Versos Inmortales de Neruda: La Epopeya de Machu Picchu y los Andes

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Águila Sideral

Águila sideral, viña de bruma,
bastión perdido, cimitarra ciega,
Águila sideral.
Cinturón estrellado, pan solemne,
Serpiente mineral, rosa de piedra,
Cordillera esencial, techo marino,
Cúpula del silencio, patria pura,
Ramo de sal, cerezo de alas negras,
Ola de plata, dirección del tiempo,
Águila sideral, serpiente andina,
Águila sideral, luna de cuarzo,
Águila sideral, novia del mar,
Águila sideral, Águila sideral.

Sube a Nacer Conmigo Hermano

Sube a nacer conmigo, hermano,
dame la mano desde la profunda zona
de tu dolor diseminado.
No volverás del fondo de las rocas,
no volverás del tiempo subterráneo,
no volverá tu voz endurecida,
no volverán tus ojos taladrados.

Sube a nacer conmigo, hermano,
mírame desde el fondo de la tierra:
labrador, tejedor, pastor callado,
domador de guanacos tutelares,
albañil del andamio desafiado,
aguador de las lágrimas andinas,
joyero de los dedos machacados,
agricultor temblando en la semilla,
alfarero en su greda derramado.
Tráeme la copa de esta nueva vida,
vuestros viejos dolores enterrados.

Sube a nacer conmigo, hermano,
mostradme vuestra sangre y vuestro surco.
Decidme: aquí fui castigado
porque la joya no brilló,
o la tierra no entregó a tiempo
la piedra o el grano.
Señaladme la piedra en que caísteis
y la madera en que os crucificaron,
enseñadme los viejos pedernales,
las viejas lámparas, los látigos pegados
a través de los siglos en las llagas
y las hachas de brillo ensangrentado.

Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta.
Contadme todo, cadena a cadena,
eslabón a eslabón, paso a paso;
afilad los cuchillos que guardasteis,
ponedlos en mi pecho y en mi mano,
como un río de rayos amarillos,
como un río de tigres enterrados,
y dejadme llorar
horas, días, años,
edades ciegas,
siglos enterrados.

Amor Americano

Sube conmigo, amor americano,
besa conmigo las piedras secretas.
La plata torrencial del Urubamba
hace volar el polen a su copa amarilla.
Vuela el vacío de la enredadera,
la plata pétrea, la guirnalda dura
sobre el silencio del cajón serrano.
Amor, amor, hasta la noche abrupta,
desde el sonoro pedernal andino,
hacia la aurora de rodillas rojas,
contempla el hijo ciego de la nieve.
Oh, Wilkamayu de sonoros hilos,
cuando rompes tus truenos lineales
en blanca espuma, como herida nieve,
cuando tu vendaval acantilado
canta y castiga, despertando al cielo,
¿Qué idioma traes a la oreja apenas
desarraigada de tu espuma andina?
Amor, amor, no toques la frontera
ni adores la cabeza sumergida;
deja que el tiempo cumpla su estatura
en su salón de manantiales rotos,
y entre el agua veloz y las murallas,
recoge el aire del desfiladero,
las paralelas láminas del viento,
el canal ciego de las cordilleras,
el áspero saludo del rocío,
y sube, flor a flor, por la espesura,
pisando la serpiente despeñada.
Ven a mi propio ser, el alba mía,
hasta las soledades coronadas:
el reino muerto vive todavía.

La Poderosa Muerte

¿Qué era el hombre?
¿En qué parte de su conversación abierta,
entre los almacenes y los silbidos,
en cuál de sus movimientos metálicos
vivía lo indestructible,
lo imperecedero,
la vida?
Todos desfallecieron
esperando su muerte,
su corta muerte diaria,
y su quebranto aciago de cada día
era como una copa negra que bebían temblando.
Entonces, en la escala de la piedra he subido,
entre la atroz maraña de las selvas perdidas,
hasta ti, Machu Picchu,
alta ciudad de piedras escalares.
Por fin, morada del que lo terrestre
no escondió en las dormidas vestiduras.
En ti, como dos líneas paralelas,
la cuna del relámpago y el hombre
se mecían en el viento de espinas.
Madre de piedra, espuma de los cóndores,
alto arrecife de la aurora humana.
Cuando la mano color de arcilla
se convirtió en arcilla,
y cuando los pequeños párpados
se cerraron,
llenos de ásperos muros,
poblados de castillos,
y cuando todo el hombre
se enredó en su agujero,
quedó la exactitud enarbolada:
El alto sitio de la aurora humana:
La más alta vasija que contuvo el silencio,
una vida de piedra después de tantas vidas.

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