tres tópicos dominantes: la queja dolorida, el desdén de la amada y el amor como muerte. El poeta trata de reflejar su propia experiencia: el descubrimiento de la pasión amorosa, encendida y dolorosa por imposible, el desaliento por la esquivez, el recato y la distancia de la novia, y el amor como lejanía platónica inalcanzable. Por su parte, la amada aparece siempre como inaccesible o esquiva; ante ese desdén, el poeta no duda en expresar su sumisión incondicional ("me llamo barro, como el toro he nacido para el luto"). Llegará la muerte cuando al poeta se le niegue el amor. Sin embargo, esa sensación de desaliento no dará la cara hasta que el poeta conozca la noticia de la muerte de Ramón Sijé. En la elegía, Miguel Hernández expresa su concepción de la vida: vivir es amar, penar y morir.
*Viento del pueblo*: La guerra y la poesía de combate
Al comenzar la guerra, *Viento del pueblo* lanza su voz combativa con tonos épicos y entusiastas en pos de una esperanzada victoria. Ahora la muerte es parte de la lucha y de la vida. El tema del amor se funde con la poesía de combate y se supedita al enfoque político-social. El amor se hace cántico; la amada, esposa; el poeta, soldado; y el hijo que esperan, símbolo de la victoria de la República. Sin embargo, según avanza la contienda, se aleja la esperanza de la victoria y España se tiñe de sangre y de muerte.
*El hombre acecha*: El pesimismo y la introspección
Ante este espectáculo, M. Hernández modula su voz hacia el dolor y el pesimismo en *El hombre acecha*. El poeta comienza un cambio hacia la introspección y el intimismo. La muerte, ahora, es una demostración del horror simbolizado en ese "tren de sangre". Del cántico erótico-amoroso del poeta-esposo-soldado de *Viento del pueblo* se pasa ahora a una comunicación más íntima, alejada del tono épico. El amor es ahora la única esperanza entre la crueldad de la guerra.
*Cancionero y romancero de ausencias*: La desolación y la esperanza
Cuando pasa la guerra, los poemas se oscurecen con el desengaño y la tristeza. En la cárcel compone una especie de diario de la desolación, como es el *Cancionero y romancero de ausencias*: ha sido condenado a muerte, conoce la vida de la cárcel, es azotado por una enfermedad médicamente mal tratada y vive en la más absoluta soledad alejado de los suyos. La fuerza y la rebeldía de M. Hernández comienzan a resquebrajarse y vislumbra un final inevitable. No obstante, en medio de tanta negrura y de tanta sangre, el poeta se reviste de nostalgia y habla al hijo y a la esposa. Se cierra el ciclo de vida y muerte volviendo al amor, porque no hay salvación ni redención posible si no se ama. Aparecen la amada, el hijo, la infinita añoranza del que mientras se muere a chorros, respira por la esperanza de la inmortalidad. El poeta ve en el amor una fuerza redentora. Con este último poemario, Miguel Hernández alcanza la madurez poética con una poesía desnuda, íntima y desgarrada, de un tono trágico contenido con el que aborda los temas más obsesionantes de su mundo lírico: el amor, la vida y la muerte, sus tres heridas.