El Viaje Emocional de Julián en Los Pazos de Ulloa: Amor, Pureza y Culpabilidad
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En Los Pazos de Ulloa se narra el viaje de ida y vuelta del protagonista, Julián. Se dirige a los pazos para ayudar a Moscoso y, al sentirse solo, regresa a Santiago en busca de otro ángel: Nucha.
No es un héroe de novela, como él mismo reconoce, pero sí lo es en esencia. Es un cura enamorado, aunque de manera distinta al de La Regenta. Debemos partir de un concepto convencional del membrete religioso y enamorado; es el arquetipo de cura enamorado, pero Pardo Bazán le da un matiz particular.
Todo lo vemos a través de los ojos del capellán, quien tiene la tarea de remendar. Es el alma de Dios y debe convertirse en un héroe poético e interesante, transformándose en el protagonista e hilo conductor de la novela, a pesar de ser un personaje aparentemente sin carácter. Nucha inspira amor al buen clérigo, quien siente devoción por ella.
La Novela de Aprendizaje de Julián
Estamos ante una novela de aprendizaje si aceptamos que Julián es el protagonista, quien llega a un terreno hostil y enfrenta diversas dificultades que le permiten aprender. El verdadero conocimiento de sí mismo se produce cuando acepta su culpabilidad en la situación que se vive en Ulloa. Encontramos diferentes escenas donde se aprecia la introspección psicológica de Julián. El personaje reflexiona sobre sí mismo y es capaz de reconocerse. El desarrollo de la introspección del sacerdote es una dicotomía: por un lado, el sufrimiento que siente no como sacerdote, sino como hombre, frente al sufrimiento de Marcelina y su situación en los pazos; y por otro, como sacerdote, ya que debe cuidar de todas las almas, siendo él quien tiene fe y el único que ve los problemas de los pazos. Julián siente la necesidad de aliviar su cargo de conciencia y ayudar a Nucha, intentando sortear todos los obstáculos que ella enfrenta. Es consciente del sacrificio que Nucha pagará con su vida.
Las páginas que describen la infancia y adolescencia de Julián son interesantes, narrando cómo siempre estuvo apegado a su madre, quien deseaba que fuera sacerdote, y él se dejó llevar por ello. Esta es la situación típica del sacerdote enamorado, donde se explica su vocación. Abraza la religión como una verdadera vocación, encontrando así una pureza en el espíritu del protagonista. Se mantiene la idea continua de la pulcritud de Julián, en su vestir, en lavar a Perucho y hacerle de maestro, lo cual está relacionado con la idea de la pureza del personaje.
Julián intenta poner orden en los pazos, pero no lo consigue; es tan inocente que ni siquiera es consciente de que Sabel se le insinúa (aunque es Primitivo quien envía a Sabel para que Julián caiga en el vicio).
Julián es un sacerdote que siente devoción por los niños y debe dedicarse a ellos, pero desarrolla una afección especial por la hija de Nucha. El pecado de Julián es que solo tuvo querencia extrema a una niña, la hija de Nucha, y no a todos los niños.
El Proceso de Culpabilidad y la Pesadilla de Julián
El proceso de culpabilidad es desarrollado por la materia inconsciente, por la mente de Julián. En la página 290 vemos el momento en que Julián se da cuenta de que ha triunfado el infierno. Esta es la escena en la que la sabia está echando las cartas (superstición), lo cual se enlaza con la pesadilla de Julián y la significación que esto puede tener. Por un lado, el mundo de los sueños; por otro, la capacidad de Julián de aprender de sí mismo a través de elementos externos. Se anticipa al futuro, pero la inocencia del personaje le impide verlo. Julián se va sugestionando después de haber visto esa visión y, al dormir, transforma el paisaje onírico en un paisaje medieval. Nos cuenta la interpretación y lo más curioso es el final, los síntomas de carácter fisiológico que trascienden al sueño. Este momento simboliza la bajada a los infiernos de Julián a través de la echada de cartas.
Un punto importante a destacar es la estrecha amistad entre Julián y Nucha, la necesidad que tiene Marcelina de acudir a la única persona que la comprende. Julián se siente culpable de haber casado a Nucha con su primo, siendo él el culpable de la situación de Marcelina en los pazos. A partir de aquí, Julián decide ayudar a Nucha a huir cuando ella se lo pide en la parroquia.
En esta novela se ofrece una visión muy pudorosa de la relación entre Julián y Nucha, sin mención alguna sobre los encuentros sexuales, pero se aprecia esa relación y ese sentimiento pasional. Julián siente verdadero pudor al pensar en el cuerpo de Nucha.
El único pecado que comete Julián es atender excesivamente a Nené. Bazán lo exculpa porque, en el momento en que ve peligrar a Marcelina, la ayuda y, por tanto, está exculpado. Se identifica a Marcelina con la Virgen a los ojos de Julián, es un amor idealizado y puro, del mismo modo que la devoción que siente un sacerdote ante la Virgen María.
Para Julián, Nucha no es una mujer, no cabe en su cabeza; es la inocencia perpetua. Esto explica que, cuando Nucha está de parto, Julián se acuerde de la Virgen del Parto, de la de los Dolores, etc. Se acuerda de los atributos de las vírgenes.
Un rasgo que se debe mencionar sobre el carácter de este personaje es la afeminación de Julián Álvarez a raíz de la relación que mantiene con Nucha. Por un lado, Julián idealiza a Nucha, es la Virgen; por otro lado, para que nadie pueda pensar nada respecto a su enamoramiento hacia Nucha, afemina al personaje masculino. Julián hace cosas que solo hacen las mujeres, como lavar a Perucho, la limpieza del almacén, etc. La limpieza simboliza la pureza. Bazán utiliza dos elementos para alejar al protagonista del peligro que pueda suponer que cualquier lector pueda pensar que se ha enamorado de la protagonista.
Julián se preocupa por la salud de Marcelina y adopta el papel de marido y padre, aunque un poco afeminado. El padre debía velar por la instrucción de sus hijos, la educación de la casa corría a cargo de la mujer, y Julián encarna este último.
Para finalizar esta visión idealizada en la que convierte en virgen a Nucha, acude a la Biblia, a personajes bíblicos.
Don Julián solo desea el bien y la felicidad de Nucha, y su impotencia para evitarle el sufrimiento y la muerte es, en un sentido amplio, símbolo de la impotencia del amor humano ante los males de la existencia.
En el artículo de Marina Mayoral se hace referencia al tema del amor prohibido en la novela, que, según ella, engendra la tragedia.
Mayoral apunta que, al tratar del amor en un sacerdote, Bazán no era innovadora; sin embargo, el protagonista de su obra es una creación original cuyo interés psicológico es igual de interesante que si lo comparamos con los clérigos ideados por otros novelistas de la época. En Nucha, el joven sacerdote ve la encarnación de su propio ideal de la mujer cristiana y el reflejo de su exigencia de pureza llevada a un grado extremo. Soñador cándido, Julián idealiza la imagen de Marcelina, y esto se manifiesta por la reiteración obsesiva de connotaciones religiosas, referidas las unas a la pureza del personaje, a su santidad las otras. Lo que siente el capellán por Nucha es, al principio, un religioso respeto; más adelante, una veneración que iba acrecentándose.
El clérigo se niega a admitir que Nucha pueda perder su pureza virginal, ejemplo: en el capítulo 15, cuando está embarazada, se ruboriza al pensar en el cuerpo de Nucha.
Nucha es el objeto de una constante idealización religiosa. Julián la asemeja con la Virgen de la Soledad por ser una esposa abandonada, en la Virgen Madre cuando tiene a la niña en brazos, y la Virgen de los Dolores.
Se debe hablar de un doble amor por parte de Julián hacia Nucha, puesto que al afecto que le tiene a Nucha se le ha de sumar el cariño que le tiene a Nené, y se traslada en seguida la idealización de la madre a la niña. Este cariño hacia la niña revela la humanización sentimental de Julián, y el capellán se transforma en aprendiz de padre, criando a la niña. Este cariño hacia la niña se asocia a la ceguera de Julián, ya que cuando se da cuenta de que Pedro ha vuelto a irse con Sabel, toma la decisión de irse, pero su decisión cambia por la niña, por la simple idea de que no podrá volver a cogerla en brazos. Los problemas empiezan para Julián cuando el marqués, decepcionado por no haber nacido un varón, abandona a Nucha, y Julián desempeña el papel de padre y nace así una nueva familia. Él acompaña a Nucha en su convalecencia y participa en las preocupaciones y alegrías de la crianza (capítulo 27: una penosa idea le acudía de vez en cuando…).
Julián se muestra como el negativo de las cualidades que se suponen características de los hombres (la fuerza, la valentía). Julián es presentado como un joven de “miembros delicados”, sin pelo de barba y con el miedo pintado en el rostro. Pardo Bazán lo describe como un hombre afeminado.
Cuando los dos juntos se dedican a restaurar la capilla, Julián se siente feliz y da la impresión de que esa felicidad depende de la compañía de Nucha.
El rubor, la turbación que le produce el contacto físico de la mujer, el paso insensible del tiempo cuando está en su presencia o la forma en que la mira “entre embelesado y afligido”, son los pequeños detalles que nos dan la clave de los sentimientos del capellán.
La escena de la capilla es una escena crucial. Julián ve las marcas que ha dejado en Nucha los dedos del marido violento y brutal, esto trastorna y turba completamente al capellán. En ese momento, Julián es consciente de que lo que siente por Nucha puede ser censurable. Hasta este momento no era consciente de la índole exacta de sus sentimientos. Julián siente la necesidad de vigilar y mirar a Nucha muy a menudo, y la crítica considera que esto son señales de enamoramiento, ya que se justifica esa vigilancia hacia Nucha porque la ve delgada, vigila si come bien o no, y no es más que una manera de autoconvencerse.
Capítulos 29-30: Han pasado 10 años, Julián ha reflexionado y llorado ante la tumba de Marcelina. Hay un proceso de maduración y castigo de Julián. Julián ha tenido tiempo de reflexionar sobre sus decisiones y sobre la culpabilidad o no que tiene por el estado de salud de Marcelina. Con este final, la pareja ha sido víctima de la situación, han ganado los pazos, su naturaleza y sus personajes. Una característica destacable es que la gente de la ciudad, cuando va hacia los pazos, nunca se siente cómoda, no siente como suya esa tierra, se siente sugestionada por el entorno. Los pazos se los comen, es un poco lo que le ocurre a Julián y Nucha, y cuando la gente del pueblo, de los pazos concretamente, se traslada a la ciudad, se siente de igual modo fuera de lugar, como le ocurre a Moscoso.