Velázquez y la Esencia de la Pintura Barroca Española del Siglo XVII
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El Esplendor del Barroco Pictórico en España
El período barroco en España, que abarca los reinados desde Felipe III hasta Carlos II (los llamados Austrias Menores), se caracterizó por un notable predominio de la temática religiosa. Este enfoque fue impulsado por el fervor espiritual derivado de la Reforma protestante y las directrices del Concilio de Trento. Aunque recibió influencias significativas del realismo italiano (especialmente del caravaggismo) y de la detallada pintura flamenca, la pintura barroca española desarrolló una identidad propia, destacando por su profundo realismo. Logró una fusión única entre lo milagroso y lo cotidiano, siendo Diego Velázquez la figura cumbre de esta corriente. Además de la religión, otros géneros importantes cultivados fueron el retrato, el bodegón y, en menor medida pero de forma significativa en algunos artistas como Velázquez, la mitología.
La Maestría Composita y Lumínica en Las Meninas
En su obra maestra, Las Meninas, Velázquez demuestra un dominio excepcional de la composición y la perspectiva. Utiliza líneas implícitas para estructurar el espacio y crear profundidad: los personajes se organizan en distintos planos, situando a la infanta Margarita y sus meninas en el primer término, al propio Velázquez trabajando en su lienzo en un plano intermedio, y al aposentador José Nieto al fondo, en una puerta iluminada que actúa como punto de fuga. Además, aplica magistralmente la perspectiva aérea, difuminando los contornos y suavizando los colores de las figuras a medida que se alejan del espectador. El tratamiento de la luz es fundamental: focos de luz directa iluminan los rostros principales y la puerta del fondo, contrastando con zonas en penumbra, en un juego de claroscuro que envuelve a las figuras y crea una atmósfera palpable y realista.
Centros Artísticos y Pintores Destacados del Barroco Español
En España, la actividad pictórica barroca se concentró principalmente en tres focos:
- Valencia
- Sevilla
- Madrid
Foco Valenciano
Francisco Ribalta (1565-1628) se formó en el entorno de El Escorial, donde desarrolló su interés por los efectos dramáticos de la luz y la técnica del claroscuro, influido por el tenebrismo. José de Ribera (1591-1652), aunque nacido en Játiva (Valencia), desarrolló prácticamente toda su carrera en Nápoles, Italia. Clasificado dentro del foco valenciano por origen, fue un destacado seguidor de Caravaggio (caravaggista), profundamente interesado en los estudios de luces y sombras y en un naturalismo crudo, que le llevó incluso a representar deformidades físicas con notable verismo.
Foco Sevillano
Francisco de Zurbarán (1598-1664) pertenece a la misma brillante generación que Velázquez y Alonso Cano. Su pintura se define por dos características esenciales: el tenebrismo, con fuertes contrastes de luz y sombra, y un naturalismo sobrio y monumental, especialmente visible en sus representaciones de monjes y temas religiosos. Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682), por su parte, aunque también exploró el tenebrismo en sus inicios, evolucionó hacia un estilo más suave y amable. Se interesó profundamente por el estudio de la luz, creando atmósferas vaporosas y, en ocasiones, intensas sombras que recuerdan a las de Rembrandt, aunque con una sensibilidad diferente.
El Centro Artístico Madrileño: Diego Velázquez
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-1660)
Velázquez se erige como la figura más prominente no solo del Barroco español, sino de toda la pintura europea de su siglo. Su genialidad radica en su capacidad para innovar, especialmente en el uso de la perspectiva aérea, logrando una sensación de profundidad y atmósfera a través del manejo sutil del color y la luz. Abordó una amplia variedad de temas, incluyendo géneros poco frecuentes en la España de su tiempo, como el desnudo y la mitología.
Etapa Sevillana y Tenebrismo
Inició su carrera en Sevilla, formándose en el taller de Francisco Pacheco, un ambiente culto que le proporcionó una sólida base técnica e intelectual. En esta primera etapa, conocida como su etapa tenebrista, Velázquez emplea una paleta de colores predominantemente oscuros y terrosos, con un fuerte claroscuro. Se centra en la representación realista de las calidades de los objetos, los tejidos y las texturas. Obras emblemáticas de esta fase son La Vieja friendo huevos (c. 1618) y El aguador de Sevilla (c. 1620), caracterizadas por sus tonalidades ocres y castañas y una técnica tenebrista precisa.
Primera Etapa Madrileña y Primer Viaje a Italia
En 1623, se traslada a la Corte en Madrid, donde es nombrado pintor del rey Felipe IV. Comienza así su primera etapa madrileña, dedicada en gran medida al retrato regio y cortesano. Influenciado por la obra de Tiziano presente en las colecciones reales, sus retratos evolucionan hacia fondos más neutros y claros, y una paleta que incorpora tonos más luminosos como rosas y blancos.
El contacto con las colecciones reales y la visita de Rubens a Madrid en 1628 influyen en Velázquez, impulsándole a explorar nuevos caminos. En obras como Los borrachos o El triunfo de Baco (1628-1629), combina su base tenebrista con una mayor soltura y riqueza cromática de influencia veneciana. Su primer viaje a Italia (1629-1631) marca un punto de inflexión decisivo. Su estilo se transforma: adopta colores más claros, muestra un creciente interés por el paisaje y desarrolla una pincelada más suelta y fluida. La influencia de maestros venecianos como Tiziano y Tintoretto, y su estudio de artistas como Guido Reni y Guercino, se manifiestan en obras como La Fragua de Vulcano (1630). En esta pintura, representa con gran vivacidad narrativa el momento en que Apolo revela a Vulcano el adulterio de su esposa Venus con Marte, capturando las expresiones de sorpresa de los personajes.
Regreso a Madrid: Madurez y Grandes Encargos
De vuelta en Madrid, Velázquez se dedica intensamente al retrato de la familia real y participa en la decoración del nuevo Palacio del Buen Retiro. Para este proyecto realiza importantes obras, incluyendo retratos ecuestres como los de Felipe IV a caballo y el Príncipe Baltasar Carlos a caballo. Sobresale en este período La rendición de Breda (o Las lanzas, c. 1634-1635), que conmemora la victoria española sobre los holandeses y la entrega de la ciudad de Breda al general Ambrosio Spínola. El cuadro es un ejemplo de perfección compositiva, narrativa contenida y equilibrio, con una paleta de colores claros y fríos y una atmósfera lograda mediante la perspectiva aérea.
Posteriormente, pinta una serie de retratos de bufones y hombres de placer de la Corte, demostrando una profunda humanidad y penetración psicológica. Destaca su habilidad para involucrar al espectador mediante la composición, la dirección de las miradas y la atención al detalle.
Segundo Viaje a Italia y Último Período
A finales de 1648, Velázquez emprende un segundo viaje a Italia con la misión de adquirir obras de arte para decorar el Alcázar Real. Durante su estancia, principalmente en Roma, pinta el célebre Retrato del papa Inocencio X (1650), una obra maestra de introspección psicológica, viveza y audacia cromática.
En 1651 regresa a España e inicia su último período, la culminación de su carrera, donde crea algunas de sus obras más enigmáticas y perfectas. Entre ellas se encuentran La Venus del espejo (c. 1647-1651), uno de los pocos desnudos femeninos integrales de la pintura española, de una belleza sensual y delicada; y Las hilanderas o La fábula de Aracne (c. 1655-1660), una obra de extraordinaria complejidad compositiva y técnica, que narra el mito de Aracne desafiando a la diosa Atenea en el arte del tejido, con múltiples niveles de lectura.
Las Meninas: Cumbre del Arte Velazqueño
Finalmente, en torno a 1656, Velázquez crea Las Meninas (o La familia de Felipe IV), su cuadro más famoso y uno de los más estudiados de la historia del arte. Destaca por su complejidad espacial, lumínica y narrativa, así como por su asombroso realismo. Representa al propio pintor trabajando en un gran lienzo (posiblemente retratando a los reyes), mientras se desarrolla una escena cortesana en el taller del Alcázar. En ella aparecen la infanta Margarita, sus damas de honor (las meninas Isabel de Velasco y María Agustina Sarmiento), los enanos Mari Bárbola y Nicolasito Pertusato, una dama de compañía y un guardadamas. Al fondo, en el espejo, se reflejan los reyes Felipe IV y Mariana de Austria, y en la puerta, el aposentador José Nieto.
Velázquez logra capturar un instante, una escena de movimiento detenido con una verosimilitud casi fotográfica. Las miradas y actitudes de los personajes son clave: la mayoría dirigen su atención hacia el punto donde estarían los reyes (y donde se sitúa el espectador), creando un ingenioso juego visual que nos incluye en la escena, como si ocupáramos el lugar de la pareja real que está siendo retratada o que acaba de entrar en la estancia.